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Agustín Morales. |
Los círculos de poder y sus intereses
Bolivia, en la década de los 70’s del siglo XIX, era un país
en el que las revoluciones, los cuartelazos y los continuos cambios de gobierno
habían dejado su huella. Se tratará de mostrar cuáles eran los diferentes
intereses que existían dentro y fuera del país al inicio del Gobierno de
Morales y la interrelación que existía entre ellos y los diferentes grupos de
poder. Entre estos intereses se pueden mencionar los siguientes: una sociedad
fuertemente dividida entre clases sociales incompatibles entre sí; pugnas
regionales entre el Norte y el Sur; diferencias entre unitarios y federalistas
y librecambistas y proteccionistas; existencia de caudillos –civiles y
militares– que sólo esperaban su oportunidad para lanzarse a la pelea
fratricida; un erario en quiebra por la mala administración de los diferentes
gobiernos que precedieron a Morales y como resultado final de la circulación de
la moneda feble. Esta situación obligó a la contratación de empréstitos que
buscaban abrir el país al mundo y esperaban la aprobación del Congreso.
Agravaban la situación, la existencia de feudos que no
obedecían a las leyes del país; una fuerte penetración de los intereses de
ciertos sectores económicos en la administración ejecutiva, legislativa y
judicial; un Litoral dejado de lado hasta que se descubrieron sus ingentes
riquezas minerales y movimientos revolucionarios apoyados por los gobiernos
chileno y peruano que menoscababan los intereses del país en beneficio de los
propios y que eran apoyados por facciones locales que, de una u otra manera, se
beneficiaban de la concreción de aquellos, ya sea por lograr beneficios
económicos o políticos o, en su caso, ambos.
Panorama de la situación en Bolivia.
Problemas internos y externos hacían difícil el desarrollo
de Bolivia. La visión de ese momento del país, es demoledora: la independencia
no garantiza la libertad (Guzman, 1874). Las instituciones creadas durante la
República y las leyes aprobadas por los diferentes Gobiernos, Congresos y
Asambleas Constituyentes, no habían conseguido destruir todo lo que aprisionaba
al país: “faltábale a este pueblo en primer lugar la unidad nacional,
contradicha por la diversidad de razas que se tocaban sin mezclarse, la
diferencia de idiomas, de costumbres, de cultura etc” (Guzman, 1874, p. 36).
Esta visión se reflejó, fuertemente, en las discusiones de la Asamblea
Constituyente de 1871 donde aparecieron los “Hombres del Occidente” -unitarios
y proteccionistas – y los “Hombres del Oriente”-federalistas y librecambistas-.
Cada uno de ellos reclamaba por los derechos de su región, en desmedro de la
unidad nacional. Se concebía al Oriente como poblado por pueblos desconocidos y
belicosos que eran civilizados por misioneros católicos; empero, el Occidente
también estaba dividido debido a la disputa entre el Norte y el Sur: La Paz vs
Sucre. Faltaba una visión integradora.
Una primera mirada sobre el país, ponía el acento en
factores geográficos y político[1]sociales: “Los
problemas de Bolivia se ocasionan en su ubicación geográfica, la indolencia
característica del americano, la pobreza de la gente, la falta de vías de
comunicación. Al estar alejados del mar, nos sentimos aislados e infecundos”
(Guzman, 1874, p. 46). Parece sonar contradictorio: Bolivia dispone de una
costa de 400 km en el Pacífico, pero sus intelectuales la perciben lejos del
mar. Parece ser que que nunca se supo aprovechar esa costa: nunca aparecieron
los “Hombres del Litoral”. El Litoral era sólo un apéndice territorial del país
y se seguía comerciando mediante Arica, el puerto natural de Bolivia.
