Por: Yuri Tórrez / Este artículo fue publicado en el
matutino paceño La Razón el 17 de octubre de 2017 / http://la-razon.com/index.php?_url=/opinion/columnistas/Opinion_0_2802919688.html
Los retumbos de la epopeya revolucionaria de los
bolcheviques soviéticos que trastocó el poder de los zares rusos, en octubre de
1917, tardaron en arribar a América Latina, y particularmente a Bolivia. En
efecto, los vientos del marxismo, teoría inspiradora de la Revolución rusa,
recién llegaron a Bolivia de la batuta de José Aguirre Gainsborg, joven teórico
marxista que en Córdoba (Argentina), al influjo de la Reforma universitaria en
boga, fundó en 1935 el Partido Obrero Boliviano (POR).
Gainsborg, conjuntamente con Tristan Marof, fue propagando
aquellas ideas socialistas que sustentaban a la Revolución rusa. Quizás el
momento crucial para afianzar la impronta ideológica del POR fue posterior a la
IV Internacional, organización internacional de partidos comunistas que dio lugar
a la identidad política/ideológica del trotskismo en contraposición del
stalinismo. Desde ese instante, el concepto de la revolución permanente se
incorporó en el repertorio ideológico del trotskismo boliviano, que se impuso
por ejemplo en el congreso extraordinario de la Federación Sindical
Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) a través de la Tesis de Pulacayo, la
cual planteaba que “la revolución demo-burgueses debe convertirse solo en una
fase de la revolución proletaria, que es su fin último”. Desde ese momento
aquella tesis fue el faro que iluminó el sendero del movimiento obrero
boliviano.
El advenimiento del nacionalismo revolucionario articuló la
“cuestión revolucionaria” en su discurso. De allí la “revolución proletaria” se
diluyó para dar paso a la “izquierda nacionalista”, desplazando del espectro
político/ideológico, como efecto colateral, a la “izquierda revolucionaria”, y
a la vez marchitando la ilusión de un poder dual (René Zavaleta dixit) y de la
propia revolución proletaria.
Un momento clave para plasmar estas ideas revolucionarias
socialistas se dio durante la Asamblea Popular, organizada a inicios los 70 con
el propósito de impulsar la conformación de un gobierno de soviets; sueño que
también se trucó. Probablemente estas ideas revolucionarias quedaron
impregnadas en el imaginario del sindicalismo boliviano inclusive hasta la
década de los 80.
Otra fuente del impacto ideológico de la Revolución rusa en
Bolivia ocurrió por intermedio de la fundación del Partido Comunista de Bolivia
(PCB) a mediados del siglo XX. Esta vía política/ideológica fue menos
influyente. En el curso de los años 60, la efervescencia de la Revolución
cubana y la presencia de la guerrilla guevarista adquirieron resonancia
ideológica. Aunque cuando el Che llegó a Bolivia enarbolando la idea
bolchevique del “hombre nuevo” irónicamente ya estaba desencantado de la
revolución soviética por su burocratización. Y el legado de la presencia del
guerrillero argentino-cubano fue la conformación del Ejército de Liberación Nacional
(ELN), que luego fue exterminado en las selvas de Teoponte.
Quizás el mayor impacto de la Revolución rusa en Bolivia
ocurrió a la inversa. Las ideas anticomunistas derivaron en la Doctrina de
Seguridad Nacional, sobre todo en el contexto de la Guerra Fría y durante la
época de las dictaduras, que orientaron las acciones de los sectores
conservadores bolivianos, asumiendo para este fin como su principal referente
ideológico luchar contra su enemigo interno, el comunismo; o como diría Carlos
Marx: “la historia siempre avanza por su peor lado”.
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