Por: Marco Fernández Ríos / Originalmente
publicado en La Razón de La Paz el 07 de marzo de 2018. // Disponible en:
http://www.la-razon.com/suplementos/escape/Tesoros-policiales_0_2887511271.html
La puerta de madera con el número 454 de la calle Colón (en
La Paz), casi siempre está abierta, aunque muy pocas personas parecen notarlo.
En la parte alta del pórtico, con un fondo verde, se lee con claridad: Museo
Policial. Al echar un vistazo, se observa el callejón de una casona
antigua, donde hay máscaras colgadas y algunos uniformes. Parece ser todo lo
que tiene el repositorio; sin embargo, lo que hay adentro son reliquias no solo
de la entidad verdeolivo, sino también elementos que cuentan la historia
boliviana. Así son los ambientes del Archivo Histórico y Museo Policial, que
fue inaugurado el 17 de febrero de 1999.
El capitán Gustavo Terán, jefe nacional de Museos y
Biblioteca Policial, señala que el repositorio funcionaba mucho antes, aunque
de manera itinerante. Comenzó en 1945 en el Distrito Policial N° 1 de la calle
Colombia. “Se llamaba Museo Póker porque era gitano, pues incluso estuvo en el
Coliseo Cerrado y en el Tribunal de Justicia Militar de la calle Ballivián”,
cuenta la autoridad de la entidad del orden.
En sus oficinas hay documentos desde los años 30, como los
antecedentes de la creación del Cuerpo Nacional de Carabineros y Policías, que
después se transformó en la Academia Nacional de Policías.
Con la ayuda de un guía especializado, en la exposición se
puede ver máscaras de yeso que muestran los rostros de delincuentes del siglo
XX; paneles que explican la manera en que operan los delincuentes, como
el “cuento del tío” o el “descuidismo”, o los objetos punzocortantes que fueron
decomisados a pandillas.
Eso es lo que muestra el callejón de la casona; pero adentro
hay otros muchos objetos que detallan cómo era el trabajo que desarrollaba la
Policía, desde los tiempos en que surgió el Cuerpo de Bomberos Antofagasta, en
1875, pasando por la defensa de Calama, la participación de los carabineros en
la Guerra del Chaco y en el preludio de la Revolución de 1952.
La verdadera historia del Zambo Salvito, el heroísmo del
capitán Javier Zeballos y un cuadro del pintor Arturo Borda son otras
atracciones de este repositorio.
Uniformes de campaña y de gala, armas que se
utilizaban en el pasado y que ahora están vetadas por respeto a los derechos
humanos, escudos de madera o cascos de bomberos con tallados en metal que
parecen de la época romana... Todo ello tiene una historia que contar, en una
visita que dura más de 45 minutos.
La puerta del museo está abierta de lunes a viernes, desde
las 08.30 hasta las 12.30 y desde las 15.00 hasta las 19.00. Para realizar las
visitas guiadas se pueden comunicar con los números 2200083 o al 72020202, o a
través del muro ‘Museo Policial Bolivia’ en la red social Facebook.
Del conjunto de objetos preciados, estos ocho demuestran que
la visita al Archivo Histórico y Museo Policial es mucho más que un recorrido
por los antecedentes de esta entidad; ya que es una mirada a los entretelones
de la historia boliviana.
LOS SABLES POLICIALES QUE DEFENDIERON ANTOFAGASTA
El 14 de febrero de 1879, el buque chileno Blanco
Encalada desembarcó en la ciudad boliviana de Antofagasta con una tropa de
militares. Para entonces, este distrito carecía de efectivos para encarar la
defensa, por lo que Severino Zapata, prefecto del departamento de Litoral, y
otros bolivianos no tuvieron otra opción que replegarse a Calama.
