Por E. Jorge Abastoflor Frey / 16 de Noviembre de 2018.
Es el día 15 del mes de noviembre de 1841. De la densa bruma
de la mañana emerge una legión de espectros que avanzan por el altiplano de
forma inexorable. Se mueven en una perfecta y cerrada formación de combate.
Visten viejos y raídos uniformes de pretéritas campañas, que han perdido su
primitivo color para cambiarlo por el gris de la desesperación.
Es como si un grupo de almas perdidas de ancestrales
soldados, enfurecidos por la profanación de la tierra que da descanso a sus
restos mortales, hubiesen forjado un pacto inicuo con las fuerzas que controlan
el más allá, para retornar algunas horas al mundo de los vivos, para vestir una
última vez la mortaja de la Patria.
Aquel Ejército fantasma marcha bajo un estandarte hecho
jirones, pero en el que se distingue claramente el color de la sangre.
Lejos de allí, el General Agustín Gamarra, Presidente del
Perú y Comandante en Jefe del ejército peruano de ocupación en Bolivia, tiene
un plan. Él sabe cómo enfrentar a estos bolivianos, ha lidiado con ellos desde
antes de que este territorio fuese llamado Bolivia y en 1828 fue capaz de invadir
Bolivia y provocar la caída del Libertador Antonio José de Sucre y de forzar la
salida del Ejército colombiano de territorio boliviano.
Gamarra explica a unos sorprendidos Generales que integran
su Estado Mayor que antes de invadir Bolivia el 02 de octubre, había ordenado
en secreto que en las provincias peruanas de Chucuito y Huancané se organice un
Batallón de infantería y un Regimiento de caballería, al mando del Coronel
Montoya. Ese contingente ya estaba en territorio boliviano.
Gamarra fue informado de que el Ejército boliviano había
alcanzado el máximo de su potencial y ahora tendía a debilitarse. ¿Más de
3.500? Sus Generales le aseguraban que los bolivianos no llegarían a 4.000
soldados, y él estaba de acuerdo.
Los bolivianos atacarían ahora, antes de que sus fuerzas
comenzaran a menguar. Eso era lo que estaba esperando Gamarra. Atraería a los
bolivianos hasta su posición y cuando se lanzasen contra él, los aferraría con
un abrazo de muerte, para que sus refuerzos, los que ahora mismo estaban marchando
por el Lago Titicaca, cayeran sobre la desprevenida retaguardia boliviana. Él
era el yunque y sus refuerzos eran el martillo. Gamarra se ufanaba. Así fue
como atrapó y destruyó al Batallón Sagrado de la Republiqueta de Larecaja,
comandado por aquel cura de pacotilla, Ildefonso de las Muñecas, cuando todavía
vestía los colores del Rey.
Todo estaba marchando como se había planificado, explicaba
Gamarra. Y sus Generales aplaudían la estrategia. Pronto esta guerra sería
historia y él, Agustín Gamarra, se convertiría en Presidente de un renacido
Virreinato del Perú.
Es el amanecer del día 16 de noviembre. En la localidad de
Huarina descansan todavía las tropas peruanas antes de continuar su camino.
Faltan muy pocos minutos para que el sol tome por asalto el cielo; son esos
momentos en los que la oscuridad es más completa, justo antes del amanecer. En
ese momento, se escucha en Huarina una voz cavernosa y grave, que perfora el
velo de la noche y retumba en toda la población:
¡Nacionales! ¡Frente a la derecha, marcha en batalla, guía
al centro!
El Ejército fantasma ha llegado. No hay nada en sus ojos, ni
emoción ni sentimiento. Nada. Solo marchan en busca de sus víctimas con una
desconocida convicción, con el fusil en ristre y la bayoneta calada.
El ataque fue violento y ha tomado por sorpresa a los
refuerzos peruanos, que invadidos por el miedo no atinan a montar una defensa.
¡No puede ser! ¡No se suponía que el Ejército boliviano esté en esta zona!
