Por: Wilson García Mérida / Publicado en el periódico: Sol de Pando, el 14 de
septiembre de 2015.
Esteban Arze impuso una autoridad rigurosamente celosa de la
conducta ética en sus propias filas. Al general Arze le interesaba muy poco la
corrupción de sus enemigos, ya vencidos. Le preocupaba la de sus mismos
entornos. Ordenó que ningún soldado de su ejército, ningún funcionario bajo su
administración libertaria, osase robar un solo alfiler de los realistas
derrotados; aún tratándose de los más odiosos sojuzgadores. Tampoco era
permitido cometer abusos ni violar a las mujeres e hijas del enemigo. Los
infractores identificados eran fusilados en el acto, ante la algarabía del
pueblo revolucionario…
La revuelta del 14 de septiembre no fue necesariamente un
hecho independentista sino —como un eco de los levantamientos de Chuquisaca y
La Paz en 1909— una adhesión a Junta Tuitiva de Buenos Aires, cuyo Ejército
Auxiliar comandado por Manuel Belgrano, como es sabido, intentó derrocar al
Virreinato de Lima después de arremeter contra el Virreinato de La Plata al que
pertenecía el antiguo Collasuyo.
En el año de 1810, Josep Gonzales de Prada fue nombrado
gobernador de Cochabamba tras fallecer Francisco de Viedma. Prada asumió el
cargo persiguiendo a los sospechosos cochabambinos que habían tomado parte en
los sucesos revolucionarios del 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca, entre ellos a
Francisco Vidal y Manuel Urquidi. También decidió mandar a Oruro a sus entonces
correligionarios realistas Francisco del Rivero, Esteban Arze y Melchor Guzmán,
“el Quitón”, con la misión de reprimir el levantamiento del indígena Titicocha
en Toledo, que se había sublevado a orillas del lago Poopó. Sin embargo, los
cochabambinos, ya en Oruro, evitaron el combate con los indígenas sublevados.
Estando acuartelados en Oruro esos tres comandantes
realistas sospechosos de simpatizar con la Junta de Buenos Aires, las
autoridades virreinales habían decidido desterrarlos a Tupiza (Potosí), para lo
cual se esperaba al coronel español Basagoitia, quien, procedente del Cuzco,
debía llegar pronto capitaneando las fuerzas enviadas por el virrey Abascal que
marchaban al sur para auxiliar al gobernador virreinal de Potosí Vicente Nieto,
acosado por las tropas del argentino Castelli. Si los cochabambinos hubieran
sido trasladados a Tupiza como planeó Gonzales de Prada, imposibilitados de volver
a Cochabamba, jamás se habrían producido los hechos revolucionarios de
septiembre, octubre y noviembre de 1810.
“Apercibido Rivero de esas maquinaciones, merced a doña
Lucia Ascui, avisó a sus compañeros y, durante la noche, escalaron las paredes
del edificio en el que se encontraban, salieron de Oruro con dirección a
Cochabamba. A mediados del mes de agosto los fugitivos de Oruro llegaron a
Tarata. Desde allí les fue posible ponerse en relación con muchos
cochabambinos, para trabajar a favor de la independencia. Carrasco, Oropeza,
Montesinos, Oquendo, Arauco y Ferrufino, hubieron de ser los primeros en acoger
esas tan generosas aspiraciones”, escribió Eufronio Viscarra.
¿Qué pasó aquel 14 de septiembre de 1810?
En su memorable “Diario histórico de los sucesos ocurridos
en Sicasica y Ayopaya”, el “Tambor” José Santos Vargas testimonió que los 200
soldados realistas de caballería enviados desde Cochabamba por el gobernador
Gonzales de Prada “al mando de un don Francisco del Rivero”, llegaron a Oruro
“a principios del mes de agosto o por fines del mes de julio. Estarían como un
mes y más… De repente desaparecieron de los cuarteles una noche, tal que no
quedó uno. De retorno don Francisco Rivero a Cochabamba, se habían sublevado el
día 14 de septiembre de dicho año 1810”.
