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MIS AMIGOS PRESIDENTES; JOSÉ LUIS TEJADA SORZANO PRESIDENTE DE BOLIVIA

Este artículo fue publicado en SEMANA de Última Hora La Paz-Bolivia, viernes 13 de febrero de 1981 Págs. 4, 5 y 16.  - Por: Moisés Alcázar / SEMANA se complace en ofrecer a sus lectores, como primicia, el primer capítulo del nuevo libro que pronto entrará en circulación, de Dn. Moisés Alcázar, bajo el título de “Mis amigos presidente”.

Coripata, capital de la Segunda Sección de la Provincia. Nor Yungas era, allá por el año 1919, una villa pintoresca y apacible con numeroso elemento indígena y reducido E porcentaje blanco, adormecida en la quietud indolente de la época. Sólo alteraba esa vida monótona el comercio de la coca, principal producto explotado por los terratenientes, poco menos que extinguido ahora en defensa de la salud pública.
Los domingos afluía a la pequeña plaza —como encajo— nada en la abrupta topografía el abigarrado conjunto de colonos con típica indumentaria, duros sombreros de copa diminuta y cilíndrica sobre las amplias alas, una trenza de pelo largo hasta media espalda los varones, dos si las mujeres, ponchos multicolores, calzones cortos de "bayeta de la tierra" y rústicas sandalias que sostenían fuertes piernas desnudas, curtidas por las intemperies.
Pocas festividades religiosas interrumpían el transcurrir tranquilo de los habitantes, sacudidos por los efectos si del alcohol que ahuyentaba fugazmente la tragedia secular de la oprimida raza. Señalado acontecimiento significaba la conmemoración del 16 de julio que los pobladores, con la fe ingenua y sincera de los simples, dedicaban a la Virgen del Carmen, Patrona de Coripata, Pasado mediodía, el homenaje a don Pedro Domingo Murillo y a los patriotas solidarios en el suplicio, que consistía en la procesión cívica de una enmarcada oleografía —envío del Ministerio de Instrucción— conducida con recogimiento por el pequeño séquito de autoridades y "vecinos notables", graves caballeros que con ese desfile honraban la heroica hazaña del mestizo glorioso y sus compañeros de infortunio, inmolados en holocausto a la Libertad, ceremonia prolongada hasta que el crepúsculo diluía en lontananza su huella sangrienta. Por la noche, profusa pirotecnia luminosa de fuegos artificiales y "funciones" de teatro por alumnos de las dos escuelas, además de la representación de alguna obrita teatral en lar procenio armado ex profeso al centro de la única plaza pública. De tarde en tarde, la llegada del candidato a Diputado recibido con programa ad hoc por adherentes del Partido Liberal, en las postrimerías de su preponderancia política.

Borrosos los recuerdos evoco la llegada de una comitiva de "banqueros americanos" respecto a los cuales no encontré rastro posterior ni los motivos de su permanencia en Bolivia. Ingresaron a Coripata después de tres días de viaje penoso desde la ciudad de La Paz, jinetes en "mulas de paso", verdadero acontecimiento para aquellos sencillos oriundos, aprisionados por la rutina y el hastío. Presidía el numeroso séquito don José Luis Tejada Sorzano, entonces Ministro de Hacienda en el gobierno de Gutiérrez Guerra" — el último oligarca" — depuesto por la revolución que el año siguiente encabezó Bautista Saavedra, uno de los jefes del Republicanismo presidido por Salamanca. Sumado a la comitiva José María Gamarra, diputado nacional y acaudalado terrateniente.
