Es la madrugada del 20 de febrero de 1935, el Teniente de
Reserva Félix Méndez Arcos pasa a revisar el estado de cada uno de los hombres
bajo su mando. Ya ha repartido 300 cartuchos por combatiente entre los 24
miembros de la Sección; munición que le fue entregada personalmente por el
Comandante de su Compañía el Teniente Roberto Peñaranda. ¿Era tristeza lo que
había en los ojos de Peñaranda cuando le entregó la munición? No lo podía
precisar.
El día de ayer, 19 de febrero, Méndez Arcos fue convocado
por el propio Bernardino Bilbao Rioja, Comandante de las fuerzas bolivianas que
defienden Villamontes, para recibir una misión especial. Méndez Arcos se
dirigió hacia la oficina de Comando con la seguridad de quien ha salido airoso
de cuanto obstáculo se le puesto en frente.
La foja de servicios del Teniente de Reserva Méndez Arcos
estaba llena de destacadas actuaciones en China Vieja, Pozo Tortuga, Campo
Jurado, San Antonio, Picada Medina, Cañada Strongest y Laguna Nery. Y sus
superiores tenían fresco en su memoria el recuerdo de su milagrosa evasión del
cerco de “El Carmen”, de donde pudo evadirse sin perder a ninguno de los
hombres de su Sección.
Méndez Arcos escucha detenidamente al Coronel Bilbao Rioja,
quien le explica la situación. ¡El enemigo está muy cerca de penetrar en
Villamontes! Su ofensiva del 16 de febrero empujó nuestras defensas muy
profundamente. Bilbao Rioja señala el mapa que se encuentra desplegado en la
mesa. Los últimos tres días, toda la primera línea se encuentra bajo el ataque,
lo que nos impide mover ninguna Unidad para reforzar el “bolsón” donde están
los paraguayos. El movimiento de tropas indica que mañana el enemigo lanzará un
gran ataque. ¡Debemos reforzar la cúspide del bolsón! Enfatiza Bilbao Rioja.
Y la orden llega. ¡Deben ser tú y tus veteranos quienes los
detengan! Méndez Arcos siente escalofríos, mira el mapa y la situación no se ve
nada fácil. Todo lo contrario, es la más peligrosa que le han encomendado desde
que comenzó su servicio en la guerra. Pero tiene plena confianza en sí mismo y
en sus hombres. ¡Es su orden mi Coronel! Responde con decisión.
Está a punto de despuntar el sol. Méndez Arcos recorre las
precarias posiciones que él y sus hombres han habilitado para mejorar su
defensa. Méndez Arcos habla con los soldados, les anima.
¡Ponte a cubierto Manuel! Ordena Méndez Arcos al soldado
Manuel Villa. ¡Quiero devolverte en una pieza a tu esposa y a tus diez hijos!
Ahora le digo como le dije a mi esposa mi Teniente, contesta Villa: ¡Que la
patria disponga de mis hijos, yo me voy a defenderla! (Figueroa, 1982)
Méndez Arcos quisiera haber trabajado mejor en sus
parapetos, pero no hubo tiempo.
Humberto ¿Enviaste el dinero a tu familia? Pregunta el
Teniente al soldado orureño Humberto Navarro, quien le responde: Si mi
teniente, envié todo y pedí que le entreguen 10 o 15 Bs. a mi hermana; además
encargué misa de 7 Bs. mi Teniente. (Figueroa, 1982) El Teniente asiente,
piensa que necesitarán de toda fuerza humana y divina para sobrevivir ese día.
Ahora Méndez Arcos estaba de camino al Puesto adelantado de
Centinela, para verificar la situación del soldado potosino Emiliano Colque,
cuando un disparo rompió el silencio. El Teniente, a la distancia, alcanza a
ver la silueta del soldado boliviano que apunta para disparar por segunda vez,
cuando es acribillado por muchos disparos, que le hacen retorcerse antes de
caer sin vida. Méndez Arcos quiere correr hacia Colque, pero de la vegetación
emerge una marea humana de color azulado que devora la vegetación y se abalanza
furiosamente sobre la posición boliviana.
