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LA CASA DE LA REPRESIÓN EN LA REVOLUCIÓN DE 1952

 


Por: Julio Peñaloza / La Razón, 4 de octubre de 2020.


Koatravel es un blog en el que se pueden encontrar textos relacionados con asuntos de la  vida pública de Bolivia, perdidos con el transcurso del tiempo. El responsable y autor de este interesantísimo espacio,  Freddy Céspedes Espinoza, es un especialista en turismo y luego graduado en comunicación de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). En el referido blog a su cargo figura, incluso, un testimonio del que fuera chofer de Victor Paz Estenssoro en los años 50, Luis Sánchez Vargas.

Luego de leer su relato acerca de la céntrica casa en la que se encontraba el Control Político dirigido  por Claudio San Román, fui en su búsqueda para que me autorizara publicarlo, con ajustes de edición para esta serie de artículos sobre la persecución política . En nuestra conversación, Céspedes me refirió que en esa transformadora y turbulenta época para Bolivia, se quemaban libros que no eran del agrado del régimen movimientista, y que con los años, logró organizar una pequeña biblioteca referida a la persecución y a la violencia política. Él está convencido que los bolivianos dedicados a la política se pasan la vida persiguiéndose unos a otros, ajustando cuentas, echando mano de algo así como un catálogo del rencor y la revancha.

La tenebrosa casona de Claudio San Román

Cae la noche y un constante aguacero detiene mi marcha por la Calle Potosí y Yanacocha en La Paz, allí sigue en pie una maciza casona republicana, con ventanales opacos de principios del siglo XX y vetustos balcones que cuelgan peligrosamente hacia la calle. Pareciera que este edificio, nunca hubiera tenido color, que nadie sintió apego ni atracción por ella. Siempre lució igual, desprovista de nobles sentimientos.

 Ingreso a la casona y continúa la lluvia con un viento que me estremece  por  los fuertes truenos que  sacuden la cordillera y  se amplifican en la  profundidad de la ciudad. Cada rayo ilumina La Paz,  menos a esta casa, herméticamente cerrada por sus cuatro lados, prisionera de los gritos internos.

Me deslizo por un zaguán  que conecta  al  patio casi cuadrado; observo las habitaciones de la planta baja y levanto la cabeza con temor  hacia el  primer  y segundo pisos que mantienen sus corredores y balcones de hierro forjado que permanecen fríos, sólidos y apáticos ante mi presencia.

Estoy en la casa más abominable del pasado movimientista, imagino en cada espacio un murmullo  inusual de  gente que corre por sus escaleras, escucho los disparos aislados de la lejanía y  duele  imaginar a tanta gente asustada que  ingresa  a ella por razones políticas. Han sido capturados.

Me doy  un respiro profundo, cierro los ojos y los vuelvo a abrir. Están enfrente mío, bien alineados,  los agentes del Control Político del MNR que tenía las ventanas cubiertas de madera para evitar que se escucharan los gritos de los torturados. En medio del patio se encuentra un hombre muy moreno, algunos lo tildan de Negro,  cuello grueso y robusto, casi calvo que con su voz estremece todo el ambiente y arenga a sus subordinados con palabras durísimas de tinte cuarteril. Se encuentran también, Luis Gayán Contador, antiguo mercenario chileno que sirvió en la Guerra del Chaco y segundo en la jerarquía, y Ademar Menacho, ex falangista,  obeso pero fuerte como un oso, y aburrido de la arenga del jefe Claudio San Román. Luego observo a Jorge Orozco Lorenzety, René Gallardo Sempértegui, Oscar Arano Peredo, Mario Zuleta,  José Soria Galvarro, Raúl Gomez, Andrés Herbas Ramallo y otros que conformaban ese grupo de agentes y milicianos a las órdenes de San Román.

Se trata del aparato de represión mejor organizado en la Bolivia de los años 50-60, dejando muy atrás a otros que existieron en nuestra historia,  fueran democráticos o  dictatoriales,  y que les permitió a varios presidentes respirar por más tiempo en el poder.