Para tales infrecuentes acontecimientos solía, Humberto Palza Crespo, único profesor de la población, designar al alumno que por sus aptitudes estuviese en condiciones de dar la bienvenida a huéspedes importantes con palabras de circunstancias obligadas a memorizar para repetirlas, frente al personaje conspicuo. En la época de estos recuerdos la Escuela permanecía silenciada por el período de vacaciones, circunstancia que no impidió a mi padre la ocurrencia de que fuese yo, niño de once años, quien saludara a los ilustres visitantes. En mi preocupación infantil pensé en don Dámaso Carrasco, el joven más ilustrado y representativo de Coripata, que en oportunidad anterior había perjeñado un discursito de bienvenida al candidato a diputado, don Alfredo Ascarrunz, que repetí entonces como un papagayo. Pero él también estaba ausente.
¿A quién recurrir? Y mi situación se complicó por la perentoria conminatoria de mi padre: "Mañana llega el Dr. Tejada y su comitiva —me dijo— debes recibirlos". Y sin mayores explicaciones, al día siguiente tomado de la mano me condujo al lugar del SACRIFICIO.
En los extramuros del pueblo esperamos pocos minutos hasta que llegara la impresionante cabalgata. El momento oportuno me encimó a un promontorio del camino, mientras con un ademán de su brazo detuvo a los jinetes, sorprendidos por esa actitud insólita.
Después de la inicial salutación atiné, en mi nerviosismo, a balbucir algunas frases ingenuas y confusas. Pero los minutos me parecían interminables y sin más recurrí, para acortar mi turbación, a un saludo a la Bandera que había aprendido en la Escuela.
Mientras repetía la oración cívica sin tomar aliento el prócer parecía oírme con benevolencia y simpatía. En cierto momento advertí el ademán de Gamarra a unas palabras del Ministro. Colijo que Tejada la interrogó si podía darme algún dinero, que el potentado desaprobó. En ese momento, con su empaque de gran señor, Tejada Sorzano me obsequió su reloj pulsera —un "Longines" tres estrellas— concluyendo su breve alocución con estas palabras que no he olvidado: "El tiempo es un gran maestro que arregla muchas cosas. Este reloj te recordará el tiempo".
La noticia se propagó por los ámbitos de la tranquila población: "Tejada Sorzano regaló su reloj al hijo de Alcázar”...
Y los comentarios sucedíanse risueños unos, graves otros, como el de don Juan Montenegro, otro vecino notable, acérrimo liberal: "Recuerda, muchacho —me dijo tomándome cariñosamente del brazo— Te obsequió su reloj el que mañana será Presidente de la República ".
El vaticinio del patricio coripateño, se cumpliría diez y seis años después...
Seguí tras la comitiva como si fuese componente de ella, mirando MI reloj cada cinco minutos. Gamarra, el anfitrión, había dispuesto en una de sus haciendas próximas — "Santa Rosa"— el espléndido almuerzo al que me adjunté apoyado en la complaciente simpatía de los viajeros y acaso en mayor grado del prominente don José Luis.
No tenía muchos muebles la habitación: larga mesa central rodeada de numerosas sillas y un grande aparador antiguo. Las paredes, revocadas de estuco, aumentaban con su blancura la claridad de la espaciosa estancia. Transcurría el ágape en animación general, aumentaba la facundia por las libaciones. De pronto, inesperadamente, la voz rotunda de Tejada Sorzano:
— A ver, Muñoz, un verso, un verso...
Prolongado aplauso rubricó la iniciativa.
Transcurridos los años me informé que el aludido era el inspirado poeta colombiano Manuel María Muñoz, de grata recordación en Bolivia. Se levantó de su asiento dirigiéndose sin prisa a una de las paredes laterales donde escribió, al correr de su "Faber" —marca de los únicos lápices de entonces— estos versos:
Con el gran Valgas Blondel
—que es hombre que no desbarra—
a la casa de Gamarra llegamos en marcha cruel.
Y por falta de papel dejamos en este muro
la constancia de que es duro emprender tan largo viaje.
Sólo tan buen hospedaje nos mantendrá, de seguro.
Y debajo, la firma de todos los comensales concurrentes. Quedaron en mi memoria esas rimas que no sé si he reproducido fielmente, porque de entonces han transcurrido más de cincuenta años...
