Por: Eduardo Galeano / Periodista y escritor uruguayo, autor
de Las Venas Abiertas de América Latina, La canción de nosotros, Días y noches
de amor y de guerra, Las palabras andantes, El libro de los abrazos, entre
otros. / Noviembre de 2003 / Extraída de www.voltairenet.org
Una inmensa explosión de gas: eso fue el alzamiento popular
que sacudió a toda Bolivia y culminó con la renuncia del presidente Sánchez de
Lozada, que se fugó dejando tras sí un tendal de muertos.
El gas iba a ser enviado a California, a precio ruin y a
cambio de mezquinas regalías, a través de tierras chilenas que en otros tiempos
habían sido bolivianas. La salida del gas por un puerto de Chile echó sal a la
herida, en un país que desde hace más de un siglo viene exigiendo, en vano, la
recuperación del camino hacia el mar que perdió, en la guerra que Chile ganó.
Pero la ruta del gas no fue el motivo más importante de la
furia que ardió por todas partes. Otra fuente esencial tuvo la indignación
popular, que el gobierno respondió a balazos, como es costumbre, regando de
muertos las calles y los caminos. La gente se ha alzado porque se niega a aceptar
que ocurra con el gas lo que antes ocurrió con la plata, el salitre, el estaño
y todo lo demás.
La memoria duele y enseña: los recursos naturales no
renovables se van sin decir adiós, y jamás regresan.
BOLIVIA NO EXISTE PARA SUS HIJOS
Allá por 1870, un diplomático inglés sufrió en Bolivia un
desagradable incidente. El dictador Mariano Melgarejo le ofreció un vaso de
chicha, la bebida nacional hecha de maíz fermentado, y el diplomático agradeció
pero dijo que prefería chocolate. Melgarejo, con su habitual delicadeza, lo
obligó a beber una enorme tinaja llena de chocolate y después lo paseó en un
burro, montado al revés, por las calles de la ciudad de La Paz. Cuando la reina
Victoria, en Londres, se enteró del asunto, mandó traer un mapa, tachó el país
con una cruz de tiza y sentenció: Bolivia no existe.
Varias veces escuché esta historia. ¿Habrá ocurrido así?
Puede que sí, puede que no.
Pero la frase ésa, atribuida a la arrogancia imperial, se
puede leer también como una involuntaria síntesis de la atormentada historia
del pueblo boliviano. La tragedia se repite, girando como una calesita: desde
hace cinco siglos, la fabulosa riqueza de Bolivia maldice a los bolivianos, que
son los pobres más pobres de América del Sur. Bolivia no existe: no existe para
sus hijos.
Cerro Rico tragaba indios
Allá en la época colonial, la plata de Potosí fue, durante
más de dos siglos, el principal alimento del desarrollo capitalista de Europa.
Vale un Potosí, se decía, para elogiar lo que no tenía precio.
A mediados del siglo dieciséis, la ciudad más poblada, más
cara y más derrochona del mundo brotó y creció al pie de la montaña que manaba
plata. Esa montaña, el llamado Cerro Rico, tragaba indios. "Estaban los
caminos cubiertos, que parecía que se mudaba el reino", escribió un rico
minero de Potosí: las comunidades se vaciaban de hombres, que de todas partes
marchaban, prisioneros, rumbo a la boca que conducía a los socavones. Afuera,
temperaturas de hielo. Adentro, el infierno. De cada diez que entraban, sólo tres
salían vivos. Pero los condenados a la mina, que poco duraban, generaban la
fortuna de los banqueros flamencos, genoveses y alemanes, acreedores de la
corona española, y eran esos indios quienes hacían posible la acumulación de
capitales que convirtió a Europa en lo que Europa es.
¿Qué quedó en Bolivia, de todo eso? Una montaña hueca, una
incontable cantidad de indios asesinados por extenuación y unos cuantos
palacios habitados por fantasmas.
Y … DESAPARECIÓ EL MAR
En el siglo diecinueve, cuando Bolivia fue derrotada en la
llamada Guerra del Pacífico, no sólo perdió su salida al mar y quedó acorralada
en el corazón de América del Sur. También perdió su salitre.
La historia oficial, que es historia militar, cuenta que
Chile ganó esa guerra; pero la historia real comprueba que el vencedor fue el
empresario británico John Thomas North. Sin disparar un tiro ni gastar un
penique, North conquistó territorios que habían sido de Bolivia y de Perú y se
convirtió en el rey del salitre, que era por entonces el fertilizante
imprescindible para alimentar las cansadas tierras de Europa.
LOS OBREROS PUDRÍAN SUS PULMONES…
En el siglo veinte, Bolivia fue el principal abastecedor de
estaño en el mercado internacional.
