Imagen: Copia de la pequeña plancha del Museo Nal. de Arte.
(Gentileza Georgette de Camacho).
Por: Marcelo Arduz Ruiz /Este artículo fue publicado en el
periódico El Diario el 18 de Diciembre de 2012.
A fines del siglo XVI, luego que el inca Francisco Tito
Yupanqui modelara en la Villa Imperial de Potosí la famosa efigie de la Virgen
de Copacabana, y la trasladara caminando has-ta su pueblo natal a orillas del
Titicaca; el primero en imitarlo en su devoción sería el indígena Sebastián
Quimicho, quien en gratitud por un milagro de la Virgen encarga al mismo
Yupanqui una copia exacta de la escultura, para conducirla en hombros desde
orillas del Lago Sagrado hasta la distante población peruana.
Desde sus inicios, la milagrosa imagen se halla íntimamente
ligada a Charcas, pues al carecer el indígena de recursos para recoger el
encargo que había efectuado, tuvo que recurrir ante el Arzobispado de la Real
Audiencia, a fin de conseguir autorización para realizar colectas en diversa
poblaciones de su jurisdicción, a cambio de rezos y canciones en loor a la
Madre de los cielos.
Mientras dura su periplo por Charcas, los monjes agustinos
habían colocado la efigie en el altar junto al milagroso original, y cuando
hubo retornado, las crónicas peruanas cuentan que las dos imágenes eran tan
parecidas, que ni el mismo escultor supo distinguir cuál era la copia, dando
sin percatarse a Quimicho la original, lo cual resulta intrascendente inten-tar
esclarecer pues eran igualmente milagrosas y hechura del mismo escultor ambas
tallas.
Aunque conocida desde aquellos tiempos como la “hermana
gemela de la de Copacabana”, en 1991 la escultura se vería seriamente dañada
por un incendio, siendo restaurada meses después en el instituto Nacional de
Cultura de Lima sin apego al modelo original, es decir alterando su fisonomía.
De todas maneras, se trata de la primera copia salida de las manos del escultor de Copacabana, que se distingue de las ulteriores que realizara (Pucarani, Huarina, Tarija, Humahuaca, Sevilla, etc., algunas desaparecidas), por su factura de bisoño escultor, mientras las demás contaron con mejor acabado artístico, luego de haber perfeccionado su arte acotando Calancha.
De todas maneras, se trata de la primera copia salida de las manos del escultor de Copacabana, que se distingue de las ulteriores que realizara (Pucarani, Huarina, Tarija, Humahuaca, Sevilla, etc., algunas desaparecidas), por su factura de bisoño escultor, mientras las demás contaron con mejor acabado artístico, luego de haber perfeccionado su arte acotando Calancha.
Según la tradición, la Virgen misma elegiría el lugar para
que se edifique su templo, al posarse sobre una pequeña charca al fondo de una
profunda hondonada, rodeada por un imponente entorno geográfico que da la
impresión de la cuenca de un gran lago vaciado en remotísimas épocas, a juzgar
por las huellas de erosión acuática fosilizadas que se observan en su contorno.
Por tanto, el nombre de Cocharcas (significando en quechua que tuvo origen en
una laguna) también se lo podría interpretar relacionándolo a “otra” charca (el
Titicaca?), es decir Co-charcas...
Desde su llegada hasta la región peruana del Apurimac (“el
dios que habla”, en quechua), la Virgen comenzó a obrar milagros que
exten-dieron su fama por diversas latitudes, resultan-do insuficiente el templo
para cobijar a la creciente multitud de fieles que desde diversas regiones
acudían al lugar, por lo cual Quimicho decide retornar a la Audiencia de
Charcas, en procura de una nueva autorización para conseguir los recursos
destinados a la construcción del nuevo templo.
Al llegar a Chuquisaca, poco antes la población recibiendo
noticias de la multitud de milagros obrados por la Virgen del Titicaca, había
solicitado al Virreinato de Lima la autorización para trasladarla hasta esa
capital. Todo parecía estar dispuesto para que allí se localizara el Santuario
de Copacabana, y la multitud de peregrinos tuviera que trasladarse hasta el
lugar para rendir pleitesía a tan sacra imagen, pero el destino se encargaría
de disponer lo contrario al desatarse sobre las márgenes del Titicaca grandes
tempestades de granizo y de lluvia, que ocasionaron la pérdida de las cosechas
de ese año.
Las autoridades del Virreinato, a último momento emitieron
un decreto para nunca trasladar ni mover la sagrada imagen de su trono a
orillas del Titicaca, y la resignada población de La Plata que ya había
destinado para acogerla la primera Catedral (hoy iglesia de San Lázaro de
Sucre), no hubo otra alternativa que acatar la determinación, y en reemplazo de
la talla original que nunca llegaría a tocar suelo chuquisaqueño, se colocó en
el altar del templo una bella imagen en fino maguey encargada al escultor
Andrés Hernández.
La obra data de 1584 (un año después de la entronización en
el Titicaca) y desde la óptica iconográfica como novedad se puede señalar que
en nuestros días es la única representación artística que muestra a los pies de
la virgen a la sirena que en la versión cristianizada llega a sustituir. El
principal cronista de Charcas, fray Antonio de la Calancha considera que es el
único caso en el cual una divinidad cristiana adopta la identidad y el mismo
nombre que el ídolo que le precediera.
Es en aquellas circunstancias que, ante la premura en dar
las buenas nuevas de la devoción indígena surgida en la apartada comarca
peruana, surge la primera de las expresiones que se conoce en su iconografía,
que copia dicha escultura, sustituyendo la sirena por el dragón bíblico que
representa al demonio, posado sobre un óvalo inferior que semeja un lago con
ribetes escamados, la inscripción de “copia/ De Nuestra Sa./ de Cocharcas”.
Inicialmente en esta iconografía se llega a identificar y
hasta a confundir con la de Copacabana; pues en 1598 el Obispo del Cusco
Francisco Calderón fundó en el Perú su primera cofradía con el nombre de la
Candelaria de Copacabana, instituyéndose la fiesta principal el 2 de febrero
(trasladada más ade-lante al 8 de septiembre). Además, por información entonces
transmitida desde la Audiencia de Charcas a la sede del Virreinato, en 1681 el
Arzobispo Melchor de Liñán de Cisneros ordena erigir en Lima una capilla en
honor a la Virgen de Cocharcas, encargando para la entronización una imagen de
la Virgen del Titicaca.
La iconografía de la Virgen pisando el dragón, mantuvo
vigencia hasta finales del siglo XVII, al surgir una nueva y deslumbrante
iconografía dentro del mismo territorio peruano, de la cual nos ocuparemos en
siguiente nota. De la etapa anterior, en la actualidad solamente se conserva en
el Museo Nacional de Arte de la ciudad de La Paz, una pequeña pieza en cobre
repujado, de 10 cm. de ancho por 15 y medio de alto.
Finalmente, al pasar a la etapa del grabado a lienzos de
formato mayor, superando inconvenientes en cuanto a la representación pictórica
de la deidad sireniforme, desde finales del siglo XVI se opta por reemplazarla
colocan-do a los pies de la virgen una grande medialuna que simboliza la cola
de la sirena. Por ese tiempo, al inaugurarse el templo de Tiwanaku en estilo
que combina elementos góticos e indígenas con gárgolas de cabezas de puma, se
colocó en la cúspide de la arquería del atrio, la cola de sirena tallada en
piedra como signo inequívoco de la Virgen Morena del Lago Sagrado.
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