Escribo esta crónica sin auxilio de ningún documento ni referencia, confiado únicamente en mi memoria infantil, ésa en la que se imprimen, indeleblemente como en una placa fotográfica, los episodios y sensaciones de la edad primera. Indagué por todas partes, rastree diarios antiguos, nadie ni nada que aportara un dato, una referencia: todos los contemporáneos de la época liberal habían caído segados por la Hoz Implacable. Y si retuve detalles y el verso de Muñoz escrito al correr de un lápiz en una pared blanca de estuco, debe atribuirse a la memoria anterógrada, patrimonio de la niñez y la candorosa adolescencia, en contraste con la amnesia retrógrada, tributo a la vejez y a la senectud.
Transcurrido el tiempo, Ingrese a la Cámara de Diputados, adolescente aún. No soñaba entonces que con el correr de los años encontraría de nuevo a Tejada Sorzano. Eso era el año 1925, del Centenario dela República, Escalé puestos desde modesto Auxiliar hasta el de Oficial Mayor que equivalía entonces al Subsecretario de las épocas actuales. Durante veinte años alterné con los personajes más representativos de la política y la intelectualidad bolivianas, especialmente con los presidentes de ambas cámaras legislativas, muchos de los cuales —como el gran Tamayo— me distinguieron con su confianza y afecto, autorizándome ello a calificarlos de amigos.
Tejada presidía el Poder Legislativo por su investidura de Vicepresidente de la República y era explicable la admiración de aquel niño a quien obsequiara su reloj, le considerase su amigo, conocidas las cualidades del señorío del ilustre ciudadano que asumió, producida la renuncia del Presidente Salamanca en 1934, la Primera Magistratura Constitucional de la República, el 28 de noviembre de ese años.
Los pormenores de esa renuncia, resultado de la rebelión del Comando Superior del Ejército en Campaña, fueron explayados en diversos libros de los que sobresalen por su importancia, documentación fehaciente y exactitud de los juicios, COMO FUE DERROCADO EL HOMBRE SIMBOLO del historiador oficial del Ejército Coronel Julio Díaz Arguedas, y la monumental obra SALAMANCA por Dn. David Alvéstegui, elogiada por el juicio de eminentes escritores —el Dr. Casto Rojas entre otros— como una de las obras más importantes escritas en Bolivia.
Penoso relato de esa "operación vergüenza" en la cual, para rendir la fortaleza moral del anciano Presidente fué necesario retirar de las líneas de fuego, tropas imprescindibles a la defensa de la Nación en momentos cruciales, grotescas escenas que la Historia ha recogido en sus páginas.
Triunfante la rebelión con el apresamiento del austero gobernante y algunos de sus principales colaboradores se obtuvo, mediante presiones y amenazas la dimisión del primer magistrado que dictó rechazando la que le presentaron los complotados en estos términos: “A la Nación.
Por razones que pesan en mi ánimo hago renuncia y dejación del cargo de presidente constitucional de la República.— Daniel Salamanca ".
Conocida en La Paz la forzada renuncia, el Vicepresidente Teja da Sorzano convocó a reunión urgente del Consejo de Ministros, a la que asistió también el Jefe de Estado Mayor Auxiliar, General Carlos Blanco Galindo, prolongada hasta las primeras horas del día siguiente. En el desarrollo de esas deliberaciones los ministros insistieron en conocer el documento original de la renuncia y ordenar la libertad inmediata del Mandatario prisionero del Comando rebelde en momentos gravísimos para la patria y la existencia misma de Salamanca, pues Blanco Galindo expresó que los momentos urgían porque debía pensarse, en la vida del Presidente "que corría peligro".
Algunos ministros abundaron en consideraciones inherentes a las poco favorables intenciones demostradas por los militares alzados para disponer la libertad del Primer Magistrado prisionero, a lo que respondió en Vicepresidente.
 "Una vez asumida la Presidencia por el que habla, me dirigiría al Comando y no le pediría, sino que le ordenaría la libertad del Presidente.