De acuerdo con el capitán Gustavo Terán, hubo resistencia en
el lado boliviano, con algunos civiles y 40 gendarmes de sable. “Los policías
usaban ese sable como símbolo de autoridad y era el único armamento que tenían
cuando los soldados chilenos atacaron la población boliviana”, comenta.
Es lo único que se sabía de los 40 gendarmes, hasta 1979,
cuando una familia proveniente de Argentina llegó a Villazón para los actos de
recordación del centenario de la invasión chilena.
Ahí dejaron dos sables que pertenecieron a los gendarmes
defensores de Calama. Estos objetos permanecieron en la Alcaldía hasta 2015,
cuando el coronel Pavel Álvarez y Terán fueron a esa región para llevar las
reliquias al Museo Policial, donde fueron sometidas a estudios, con el apoyo
del Ministerio de Culturas, para catalogarlas y dar fe de su autenticidad.
Ambas armas tienen empuñadura de cobre, mango de madera y
hoja de acero, hechas en París (Francia) por el artesano Paul Remant.
LA PRIMERA BANDERA DEL “CUERPO DE BONBEROS”
Protegida por vidrios de seis milímetros de espesor a ambos
lados y un panel térmico, la primera bandera del Cuerpo de Bomberos Antofagasta
se encuentra en la habitación donde están las pinturas de los principales
representantes del país y de la Policía Boliviana.
La página web del Cuerpo de Bomberos de Antofagasta (Chile)
refiere que el 2 abril de 1875, la población de Antofagasta despertó
sobresaltada debido al incendio de una propiedad en la calle La Mar.
Después de varias horas, el fuego fue sofocado, aunque con decenas de personas
heridas y una manzana destruida. Terán indica que al día siguiente fue
convocado un cabildo, en el que se decidió formar un equipo de bomberos —el primero
de Bolivia—, con dos secciones: una guardia de propiedad, y de hachas, ganchos
y escaleras.
Se sabe que damas cochabambinas regalaron la enseña a la
Prefectura del Litoral en 1875, con una característica especial: bordada con
hilo de oro, la inscripción dice: “Cuerpo de Bonberos”.
“Se dice que la bandera estaba en el Cuerpo de Bomberos
Antofagasta en Chile y que después apareció en Bolivia”, afirma. Hace varios
años, unos turistas llegaron a La Paz para dialogar con un representante de la
Cooperativa Mutual de Policías (Comupol), a quien le ofrecieron la enseña
tricolor. Se desconoce cómo la obtuvieron y el monto de la transacción, pero
aquel oficial la adquirió y la entregó de manera gratuita al museo en 1997.
LA VERDADERA HISTORIA DE ZAMBO SALVITO
Al lado izquierdo del ingreso al Museo Policial está un
mostrador que da información sobre la verdadera historia de Zambo Salvito,
quien, supuestamente, empezó a delinquir cuando sustrajo una aguja, después un
corte de tela y luego se especializó en asalto a viajeros a los Yungas, y que
antes de morir mordió la oreja de su madre porque la culpaba de haber dejado
que fuese por mal camino.
Con base en datos del museo, se sabe que su nombre real era
Salvador Chico —otros afirman que era Sea—, él delinquía con ocho cómplices,
quienes fueron descubiertos por una chalina.
En uno de sus asaltos, los malhechores asesinaron a un
maestro, quien había comprado una chalina en su viaje a Londres (Inglaterra).
Como si fuese un trofeo, uno de los ladrones usaba esa prenda, que ayudó a
esclarecer el crimen y posibilitó que cayeran sus cómplices.
Durante el juicio, el abogado defensor se retiró del caso al
saber de los abusos que cometieron. Por ejemplo, como parte de las pruebas
llevaron una piedra ensangrentada. Cuando les preguntaron sobre su procedencia,
los acusados relataron que, en el camino a Yungas, asesinaron a una pareja y
después a su hijo. “Es que lloraba y nos daba pena, por eso utilizamos la
piedra y le arrancamos la cabeza”.