En efecto —según se confirma en la crónica de Eufronio
Viscarra— la mañana del 14 de septiembre de 1810, el coronel Francisco del
Rivero junto al alférez Melchor Guzmán, a los tenientes Esteban Arze y
Bartolomé Guzmán, “aparecieron en Cochabamba a la cabeza de una fuerza de mil
hombres y auxiliados por todos los patriotas de la ciudad que, dirigidos por
Oquendo, Montecinos, Oropeza y Arauco volaron a su encuentro. Se presentaron a
caballo en la puerta del cuartel, apoderándose fácilmente de la tropa y de las
armas, merced a la feliz circunstancia de que el regimiento estaba decidido de
antemano por la nueva causa y no se derramó ni una gota de sangre”.
Al tomar el cuartel haciendo huir al gobernador Gonzales de
Prada, Francisco del Rivero se dirigió a la tropa y con enérgica dulzura dijo a
los sorprendidos soldados que se juntaron en el patio: “Hijos míos, os quieren
mandar a combatir contra la Patria. No saldréis de aquí sino conmigo y para
defenderla con lustras armas. ¡Viva la Patria!” Y el local invadido de soldados
y pueblo todos contestaron “¡Viva la Patria!”.
El 19 de septiembre de 1810, Francisco del Rivero fue
nombrado Gobernador mediante cabildo abierto y aclamación pública. Pero el
verdadero combate armado de su revolución se produciría militarmente dos meses
después, en los campos de Aroma.
La presencia inglesa en los ejércitos de Buenos Aires
ecordemos que las revueltas contra el coloniaje español
tuvieron el estímulo del ataque inglés a España, entre 1806 y 1809, cuando el
duque de Wellington declaró la guerra a los Borbón que habían abdicado en favor
de Bonaparte a cambio de una cortesana francesa que le fue entregada a Fernando
VII.
Los ingleses aprovecharon el descabezamiento de la Corona
española decididos a quedarse con sus colonias en Sudamérica. Apoyaron con
armas y dinero la formación de un ejército independentista en Buenos Aires para
apoderarse del Virreinato de La Plata y luego avanzar hacia el Virreinato de
Lima siguiendo la ruta Chuquisaca, Potosí, Oruro, Cochabamba y La Paz, hasta
donde llegaron las tropas anglo-argentinas entre 1810 y 1813 enarbolando su
bandera celeste que terminó siendo también el emblema cochabambino (las tropas
originarias del valle, asegura Edmundo Arze, hacían flamear una bandera de
guerra colorada).
Respecto a la influencia británica en los sofisticados
ejércitos libertadores que surgieron simultáneamente en Argentina y Colombia
durante las primeras décadas del siglo XIX, Joaquín Aguirre Lavayén reveló un
dato extraordinario cuando escribió sobre esos aprestos del Protectorado
Inglés: “El promotor de esa invasión inglesa (a Buenos Aires) fue un criollo
nacido en Cochabamba, provincia de Charcas, llamado Aniceto Padilla que el año
1806 hizo escapar de la prisión, en el pueblo de Luján, al general William Carr
Beresford, jefe de las entonces tropas invasoras inglesas”.
Según la historia oficial argentina, Aniceto Padilla,
acompañado por un pariente del carcelero, usó una falsa orden del virrey
Santiago de Liniers para trasladar a los ingleses prisioneros Beresford y Denis
Pack de la cárcel de Luján a Buenos Aires. “Los prisioneros y sus conductores
fueron trasladados al Tigre, y de allí a Maldonado, que estaba en manos
inglesas. De allí pasaron a Montevideo, después de la captura de la ciudad por
los ingleses, donde Padilla y el porteño Francisco Cabello y Mesa redactaron el
periódico bilingüe The Southern Star, con el que los británicos esperaban
congraciarse con los ilustrados criollos”, escribió Carlos Roberts en su libro
“Las invasiones inglesas”.
Desde Montevideo, Aniceto Padilla pasó a Río de Janeiro,
donde se unió a los carlotistas, que esperaban coronar a la princesa Carlota
Joaquina de Borbón (consorte del rey de Portugal, apoyada por los ingleses y
adversaria de su hermano bonapartista Fernando VII) como reina del Río de la
Plata, ya habiendo sido reina del Brasil. Padilla fue enviado a Londres en 1808
para a colaborar en una hipotética tercera invasión. Regresó a Buenos Aires en
1810, muy poco después de la Revolución de Mayo. “Por consejo de Nicolás
Rodríguez Peña, la Primera Junta lo envió a entrevistarse con Lord Strangford
en Río de Janeiro y a comprar armas a los Estados Unidos. No tuvo éxito en
ninguna de sus dos misiones”. (Tras el triunfo de la Independencia, el osado revolucionario
cochabambino colaboró con el mariscal Andrés de Santa Cruz para formar la
Confederación Perú-Boliviana. Fue funcionario de ésta y editó un periódico en
Cochabamba. Murió en esta ciudad hacia el año de 1840).