"¿Y si el Comando se negara obedecer esa orden? interrogó otro de los ministros.
"En ese caso, yo lo pondré en libertad. Viajaría si es necesario al Chaco. De hacer las cosas hay que hacerlas bien hechas", —respondió con énfasis Tejada Sorzano.
La solemne declaración apaciguó a los ministros de Salamanca, los temores venciendo al fin la solidaria resistencia que convinieron en presentar su renuncia.
José Luis Tejada Sorzano asumió la presidencia constitucional, aunque la promesa de libertar a Salamanca quedase sin efecto hasta tiempo después. De la rebelión militar que depuso al tribuno, responsabilizó éste al gobierno liberal: "hechura del comando rebelde". La entereza moral de Salamanca no decayó un momento ni faltó la frase demoledora: "Tienen que hacer su pongueaje —escribió después— hasta el momento que los echen con el pie".
El cáustico vaticinio de Salamanca se cumplió al año y medio de la asunción del nuevo Presidente. Ningún testimonio mejor que el de él mismo, quien relata así su caída.
VERSION DE LOS SUCESOS OCURRIDOS EN MI CASA EN LA MAÑANA DEL 17: DE MAYO DE 1936
 Para dormir en la noche del 16 al 17 de mayo más profundamente de lo que de ordinario duermo, existía e la circunstancia de que la noche anterior me había recogido del Palacio de Gobierno pasadas las dos de la madrugada, y levantándome temprano para observar el desarrollo del paro general decretado en la noche del 15. Dormía pues tranquilamente cuando, más o menos a las 7.30, fuí despertado por el cuidante de mis hijos que me indicaba encontrarse en la puerta de entrada a nuestra la casa don Luis Iturralde Chinel en compañía de algunos militares, que decían buscarme por oden del teniente coronel Busch. Convencido como desde tiempo atrás me encontraba de los manejos revolucionarios, que traté de o contrariar por todos los medios de influencia moral a mi alcance, ya que carecía de fuerza material contra la del Ejército, y seguro como estaba desde el día 14 que la revolución era un hecho por la sugestiva desaparición del Ministro de Fomento, teniente coronel Luis Ichazo, al recibir el referido anuncio entendí que mi gobierno había terminado.
Carta de renuncia del Dr José Luis Sorzano.
"Indiqué se dijera a los comisionados que estaba en cama y que a las nueve podría recibirlos. Los comisiona dos se fueron, pero, pocos minutos antes, se recibió en casa un mensaje telefónico descomedido, diciendo: "que el coronel Busch no podía esperar y que si no se abría la puerta de ingreso a mi casa, sería ella violentada a balazos". Mandé contestar que no fueran necios; que me estaba vistiendo y que luego estaría a disposición de quienes quisieran verme. Naturalmente, nos impusimos ya que nuestra casa estaba vigilada con tropas, y que el ejército es dominaba la ciudad.


"Me vestí y ordené que indicaran al Palacio de Gobierno que esperaba a los comisionados. Mientras ellos venían, redacté de mi puño y letra una pequeña proclama a la nación, y saqué dos copias también autógrafas de ese documento; escribí dos despachos cable gráficos para mi familia, dirigidos a Lima y los Ángeles, anunciándoles que había dejado la presidencia y que estábamos bien. “
La proclama decía:

“A LA NACIÓN:
Fui llamado a la presidencia de la República en momentos extraordinariamente difíciles, y he dedicado al desempeño de esas funciones todo lo que pudo inspirarme el amor que tengo por mi patria, y mi ardiente deseo de verla salir airosa de las dificultades que en todo orden obstaculizan su vida y progreso.
“Quienes me antecedieron en el cargo, tuvieron horas de satisfacción; deseo que también tengan igual fruición los que en el futuro me sucedan. A mí sólo me han tocado las de sacrificio y labor intensa. Las he soportado austeramente. Al ponerles ahora término, rindiéndome a las circunstancias, me cumple agradecer al país que me brindó ocasión reiterada para servirle con abnegación y expresar igualmente mi gratitud hacia quienes me colaboraron en tan noble y austera tarea.