¡Nadie les avisó! Todos estos pensamientos se agolpan en la mente de los
soldados peruanos que saben, en esos sus últimos momentos en esta tierra, que
ya no podrán reunirse con su Comandante, con su General Gamarra.
Entonces, sólo el silencio.
Sólo algunas de las tropas peruanas a caballo se han podido evadir
del caldero de fuego y sangre en que se convirtió Huarina. Los sobrevivientes
han alcanzado el estrecho de Tiquina al finalizar la tarde, ya no podrán
encontrar embarcaciones que les permitan abandonar esta pesadilla; deben
esperar hasta la mañana siguiente para poder contratar a los barqueros que les
llevarán hacia la otra orilla, hacia la seguridad del Perú. Toda la noche es
una tortura para los soldados peruanos. Ese gallardo cuerpo de Ejército que se
había preparado con tiempo y meticulosidad, se había convertido en un pequeño
grupo de desesperados sobrevivientes que ya no querían saber nada más de esa
guerra. Pronto. Pronto estarían a salvo.
Un cansado soldado cierra sus ojos por un minuto. Sólo un
pequeño descanso. Un momento bastará. A pesar del miedo por fin se deja vencer
por el sueño.
Es el amanecer del 17 de noviembre. ¡Aaaayyyyy! El
inequívoco grito de un desafortunado que está siendo atravesado por la
bayoneta. Y luego más exclamaciones de dolor, por todas partes. El soldado se
levanta impulsado como un resorte y corre hacia el lago Titicaca. Ya deben
estar los barqueros en el lago. Pagará lo que sea, pero debe alejarse de allí
lo más rápido posible.
¡Una barcaza! ¡Qué buena fortuna! Y el barquero está en
ella. El soldado se acerca al barquero y le dice: lléveme a la otra orilla por
favor, pagaré lo que sea para salir de este infierno. El barquero asiente con
la cabeza y le señala un lugar en su barcaza. ¿Cuál es el precio?, pregunta el
soldado, mientras el barquero aleja con su vara a la embarcación del pequeño
muelle. Una moneda de plata, contesta el barquero. El soldado saca una moneda
de su bolsillo y se la entrega al barquero. El soldado se vuelve a sentar,
mientras observa cómo la costa se va alejando y con ella las penas de la guerra.
El soldado se siente con suerte, ha escapado y solamente parece tener un agudo
ardor en el estómago ¡Qué raro! No importa, piensa el soldado, ya se dirige a
tierras amigas.
Esas tierras que están… más allá.
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El sol se oculta detrás del horizonte. El General José
Ballivian recibe un mensajero que trae un mensaje rotulado cómo urgente.
Ballivián desdobla el papel y lee con creciente perplejidad. Al terminar dirige
una mirada inquisitiva al mensajero y le pregunta: ¿Qué significa esto? El
mensajero duda un momento pero al final contesta: No lo sé mi General... Pero
todo es verdad.
El papel lleva escrito el más extraño informe que Ballivián
haya visto en su carrera militar:
... Ayer, 16 de noviembre, una fuerza militar bajo bandera
de Bolivia derrotó un contingente peruano de un millar de efectivos, entre
infantería y caballería, en el poblado de Huarina. La misma fuerza boliviana
persiguió a los restos del contingente peruano y lo venció nuevamente en el
Puerto de Tiquina. (José M. Aponte)
Informe de la fuerza boliviana:
* Comandante en Jefe: desconocido
* Estado Mayor: desconocido
* Cuartel General: desconocido
* Efectivo: desconocido
* Composición: desconocida
* Campamento actual: desconocido
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Nota: En la Batalla de Huarina y el Combate de Tiquina,
acaecidos el 16 y 17 de noviembre de 1841, previos a la Gran Batalla de Ingavi,
participaron las Guardias Nacionales de las provincias de Omasuyos y Larecaja,
bajo el mando del Gobernador de la Provincia de Omasuyos, Antonio Acosta,
secundado por el Sr. Aranda)
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Imagen al pie, obra de la artista cochabambina Fanny Estrada
Veizaga-#FannyEV,
realizada especialmente para el presente artículo.
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