Así pues, la rebelión del 14 de septiembre de 1810 fue
alentada por un Ejército Auxiliar Argentino profundamente influido por el
poderío inglés, intentando transformar las republiquetas guerrilleras indígenas
en una guerra convencional. El matiz con el ejército libertador colombiano
liderado por Bolívar y Sucre que profesaban el parlamentarismo republicano
británico, fue que el ejército argentino del libertador San Martín intentaba
mantener un régimen monárquico bajo el Protectorado Inglés.
Retorno a Oruro en octubre de 1810
Después del golpe del 14 de septiembre del 1810, las tropas
libertadoras de Cochabamba, que desconfiaban de los argentinos, tuvieron que
retornar pronto a Oruro para salvaguardar unos tesoros virreinales que
Goyeneche, desde el Cuzco, había mandado a confiscar desplazando a sus tropas
por la ruta del Desaguadero.
El guerrillero José Santos Vargas, quien entonces contaba
con 14 años de edad, fue testigo de aquella “invasión de cochabambinos a
Oruro”, en octubre de 1810, lo cual además obedecía a un clamor de los orureños
para bloquear el avance que emprendía Goyeneche en pos de aniquilar a las
tropas argentinas de Castelli que se expandían sobre el territorio de la
Audiencia de Charcas con el objetivo de llegar a Lima misma. De hecho, Castelli
y sus tropas de Buenos Aires —que eran parte del Ejército del Norte creado por
Manuel Belgrano con el referido financiamiento inglés—, habían ingresado a
Oruro en abril de 1810 y permanecían allí cometiendo abusos que indignaron los
cochabambinos, por lo cual la consigna de Esteban Arze era “no depender de
España, ni de Lima, ni de Buenos Aires”.
“Ya se oía decir que el señor presidente de la real
audiencia del distrito del Cusco, un don José Manuel de Goyeneche, mandaba a
algunas compañías a Oruro a castigarlos porque atajaron las arcas reales”
—relata el “Tambor” Vargas—. “Informados en Oruro pidieron auxilio de
Cochabamba a don Francisco Rivero. El número de tropas que Goyeneche mandaba a
Oruro era de 700 hombres bajo las órdenes del comandante general, un tal
Piérola”.
Siguiendo el relato de Vargas, “Don Francisco Rivero de
Cochabamba mandó 2.000 hombres entre los que fueron 200 de infantería armada,
dos piezas de artillería, 500 de caballería y los restantes de cívicos (que
decían urbanos) al mando del señor coronel y comandante general don Melchor
Guzmán, alias el Quitón”.
Eufronio Viscarra informa sin embargo que el ejército
expedicionario que también era comandado por Esteban Arze constaba de mil
hombres divididos en 10 compañías; y que “se creó también una tropa auxiliativa
de 174 indios, encargada de conducir víveres y pertrechos de guerra y
hostilizar al enemigo en caso necesario”.
“El partido que más contribuyó a la formación del ejército
fue Tapacarí” —dice Viscarra—. “En la tropa creada en Punata con el nombre de
‘Patricios de Caballería’, llama la atención la circunstancia de que jefes y
soldados se alistaron en sus caballos propios, y sin exigir el precio de estos
últimos”.
Respecto al armamento, según el biógrafo de Arze, “apenas
una tercera parte del ejército contaba con malos fusiles, morteros y arcabuces.
Las dos terceras partes restantes estaban armadas solamente de chuzos,
garrotes, macanas, cachiporras, barras de hierro y lazos”.
La ética memorable de Esteban Arze
Mientras permaneció en Oruro desde el 20 de octubre para
custodiar los caudales reales mientras Goyeneche avanzaba por el Desaguadero,
Esteban Arze impuso en esa ciudad una autoridad rigurosamente celosa de la
conducta ética en sus propias filas. Al general Arze le interesaba muy poco la
corrupción de sus enemigos, ya vencidos. Le preocupaba la de los suyos mismos,
sabiendo que nadie es “impunemente” inmaculado en estas viñas del señor, más
aún detentando un poder nacido de las armas.