 "Al dejar el mando supremo de la República, sólo deseo que mi espíritu se equivoque al augurar horas muy difíciles para Bolivia. "
La Paz, mayo 17 de 1936.
J.L. Tejada S.

Los comisionados se presentaron en mi casa aproximadamente a las 8.15. Minutos antes vino el jefe de mi casa militar, coronel Federico Diez de Medina, quien me dio una información minuciosa de los acontecimientos.
Cuando la comisión llegó, ordené, que fuera recibida en el salón de casa. Luego me presenté yo, pidiendo a mi esposa, el coronel Diez de Medina y a la señorita Amalia Barrón de Zaballa que estaba con nosotros me acompañaran en la entrevista. Al ingresar al salón vi de pie a un mestizo que luego me dijeron llamarse Francisco Lazcano Soruco, a don Luis Iturralde Chinel y a dos oficiales del Ejército cuya graduación y nombres aún ignoro. Los civiles llevaban unas bandas blancas en el brazo derecho. Al aproximarse, Lazcano Soruco se adelantó con la mano extendida para saludarme. Le expresé que se abstuviera de darme la mano y que me indicara el objeto de su venida. El dijo más o menos textualmente: "Señor, hemos sido encargados para el desempeño de una comisión. El Ejército en unión de las fuerzas de izquierda y respondiendo a un anhelo nacional, ha organizado esta mañana un nuevo orden de cosas y nos ha enviado para notificarlo. El coronel Busch me encarga asegurarle que tendrá Ud. absolutas garantías para su persona, para su familia y sus bienes", Respondí: "La situación no me toma de sorpresa ". Luego, dirigiéndome a Lazcano Soruco le dije: "Diga Ud. al coronel Busch, pero sin tergiversar mis palabras, que no he cesado de elogiar su caballerosidad y su valor militar y que deploro por él que le hayan colocado en esta situación. La notificación que me hacen Uds., importa para mí una liberación, pero estoy seguro que Uds., han asestado un rudo golpe a la patria, Espero, agregué, que tendré garantías, y las reclamo no sólo para mí y los míos, sino para todos los que me a han colaborado, diría que para todo el país, ya que he recibido la cooperación de todos los ciudadanos. Pueden asegurar a los gestores de la situación que nada deben temer de parte mía, pues en cuanto al desarrollo de su política, seré tan neutral como el último japonés llegado al país. Por lo mismo puedo decirles que no necesito guardianes ni custodia de ningún genero". Lazcano entonces agregó, señalando un papel enrollado que tenía en la mano uno de los oficiales; "Además, nos han encomendado que hagamos firmar por Ud, este pliego". Me erguí y le repuse: "Dígale que yo sólo firmo lo que escribo y lo que pienso", y tomando de encima de la mesa la proclama que había redactado para la Nación, expresé: "Lléveles este mensaje que dirijo al país". Seguidamente le entregué los dos cablegramas que tenía para mi familia, diciéndoles: "Estos son dos despachos que quiero enviar a mi familia. Necesito que sean despachados inmediatamente. Llévelos para que los censuren y me los devuelvan", Me contestó: "Serán despachados inmediatamente".
Así terminó la entrevista. Salí de la sala sin despedirme. Los comisionados se marcharon, llevando los documentos que les había entregado y el que ellos me trajeron.
Durante los minutos que duró este cambio de palabras, don Luis Iturralde Chinel, que desempeñaba elevadas funciones en la administración (Secretario del Ministerio de Defensa Nacional), y a quien yo había siempre distinguido y considerado guardó una actitud muda de simple testigo. Parecía confundido por el papel bochornoso que aceptó desempeñar.
