Por: Micaela Villa / / La Razón, 23 de marzo de
2015. // Foto: Plaza Colon de Antofagasta bajo control chileno. (1910)
Viernes 14 de febrero de 1879, son casi las 07.00 y los
cerca de 2.500 habitantes de Antofogasta despiertan sorprendidos y asustados.
Las salvas de artillería (disparos simultáneos) que provienen de tres navíos
chilenos, Cochrane, O’Higgins y Blanco Encalada, reprimen con fuego a los
atemorizados bolivianos. Así describe la invasión chilena un expreso
extraordinario del corresponsal del diario El Comercio en Antofagasta publicado
el 15 de febrero.
Armados y protegidos, unos 200 soldados chilenos desembarcan
e invaden territorio boliviano. Pasa una hora, el ejército chileno, al mando
del coronel Emilio Sotomayor, comienza su marcha por la calle Bolívar hasta
llegar a la plaza Colón, donde rodea el cuartel de guarnición. Solo hay 70
gendarmes bolivianos.
El diario prosigue: las puertas de las casas son derribadas
por soldados y por ciudadanos chilenos que habitan Antofagasta y a los que se
conoce por rotos o gente del pueblo. Las tiendas y almacenes son destruidos
mientras por un lado se escuchan gritos de triunfo en medio del llanto de los
niños. Pasan cuatro horas y el ejército rodea la Prefectura, se arranca y
destruye el escudo boliviano. Ordenan al prefecto de Antofogasta, coronel
Severino Zapata, a que se rinda; éste se niega, pero junto al subprefecto, al
intendente, al corregidor y a todos los uniformados, es desterrado en medio de
amenazas y rifles.
Todo ello transcurre mientras el cónsul chileno, Nicanor
Zenteno, es nombrado gobernador de Antofagasta. En medio de la derrota, una
joven de 14 años, Genoveva Ríos, e hija del comisario de la Policía Marítima
Boliviana, Clemente Ríos, no deja de correr. Debe recuperar la bandera
boliviana izada en la Intendencia de la Policía o también será destruida, lo
logra y la esconde en su ropa.
El domingo 16, los bolivianos expulsados deberán salir en el
navío Amazonas hacia Iquique, en territorio del Perú.
Chile no pierde el tiempo. Tras la irrupción, otros 150
soldados se alistan para marchar a Cobija con el mismo objetivo, luego
proseguirán a Mejillones, Caracoles y otras poblaciones.
El 14 de febrero, tropas chilenas tomaron por asalto el
puerto de Antofagasta. Mejillones y Caracoles en poder del invasor. Denunciamos
ante el mundo el cobarde crimen. Bolivia acepta la guerra sin provocarla. Así
titulaba el diario El Comercio el viernes 28 de febrero de 1879 dos semanas
después de la irrupción.
¿Qué había sucedido? El general Tomás Peña y Lillo, miembro
de la Academia de Historia Boliviano Militar, señala que la violenta acción se
amparó en un “pretexto”: el aumento de 10 centavos al impuesto por cada quintal
de salitre que se exporta al extranjero.
Ya desde 1841 —añade el académico—, expediciones en
territorio nacional probaron la existencia de salitre (que se usa en la
agricultura, la fabricación de dinamita, explosivos, medicina y otros) y guano
(excremento de aves marinas empleado como abono altamente efectivo), dos
compuestos altamente demandados por el mercado europeo.
Así, Chile declara como de su propiedad todo el territorio
del paralelo 23 (Mejillones y Antofagasta). “Es como si Estados Unidos
informara que México le pertenece. Como no teníamos ni empresarios ni dinero
para invertir, (los chilenos) en la práctica ocuparon todo el paralelo 23”,
dice el general. La posición chilena es contraria.
En tanto en El Comercio se publica: Graves Noticias,
Ultimátum del Gobierno de Chile. “Noticias de Bolivia a última hora dan cuenta
de haber sido burladas por el gobierno de aquella nación los tratados vigentes,
lo que ha provocado una protesta y el ultimátum del representante de Chile en
La Paz” (sic).
En todo caso, el Blanco Encalada había sido enviado con
anterioridad, cuando Bolivia anunció la expropiación de las propiedades de la
compañía anglochilena que explotaba salitre en Antofagasta, pues se negaba a
cancelar el impuesto, y permaneció en el puerto hasta la invasión.
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