Esteban Arze dio una orden expresa para que ningún soldado
de su ejército, ningún funcionario bajo su administración libertaria, osase
robar un solo alfiler de los realistas derrotados; aún tratándose de los más
odiosos sojuzgadores. Tampoco era permitido cometer abusos ni violar a las
mujeres e hijas del enemigo. Arze creó un sistema de vigilancia que podría considerarse
el primer órgano de inteligencia ética en la historia de la Independencia, y
los infractores identificados eran fusilados en el acto, ante la algarabía del
pueblo revolucionario.
Pocos días antes de la partida de los cochabambinos hacia La
Paz, el 9 de noviembre, en pos de las expediciones enemigas enviadas por
Goyeneche, el Ilustre Cabildo de la Real Villa de San Felipe de Austria de
Oruro, certificó que Esteban Arze —según Eufornio Viscarra— “logró conquistarse
las voluntades todas con el desinterés, talento, sagacidad política y demás
virtudes que realzan y caracterizan su persona, consiguiendo por medio de ellas
el fin laudable de que su gente no cometiese exceso, extorsiones ni incomodidad
alguna en la citada población”.
El fugaz gobierno interventor de Esteban Arze en Oruro,
previo a Aroma, fue un modelo de autocontrol administrativo inédito y singular
en la historia política de ésta que terminó siendo la República de Bolivia 15
años después. En los siguientes dos siglos, nunca más hubo ejemplo tal hasta
nuestros días de esplendorosa corrupción y esmerado mal gobierno.
Aroma: de la Guerra a la Fiesta
La Batalla de Aroma, efecto inmediato de la revuelta urbana
del 14 de septiembre de 1810, exactamente dos meses después. Nótese en este
óleo conservado en la Pinacoteca Militar que la bandera de guerra que hacen
flamear los combatientes cochabambinos al mando de Estéban Arze, no es el
emblema celeste del Ejército Auxiliar que mandó al Alto Perú la Junta de Buenos
Aires. El choque se produjo en las riberas del río Aroma, a pocos kilómetros de
Sica Sica, sobre un terreno donde, según Eufronio Viscarra, “numerosos conejos
semejantes a la liebre (viscachas) establecen en el suelo sus madrigueras en
forma de largas y profundas encrucijadas, que se hunden bajo las plantas,
produciendo agujeros donde caen fácilmente hombres y bestias. Los españoles, no
acostumbrados a pisar un suelo tan accidentado, daban tumbos a menudo,
deteniéndose por tal motivo y facilitando el avance de los cochabambinos que
evitaban los peligros con su natural agilidad y por el conocimiento que tenían
del lugar”.
“Ante vuestras macanas el enemigo tiembla” es la arenga más
poética que Cochabamba ofrendó a la memoria revolucionaria de los pueblos del
mundo. La profirió Esteban Arze, el general de ese ejército de cochabambinos
desarmados e indisciplinados que infringieron una derrota estratégica a los
colonialistas españoles en el altiplano aymara de Haru Uma (Aroma, en
castellano), el 14 de noviembre de 1810, exactamente dos meses después de la
gran revuelta valluna del 14 de septiembre en ese mismo año.
Aquello de las macanas fue real y fantástico. La batalla se
produjo cuando el “ejército cochabambino” comandado por Esteban Arze y Melchor
Guzmán Quitón se dirigía de Oruro a La Paz para impedir el avance de las tropas
realistas desde el Cuzco hacia el sur altoperuano, protegiendo así los
territorios liberados por el ejército auxiliar argentino.
El choque se produjo en las riberas del río Aroma, a pocos
kilómetros de Sica Sica, sobre un terreno donde, según una descripción de
Eufronio Viscarra poco conocida, “numerosos conejos semejantes a la liebre
(viscachas, nr) establecen en el suelo sus madrigueras en forma de largas y
profundas encrucijadas, que se hunden bajo las plantas, produciendo agujeros
donde caen fácilmente hombres y bestias. Los españoles, no acostumbrados a
pisar un suelo tan accidentado, daban tumbos a menudo, deteniéndose por tal
motivo y facilitando el avance de los cochabambinos que evitaban los peligros
con su natural agilidad y por el conocimiento que tenían del lugar”.
