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La Historiografía chilena reciente revela que el Gobierno de
Chile tuvo conocimiento fidedigno y completo de la existencia del Tratado
Secreto de 1873 desde el mismo año de su suscripción.
El Tratado de Alianza Defensiva entre el Perú y Bolivia fue
un pacto negociado por José de la Riva Agüero y Looz Corswarem, Ministro de
Relaciones Exteriores del Perú, y Juan de la Cruz Benavente, Ministro
Plenipotenciario de Bolivia en el Perú, entre noviembre de 1872 y el 6 de
febrero de 1873, fecha en que fue firmado por ambas personalidades en la ciudad
de Lima.
Como su nombre lo indica, el objetivo primordial de este
tratado era la unión de los Estados partes para «defenderse contra toda
agresión exterior, bien sea de otro u otros Estados independientes o de fuerza
sin bandera no que obedezcan a ningún poder reconocido».
Uno de sus artículos preveía la posibilidad de solicitar «la adhesión de otro u
otros Estados americanos» y se acordó buscar la adhesión de Argentina, gestión
diplomática que estuvo a cargo del diplomático peruano Manuel Yrigoyen, quien
viajó a Buenos Aires para tal fin. El gobierno argentino aceptó la adhesión y
la sometió a su Congreso, pero sólo la Cámara de Diputados la aprobó. El Senado
difirió su tratamiento y a mediados de 1875 el Perú no volvió a insistir en
dicha adhesión.
Un artículo adicional, disponía que «el presente Tratado de Alianza defensiva
entre Bolivia y el Perú, se conservará secreto mientras las dos altas partes
contratantes, de común acuerdo, no estimen necesaria su publicación». De ahí
que este pacto sea conocido como el Tratado Secreto de 1873.
Si bien su negociación y suscripción tuvo lugar en Lima, la
iniciativa en sí provino de Bolivia, a raíz de una ley que su Congreso aprobó
el 8 de noviembre de 1872, cuyo artículo primero estipulaba que «el Poder
Ejecutivo celebrará un tratado de alianza defensiva con el Gobierno del Perú,
contra toda agresión extraña». Bolivia buscaba así un aliado en el contexto de
su controversia limítrofe que mantenía con Chile desde hacía unos treinta años,
en torno a la posesión del desierto de Atacama.
No obstante su naturaleza esencialmente defensiva, este tratado fue
interpretado por Chile como una alianza ofensiva urdida por el Perú, bajo el
más absoluto sigilo, para despojar a Chile de sus territorios en el desierto de
Atacama y arrebatar sus intereses salitreros. Más aún, dicha alianza habría
sido, según la historiografía chilena, la causa de la guerra del Pacífico.
En Chile se dijo ignorar la existencia del Tratado
El historiador y político chileno Benjamín Vicuña
Mackenna se ha preguntado en 1880 «¿cómo el gobierno de aquel país
circunspecto [Chile], que tenía acreditados agentes diplomáticos en las tres
capitales en que se fraguaba su ruina por medio de una liga tenebrosa, no supo
ni sospechó siquiera acontecimiento de tan grave carácter y que forzosamente
debió andar, antes de consumarse, en centenares de manos?»
En esa misma línea, el historiador chileno Gonzalo Bulnes ha señalado
en 1911 que «en Chile nadie conoció el Tratado que era el secreto a voces en el
Perú, en Bolivia y en la Argentina. Oyeron hablar de él Godoy, Blest Gana,
Ibáñez, pero no supieron su alcance ni sus estipulaciones», y que «es motivo de
verdadera sorpresa que un hecho conocido de un centenar de hombres, a lo menos,
en cada uno de los países que se ocuparon de él, haya sido completamente ignorado
en Chile hasta que el Perú lo entregó a la publicidad en 1879».
(Joaquín Godoy y Guillermo Blest Gana fueron representantes diplomáticos de
Chile en Lima y Buenos Aires en 1873, respectivamente. Adolfo Ibáñez fue
Canciller de Chile en esa misma época.)
Y puntualiza Bulnes que «eso explica la oleada de indignación que despertó en
Chile la confirmación oficial de la existencia de ese Pacto».
Por su parte, Luis Barros Borgoño, dos veces Canciller de Chile, ha
sostenido en 1922 que «es interesante y siempre oportuno comprobar hasta dónde
llegaba la buena fe de Chile, la ignorancia en que se hallaba su Gobierno sobre
la existencia del Tratado Secreto y la confianza que abrigaba en la amistad del
Perú», y que «fue la alianza concebida en 1873 para despojar a Chile, lo que
trajo como consecuencia ineludible el conflicto de 1879».
Inclusive en la segunda mitad del siglo XX, Conrado Ríos Gallardo, también
ex-Canciller de Chile, ha manifestado en 1963 que «el gobierno y el pueblo de
Chile creyeron de buena fe que el tratado de 1874 [con Bolivia] traía en sus
estipulaciones la concordia definitiva, con tanta mayor razón ignoraban la
existencia del pacto secreto del 73».
¿Ignoró realmente Chile la existencia del Tratado?
Pero, ¿es realmente cierto que el Gobierno de Chile ignoró la existencia del
Tratado Secreto durante los seis años que transcurrieron entre su suscripción
hasta el estallido de la guerra del Pacífico? ¿Fue realmente a inicios de 1879
que el Gobierno de Chile recién tomó conocimiento de su existencia, como lo
sugieren los autores chilenos citados?
En realidad no, el Gobierno de Chile no ignoró la existencia del
Tratado de Alianza Defensiva entre el Perú y Bolivia. Es más, tuvo conocimiento
de su existencia antesde haber transcurrido un año de su
suscripción.