Aproximadamente a las nueve de la mañana, me anunciaron que se hallaba en la puerta de mi domicilio una crecida comitiva de militares, encabezada por el coronel Alfredo Santalla Estrella. Ordené que entraran. Los recibí de pie en el hall de mi casa. El coronel Santalla, se dirigió a saludarme. Excusé que me diera la mano y pregunté qué era lo que se le ofrecía. Me dijo casi textualmente: "El coronel Busch que sabe, doctor, que soy su amigo, me ha encargado que venga a verle para insinuarle que en el manifiesto que ha redactado Ud. para la nación, se suprima una frase que el Ejército encuentra depresiva para su dignidad". Agregó: "El coronel Busch me encarga decirle que goza usted de toda clase de garantías, pro que le pida que no mantenga usted esa frase en su manifiesto". Le respondí que me sorprendía su pedido pues había empleado en el manifiesto las frases menos susceptibles de ser malinterpretadas, y le pedí que me indicara cual era la que provocaba la reclamación del Ejército. El coronel Santalla me dijo que el último acápite de mi manifiesto en el que yo auguraba días desgraciados para Bolivia, era un cargo para el Ejército. Y agregó: "le insinuamos muy respetuosamente, doctor, que retire usted esa frase". Me sonreí y le dije: "ya comienzo a advertir las garantías que me ofrece el Ejército y que comienzan por impedirme el derecho de pensar y sentir. La frase que he puesto augurando males para Bolivia, representa mi manera de sentir y va acompañada de otra muy sincera en la cual expreso que bien deseo hallarme equivocado en ese augurio. No tiene pues el Ejército motivo alguno para extrañar esa frase". El coronel San talla volvió a insistir: "Deseamos que retire usted esa frase, pues el coronel Busch no desea apelar a la violencia para ello". Respondí: "Qué más violencia que ésta. Quieren ustedes que piense con su cerebro y sienta con su corazón, pero ninguna violencia estimo que podría impedir que yo piense con el mío".
Un oficial que estaba al lado del coronel Santalla, y que me dicen ser el capitán Guzmán, interrumpió, diciendo: “Doctor Ud. debe pensar todo lo que debe al Ejército".
No lo dejé continuar, diciéndole: "Es preferible que usted se calle sin hacer reminiscencias ni comentarios".
El coronel Santalla, tomando de manos del referido capitán un pliego escrito a máquina, continuó: "Acá, doctor hemos copiado todo su manifiesto y sólo se ha suprimido la frase que el Ejército le solicita suprimir. Usted puede comprobarlo. Nuevamente le insinúo firmar este pliego para evitar violencias".
Entonces saqué de mi bolsillo mi pluma fuente, y tomando el pliego de manos del coronel Santalla, tracé al pie de él unos garabatos indescifrables, devolviéndolo al Coronel Santalla a quien dije: "Llévelos esto ". Todos los militares encabezados por él dejaron mi domicilio.
José Luis Tejada Sorzano nació en La Paz el año 1882 y cultivó su espíritu en Estados Unidos y Europa, Contrastaba la limpieza de su vida y la aristocracia de su espíritu con el ambiente emponzoñado y malévolo. Por la elevación de su conducta y rectitud de sus procedimientos, pudo ser el gran mandatario de una gran democracia. Alto, recio, rostro lampiño y sonrosado, sus ojos claros reflejaban alma limpia de impurezas y mezquindades. Patriota sincero y desprendido, no le sedujeron los halagos del poder. En los últimos meses de su presidencia, al percibir la turbia conspiración de los apetitos, decía —diáfana lección de desprendimiento— a un amigo de la infancia que fue a visitarle, señalándole la percha donde tenía colgados su sombrero, su bastón y sus guante: "¿Vez? Es lo único que tengo de mío aquí. Cualquier día puedo irme a mi casa"
Así sucedió.

Fue en Arica, lejos de su patria, donde se extinguió la vida de este ciudadano ilustre, ejemplo de rectitud y tolerancia, el 4 de octubre de 1938.
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