El jefe es el ya citado Claudio San Román,  entrenado por el Federal Bureau of Investigatión (FBI) de los Estados Unidos de América  en técnicas de persecución humana, con vocación para martirizar  y castigar con  violencia  extrema a los falangistas, enemigos políticos del régimen. Fue el creador  de la policía política organizada en Bolivia y supo fusionar técnicas de tortura  de la Cheka  rusa y la Gestapo alemana. Bajo su dirección se modernizaron los sistemas de  control  de   archivos de seguimiento, ficheros para el manejo de la información  precisa  de cada ciudadano, de asociaciones, sindicatos, empresarios, comerciantes  o cualquier militante del partido (MNR)  y de la oposición. Nadie se salvaba. Todo estaba perfectamente registrado y con un presupuesto altísimo que erogaba el Estado a través  del ítem “Gastos Reservados”.

San Román y el Control Político recibían directamente fondos asignados en el presupuesto General de la Nación, además de otras sumas extraordinarias que la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) debía entregar cuando se presentaba alguna emergencia.

 Llenar de presos las cárceles

 Para San Román tener las cárceles llenas era una de sus mayores satisfacciones y solía enfadarse cuando no tenía carne para torturar. Increpaba a sus esbirros, amenazándolos, para que cuando regresara de sus “diligencias”, pudiera encontrar unos cuantos dientes esparcidos en el piso.

 A mayor cantidad de  presos, mayor era el presupuesto. Las sumas que manejaba San Román eran significativas. Basta anotar que en 1964 se asignaron al capítulo de Gastos Reservados, 232 millones de bolivianos —íntegramente administrados por San Román— a los que hay que agregar  52 millones que recibía para pago de sueldos mensuales a los milicianos, 3500 dólares mensuales de entonces que nunca tuvieron explicación acerca de su destino y otros mil dólares más, también mensuales, que se le entregaba directamente por orden expresa del Presidente de la República.

Volvamos al patio de la Casona: Todos los que estaban formados, habían recibido entrenamiento en violación de correspondencia, escuchas telefónicas, seguimiento personalizado constante, técnicas de tortura sofisticadas y  criollas con el único fin de proteger al  Estado del MNR. Además todos habían regresado de la guerra del Chaco  y disfrutaban disparar armas de fuego, cualquiera fuera el motivo.

La planta baja estaba íntegramente destinada a las celdas para los presos, existiendo en una de ellas un recinto subterráneo destinado al castigo de los detenidos que, por su estado de salud, ya no podían soportar tormentos más violentos.

El segundo piso albergaba algunas oficinas y algunas celdas, pero estaba principalmente destinado a las salas de tortura, como la llamada cámara de gases en la que eran encerrados aquellos elementos que se resistían a revelar sus presuntos secretos. Allí se utilizaban gases lacrimógenos, gases fétidos, gases vomitivos, hasta gases que provocaban carcajadas que destrozaban el sistema nervioso,  que  desesperan  y martirizan a la víctima, llegando inclusive hasta a enfermarla gravemente.

En otra sala de regulares proporciones, habían sido instalados varios aparatos destinados al castigo de los detenidos rebeldes o reacios a contestar adecuadamente las preguntas que se les hacían. El potro del tormento, por ejemplo, era una máquina conocida desde el medioevo para atormentar a los presos; el  “chanchito”, cuyas horribles consecuencias eran heridas de vidrio roto en el pecho y en la cara de la víctima; las “roldanas” que se aplicaban atando al detenido de los pies y estirándolo mediante un fierro  que era pasado por debajo de los brazos, utilizando un sistema de cadenas. Con estos tres sistemas de tortura se obtenían generalmente los resultados pretendidos, pues a cualquiera le resulta en extremo difícil soportar por mucho tiempo los agudos dolores que su aplicación provoca. Existía además un cuarto especial, conocido  como el” Cuartito Azul”, que estaba revestido de cemento, para “bañar” al preso que se desmayaba o que evidentemente no podía soportar castigos peores, al que se baldeaba intermitentemente y se dejaba  toda la noche desnudo o semidesnudo en el  cuartucho con agua hasta cierta altura.