Salvador y sus ocho cómplices fueron sentenciados a muerte,
por lo que fueron llevados a la Caja de Agua —plaza Riosinho— para ser
fusilados. Se calcula que fueron responsables de 50 muertes.
LA CRUDEZA DE LA SOCIEDAD EN UN CUADRO DE BORDA
La Sala Criminalística está reservada para mayores de edad
debido a la crudeza de fotografías y fetos que son conservados en botellas de
vidrio. En el fondo, como parte de ese ambiente lúgubre, está colgado el cuadro
Filicidio, una obra del pintor, retratista, escritor y activista paceño Arturo
Borda, quien muestra un paisaje antiguo de La Paz, donde una cerda preñada está
comiendo a un bebé. “Mi muerte estaba, pues, decretada. Pero nací. Y al
instante, cual si fuera una ascua incendiaria o un vómito maldito, me arrojaron
al arroyo, quizá al anochecer, tal vez a la aurora. No sé. Y estuve así a la
intemperie, desnudo, sin nombre, agonizando, cuando a la mañana viene una
chancha preñada, hozando en el lodo hasta que me mira y se me viene satisfecha
y, hocicándome de pies a cabeza, me revuelca en el muladar, buscando dónde
hincar sus colmillos; pero en eso, una mujer del pueblo que oportunamente ve el
horror que está por consumarse, corre, espanta a la bestia y me salva para mi
mal. Después me lleva a la inclusa, de donde más tarde un viejo me toma a su
cargo para, pasado algún tiempo, echarme de su casa, enrostrándome mi origen.
Pasa el tiempo y descubro en mí el endeble estigma del abortivo. Mi existencia
se vuelve un tormento sin tregua”, es un fragmento de El Loco, escrito por
Borda. Hubo gente que ofreció hasta $us 70.000 por la pintura.
LA CELDA ÓFRICA DONDE FUE QUEMADO UN DETENIDO
El ambiente en la Sala Criminalística —que se encuentra al
fondo del repositorio policial y está vetado a menores de edad— es ófrico pese
a tener varios objetos en exposición. Puede deberse a los fetos que están
conservados en frascos o imágenes reales de escenas de crímenes sucedidos antes
del 2000. No obstante, lo que desvía la vista son dos celdas que son
preservadas de cuando las instalaciones eran empleadas para el funcionamiento
de la Policía Turística (Interpol) .
Las literas están hechas de cemento, como el piso, el techo
y las paredes, y una luz tenue que parece llevar a los días en que este lugar
funcionaba como lugar de detención.
Además de las paredes manchadas, también se mantienen un
bacín blanco desportillado y una silla vieja, que acompañan a los maniquís que
sirven para mostrar estos espacios.
Otra razón para que el ambiente sea ófrico se debe a que, en
1999, una de las celdas se incendió con una persona adentro. Se
desconocen las causas, o no, por las que era buscado en su país, pero un
peruano fue detenido por “una contravención a las reglas de tránsito”, explica
Terán. La hipótesis que maneja el uniformado es que el detenido introdujo un
cigarrillo que, de manera accidental, incendió la payasa y originó un incendio.
Él terminó con el 50% de su cuerpo quemado y fue llevado a un hospital, pero
murió después de varios días.
EL CAPITÁN ZEBALLOS, UN HÉROE Y EJEMPLO DE LA POLICÍA
Los cadetes de la Academia Nacional de Policías suelen
entonar, durante sus años de formación, el Canto al Capitán de Caballería,
aunque muchos no saben de quién se trata. ¿Quién era? Con la bandera siempre en
su pecho, el capitán Javier Zeballos Paredes es una imagen que está en las
oficinas de los comandos de la institución del orden.
El 1 de mayo de 1950, la gente marchó por el Día del
Trabajo, pero ese acto se convirtió en una revuelta, en la que gente del hampa
ingresaba a los negocios y destruía garitas policiales, hasta que se parapetó,
con armas y municiones, en Villa Victoria. Ahí fueron mandadas fuerzas del
orden policial y militar.