Esta concepción de una nación, aislada del exterior, con una
mentalidad y economía extractivistas, centrada en prerrogativas heredadas de la
Colonia, hacía imprescindible la existencia de una clase “abogadil” que
defendiera sus “derechos” ya que durante la época colonial, la vida de la
Audiencia de Charcas estaba centrada alrededor de la minería de plata de Potosí.
A partir de la década de los ‘60’s del siglo XIX, se plantean las posibilidades
que ofrece el Oriente para relacionar a Bolivia con el mundo y aprovechar sus
recursos naturales.
Una segunda mirada se centra en la inestabilidad política de
los gobiernos “(…)que se suceden con pequeños intervalos, solo para
contradecirse sistemáticamente, deshaciendo el uno lo que hizo su
predecesor”(Guzman, 1874, p. 46). A veces se puede pensar que el continuo
estado de inestabilidad en que se encontraba el país hacía que se ofusque la
mente de los gobernantes nacionales. O quizás, estos gobernantes no estaban
preparados para la tarea de ser estadistas y se limitaban a ser sólo unos
(malos) administradores del país. La causa principal de estos problemas se debe
a su estructura social. La disquisición es importante: todo Estado está
conformado por el territorio, la población y las instituciones. Pero,
“dad las instituciones que queráis a un pueblo en cuyo seno
fermentan en latente combinación elementos disolventes, i [sic] ese pueblo no
escapará, por el empleo de agentes plásticos i esternos [sic], a las
convulsiones que tienen su origen en el centro i [sic] no en la circunferencia”
(Guzman, 1874, p. 45).
Lo que había que cambiar en el país era de mayor calado que
lo que parecía a simple vista. Las reformas tenían que ser de mayor entidad.
Entre las problemas más importantes causantes de los problemas del país estaban
la inseguridad jurídica y la inestabilidad institucional ya que cada gobierno
había tenido su propia constitución, su ejército y sus empleados. Para empeorar
la situación, se puede decir que pese a ser llamados “gobiernos
constitucionales”, en el fondo eran dictaduras encubiertas (Guzman, 1874).
Los problemas que estaban latentes en el país y que
estallaron durante el tiempo del Gobierno de Agustín Morales, clasificados en
varias categorías: problemas sociales, problemas políticos, problemas
internacionales y problemas económicos y financiero.
Problemas sociales.
La mayor parte de los gobiernos que tuvo el país desde 1825,
no entendieron que “la independencia, es (…) una obra de demolición; la
libertad es una obra de organización. Es posible amontonar escombros; pero no
es fácil saber edificar” (Guzman, 1874, p. 35): todo lo sucedido en las
primeras tres cuartas partes del siglo XIX lo señala patéticamente. La Guerra
de Independencia boliviana -una lucha de más de 15 años- fue la más larga y
sangrienta de las diferentes naciones americanas. Al acabar ésta, se tenía un
pueblo de civilización híbrida, desunido, mitad americano y mitad europeo, que
estaba acostumbrado a la servidumbre y al despotismo (Guzmán, 1874). La
Audiencia de Charcas, había ganado su independencia por su propio esfuerzo ya
que los diferentes ejércitos que pelearon en la Guerra de la Independencia se
habían dedicado al saqueo de sus recursos: tanto el Virreinato del Perú como el
del Río de la Plata sólo miraban las riquezas que tenían las minas de Potosí
que habían sido el sostén del Imperio español en la América del Sur. Esta
actitud de los “libertadores” fue la que ocasionó un profundo desprecio
–¿odio?– hacia lo extranjero.
Una de las principales características que modelaron el
espíritu boliviano era que los habitantes del país, en sus diferentes estamentos
sociales, habían puesto los muertos, pagado los gastos relacionados y sufrido
los desastres de la guerra, pero debido al “decreto del Libertador Bolívar del
16 de mayo de 1825, [se] subordinaba su suerte a las decisiones de una asamblea
peruana” (Guzmán, 1874, p. 35). Esta configuración inicial de la nación hizo
que se pueda decir, con total propiedad que “sangre se vertió en los primeros
albores de la República, i [sic] sangre ha continuado vertiéndose desde la
época de aquellos aciagos sucesos” (Guzman, 1874, p. 3) ya que los valores que
se manejaban tenían su origen en la fuerza: el ganador tenía derecho a todo y
el perdedor debía acostumbrarse a obedecer y soportar.
