Foto: Carnaval paceño / La Razon. // Por: Rubén Vargas - periodista / La Razón, 18 de enero de
2015.
Esta foto de una comparsa de los carnavales paceños de 1908
merece detener la atención del lector por más de un motivo.
Si la mirada la recorre desde abajo, el primer prodigio que
se presenta a los ojos del observador es el nombre de la comparsa: Nueva Marina
del Placer. ¿Por qué un pueblo milenario, enclaustrado y famosamente sufrido
opta por llamarse Nueva Marina del Placer? Dejo a los adivinos del porvenir
desentrañar semejante misterio.
En segunda línea están esos maravillosos hombres de cuerda y
sombrero, famosos por sus pasacalles, huayños y huaycheñas carnavaleras,
bisabuelos de Música de Maestros.
E, inmediatamente después, de punta en blanco, como no
podría ser de otra manera, los integrantes de la famosa Marina del Placer. Sus
rostros morenos son inescrutables, pero debemos suponer de buena fe que el
placer viene por dentro.
Finalmente, arriba, hay unos señores de negro. Es difícil
saber qué hacen ahí —apuesto plata que son coladores—. Y a la izquierda,
solitario, bicolor, único, bonachón, saludando con los brazos en alto a la
afición mundial, el pepino.
“Ese pepino probablemente formaba parte de la comparsa o tal
vez era un paseante, pero su figura en esta histórica foto es irreemplazable
para rehacer el camino de su historia”, asegura la antropóloga Beatriz Rossells
en su estudio 100 años del carnaval de La Paz, las identidades del siglo XX,
publicado por el Instituto de Estudios Bolivianos de la Universidad Mayor de
San Andrés en 2009.
Es el primer documento fotográfico —del archivo Cordero— de
este personaje divertido. La fotografía —continúa Rossells— “es un testimonio
irrefutable del origen popular de este héroe que reinará por el resto del siglo
como la figura del Carnaval Paceño”.
Es un dato que no se debe ignorar, justo ahora que el pepino
ha saltado a los titulares de la prensa por los presuntos intentos de
apropiación de esta figura por festividades carnavaleras de pueblos del sur
peruano.
Más allá de este peregrino suceso, la lectura del estudio de
Rossells —complementado por otros dos de José A. Peres y Katherine Aparicio en
el mismo volumen— arroja luces sobre el Carnaval de La Paz en el marco de los
estudios de los “rituales, las fiestas y las estéticas andinas”. Más allá de
ser meras prácticas tradicionales y de resistencia, asegura la autora, se
constituyen en “verdaderas acciones políticas que partiendo de la afirmación de
la identidad establecen estrategias para conquistar y negociar espacios dentro
de discursos más amplios y en contextos nacionales e internacionales
globalizados”.
Y en esos procesos culturales y de identidad, la festividad
popular del Carnaval ocupa un lugar central. Y en el caso del Carnaval paceño,
esos procesos marchan —y bailan— de la mano de uno de sus principales actores:
el pepino.
El estudio de Rossells hace un recorrido minucioso por la
historia del Carnaval de La Paz a lo largo del siglo XX, remontándose cuando es
necesario incluso a épocas anteriores.
En ese contexto establece claramente el “nacimiento y
consagración” de la figura del pepino, detallando las dos fuentes que están en
su origen y evolución. Por una parte, el pierrot, un personaje de la Comedia del
Arte nacido en la Italia del siglo XVI y que se trasladó y se aclimató, junto a
sus pares Colombina y Arlequín, en América Latina. Es el personaje que domina
los carnavales de las élites paceñas a lo largo del siglo XIX. De ahí viene, en
términos generales y a través de una serie de transformaciones, la indumentaria
del pepino.
Por otro lado está el kusillo andino. “Hay relación entre
estos dos personajes (el pepino y el kusillo) —escribe Rossells— en cuanto al
carácter y simbolismo, ambos son solitarios pero alegres y cómicos que hacen
travesuras e incluso dan volteretas”. La nariz puntiaguda del pepino actual es
una clara herencia de la máscara del kusillo.
Una vez “consagrado”, el pepino —dice Rossells— “fue el
personaje más accesible a todas las clases sociales y grupos etáreos,
generacionales y de género… Todos los paceños carnavaleros en algún momento se
acercaron al nuevo personaje y se apropiaron de él. Comparado con otros
disfraces y máscaras, el del pepino permitía a pobres y ricos esconder el cuerpo
y el rostro para disfrutar anónimamente de las licencias de la fiesta
principal”.
Y esa popularidad del pepino está en directa relación con
sus cualidades: “bonachón y despreocupado, libre y humilde, pobre y por encima
de todo citadino”, dice la antropóloga.
Pero también por sus ambigüedades: “conquistador
irresponsable de mujeres, noble con los niños y amigo de borrachos y
desvalidos”.
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- LA GUERRA DEL CHACO DE ROBERTO QUEREJAZU CALVO
- LA HISTORIA DEL PERIODIQUITO DE ALACITAS CENSURADO POR LA DICTADURA DE BANZER
- LA DISCUSIÓN Y EL ROMPIMIENTO DE LA SOCIEDAD "PATIÑO - OPORTO"
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