Finalmente, el tercer piso estaba destinado a almacenar y revisar toda la correspondencia que se sustraía de correos, así como todos los libros y folletos calificados como propaganda comunista o falangista por el experto español Francisco Lluch Urbano. Las cartas eran secuestradas en valijas de las dependencias postales. Había en este piso, igualmente, un corredor que aparentemente servía para las prácticas de tiro de los agentes del Control Político, pero que con mucha frecuencia era ocupado para simular fusilamientos, causando en las víctimas, graves alteraciones nerviosas y psíquicas.

El Control Político inició sus actividades en 1953 con un total de 150 agentes, que paulatinamente fueron en aumento hasta llegar en 1964 a 600 aproximadamente sólo en La Paz, y sin contar confidentes, y soplones que no ganaban  sueldos, aunque sí recibían jugosas comisiones: prostitutas, peluqueros, lustrabotas,  taxistas y otros,  por ser ellos,  los escuchas  y delatores  de potenciales enemigos del gobierno.

“Señor Gayán, cayó un falangista” (Testimonio de Hernán Landívar Flores)

“A las 11 de aquel mismo día, yo, Hernán Landivar Flores, fuí sacado de mi celda y llevado ante Gayán.  Al ingresar a su oficina lo encontré sentado detrás de su escritorio. Inmediatamente me di cuenta,  con solo mirarlo, que la leyenda de  terror que sobre él corría en el pueblo boliviano era cierta. Al primer golpe de vista uno comprendía estar ante un degenerado. Era sencillamente repulsivo. Con un ojo desviado, la mirada fría que se fijaba en uno, lo hacía aparecer como un poseído. Al levantarse de su asiento su figura  me pareció grotesca.”

“Hombre corpulento de más de un metro con 80 centímetros y cien o más kilos de peso. Sus ojos tenían una aureola roja de un habitual aficionado al alcohol. Su tufo era asqueroso y emanaba de su cuerpo un olor repugnante. Tenía colgado del cuello un tirante especial del cuál pendía una cachiporra de goma con la punta emplomada”.

“El chileno Luis Gayán Contador fue contratado por la llamada Revolución Nacional para torturar a los bolivianos, con  pésimos antecedentes, fichado en su propia patria por robos y crímenes y dado de baja del Cuerpo de Carabineros de su país”.

 —“¿Niega usted ser amigo del señor Unzaga?”

—“No, no niego, soy su amigo y lo estimo muchísimo, pero no sé dónde se encuentra”.

“Luego Gayán suavizó la voz , se sentó y me dijo: El presidente  Paz Estenssoro es magnánimo y le promete que olvidará sus trajines subversivos si usted  nos indica dónde se encuentra el señor Unzaga y Ambrosio García . Le daremos un cargo en el Consulado de Bolivia en Buenos Aires y dos millones de bolivianos. ¿Acepta usted? No pierda esta ocasión que es la única salvación que le queda. Piense en su mujer y sus hijos…Pueden quedar sin padre!”

—“Me es imposible indicarle el domicilio del Señor Unzaga o el de García  porque no sé dónde viven. Nadie puede confesar lo que no sabe. Además aun cuando lo supiera no se lo diría, pues no nací delator”.

“Gayán saltó de su asiento y se lanzó sobre mí . Caí al suelo por supuesto al recibir el impacto de semejante mole. Traté de levantarme  y no lo conseguí. Me dio un pisotón en el estómago y quedé desmayado.  Volví en mí al recibir un chorro de agua fría en la cara. Cuando trataba de incorporarme, Gayán se echó sobre mí, puso sus rodillas sobre mi vientre  y con sus dos manazas asquerosas me tomó de la cabeza  y comenzó a golpearla contra el suelo. Pensé que no resistiría  un minuto más. Luego con una brutalidad increíble introdujo sus dedos pulgares en mis ojos que iba oprimiendo lenta y despiadadamente.”

“Yo no veía estrellas, veía venir la muerte, sentía un sudor frío y un desvanecimiento que  me iba anestesiando el alma. El dolor era desesperante, el torturador no cesaba de preguntar “Dónde está el señor Unzaga, Unzaga, Unzaga, dónde está? Y me arrojaba a las narices su hedor y su saliva.”

