Por E. Jorge Abastoflor Frey – 18 de enero de 2020.
Es el amanecer del 30 de diciembre de 1900. Puerto Alonso,
centro neurálgico de la defensa boliviana en el Acre está a punto de caer en
manos enemigas. Más de un mes de un bloqueo total, en conjunción con las
fiebres tropicales, han mermado la cantidad de defensores bolivianos hasta
reducirla a medio centenar de empecinados.
Los separatistas hostigan permanentemente la plaza
boliviana, pero se mantienen a prudente distancia después de haber sufrido una
dura derrota a manos de la guarnición boliviana de Puerto Alonso, el 24 de
diciembre pasado, se han abocado a consolidar el bloqueo del núcleo de
resistencia boliviano. Si no pueden tomar por las armas el baluarte boliviano,
dejarán que el hambre y las enfermedades hagan el trabajo.
El Teniente Coronel boliviano Pastor Baldivieso mira
ansiosamente su reloj de bolsillo: son las 04:30 de la madrugada y el silencio
es sobrecogedor. No se percibe ni siquiera el murmullo del río, normalmente
omnipresente. Baldivieso, presa de semejante quietud, no puede evitar el recordar
la conversación que tuvo hace un par de días, el 28 de diciembre, con el Dr.
Andrés Muñoz, Delegado Nacional para el Acre y el Alto Purús designado por la
Junta de Gobierno en la ciudad de La Paz. Muñoz había mandado llamar a
Baldivieso a las 08 de la noche para hacerle una petición de honor…
Baldivieso encontró a Muñoz sentado en su escritorio,
limpiando su arma de reglamento y con dos paquetes cerrados delante de él.
Muñoz le indicó al oficial boliviano una silla delante de su escritorio. No
hubo terminado de sentarse Baldivieso cuando Muñoz comenzó hablar; sus palabras
describían la situación de la guarnición boliviana bajo su mando: Desde el 26
de diciembre, para cada alma dentro de Puerto Alonso “la ración individual era
de tres onzas de harina de yuca, las provisiones no alcanzaban para más (…) El
28 en la tarde, habíamos agotado la última onza de harina de yuca”.
(Baldivieso)
Baldivieso, en aquel momento, estaba consciente de la
precaria situación de la guarnición boliviana; también recordaba que, aquel
día, el Dr. Muñoz la pasó encerrado en su gabinete. Con creciente nerviosismo,
Baldivieso vuelve a mirar su reloj. Ya son las 04:42. Nuevamente Baldivieso
vuelve a caer presa del recuerdo de su conversación con el Delegado Andrés
Muñoz.
Después de hacer aquel breve análisis de situación, Muñoz le
manifestó a Baldivieso aquello que era evidente: “Mañana (29 de diciembre) no
tenemos nada para dar de comer a nuestra tropa, apenas hay en el almacén un
saco de café podrido, hemos cumplido el deber hasta el fin y mañana la
pasaremos como se pueda”. Luego, señalando uno de los paquetes que tenía
delante, Muñoz le dijo a Baldivieso: “Pero, pasado mañana 30 (de diciembre) a
las 05 de la mañana, mandará Ud. este oficio al campamento de Caquetá, en él
pido para Uds. una honrosa capitulación que harto la merecen; nuestra situación
la conoce Ud. tanto como yo y no tiene remedio a menos que la Providencia venga
en nuestro auxilio”. (Baldivieso)
Baldivieso escapa un instante de su recuerdo, para llevarse
la mano a su morral. En el interior, el oficial puede sentir el paquete que se
le encomendó entregar el día de hoy, 30 de diciembre, a las 05 de la mañana.
Debe llevar el Paquete a Caquetá, una población brasileña que se encuentra a
tres o cuatro horas de distancia, a pie, de Puerto Alonso. En dicha población
se había establecido el Comando de las fuerzas separatistas y esa misma
población se había convertido en el cuello de botella del bloqueo que aislaba a
Puerto Alonso de la comunicación con el río Amazonas y el Atlántico Norte. En
Caquetá, las autoridades brasileñas no solamente permitían, sino que apoyaban
desembozadamente la organización bélica de los separatistas y la realización
del bloqueo que estrangulaba a las tropas bolivianas en el Acre, pero que
también atormentaba cruelmente a la población civil de la región del Alto Acre
y Alto Purús.
¡Esos bastardos! Masculla Baldivieso pensando en aquel
enemigo, el verdadero enemigo, que no pelea de frente. Una nueva oteada al
reloj y Baldivieso queda avisado de que ya son las 04:51 de la mañana. Los
nervios se apoderan de Baldivieso, que intenta varias veces introducir el reloj
en su bolsillo, pero sin éxito. Finalmente, el oficial demanda firmeza de sí
mismo y logra su cometido, mientras su mente se retrotrae a los últimos
instantes de la conversación que sostuvo con el Delegado Andrés Muñoz.
Baldivieso rememora la breve pregunta que le hizo a Muñoz: ¿Y Ud.? había
consultado.
La respuesta de Andrés Muñoz, Delegado Nacional para el Acre
y el Alto Purús, fue contundente: “El Delegado del Gobierno de Bolivia no ha de
sobrevivir a la catástrofe”. Baldivieso, instintivamente, dirigió su mirada
hacia el arma de reglamento que Muñoz tenía sobre el escritorio. Al lado del
arma sólo había una bala.