Los envases de hojalata, que dieron fama a Andy Warlhol,
provenían de las minas que producían estaño y viudas. En la profundidad de los
socavones, el implacable polvo de sílice mataba por asfixia. Los obreros
pudrían sus pulmones para que el mundo pudiera consumir estaño barato.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Bolivia contribuyó a la
causa aliada vendiendo su mineral a un precio diez veces más bajo que el bajo
precio de siempre. Los salarios obreros se redujeron a la nada, hubo huelga,
las ametralladoras escupieron fuego. Simón Patiño, dueño del negocio y amo del
país, no tuvo que pagar indemnizaciones, porque la matanza por metralla no es
accidente de trabajo.
Por entonces, don Simón pagaba cincuenta dólares anuales de
impuesto a la renta, pero pagaba mucho más al presidente de la nación y a todo
su gabinete.
El había sido un muerto de hambre tocado por la varita
mágica de la diosa Fortuna. Sus nietas y nietos ingresaron a la nobleza
europea. Se casaron con condes, marqueses y parientes de reyes.
Cuando la revolución de 1952 destronó a Patiño y nacionalizó
el estaño, era poco el mineral que quedaba. No más que los restos de medio
siglo de desaforada explotación al servicio del mercado mundial.
NO ESCUPE AL ESPEJO
Hace más de cien años, el historiador Gabriel René Moreno
descubrió que el pueblo boliviano era "celularmente incapaz". El
había puesto en la balanza el cerebro indígena y el cerebro mestizo, y había
comprobado que pesaban entre cinco, siete y diez onzas menos que el cerebro de
raza blanca.
Ha pasado el tiempo, y el país que no existe sigue enfermo
de racismo.
Pero el país que quiere existir, donde la mayoría indígena
no tiene vergüenza de ser lo que es, no escupe al espejo.
Esa Bolivia, harta de vivir en función del progreso ajeno,
es el país de verdad. Su historia, ignorada, abunda en derrotas y traiciones,
pero también en milagros de esos que son capaces de hacer los despreciados
cuando dejan de despreciarse a sí mismos y cuando dejan de pelearse entre
ellos.
Hechos asombrosos, de mucho brío, están ocurriendo, sin ir
más lejos, en estos tiempos que corren.
EL INGLÉS DE BUSH
En el año 2000, un caso único en el mundo: una pueblada
desprivatizó el agua. La llamada "guerra del agua" ocurrió en
Cochabamba. Los campesinos marcharon desde los valles y bloquearon la ciudad, y
también la ciudad se alzó. Les contestaron con balas y gases, el gobierno
decretó el estado de sitio. Pero la rebelión colectiva continuó, imparable,
hasta que en la embestida final el agua fue arrancada de manos de la empresa
Bechtel y la gente recuperó el riego de sus cuerpos y de sus sembradíos. (La
empresa Bechtel, con sede en California, recibe ahora el consuelo del
presidente Bush, que le regala contratos millonarios en Irak.)
Hace unos meses, otra explosión popular, en toda Bolivia,
venció nada menos que al Fondo Monetario Internacional. El Fondo vendió cara su
derrota, cobró más de treinta vidas asesinadas por las llamadas fuerzas del
orden, pero el pueblo cumplió su hazaña. El gobierno no tuvo más remedio que
anular el impuesto a los salarios, que el Fondo había mandado aplicar.
Ahora, es la guerra del gas. Bolivia contiene enormes
reservas de gas natural. Sánchez de Lozada había llamado capitalización a su
privatización mal disimulada, pero el país que quiere existir acaba de
demostrar que no tiene mala memoria. ¿Otra vez la vieja historia de la riqueza
que se evapora en manos ajenas? "El gas es nuestro derecho",
proclamaban las pancartas en las manifestaciones. La gente exigía y seguirá
exigiendo que el gas se ponga al servicio de Bolivia, en lugar de que Bolivia
se someta, una vez más, a la dictadura de su subsuelo. El derecho a la
autodeterminación, que tanto se invoca y tan poco se respeta, empieza por ahí.
La desobediencia popular ha hecho perder un jugoso negocio a
la corporación Pacific LNG, integrada por Repsol, British Gas y Panamerican
Gas, que supo ser socia de la empresa Enron, famosa por sus virtuosas
costumbres. Todo indica que la corporación se quedará con las ganas de ganar,
como esperaba, diez dólares por cada dólar de inversión.
Por su parte, el fugitivo Sánchez de Lozada ha perdido la
presidencia. Seguramente no ha perdido el sueño. Sobre su conciencia pesa el
crimen de más de ochenta manifestantes, pero ésta no ha sido su primera
carnicería y este abanderado de la modernización no se atormenta por nada que
no sea rentable. Al fin y al cabo, él piensa y habla en inglés, pero no es el
inglés de Shakespeare: es el de Bush.
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