-El “Tata” sigue enojado –dijo Cirilo a su mujer, mientras ésta desgranaba unas
mazorcas de maíz.
La mujer se detuvo, miró a su marido y dijo:
-Hay que llamar al padrecito Juan.
Cirilo, tras guardar las botas relucientes del “Tata” Belzu, se puso el grueso
poncho y se encaminó a la iglesia.
El padre Juan les tenía ordenado que cuando el presidente Isidoro Belzu
despertara con un humor de perros, inmediatamente debían de llamarlo. Y así lo
hacían. La última vez que el “tata” Belzu amaneció irritado había mandado
llamar a sus húsares para ir a la finca de los Ballivián. Era una obsesión
enfermiza que tenía contra dicha familia.
Y tenía sus motivos. Isidoro Belzu nunca pudo olvidar la afrenta que le hizo el
ex presidente Ballivián. Resulta que el susodicho era entonces presidente de
Bolivia, se estaba aprovechando de la esposa del “Tata” Belzu; y para tener el
campo despejado destinó a Belzu, coronel en esa época, a un puesto fronterizo
con Perú. Pero un día, Belzu regresó a La Paz apresurado; le habían dicho que
su madre estaba muy enferma, y lo que descubrió fue otro asunto que le marcó
para toda la vida: sorprendió a su mujer y a Ballivián placiéndose en su propia
alcoba.
-¡Cómo es posible que una mujer culta y refinada se entregue a devaneos
eróticos! - dijo, intentando utilizar un lenguaje culto, ya que su mujer, Doña
Juana Manuela Gorriti era escritora, muy nombrada en los círculos de la alta
sociedad paceña.
Y ésta, que era descarada por demás, le respondió hiriendo donde más le dolía
al pobre ‘“tata” Belzu: en su ignorancia.
-Simplemente entreno con oficiales del alto rango cultural e intelectual
–matizó burlonamente mientras se vestía con guasa.
Belzu no pudo controlarse. Sacó el sable y dio un golpe encima de la cama con
tal fuerza que la hoja del arma blanca quebróse por la empuñadura. Gracias a
tal hecho Ballivián salvó la vida. Salió presto en calzoncillos, montó como
pudo en su caballo y llegó a Palacio como alma que lleva el diablo.
Inmediatamente ordenó a su guardia que detuvieran al coronel Belzu,
degradándolo a último recluta del regimiento.
El “Tata” juró venganza. Y al cabo de unos meses organizó una revuelta para
echar a su odiado rival. Y lo consiguió, llegando a ser presidente en 1848.
Durante su mandato se prometió a sí mismo que iba a lavar su imagen y
dignificar su nombre, ya que en todos los círculos lo conocían como “el presidente
cornudo”.
Juró y perjuró que iba a acabar con todo lo que estuviera relacionado con el
apellido Ballivián. Durante los casi diez años de presidente, su odio se hizo
enfermizo. De ahí que tuvieran que solicitar los servicios del padre Juan, su
confesor, quien era el único que podía apaciguar los ánimos crueles hacia los
Ballivián, quienes finalmente tuvieron que huir del país.
-¡Padrecito! ¡Padrecito! –dijo Cirilo aporreando la gruesa puerta de la
parroquia-. El “Tata” se está alistando para darles huasca a los Ballivián.
-Ya voy, ya voy –se oyó decir detrás de la puerta al padre Juan, con voz
cansina.
Por: AntonioCapelRiera / *(Isidoro Belzu, Presidente de Bolivia 1848-1855)
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