La ciudad de Potosí es famosa por el portentoso Cerro de Plata que posee y es
también rico en sus tradiciones y costumbres que arraigan de esos tiempos de
suntuosidad que le tocó vivir. Muchas leyendas se tejieron en torno al
descubrimiento de la plata en el fantástico Cerro, la más aceptada y descrita a
través de generaciones es la del indígena cusqueño Diego Huallpa, quien estando
al servicio de un soldado oriundo de Portugal vino a Porco, donde se decía
existía mucha plata, y de allí pasó a Potosí, esta vez a las órdenes de otro
soldado de apellido Martín. Como en aquellos tiempos las llamas eran los
mayores tesoros de los indígenas, Huallpa se hizo de algunas y acostumbraba
apacentar sus animales en las faldas del entonces ce-rro Sumaj Orko, sucedió
cierto día que una de sus llamas se había perdido y Huallpa se fue en su
búsqueda hasta llegar a la cima de la montaña donde por fin la encontró, la
tarde había avanzado y le sorprendió la noche, y para protegerse del intenso
frío que hacía encendió una fogata y se quedó dormido.
A la mañana siguiente, cuando despuntaba el alba, Huallpa se dispuso retornar
con la llama por donde había trepado, grande fue su sorpresa al descubrir entre
la fogata que ya se había consumido, unos hilos metálicos brillantes, que se
habían derretido por la acción del fuego, era plata, los tomó y regresó a su
morada.
Por algún tiempo, el afortunado Huallpa explotó los filones de este metal en su
exclusivo provecho, pero temiendo despertar sospechas de su repentina
prosperidad, hizo partícipe de su secreto a su compadre Huanca, también
cusqueño como él. Éste le transmitió al capitán Juan de Villarroel, el cual lo
repitió a Diego de Zenteno, de tal manera que a poco, todos los habitantes
–españoles e indígenas– de Cantumarca llegaron a enterarse de este
extraordinario suceso. Vi-llarroel, Zenteno y otros españoles, luego de
verificar en el terreno esta maravilla, registró el hallazgo en Porco, el 21 de
abril de 1545 y el Sumaj Orko fue llamado desde entonces “Cerro Rico”.
Rápidamente aquel para-je frío y desolado se fue poblando de gente ansiosa de
riqueza fácil, aparecieron los primeros campamentos mineros, luego un
villorrio, apenas un conglomerado de rústicas construcciones don-de mejor
vieron conveniente, sin previa planificación. Lo que tuvo de “oficial”, fue la
toma de posesión del “Cerro Rico”, a nombre del rey de España, por los
capitanes españoles de Cantumarca con el nombre de “Descubridora”.
La noticia de este extraordinario descubrimiento corrió por toda América y
Europa. La gente murmuraba: En la América se levanta una ciudad de plata y oro,
la arena, las piedras y los cerros de Potosí relucen al contacto con los rayos
del sol. Los puertos se ven colmados de familias enteras que desean venir a la
América y probar suerte y fortuna en las minas de Potosí.
En cuanto al nombre de Potosí, viene del término quechua “Potojsi” que quiere
decir reventó/ar, explotó/ar.
Pese al intenso frío de la región, la ciudad comienza a crecer, gracias al
au-ge de la plata, aparecen estrechas y re-torcidas callejuelas, tan angostas
algu-nas que era posible darse la mano de balcón a balcón, se erigen templos
reli-giosos de altivas torres, portones fina-mente tallados, balcones de hierro
forja-do, tejados vistosos, en tan sólo 25 años después del descubrimiento de
la plata su población ya superaba los 50.000 ha-bitantes (1570). Adquirió el
rango de ciu-dad el 21 de noviembre de 1561 y me-diante una capitulación la
ciudad recibió el nombre de Villa Imperial de Potosí.
En 1625 la ciudad ya contaba con 160.000 almas, superando a Sevilla, Pa-rís o
Londres. La fama de su riqueza causaba asombro en todo el mundo, los españoles
que vivían en la ciudad de Potosí disfrutaban de un lujo increíble, perfumes,
joyas, porcelanas, licores y objetos suntuosos llegaban desde las regiones más
lejanas de América. Se cuenta que hasta las herraduras de los caballos eran de
plata. También se dice que con la plata extraída de Potosí se podía tender un
puente que uniría Amé-rica y España.
La figura máxima de la literatura española, Miguel de Cervantes acuñó el dicho
“vale un Potosí”, con lo que quiso decir que algo vale más que una fortuna,
casi inalcanzable. Sin embargo, tal suntuosidad tuvo su alto costo en cuanto a
vidas humanas. En la extracción de la plata murieron miles y miles de esclavos
indígenas “mitayos” y una minoría negra.
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