Zeballos —jefe del Departamento IV de Servicios en el
recinto policial de la calle Calama (donde ahora se encuentra el Regimiento de
Infantería RI-1 Colorados de Bolivia)— fue designado para transportar
combustible desde El Alto hasta La Paz. Acompañado por un teniente, un
sanitario y seis carabineros, el capitán llegó a cercanías de la exfábrica
Said, donde le recomendaron que no fuese por ahí, porque estaban los
revoltosos.El policía siguió su ruta porque estaba decidido a cumplir su
misión, así es que atacó por dos flancos, pero fue herido de gravedad por una
bala. Al ser trasladado a un hospital, el vehículo en el que le llevaban fue
atacado y chocó, lo que causó que Zeballos falleciera.
Durante la Guerra del Chaco eran temidos los Macheteros de
Jara, un grupo paraguayo irregular liderado por el cuatrero Plácido Jara e
integrado por exreclusos, según explica el jefe nacional de Museos y Biblioteca
Policial.
En el momento que se encontraban con soldados bolivianos,
los macheteros los degollaban y luego colgaban sus cabezas en los árboles.
En respuesta, el lado boliviano creó a los Cuchilleros de la
Muerte, compuesto por efectivos provenientes de las cárceles y por
carabineros de los regimientos 40 y 50, los efectivos “más antiguos y
avezados”. Este grupo se diferenciaba porque, además de degollar de manera
inmisericorde a los paraguayos, les cortaban sus miembros masculinos y luego
los introducían en las bocas de sus víctimas.
Cuando escuchaban el grito: “Regimiento 50 de Infantería,
calen (atraviesen bayonetas)”, los soldados paraguayos no tenían más remedio
que escapar como pudieran o resignarse a ser aniquilados. En una ocasión,
médicos y sacerdotes bolivianos se salvaron de morir cuando estaban rodeados
por el enemigo, ya que uno de ellos gritó: “¡Regimiento 50 de Infantería, calen
bayonetas!”.
En una urna del repositorio hay objetos que pertenecieron a
gendarmes que lucharon en la Guerra del Chaco, quienes se diferenciaban porque
tenían una gorra con dos carabinas entrelazadas.
EL ORIGEN DE LA ACADEMIA DE POLICÍAS
Con el asesoramiento de carabineros italianos del gobierno
fascista de Benito Mussolini, el 26 de febrero de 1937 —mediante un decreto
firmado por el presidente David Toro— surgió la Escuela Nacional de
Policías, en el recinto ubicado en la calle Loayza —en el Distrito Policial N°
2, donde se encuentran ahora las oficinas de la Fuerza Especial de Lucha contra
la Violencia (FELCV)—.
Como habían pasado dos años del cese el fuego en la Guerra
del Chaco, uno de los requisitos para ser carabinero era que el postulante,
además de ser boliviano de nacimiento, hubiera participado en la conflagración
bélica. “Cuando se abrió la escuela no podía venir cualquier persona, tenía que
haber ido a la guerra”, recalca el capitán de Policía Gustavo Terán.
Una nota publicada por Jesús Rojas, para el suplemento
Animal Político de La Razón, señala que esa entidad era el resultado de la
fusión del Cuerpo de Carabineros y la Policía de Seguridad, que estaba dividida
en dos ramas: la civil, constituida por policías que investigaban un delito, y
la uniformada, por carabineros que se dedicaban a combatirlo.
De aquella primera promoción surgió Vitaliano Crespo Soliz,
“quien llegó a ser nuestro primer comandante policía de la Policía
Boliviana”, explica Terán, es decir que fue la primera autoridad superior que
surgía de las mismas filas de la entidad verdeolivo, y no así de las Fuerzas
Armadas, como era costumbre.
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