“Cuando me recupere del desmayo, me encontraba completamente desnudo y con las manos atadas. Gayan estaba solo y me contemplaba con mirada siniestra. Luego tomó unos aparatos que no alcancé a precisar, pero que parecían castañuelas, me agarró con ellos los testículos y me los fue oprimiendo poco a poco, brutalmente. Fue terrible aquello. Nunca había sufrido dolor más grande. Me retorcía, me desmayaba, volvía a recuperar  el sentido para seguir sufriendo la misma tortura y escuchar las mismas inquisiciones : “¿Dónde está Unzaga… Unzaga, y al final García…García?”.

“Sus palabras ya no tenían sentido para mí. Saciado ya de haberme torturado y sin haber conseguido la delación que perseguía,  Gayán volvió a llamar a sus ayudantes y les ordenó: “ Llévenlo al Panóptico y si no habla mátenlo” y dirigiéndose  a su principal secuaz Jorge Rioja, le dijo: “ Tú me respondes de este carajo”. Las torturas continuaron en el Panóptico…

¿Quién fue Claudio San Román?

Nació en el Valle de Carasa, hoy Santiváñez,  en el departamento de Cochabamba. Su niñez fue oscura y fue criado por un tío que de acuerdo a las fuentes, lo ocupaba para hacer mandados y cargar pesados bultos del mercado. De una infancia vacía  de amor,  ya joven, con la necesidad de independizarse de su duro pasado, llegó a La Paz y se enroló  en la Escuela de Clases del Ejército, que entonces se encontraba en la zona de San Jorge.

Partió como cabo  al Chaco, volvió  con el grado de sargento  reenganchado en el Ejército. Nada promisorio  en su ascenso y como militar de baja graduación, tuvo que dar  cumplimiento  a los diferentes destinos que le asignaron en Bolivia.

Durante el gobierno de Gualberto Villarroel en 1943, su paisano José Escobar le ofreció un cargo  en el Departamento de Investigación Especial. Desde allí se le abrió un horizonte promisorio pese a ser semiletrado y  comenzó a obrar con astucia y viajar becado a los EE.UU, ya con el grado de teniente de Ejército. Allí  afinaron sus atributos personales en el FBI. Aprendió el arte de acosar al ser humano, darle caza, y sobre todo, los infalibles métodos de tortura para hacer hablar y confesar. Era todo un profesional.

En 1946 Gualberto Villarroel fue colgado en la Plaza Murillo  y quedaron  el MNR y Razón de Patria (RADEPA) desarticulados, pero  lo peor que le sucedió fue haber sido dado de baja del Ejército. San Román, solicitó ser reincorporado y se lo negaron. También se dirigió  a la Policía con su título del FBI y tampoco lo aceptaron. Fue soplón del Departamento Segundo del Ejército, estuvo en el panóptico de San Pedro como preso en 1949. Fue tildado de informante dentro la cárcel y salió para desaparecer.

Al producirse el triunfo movimientista en Abril de 1952, San Román fue uno de los primeros en aparecer mezclándose entre los revolucionarios, y por supuesto demandando su cuota en la repartija de situaciones. Logró que lo reincoporaran al Ejército, también restituir los sueldos de los años perdidos por la baja, y así se encaramó de a poco en la difícil lucha de ganarse loas del Ministro de Gobierno, Federico Fortún,  a fuerza de brutalidad, inteligencia y sagacidad.

 “Curawara de Carangas palomita, testigo de mis horrores, ciento por ciento me han de pagar”. Así coreaban los falangistas torturados en la calle Potosí, luego  trasladados al panóptico y luego a los campos de concentración de Coro Coro, Catavi, Uncía y los más peligrosos para el gobierno, precisamente a Curawara de Carangas, cerca al nevado Sajama donde las temperaturas suelen bajar hasta 25 grados bajo cero.

San Román fue el creador del Control Político que durante doce años fue  una dependencia funesta y temida en la que se cometieron todos los excesos y se violaron todos los derechos humanos  bajo su dirección. Fue el alma y cerebro de la organización persecutoria, represiva y violenta de los gobiernos del MNR.

 

Fuentes de Freddy Céspedes Espinoza Koatravelnews.blogspot.com:

San Román,biografía de un verdugo (Autor anónimo )

Infierno en Bolivia, Hernán Landívar Flores, 1965.

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