Entonces, Muñoz le alcanzó a Baldivieso el segundo paquete
que tenía en su escritorio y le hizo una última solicitud… un pedido de honor:
“Estos son documentos que llevan mis disposiciones y confío a su lealtad; sé
que ellos han de llegar a poder de mi familia y Ud. se encargará, además, de
conducir nuestros pobres soldados”. (Baldivieso)
Una gruesa lágrima recorrió la mejilla izquierda de Muñoz al
pronunciar estas palabras. Baldivieso, al revivir esos momentos, no puede
evitar derramar también un par de lágrimas y piensa: “Cuando los hombres
lloran, por algo lloran”. (Baldivieso)
¡¿Cómo es posible la derrota?! Demanda el Teniente Coronel
Pastor Baldivieso en voz alta. Sólo el silencio responde. ¡¿Acaso no
sacrificamos lo suficiente?! Se lamenta Baldivieso. El oficial boliviano siente
que no es así como debe acabar la última marcha del Ejército Republicano,
resucitado luego de la terrible Guerra Civil que había desangrado a Bolivia,
sólo para inmolarse nuevamente en el Acre y todo… ¿por nada?
¿De qué sirvió vencer a los elementos? Caminar más de 1.200
Kilómetros, vencer cumbres de 4.000 metros de altura, soportar temperaturas de
hasta 40 grados centígrados, sobrellevar la absoluta falta de alojamiento bajo
techo en el trayecto y sobrellevar las enfermedades. Ahora mismo hay más de 50
camaradas postrados y delirando por las fiebres tropicales, sin esperanza de
curación.
¿De qué sirvió triunfar en la batalla? Pelear con éxito en
la selva más densa y menos explorada del orbe, y vencer consecutivamente en
Cajuero, luego en Riosiño y finalmente aquí mismo, en Puerto Alonso. Vencer sin
haber sido derrotados nunca por el enemigo; preservando el honor de nuestros
Estandartes… Invictos.
Baldivieso se toma el corazón de guerrero. Le duele. Pero
ahora debe escrutar su reloj una vez más: son las 04:58. Ya es el amanecer y en
cualquier momento el Delegado Andrés Muñoz se va a pegar un tiro en la cabeza y
Puerto Alonso habrá caído.
Baldivieso levanta su reloj una vez más, quiere ver la hora;
pero no lo consigue: un disparo rompe el silencio.
El Teniente Coronel Pastor Baldivieso sale apresuradamente
de la barraca con dirección al gabinete del Delegado Andrés Muñoz para
atestiguar la tragedia. De repente, otro disparo. Pero el sonido de este último
disparo claramente viene desde río abajo. Baldivieso se detiene y se pone en
alerta. ¿Un ataque? Piensa Baldivieso, mientras los pocos defensores bolivianos
corren a su alrededor para ocupar sus lugares en las trincheras.
De pronto el río Acre recuperó su voz, primero como un suave
murmullo que rápidamente se convirtió en un fuerte aluvión. Baldivieso corre en
dirección al río y muchos soldados le siguen. Todos quieren saber qué es lo que
está sucediendo. El motivo de semejante batahola fue pronto evidente: una
embarcación se aproxima a todo vapor, es el “Affuá” que avanza por el río.
Al llegar al embarcadero, Baldivieso y todos los demás
exaltados defensores bolivianos pueden ver que en la proa del “Affuá” un
individuo agita los brazos y grita como un enajenado: ¡Viva Bolivia! ¡Viva
Bolivia! ¡Viva Bolivia! (Mercado) En la mano izquierda porta una escopeta, que
no tarda en utilizar. El disparo que realiza le advierte a Baldivieso que esa
fue la misma arma que realizó los otros dos disparos que se escucharon
previamente. Entonces el oficial boliviano se da la vuelta y dirige la mirada
en dirección del gabinete del Delegado Andrés Muñoz. Este último se encuentra
en la puerta y observa, absorto, el espectáculo que se está dando en el
embarcadero. Baldivieso se da cuenta de que Muñoz porta su arma de reglamento,
y siente un tremendo alivio.
Ahora es necesario saber qué es lo que ha pasado. El
individuo que gritaba en la proa del vapor “Affuá” era Luis Donato Moreira,
empleado de la Casa Suarez. Al tocar tierra, Moreira distribuyó entre los
defensores bolivianos víveres y vestuario. (Mercado)
Mientras se realizaban estos trabajos, más embarcaciones
comenzaron a aproximarse por el río Acre hacia Puerto Alonso. El bloqueo se
había terminado. Moreira, en medio de la agitación, explicaba a los emocionados
defensores la circunstancias que dieron lugar a este resultado. Entre el 27 y
28 de diciembre, los pasajeros bolivianos de los 20 vapores que estaban
forzadamente detenidos por el bloqueo impuesto por los separatistas, se
organizaron y llevaron a cabo una cruenta rebelión que acabó con la vida de 11
separatistas e hirió a otros 5; hundiéndoles, además, una embarcación. Los
líderes separatistas, temiendo por su vida, acordaron levantar el bloqueo.
Ciudadanas y ciudadanos bolivianos, en suelo extranjero,
protagonizaron un verdadero combate en pleno río Acre contra los separatistas y
les sometieron violentamente, logrando la milagrosa salvación de Puerto Alonso.
Pero, además, el fracaso del bloqueo terminó de desarticular al Comando
separatista que tenía como base a la población brasileña de Caquetá.
La alegría y el orgullo no cabe en el pecho del Teniente
Coronel Pastor Baldivieso. El oficial boliviano busca su reloj de bolsillo y lo
sostiene en su mano, pero ya no le desespera saber la hora. El tiempo ha dejado
de ser un enemigo más en los espesos bosques del Amazonas.
Ahora el reloj marca la cuenta regresiva para el triunfo
definitivo de las armas bolivianas en el Acre.
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Fotografía de Andrés Muñoz vía geni.com
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