Méndez Arcos retrocede rápidamente hacia el reducto donde
está su Sección. Sus hombres cubren su repliegue con serena y buena puntería.
¡Ya comenzó muchachos! Grita Méndez Arcos, mientras se acomoda para disparar su
ametralladora pesada. ¡Viva Bolivia! Exclama Méndez Arcos, mientras hala el
gatillo de su poderosa arma, que empieza a vomitar el metal de la muerte.
La respuesta de fuego de la Sección de hierro es
devastadora, la ola de atacantes es fulminada a una distancia de entre 25 y 50
metros delante de la posición boliviana. El golpe “seco” que ha recibido la
ofensiva paraguaya les obliga a retroceder hasta sus posiciones iniciales.
Ralean los disparos y los bolivianos se emocionan por su
victoria. Pero Méndez Arcos sabe que la situación es momentánea. ¡Preparen sus
armas! Les dice el experimentado oficial a sus hombres, porque está seguro de
que los paraguayos no tardarán en volver.
En ese momento, los combatientes de la Sección de Hierro
observan, cual espectadores de primera fila, cómo toda la línea defensiva se
ilumina debido a las explosiones del fuego de artillería paraguaya. ¡Es la
tormenta que antecede a la tormenta! Piensa Méndez Arcos y no alcanza a
elaborar más este pensamiento cuando una nueva ola de atacantes, más
impresionante que la anterior, se lanza contra el reducto boliviano; que es
nuevamente repulsada por la potencia de fuego boliviana, pero apenas a 10
metros de su posición. ¡El Siguiente ataque llegará hasta nosotros! Deduce
Méndez Arcos.
Las fuerzas paraguayas se mueven como un pulpo, presionando
con sus tentáculos las paredes del “bolsón” y retrayéndose ante el inmediato
rechazo. De pronto, el monstruo vuelve su atención hacia la Sección de Hierro y
arremete contra los soldados bolivianos, los envuelve y evoluciona a su alrededor,
como un remolino que lo devora todo. Los soldados bolivianos, poco a poco, se
han acomodado en círculo, dándose la espalda mutuamente y tratando de aferrarse
a su posición.
Méndez Arcos observa cómo van cayendo a su alrededor sus
hombres. Él sabe que ha llegado el momento de alentar una última resistencia.
Entonces da la orden más temida. La antigua orden que no la da un superior a
sus subordinados sino un guerrero a sus hermanos en armas. Méndez Arcos
exclama: ¡Soldados! ¡Sacrificio último hombre! Instantáneamente, una sensación
helada recorre la columna vertebral de los hombres de la Sección de Hierro,
pero desde lo recóndito de su alma brota instintivamente y al unísono la
respuesta: ¡Hasta el último hombre! ¡Viva Bolivia!
Más atrás, el Teniente Peñaranda pudo escuchar los tres
terribles impactos de las fuerzas paraguayas sobre la Sección de Hierro. ¿Qué
será de ellos? Se pregunta. Pero Peñaranda no termina de reflexionar cuando es
testigo del temible espectáculo de la masa azul de combatientes paraguayos
ganando terreno rápidamente hacia su posición. Su compañía y la del Teniente
Aparicio, pertenecientes al Regimiento “Campos”, recibirán el impacto.
La lucha es feroz y muy rápidamente se llega al “cuerpo a
cuerpo”. Esta cuarta embestida forzó el retroceso de las Compañías Peñaranda y
Aparicio, del Regimiento Campos, a 100 metros de su posición inicial, pero
finalmente fue detenida gracias al uso de las últimas reservas.
Al llegar las postreras horas de la tarde, el Comandante
paraguayo, Coronel Félix Estigarribia, ve con impotencia cómo sus tropas
vuelven del frente de batalla, agotadas y maltrechas. Pocos soldados de los que
ha enviado al “bolsón” consiguieron regresar. ¡No se puede hacer más! Piensa
Estigarribia, mientras regresa al interior de su tienda de Comando. Ha sido
derrotado.
