Fuente: CONTRIBUCION HISTORICA A LOS BICENTENARIOS DE
BOLIVIA Charcas y Murillo - Tomo I, del escritor Enrique Rocha Monroy.
Pedro Domingo Murillo nació en Suri, de Los Yungas de La
Paz, el 29 de junio de 1757. Sin embargo, aún se ignora, de un modo exacto, la
fecha de su nacimiento; mas es de conocimiento que él, de acuerdo a
investigaciones del polígrafo don Arturo Costa de la Torre, en su partida de
bautizo figura como expósito, bautizado extra fontem - fuera de la pila
bautismal-, y, después, el 13 de octubre de 1758, se le impone la confirmación
con óleo y crisma. Presuntamente abandonado a las puertas de la casa de Ninfa
Salazar Carrillo, madre del presbítero Juan Ciriaco Murillo Mena Caballero
Salazar, su posible padre biológico, siendo la madre, probablemente, una chola
mestiza -quien finó después de dar a luz a la criatura- dadas las
características físicas de Murillo, descritas por Alcides Arguedas: “de regular
estatura, muy moreno, cabello negrísimo y áspero, ojos oscuros, boca de tamaño
regular y más bien deforme de labios gruesos y sensuales, bigote poco poblado y
corto, anchas orejas y actitud resuelta y desembozada”.
Pedro Domingo, al parecer, no asiste a una escuela para
seguir la primaria, siendo educado por Juan Ciriaco Murillo; y no se descarta
que el presbítero lo haya inscrito en el colegio seminario de La Paz para
continuar sus estudios de secundaria. Posteriormente, viajó a la Universidad de
Cuzco, donde realizó sus estudios con resultados satisfactorios, pues poseía un
talento muy claro. Pero, sin que se sepa por qué razones, no llegó a
doctorarse. Con el propósito de reunir rápidamente fondos para el objetivo que
ya acariciaba en su mente, se dedicó a la minería, trabajando en Chiani y
Chuquiaguillo. Después, se retiró a Yungas, donde contrajo matrimonio con doña
Manuela Josefa de la Concha Olmedo. Al separarse de ella, se relaciona, en
concubinato, con varias mujeres, hasta que llega a tener una unión
extramatrimonial más estable con Manuela Durán, con quien tiene nueve hijos.
Durante la sublevación indígena de 1781, don Pedro Domingo,
que se encontraba en Irupana, se alistó con el grado de teniente de la primera
compañía de fusileros. Como las familias residentes en Yungas estaban próximas
a sucumbir de miseria, por efecto de las sublevaciones indígenas que cortaron
toda comunicación, Murillo se hizo cargo de la difícil misión de conducir a
todas las familias -europeas y criollashasta Cochabamba, acreditando en ella un
valor extraordinario, que le permitió no solamente batir a los enemigos, sino
perseguirlos en aquellos tortuosos y difíciles caminos.
Regresó de Cochabamba en función de ayudante mayor de José
Reseguín, solicitando su retiro apenas se logró la pacificación; y, aún así, en
estado de retiro, acompañó a Segurola en la expedición a Yungas, donde demostró
nuevamente su pericia de conductor militar y afianzó su prestigio de valiente.
Radicado en la ciudad, gozó del renombre de sobresaliente jurista, muy
consultado por los litigantes que le daban el título de “Doctor”, aunque el
suyo era sólo de abogado, y ello se sabe por propia declaración del terrible
fiscal de la acusación contra los revolucionarios de Julio, Basagoitia, que se
refiere a las “falsedades que cometió para titularse de Abogado en Chuquisaca”.
Ingresó a las logias que prepararan una revolución contra el
reino de España; intentada en 1805. Murillo, efectivamente, estuvo en
Chuquisaca el año 1806 -tal vez con motivo de los sucesos revolucionarios del
año anterior quizás por atender personalmente algún pleito ante la Real
Audiencia de Charcas- y ahí frecuentó la sala de practicantes juristas de la
Academia Carolina, donde se obtenía el título de Abogado. Que haya dado examen
de grado o no; que haya hecho uso de malas artes, como perversamente la imputa
Basagoitia, o no, es una cosa que quedaría por investigar; pero lo real, la
evidencia, es que Murillo recibió su título de Abogado y que, con él, volvió a
La Paz. Su nombre figura en los registros de la Universidad de San Francisco
Xavier de Chuquisaca, entre los egresados del año 1806.
