Por: Luis S. Crespo - gonzalocrespo30@gmail.com /
Publicado en el periódico El Diario, el 10 de Mayo de 2016.
Por decreto de 8 de mayo de 1877, el gobierno del general
don Hilarión Daza dejó sin efecto la convocatoria de la asamblea constituyente,
aplazándola para la "época en que se pacifique por completo la república y
se encuentre el fisco con el erario suficiente para atender los viáticos y
dietas de los convencionales”.
El perióodico “La Reforma” de La Paz, cuyo editor era don
César Sevilla, y redactores don Félix Reyes Ortiz, don Jenaro Sanjinés y don
Severo Matos, impugnó editorialmente, en su número del 12, el decreto de
aplaza-miento, demostrando al gobierno que no había tal guerra civil, y que
Bolivia podía poner sin esfuerzo los fondos que se necesitaban para la reunión
del congreso. Al concluir decía: “Hay plata y no hay guerra civil: reorganícese
el país por medio de la representación nacional”.
La lectura de este escrito encolerizó terriblemente al
presidente Daza, quién, en un día como hoy, hizo conducir a su presencia a
Reyes Ortiz y a Matos. En el salón del pala-cio, los ultrajó de palabra,
llegando al extremo de abofetear al primero, y librándose el segundo de los
golpes de mano por la intervención del edecán José R. Ávila. Ordenó en seguida
que los encargados de prisiones los condujesen a Caupolican (hoy Prov. Franz
Tamayo) en calidad de confinados políticos.
Sevilla y Sanjinés, fueron así mismo capturados por la
policía y notificados que debían ser desterrados a las regiones del río Madera.
A Sevilla se le ajustaron los pies con gruesas barras, Sanjinés se libró del
suplicio por no haberse conseguido el instrumento necesario.
Los redactores del diario "La Tribuna” Ni-colás Acosta
y Ramón Rosquellas, que ha-bían opinado también como los redactores de “La
Reforma” tuvieron que asilarse en la legación Argentina para no correr la
suerte de éstos.
Los ministros de Daza, alarmados con es-tos hechos de
fuerza, se pusieron en activo movimiento para aplacar la ira del presidente y
obtener la libertad de los presos. El ministro don Jorge Oblitas, acompañado de
los ministros del Brasil, del Perú y de la Argentina, señores Leonel de
Alencar, Miguel San Ro-mán y José Evaristo Uriburu, respectivamente, se dirigió
al palacio a pedir la revocatoria de la orden de destierro. Pero, nada pudo
conseguir; el presidente se negó a todo acto de clemencia.
En la madrugada del día siguiente, Reyes Ortiz y Matos eran
conducidos por el coronel Benjamín Saravía a las regiones de Caupoli-can. Reyes
Ortiz, con barras en los pies, iba montado como mujer. Más feliz Matos, fue
bien montado porque el herrero encargado de ponerle las barras, se perdió
intencionalmente...
A tiempo de partir, Oblitas recomendó a Saravia que tratase
a los presos con consideración, y así lo hizo. Matos, no tenía en aquel momento
sino veinte pesos que se los había prestado en la prisión un amigo suyo.
Después de mil penalidades y sufrimientos los presos
llegaron a Apolo, y allí permanecieron por más de tres meses, viviendo poco
menos que del favor público, como sucede con todo confinado político. Los
vecinos Carlos Frank, G. Estivariz, Francisco Alencastre, Hipólito Sánchez,
Fermín Larrea y otros, los favorecieron con sus atenciones, procurando
dulcificar su penosa situación.
En cuanto a los otros periodistas, Sanjinés y Sevilla fueron
deportados a Covendo. Sevilla viajó con barras en los pies, y Sanjinés estuvo a
punto de perecer rodando en una pendiente con su mulo.
Los asilados en la legación argentina, Acosta y Rosquellas,
fueron confinados a lugares más próximos merced a los empeños del ministro
Uriburu.
Don Serapio Reyes Ortiz, al saber en Oruro el destierro de
su hermano Félix, escribió al presidente Daza una carta muy conmovedora, “Amigo
General. -le dijo- le pido gra-cia por mi hermano Félix; le pido gracia por un
padre de familia, pobre, viejo, enfermizo; que ha prestado importantes
servicios a la patria en el ramo de las letras y de la instrucción pública. No
hablo al hombre de Estado, ni entro en apreciaciones de las razones de Estado
que hayan determinado su confinamiento. Hablo al corazón bondadoso del que
también es padre de familia; apelo a la noble generosidad del jefe de la
nación; luego suplico al amigo y le pido que comprometa mi eterna gratitud con
un rasgo de sublime perdón a mi pobre hermano que va a perecer en las montañas,
dejando en la mendicidad a tantos hijos huérfanos. Con mi vida le garantizo de
que mi hermano no volverá a tomar la pluma para la prensa”.
Daza le contestó: “Conmovido profunda-mente con la lectura
de su expresiva carta, he dado la orden para que no solo su herma- no, sino los
otros señores que con él han sido confinados, vuelvan a sus hogares. Solo usted
ha podido arrancarme un perdón tan amplio”.
A los tres meses más o menos, los periodistas volvieron a
sus casas “resueltos a no meterse a criticar más los actos del gobierno,” solo
Matos quedó por algun tiempo más en el pueblo de Moho, como abogado suelto.
“La Reforma”, que había sido clausurada el mismo 10 de mayo,
no volvió a reaparecer sino en octubre siguiente.
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