Un mes pasó desde el ataque paraguayo, contenido cuando los
defensores “embolsaron” a los atacantes. El Comandante boliviano, Coronel
Bernardino Bilbao Rioja, ordena la retoma del terreno perdido en el “bolsón”;
operación que se llevó a cabo entre el 16 y 17 de marzo de 1935. La progresión
boliviana no encontró una fuerte oposición de parte de los paraguayos, que
habían cambiado nuevamente el centro de gravedad de su ataque, sólo para ser
una vez más derrotados en la Batalla de Ururigua, entre el 09 y el 11 de marzo,
en un nuevo y vano intento de llegar a los pozos petrolíferos de Bolivia.
Al retomar el “bolsón” los bolivianos encontraron a los
soldados de la Sección de Hierro sumidos en el sueño eterno, sosteniendo
todavía sus fusiles en sus posiciones de combate. Las tres ofensivas detenidas
por la Sección de hierro habían dejado su evidencia: a distancias de entre 6 y
8 metros se encontraban 29 tumbas individuales y tres fosas comunes de los
combatientes paraguayos abatidos por los defensores bolivianos. (Querejazu)
La Sección de Hierro había salido de la historia para entrar
en la leyenda.
Exactamente dos meses después del sacrificio de la Sección
de Hierro, el Coronel Bernardino Bilbao Rioja abre un mensaje que acaba de llegar.
Es copia de una orden del Coronel José E. Anze para el Comandante del Escuadrón
“Parada”, que manifiesta: 1. Enemigo batido en todas partes del frente desde
Pilcomayo hasta Cambeiti. 2. Segundo Cuerpo de Ejército (boliviano) pasará
mañana 20 (de abril) a la contraofensiva en el frente Charua – Itaguazurenda
cortando todo camino de retirada al enemigo. 3….
Los dioses de la guerra, ahora escoltan los estandartes de
Bolivia.
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En la más recóndita sala de reuniones de aquella casa
rosada, los dirigentes de la séptima potencia del mundo escuchan atentamente la
exposición de aquel General, que termina de explicar la evolución de la Guerra
del Chaco. Entonces, el personaje que preside la reunión pregunta: ¿Cuántos
hombres tiene Bolivia? El General contesta: 45.000, a fines de marzo y
continúan en aumento. ¡Pero carecen de dinero para alimentarlos! Reflexiona el
estadista. Sin embargo, el General mueve la cabeza de lado a lado, mostrando su
desacuerdo con tal afirmación.
El General vuelve a tomar la palabra: Bolivia no necesita
dinero. Lo que necesita es alimentos, nafta y municiones. Todo esto lo puede
encontrar en el norte de nuestro país, donde no tenemos más que el 10% de las
tropas que tienen los bolivianos. Uno de los nerviosos asistentes quiere
hablar, pero el general se apresura a detenerlo porque necesita decir más: ¡Es
peor aún! Nuestro servicio de inteligencia en Bolivia nos ha informado que el
espionaje boliviano ha penetrado nuestro Estado Mayor General y, ahora, tienen
pruebas de todo el apoyo que le hemos brindado al Paraguay, y de que les
asesoramos durante toda la Guerra con un Estado Mayor Fantasma.
El jerarca asiente con preocupación, demostrando que ha
entendido el mensaje. Entonces gira hacia el rincón más oscuro de la habitación
y le habla a una persona que permanece en la penumbra: ¡Vos tenés que resolver
esto! ¡Vos tenés que parar la guerra a como dé lugar! El misterioso personaje
se toma su tiempo, pero al fin responde: ¡Voy a terminar con esta guerra! Y lo
haré porque, cuando todo esto se sepa, el resentimiento de Bolivia será
eterno…mi sangre altoperuana me lo dice.
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(Al pie, Fragmento del mural de la Academia Boliviana de
Historia Militar, La Paz -Bolivia.
Fotografía, Museo del Colegio Militar de Ejército)
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