Hacia el año 1798, se fundó en esta ciudad una logia, de la
que Murillo era uno de sus principales miembros, con el objeto de propagar el
espíritu de insurrección contra el dominio español. Cuando desaparecieron de la
escena, en forma misteriosa, Juan Herrera y otros personajes, no se arredró y,
con mayores bríos, continuó la labor revolucionaria, colaborado por Loayza,
Landavere y Esquivel; ellos eran los que, con habilidad e ingenio admirables y
con gran coraje, redactaban los pasquines que, al amanecer de cada día,
aparecían en las calles de la ciudad: algo equivalente a diarios, que
anunciaban la revolución y que tenían la virtud de hacer perder la paciencia y
la cabeza a las autoridades, que jamás pudieron saber de dónde procedían.
Generalmente, tales pasquines tenían, como preámbulo, un formidable “muera el
rey de España”, áspero y viril lenguaje con que se retaba al poder omnipotente
de eso que, por entonces, era la gran potencia mundial.
Gobernaba la ciudad, en 1805, don Antonio Burgunyo y Juan,
hombre de ademanes bruscos, con muy limitados conocimientos para el mando y sin
tacto alguno para dominar la situación. Alarmado por el “cinismo” del pueblo,
mandó apresar a los sospechosos, entre los que se encontraban Don Pedro Domingo
Murillo, Carlos Tórrez (apodado “Siete Jetas”), Tomás Palma (el kholo Tomasito)
y otros. En el proceso que se abrió, Murillo declara, complicando en su delito
al mismo gobernador Burgunyo; a don Juan de la Cruz Monje, que le recibía la
declaración; y a Juan Pedro Indaburo, que lo custodiaba, “delatándolos”, a
decir del doctor Manuel Carrasco. Así, Murillo niega rotundamente las
imputaciones que le hace el asesor Juan de la Cruz Monje Ortega “con argumentos
hábilmente meditados”. Monje le pregunta la causa por la cual se ocultó, y
Murillo responde que por evitar se lo desaire trayéndolo como a delincuente por
la media plaza y que se presentó voluntariamente para evitar que se lo
calumnie, “nunca he tenido amistad con los demás sindicados”. Preguntado ¿cómo se explican sus ausencias de su casa
todas las noches?, responde: “Esa debe ser cosa de los duendes, pues yo no
salgo de mi casa en las noches”. A la pregunta respecto a las veces que ha
estado preso, responde: “Dos veces: la primera acusado de adulterio, por queja
de un hombre casado, y ésta, que es la segunda”. El asesor Monje Ortega no
encuentra motivos suficientes para acusar a Murillo, que se ha salvado merced a
su habilidad y a la intercesión de sus amigos, mas no por hacer delaciones
indignas.
Se salvó para -tres años después, con mayor entusiasmo y
decisiónvolver a la faena. A los crímenes ocultos y ejecuciones misteriosas
realizadas por los conjurados, las autoridades respondieron con medios
radicales de exterminio. El médico Granados fue sindicado por el pueblo como
autor del envenenamiento de muchos patriotas, tales como el doctor José
Herrera, don Rafael García, Faustino Cabezas, el doctor Avellaneda, el capitán
Picón y otros, que cayeron en manos de Granados (el doctor Petiot de aquellos
tiempos). En tales circunstancias, falleció el gobernador Burgunyo y Juan,
sucediéndole don Tadeo Dávila.
En la primavera de 1808, llegó la noticia de la prisión de
Fernando VII en Bayona, la que fue recibida como feliz augurio de éxito para
quienes proyectaban la revolución. Con objeto de disipar en cierta forma los
efectos de tal noticia, las autoridades recurrieron a la ceremonia de la jura
de fidelidad a dicho monarca, que se la hizo con cierta pompa desprovista de
entusiasmo.
Por fin, los patriotas determinaron dar el golpe resuelto y
definitivo al yugo español, señalando, al efecto, el 30 de marzo (jueves
santo). La subversión debía ser encabezada por don Clemente Diez de Medina.
El predicho día, el pueblo, aprovechando que las autoridades
estaban haciendo la visita de estaciones en los templos de la ciudad, se reunió
en Churupampa y empezó la gritería libertaria; mas la presencia inmediata de
las autoridades y tropa, en el foco de la rebelión, produjo el desbande de los
conjurados. Fue, aquél, un golpe mal organizado y sin concierto alguno, que
sólo dio lugar al arresto y destierro de los patriotas Tomás Orrantia y su
mujer, Francisco Hinojosa, Mariano Medina, Ramón Ribert, el doctor Andrade y
algunos más.
Se acordó, entonces, aplazar el movimiento hasta el 16 de
julio.
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