Según el relato de Viscarra, “instintivamente y sin previo
acuerdo, los patriotas adoptaron una táctica harto singular: aprovechando de
las concavidades naturales del terreno, de los pequeños barrancos formados por
el río de Aroma en su curso caprichoso y de las tolas (arbustos que en esos
parajes alcanzan proporciones considerables), se alebraban en el suelo mientras
los enemigos hacían sus disparos, y cuando cesaba el fuego se adelantaban
rápidamente para acortar la distancia que había entre los contendientes. A las
nuevas descargas del enemigo volvían a agazaparse sin retroceder un solo paso y
avanzando siempre, hasta que llegó el momento de lanzarse sobre los realistas”.
Entonces las macanas entraron en acción en un cuerpo a
cuerpo indescriptible. “Arrostrando serenos los fuegos de la fusilería,
descargaban terribles golpes de macana sobre los realistas y les arrebataban
las armas para seguir combatiendo con ellas. Los chuzos y los palos que
empuñaban vigorosamente, caían sobre los adversarios haciendo saltar en mil
pedazos sus cascos y corazas y convirtiendo en esquirlas sus cráneos”.
En los mil encuentros que se sucedían rápidamente,
prevalecía, casi siempre, la fuerza muscular de los cochabambinos, que,
acostumbrados como estaban a las rudas faenas del campo, manejaban sus garrotes
con admirable desenvoltura y pujanza. “Encontróse en algunos sitios, después
del combate, a más de un patriota muerto por la bayoneta de un soldado
realista; pero cubriendo con su cuerpo el del enemigo muerto también, lo que
manifiesta que el independiente, al sentir el frío de la espada en las
entrañas, se daba modos para aplastar con su macana la cabeza del adversario,
pereciendo ambos en consecuencia. Desconcertado el enemigo ante la pujanza
descomunal de los cochabambinos, cejó de sus posiciones y bien pronto se
entregó a la fuga para buscar en ella su salvación”. Y así fue que el enemigo
tembló.
La Batalla de la Felicidad
Cuando este ejército libertario obtuvo la victoria de Aroma,
parecía que la utopía estaba a la vuelta de la esquina, que la felicidad por
fin reinaría en estas colonias de tristeza y humillación. Los festejos en
Cochabamba duraron oficialmente tres días después del Te Deum de rigor
celebrado el 22 de noviembre de 1810.
“Por cuanto la victoria de nuestras armas contra los
enemigos de la felicidad común que decretaron la resistencia a los designios de
nuestra capital Buenos Aires, obtenida por los campeones de ella en Suipacha y
por nuestros esforzados y leales cochabambinos, exige que tributando al Dios de
las batallas las más fervorosas gracias por la misericordia con que nos ha
protegido, se hagan también demostraciones de nuestro júbilo y complacencia”,
reza un bando emitido por el Gobernador de Cochabamba, Francisco del Rivero, el
21 de noviembre de 1810.
Francisco del Rivero había ordenado que “en las noches de
este día y las dos siguientes se iluminen los balcones, ventanas, puertas de
calle y tiendas, y que en las de mañana y siguientes se procure la diversión
pública en celebración de aquellas acciones decisivas de nuestra feliz suerte”.
La crónica de aquel festejo en la narración de Eufronio
Viscarra, es efusiva: “Los caminos que conducen a Tarata, Quillacollo y Sacaba
estaban atestados de muchedumbres que acudían a la capital para tomar parte en
las solemnidades que se verificaban en honor de los vencedores de Aroma, y de
jinetes que, en grupos compactos, iban y venían desalados, conduciendo armas y
caballos para las nuevas expediciones que se estaban organizando rápidamente,
en los momentos mismos en que el delirio de la victoria parecía embargar todos
los ánimos”.
Los relatos de la época testimonian que los repiques no
cesaron durante 72 horas, y que la campana más grande que existía en la ciudad,
la del convento de San Francisco, “tañó de tal suerte que hubo de rajarse,
quedando inhábil desde entonces”.
Aroma era una batalla por la felicidad perdida, y la
reconquista de esa felicidad en forma de utópica republiqueta fue el mayor
logro político y militar de los cochabambinos.
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