Tal es la opinión autorizada de Mario Barros van Buren, autor de la Historia
diplomática de Chile 1841-1938, quien señaló en 1970 que «la Cancillería de
Chile conoció el Pacto Peruano-Boliviano casi simultáneamente con su firma. Durante
años los escritores chilenos especularon sobre la base de que el Tratado era
totalmente desconocido y que la contienda contra Chile se fraguó en una sombra
sigilosa».
Y agrega que, «cuando el Tratado llegó a Lima, aprobado por el Congreso
boliviano, don Joaquín Godoy conoció su texto exacto y lo transmitió de memoria
a Chile. Hoy que conocemos el articulado original, podemos apreciar que la
versión de Godoy es casi idéntica».
Al respecto, Juan José Fernández Valdés, otro ilustre
historiador diplomático chileno, ha señalado en 2004 que José Pereira Leal,
Consejero del Brasil en Lima, se entrevistó en diciembre de 1873 con el
Canciller Riva Agüero, quien le habría explicado que «el objeto de la alianza
era reprimir la ambición territorial de Chile, que pretendía apoderarse del
litoral boliviano y de parte del peruano».
«Algunos días después, el canciller [Riva Agüero] – que estaba muy interesado
en enfriar las relaciones chileno-brasileñas – le facilitó el texto del
documento. Pereira Leal lo copió y lo transmitió al ministro de negocios
extranjeros de Brasil».
Si se tiene en cuenta que los gobiernos del Brasil y Chile habían estado
trabajando en estrecha coordinación para descifrar el misterio en torno al
tratado secreto debido a que ambos querían determinar si dicho pacto les
afectaba o no, es muy probable que el consejero brasileño haya compartido el
texto con su colega chileno, Joaquín Godoy, quien habría tenido así no sólo
acceso al texto del tratado sino el tiempo suficiente para copiarlo y enviarlo
a su Cancillería en Santiago.
Algo similar había sucedido un par de meses antes en Buenos Aires, a raíz de
las sesiones secretas del Congreso argentino que tuvieron lugar durante las
gestiones de Manuel Yrigoyen para conseguir la adhesión de dicho país al
tratado secreto. En aquel entonces, según ha señalado en 1937 el historiador
chileno Francisco A. Encina, «el Ministro brasilero [en Buenos Aires] se
impuso del tratado y mostró su texto confidencialmente a Blest Gana».
El interés del Brasil en asegurar que Chile estuviese bien informado sobre el
tratado secreto se ve reflejado nuevamente en la gestión que la Cancillería
brasileña le encargó realizar a su representante diplomático en Santiago, Joao
da Ponte Ribeiro, en marzo de 1874. Este último «informó a Ibáñez de la alianza
que Argentina deseaba celebrar con Perú y Bolivia. Le recomendó también “que
sin prevenirse para la peor hipótesis, busque medios de evitar esa
eventualidad, deshaciendo la tempestad por algún acuerdo amigable”».
Fernández Valdés señala en otra obra – La República de Chile y el Imperio
del Brasil (1959) – que el Canciller Ibáñez le habría contestado a Ponte
Ribeiro que ya «conocía el problema» y «agradeció al Gobierno Imperial por su
deferencia y por sus consejos».
Curiosamente, un lustro más tarde, durante la sesión secreta del Senado de
Chile del 2 de abril de 1879, siendo a la sazón senador de su país, Ibáñez
declaró «que era verdad que el Plenipotenciario brasilero se le había acercado
para leerle una nota de su Gobierno, en la cual le insinuaba el deseo de
estrechar más las relaciones que lo ligaban al de Chile, pero que nada le habló
del pacto secreto entre Bolivia, el Perú y la República Argentina».
Comentarios finales
Las consideraciones que preceden, que no pretenden ser exhaustivas, parecen ser
suficientes para acreditar, más allá de toda duda, que el Gobierno de Chile
tuvo conocimiento preciso y fidedigno de las estipulaciones del Tratado de
Alianza Defensiva de 1873 desde fines de dicho año, es decir desde el mismo año
de su suscripción.
A idéntica conclusión llega Encina, al señalar que «el conocimiento por el
Presidente Errázuriz y por el Ministro Ibáñez de la existencia del tratado de
alianza, de 6 de febrero de 1873, entre Bolivia y el Perú, y de las gestiones
encaminadas a extenderlo a la Argentina, desde fines del mismo año, es, pues,
un hecho histórico firmemente establecido; y el conocimiento de su finalidad y
de su alcance, después de las informaciones confidenciales del Brasil, a
principios de 1874, no puede ser discutido seriamente dentro de un sano
criterio histórico».
Cómo manejaron el Presidente Errázuriz y su Canciller Ibáñez la información que
recibieron en relación con el tratado secreto es cuestión interna de las
instituciones gubernamentales chilenas. Pero basta con que ambas personalidades
políticas hayan tenido dicho conocimiento para que no se pueda sostener que el
Gobierno de Chile tuvo tan sólo «rumores» de dicho pacto.
El pueblo chileno, por cierto, fue el último en enterarse de la existencia de
este Tratado de Alianza Defensivo entre el Perú y Bolivia, recién a inicios de
1879, cuando hacía tiempo que las tensiones territoriales entre Bolivia y Chile
que le dieron origen habían cesado ya debido a la suscripción del Tratado de
Límites de 1874 entre ambos países.
Pero de lo que el pueblo chileno, en su sorpresa e indignación, quizá tampoco
se enteró fue que su gobierno estuvo muy lejos haber sido tomado por sorpresa,
pues no sólo conoció dicho tratado – y perfectamente bien – sino además desde
el mismo año de su suscripción.
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