Pese a que había trascurrido casi tres siglos -desde 1532
hasta 1809-desde la conquista española hasta el inicio de la Guerra por la
Independencia-, la base de la sociedad era la raza indígena cuyo status quo
poco difería de las condiciones primitivas que tuvieron en la Colonia (Guzman,
1874, p. 37). Sobre esta capa social de base -por decirlo de alguna manera- se
encontraba “la de los mestizos o cholos, raza cruzada, de mejores condiciones
intelectuales i [sic] morales que la anterior, i [sic] sobre esta última, como
formando el coronamiento social, la de los criollos, mucho menos numerosa que
las dos anteriores, pero relativamente más inteligente e ilustrada” (Guzman,
1851, p. 37).
El problema social más acuciante, por las profundas
implicaciones que tenía, era el referido a la condición de los indígenas que
eran los que llevaban casi todo el peso del mantenimiento del Estado, a través
de la contribución indigenal, sin recibir casi ningún beneficio de parte del
Gobierno (Orosco, 1871).
El Ejército.
Dentro de este tejido social, el Ejército se perfilaba como
uno de los principales problemas ya que el predominio del espíritu militar en
el país, hacía que éste fuera el cuerpo social más favorecido en el país. El
monto de dinero invertido por el Gobierno en lo referido a costos de sueldos de
oficiales y manutención del mismo era casi la mitad de sus rentas (Guzman,
1874). Este espíritu militarista, en opinión de un diplomático chileno, era
lacerante ya que existía una multitud de militares vagos (Sotomayor, 1872)
La crítica contra la institución militar es tan dura que se
atribuye al Ejército el origen de todos los males de la República. Guzman
(1874) pone el acento de las revueltas que se dieron en el país en -lo que
denomina- “esa caja de Pandora”. Arguye que durante gran parte del siglo XIX, los
cuarteles había sido –de facto– el refugio de todos aquellos que no tenían
ningún tipo de educación o que buscaban un camino rápido para ascender
socialmente. Mucha gente que tenía problemas familiares de diferente tipo,
encontraba en el Ejército su hogar; por lo tanto, el Ejército estaba siempre
dispuesto a venderse al mejor postor. El hecho de que en casi 50 años de vida
republicana sólo se hubieran tenido dos gobernantes civiles –Mariano Enrique
Calvo (1841) y José María Linares (1857-1861)– hacía que los militares
sintieran que el país les pertenecía y que podían “heredar” el poder del
caudillo de turno, siempre que le manifestasen lealtad y apoyo total.
La política.
Sin embargo, peor que el estamento militar, se señalaba, era
la política:
(…) la carcoma del país, es la política; es esa teoría
estéril, que enciende los odios i [sic] rompe los lazos más queridos; que ve en
todas partes las personas, i [sic] que solo tiene en cuenta el interés; que
arguye sobre todo i [sic] contra todo, estableciendo una intolerancia odiosa
que esteriliza las empresas industriales, siendo causa de frecuentes disturbios
(Guzman, 1874, p. 66-68).
Luis Mariano Guzman, (1874), historiador contemporáneo a los
hechos, hace una serie de apreciaciones respecto al rol que los partidos
políticos deben jugar en el país incidiendo en sus obligaciones y
responsabilidades.
Sus ideas principales son las siguientes:
-
En Bolivia no existen ni la voluntad ni los
mecanismos constitucionales que permitan un diálogo claro, transparente y al
mismo nivel, entre el Gobierno y la oposición, cualesquiera que sean quienes
ocupen estos roles.
