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EL DIA QUE RETORNO LA DEMOCRACIA

 



8 de octubre de 1982, segunda presidencia de Hernán Siles Zuazo (1982-1985)


Por: José Loayza / Octubre de 2018.


Viernes 8. Detrás de las montañas de los Andes, entre un remolino de nubes apareció un punto difuso y reluciente del tamaño de un brillo que creció se abultó y resplandeció. Muchos lo vieron, y dijeron que era el doctor Hernán Siles Zuazo que llegaba de Lima, y el avión con un último y poderoso ruido se posó suavemente sobre la huella negra de la pista del aeropuerto de La Paz, luego se fue acercando como un ave molesta de donde bajaron diez viajeros, tras de uno de ellos apareció Siles Zuazo, mostrando la V de la victoria con la mano izquierda, como treinta años atrás hizo Paz Estenssoro, con la mano derecha.


La multitud no tardó, lo subió a Siles en un camión y lo bajó a la ciudad. El pueblo en las calles lo veía con el recuerdo de hace treinta años cuando retornó de Laja el 9 de abril del 52, con el documento de capitulación del ejército, antes que llegue Paz Estenssoro y él lo acompañe, como hacia ahora Jaime Paz Zamora, elegido vicepresidente por voto del pueblo. Pero antes de irse a casa, subió a una tarima gigante armada con tablones entre parlantes descomunales que amplificaron y difundieron los himnos de la patria desde la histórica Plaza de San Francisco, donde las alegrías de los dirigentes de las organizaciones populares, incluso de las élites políticas y empresariales, exhibían sus sonrisas de cuanto te queremos. Luego apareció el líder, y le habló al pueblo, prometiéndole:


“¡Una democracia que sea viable para que nunca más vuelvan los gobiernos de facto, para que nunca más la prepotencia de las armas sea fratricida!”.


Siles, no sólo sabía que debía impedir que vuelvan los gobiernos de facto, sino que debía impedir la anarquía sindical, porque ahora era el buen señor, y debía ser en adelante el buen profeta para hacer de las causas desahuciadas un gran evento, tan necesaria en nuestra aciaga política.


El golpe de García Meza había cerrado la legislatura de 1979, y anulado los resultados electorales de 1980. Pero el general Guido Vildoso respetó el Congreso del 80, y lo consagró a Siles como Presidente Constitucional de la República. Desde ese instante la sagaz sabiduría de los hombres virtuosos le dijeron a la generación hastiada de sermones, que ahora Siles era el amo absoluto, y nadie que no tuviera dos dedos de frente debería tener razón para no dudar que el hombre de la rectitud casi puritana, haría lo imposible y hasta lo inadmisible para hacer de su Gobierno un algo notable y de grandes fastos. Pero muchos ocultaron su descontento, dudaban, nadie dijo que era un día infausto, nadie dijo que pronto caería el conejo en la trampa del cazador oligárquico porque sólo sería dueño de un gobierno débil y sin apoyo congresal, como quiso Paz Estenssoro, y como se los dijo a sus partidarios subiendo y bajando sus cejas siniestras: “La UDP es un globo al que hay que desinflar. Por lo tanto es preciso darle el poder”· Otro le dijo al oído de otro: “Venga quien venga, esto no se soluciona amigo, tenemos los genes de Casimiro Olañeta, el fundador de la patria, somos extremistas.”


Siles llegó con la sabiduría de que nadie ya iba a robar nada, y lo repitió una y otra vez. Dijo que el país produciría y viviría de su trabajo, que había que hacer las cosas con buen corazón, y anunció que ajustaría el sueldo presidencial al salario promedio de los trabajadores para que todos pudiésemos lamer el mismo hueso, y fue ovacionado, y recorrió las calles repitiendo que nadie debía robar nada a nadie mientras daba la mano a cientos de trabajadores que formaron con los representantes obreros un cordón de guardia a lo largo del camino desde el Alto hasta la Plaza de San Francisco y hasta la casa de Siles en Obrajes, donde al llegar, y después de los besos y los abrazos que amenazaban con romper su cuerpo reventado, advirtió que en el trayecto le sustrajeron la billetera.


El 10 de octubre. Siles asumió el Gobierno de la UDP, que según los analistas y los catadores populares, era una sopa espesa entroncada de verduras, sesos y lenguas del MNRI, del MIR de Paz Zamora, y del PCB tradicional o “moscovita”, integrado por políticos de segunda fila que le daban a la sopa un sabor insípido de conejo quemado en salsa roja pese a los condimentos caros de la receta. Pero el acontecimiento era tan apoteósico y tan esperado, que había que darle a la militancia que se colgó hasta de los colores de la bandera, una buena dosis de audacia y de buenas intenciones con una pizca filosófica para demostrar que el partido estaba listo para deliberar con los indiferentes y competir con todas las fuerzas.


// Historias de Bolivia.

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