-
Los partidos políticos se organizan en torno a
personas y no a ideas. Por lo tanto, el desarrollo de estos es meramente
embrionario.
-
La división de opiniones en el país es muy
grande: sólo deberían haber los conservadores –que quieren que se mantenga el
status quo y representan a los grupos dirigenciales –y los liberales– que dicen
representar al pueblo y buscan una transformación de las estructuras sociales.
La abogaditis y la empleomanía
El gran problema del país es la inexistencia de industrias.
No hay trabajo.
Al ser un país sin industria y sin más fuentes de trabajo
seguras que la administración pública, la lucha por prebendas y puestos de
trabajo es muy dura. El militarismo es una manifestación de la empleomanía.
Esta se da por dos razones: una arraigada herencia colonial y una profunda
abogaditis: “el número de abogados es cada día mayor, entre tanto que no hai
[sic] un químico, un físico, un naturalista, un agrónomo, un ingeniero. Los
abogados exceden en mucho a la necesidad que hai [sic] de sus servicios”
(Guzman, 1874, p. 66-68). El número de estos excedentes “no será menor quizás
de las tres cuartas partes; no hallando ocupación en el foro, es una fuerza
perdida que va a ofrecerse a la lista oficial [Administración Pública], que
tiene una remuneración en el presupuesto nacional”(Guzmán, 1874, p. 49).
He aquí la razón de la gran cantidad de golpes de estado y
revoluciones que ha habido en el país: siempre ha habido gente dispuesta a
enrolarse en todo tipo de actividades subversivas tratando de favorecerse de la
mejor manera posible. La legión de abogados desempleados que constituían el
sostén de los caudillos militares era, en el fondo, el resultado de un problema
de desempleo y de holganza ya que eran la base de las conspiraciones: al no
tener un trabajo estable, siempre estaban dispuestos a unirse a cualquier
trastorno político, con la esperanza de encontrar -posteriormente- trabajo
(Guzmán, 1874). De hecho, detrás de cada caudillo militar, había una falange de
abogados que lo sustentaban y se encargaban de “legalizar” todos sus actos.
Esta abogaditis se hace sentir en Bolivia en el hecho de que
la mayor parte de los puestos de la administración pública están ocupados por
abogados: si no pueden ejercer su profesión, pues entonces ocupan cualquier
otra posición disponible. Y lo peor, es que “(…) la juventud estudia solo para
escoger entre el foro, el sacerdocio i [sic] la medicina”. No por una auténtica
vocación. Una aguda crítica a esta propensión abogadil de la juventud boliviana
y a los problemas que conlleva, se encuentra descrita en Chirveches (1965).
Empero, hay una tercera fuerza disociadora que es la que
hace que los otros dos brazos se muevan: es la pobreza. Resulta curioso que se
hable de pobreza en un país con ingente dotación de recursos naturales. Y es
que la pobreza va acompañada de “otras causas concomitantes, que añaden su
fuerza a la fuerza de la causa motriz. Esa causa concomitante es la ignorancia”
(Guzmán, 1874, p. 56). Siempre se ha sostenido que “la instrucción es la única
fuente de rejeneracion i [sic] de progreso. Mejórese la constitución
intelectual i [sic] moral del hombre, i [sic] entonces será más libre, más
religioso i [sic] mas honrado; brotará sin más esfuerzo el orden i [sic] la
justicia” (Oyola, 1870). Por lo tanto, la solución pasa por que el Estado
fomente la instrucción pública. Que no es el caso ya que no dispone de dinero.
Propiedad de la tierra.
Desde la época colonial se había establecido una especie de
acuerdo tácito, mediante el cual los indígenas podían mantener la propiedad de
sus tierras de origen a cambio de pagar un tributo a la Corona, el mismo que se
manifestaba, luego de la proclamación de la República en 1825, en la contribución
indigenal, el principal sostén de la economía nacional. Ya durante el gobierno
de José Ballivian se había planteado la idea de la enfiteusis, es decir, que
todas las tierras pertenecían al Estado y éste se encargaba de permitir a los
indígenas la explotación de las mismas, a cambio de pagar un impuesto. Es en el
gobierno de Melgarejo en el que se decreta la ley de ex vinculación por la cual
se despoja a los indígenas de sus tierras y se las entrega a una subasta
pública, so pretexto de que de esa forma se podrá aprovechar de mejor manera el
potencial de terrenos no explotados o poco utilizados. Esta ley ocasionó la
inmediata reacción de los indígenas y de grupos afines a ellos que reclamaban
por esta arbitrariedad. Posteriormente, esta expropiación de tierras se
convirtió en uno de los grandes problemas que tuvieron que enfrentar el
Congreso de 1871 y el gobierno del Presidente Agustín Morales.
El Litoral, sus riquezas y el preludio de la Guerra del
Pacífico.
Es cierto que las condiciones geográficas del Pacífico Sur
latinoamericano no eran las mas ideales para el país:
Bolivia, (…) limitada al Occidente por el desierto de
Atacama, ese mar de arena, que con su amenazante esterilidad se interpone en
nuestro camino al Pacífico, solo posee un boquete de litoral, que, para colmo
de desventura, se nos disputa i [sic] se nos cercena aun (Guzman, 1874, p. 52).
La geografía, que marcaba inexorablemente la distancia del
Litoral boliviano a los centros poblados del Occidente del país, no era
precisamente benigna para Bolivia y hacía pensar “(...) que carecemos de
litoral, o que lo tenemos tan remoto i [sic] tan apartado de nuestros grandes
centros de población” (Guzmán, 1874, p. 53) que es casi como no tenerlo. Desde
la época colonial, el puerto de salida natural de Bolivia ha sido y es Arica;
los puertos de Tocopilla y Cobija se encontraban demasiado alejados del núcleo
poblacional, cultural y político del país. Por lo tanto, es lógico sugerir que
en ese momento histórico ”nuestros primeros esfuerzos deberían estar
encaminados a disminuir las distancias, i [sic] a abaratar los fletes i [sic]
medios de transporte, mejorando nuestros caminos” (Guzmán, 1874, p. 53). Este
es el mantra de todos los geopolíticos: si el territorio del Estado no está
interconectado entre sí, difícilmente se podrá ejercer soberanía y, por lo
tanto, se abrirán opciones a los vecinos más fuertes. Y los caminos bolivianos
pocas veces han merecido esa denominación ya que el nombre más correcto que se
les debería dar es el de “sendas” (Guzmán, 1874).
La pérdida del Litoral en la Guerra del Pacífico ha hecho
que se cree una aureola idealizadora sobre la belleza del paisaje y las
bondades de ese territorio costero. La verdad es que “el terreno en toda la
costa es sumamente seco. Solo se halla agua en Cobija y en la bahía de Nuestra
Señora [Mejillones] ; pero escasa y no de buena calidad” (Dalence, 1851, p.
10-11). No se debe olvidar que el desierto de Atacama es uno de los más
inmisericordes del mundo: no crece ningún tipo de hierba y el sol cae a plomo.
Con esas características del terreno, la distancia a los centros poblados y la
falta de agua, es muy difícil pensar que el ser humano pudiera vivir de forma
medianamente aceptable.
Este aserto se ve corroborado por el hecho de que, según
Dalence (1851), el lugar ideal para tener un puerto no era Cobija, sino
Mejillones, debido a que allí se encontraba una bahía abrigada, de gran
extensión y con buenos fondeaderos. Lo que faltaba era agua. Otra vez un grave
error cometido por el Gobierno de Bolivia -en este caso por el Gobierno de
Bolivar- que seleccionó un lugar poco adecuado para crear allí un puerto
desconectado del territorio nacional, en un lugar inhóspito y en medio del
desierto. Quizás otros países hubieran aprovechado esta oportunidad para
desarrollar esas zonas e integrarlas al resto del país. Bolivia no. Los
comentarios de un marino norteamericano que visitó la zona entre 1831 y 1834
dan una idea cabal de la situación: el puerto de Cobija es difícil de ser
encontrado por extranjeros. Cerca de 5 millas hacia el sur, hay dos rocas bajas
blancas, que son la única señal de tierra en distintas épocas del año, cuando
el perfil de las montañas desde la costa está casi constantemente tapado por
niebla o nubes. Por lo tanto, apenas se divisa un barco desde el fuerte, se iza
una bandera blanca en el punto, como una marca que puede ser vista desde 10 o
12 millas dentro del mar (Ruschenberger, 1835).
Con todos estos antecedentes, es lógica la posición de los
gobiernos que consideraban al Litoral “(…) –antes de 1877– una región
desheredada de los dones de la naturaleza. Se le daba poca importancia porque
daba miedo arredrarse en la pavorosa soledad del desierto” (Gonzales, 1877, p.
1) . Empero, la ley de la compensación también se aplicaba en este territorio
inhóspito y agreste ya que “si la naturaleza en estos parajes se ha mostrado
avara de sus dones en el reino vejetal i [sic] animal, en trueque ha prodigado
grandes riquezas en el reino mineral i [sic] por eso en sus arcanos ha colocado
en la más estéril región de la exuberante América, el salitre i [sic] guano”
(Gonzales, 1877, p. 5). Los riquezas minerales se encontraban en “[las
covaderas de] Cerro de Angamos o Morro de Mejillones; salitre en el Salar del
Carmen i [sic] en Salinas; en las ricas minas de plata en Caracoles i [sic] en
las calicheras del Toco” (Gonzales, 1877, p. 5). Pero, no era sólo salitre y
guano lo que había. Entre otras riquezas minerales existían sustancias
inorgánicas que hacían apetecible a ese territorio:
(…) se hallan el urato (guano), nitrato de sosa (salitre),
borato de cal o atincar, vitriolo de hierro, carbonato de …, azufre i [sic] en
fin muchos otros minerales varios que utiliza la industria”. Se deben
mencionar, también “(…) piedras preciosas como el ópalo traslúcido i [sic] la
amatista (variedades del jénero [sic] sílice), la turmalina (silicato aluminado
borifero) i [sic] la crisolita de la que se han encontrado algunos cristales,
en el hierro meteórico que existe en varias partes del desierto, así como
existen meteorolitos”. Por sí esto fuera poco, “entre los metales preciosos
existen oro, plata, níquel, plomo arjentífero [sic], cobalto, cobre, hierro,
estaño (Gonzales, 1877, p. 5-6).
Lo que se consideraba un desierto, un lugar inhóspito, de
repente demostró contener en sus entrañas, importantes cantidades de minerales
y de compuestos no metálicos. Ya que el descubrimiento de la riqueza mineral
había sido muy reciente (década de los 60’s y 70’s), los pueblos del lugar,
“(…) permanecen abandonados a sus propios esfuerzos i [sic] siendo en todos los
ramos del servicio público la imagen del caos (…)” (Gonzales, 1877, p. 5-6).
Fiel reflejo de lo que sucede cuando no se tiene interés en algo, “los
gobiernos, (...) sólo se han dedicado a explotar las riquezas de la zona sin
reparar en las consecuencias. No han hecho más que dictar medidas inconsultas
que han redundado en mal de la República en general i [sic] del Litoral en
particular” (Gonzales, 1877, p. 5– 6). No sorprende esta actitud tantas veces
repetida en la historia nacional. Acerba crítica a los diferentes gobiernos que
se sucedieron en esos 50 años en el país. Este es el resultado de la
politiquería de la que se hablaba anteriormente. Y esta es la dicotomía entre
los “buenos” y los “malos” a la que se hizo mención en la Introducción.