"NO SOY TAN INFAME COMO EL TAMAYO NI COMO EL FISCAL URIA- CONTESTA JAUREGUI- NO TENGO NADA QUE QUE REVELAR A LA HUMANIDAD. SOY INOCENTE. SOY MARTIR"
- 5 de noviembre de 1927 –
Entre las páginas de la historia de Bolivia no faltan aquellas que permanecen sin haberse esclarecido completamente, rodeadas de un halo de misterio, muchos años después no solo de haber transcurrido estos hechos sino, en algunos casos, de haberse aparentemente realizado todos los procesos "legales" que pretendían una correcta administración de justicia.
Uno de estos episodios ocurrió a principios del siglo pasado cuando un día de junio de 1917 se encontró en un barranco de la zona de El Kenko el cuerpo sin vida del expresidente José Manuel Pando. Este hecho dio origen a una serie de acontecimientos posteriores que solo contribuyeron a echar más sombras al esclarecimiento de ese suceso. En los más de 10 años transcurridos entre el fallecimiento del expresidente y el fusilamiento de uno de los supuestamente involucrados en el crimen, nunca los hechos pudieron colocarse como prioritarios, por encima de los intereses políticos que vieron, en lo acaecido en El Kenko, una oportunidad para obtener réditos políticos. Este hecho nos habla claramente de dos aspectos sustanciales que siempre han marcado la debilidad de nuestro Estado: la débil cultura política y democrática y la falta de independencia de los poderes, que permite un sometimiento de personeros judiciales a quienes detentan el poder central.
Transcripción del relato publicado en el periodico paceño El Diario, domingo 6 de noviembre de 1927.
"Ante seis mil espectadores fué ejecutado ayer, a hs. 9 de la mañana, Alfredo Jáuregui frente a lo irremediable y desde el mismo patíbulo, el condenado proclamó a gritos ser inocente"A horas tres de la mañana, el canónigo Teodosio Sáenz oficia una misa solemne, la que es escuchada con fervoroso recogimiento por el condenado, arrodillado delante del altar mayor. Asisten a este oficio del culto, además, algunos empleados de turno en la penitenciaria, el gobernador y el fiscal Uría, que pasó la noche en una de las salas de la gobernación.
- La partida hacia El Alto
Media hora transcurre mientras se oficia la última misa, finalizada ésta, el fiscal ordena que el reo sea conducido a la puerta del panóptico. Allí esperan varios vehículos. A las cuatro y veinte, se abren las puertas del edificio carcelario. Montan la guardia treinta conscriptos del regimiento Pando 1º de ingeniería, Salen los reos, para ocupar los carros que les han sido asignados. Alfredo Jauregui ingresa al automóvil número 772, seguido de dos soldados, un oficial del mencionado regimiento y del canónigo Sáenz. Juan Jauregui es ubicado en el carro número 753; Néstor Villegas, en el número 715, Simón Choque, en el número 797, cada uno de ellos escoltado convenientemente. Cierra la hilera de coches el número 713, ocupado por el fiscal, el gobernador del panóptico y otros funcionarios. En doble hilera de jinetes del cuerpo de carabineros colocase a ambos costados Alfredo y Juan Jáuregui Antes de abandonar la capilla, Alfredo Jáuregui desde los umbrales de ella, vuélvase hacia el interior y dirigiendo la vista a la imagen de la virgen de las Mercedes, musita algunas frases, que no se llega a escuchar, pero que por la actitud del reo, se puede presumir, se trata de una invocación. Al mismo tiempo que Alfredo llega al patio principal del panóptico, salen los otros reos, Juan Jáuregui, al ver a su hermano, va hacia él y Alfredo lo abraza largamente.
La llegada a El Alto
La extraña comitiva atraviesa la población dejando tras si el eco del rodar de los vehículos y el apresurado golpear de los casos de los caballos sobre el duro pavimento. Pronto el convoy sale del radio y emprende la ascensión, camino a El Alto, donde llega veinticinco minutos después de una marcha rápida y sin ninguna parada. Minutos antes de las cinco de la mañana, detiénese el convoy frente al cuartel de la escuela militar de aviación. Silencio absoluto. Instantes después, el capitán de servicio abre las puertas y sorprendido recibe la inesperada visita. Ofréceles su alojamiento y brinda al canónigo Sáenz con una taza de café, que éste la cede al condenado, Alfredo Jáuregui, que esta aterido de frío, solicita una copa de algo fuerte, que le reanime. Apenas habían dejado el automóvil Jáuregui y sus acompañantes, expresa aquel: "¡Qué rápido hemos llegado al lugar del sacrificio!". Después de algunos minutos, ordénase la detención de los reos Alfredo Jáuregui, Choque y Villegas en un tercer compartimiento.
Todos permanecieron hasta la hora de la ejecución de las últimas diligencias, antes de las nueve de la mañana. Desde las primeras horas de la mañana, a oscuras aun, un rosario humano trepaba trabajosamente a El Alto de La Paz, por todos los senderillos existente. El primer regimiento que llegó a El Alto fue el de la Escuela de Clases del regimiento Técnico solo concurrieron los números encargados de la custodia de los presos, destacados del panóptico; el regimiento Pérez llegó casi a las ocho de la mañana. Formaron el cuadro, en una extensión de diez mil metros cuadrados al que tuvieron acceso sólo los periodistas, miembros de la justicia, del parlamento, edecanes del Presidente de la República, fotógrafos, médicos y empleados de la policía de seguridad. En el polígono de la escuela militar de aviación, una colina de suave pendiente, a cuatrocientos metros hacia el norte de los hangares y ciento cincuenta metros hacia el N.O. del cuartel, en el centro mismo del cuadro fue elevado al patíbulo. Con doce adobes formaron el asiento para el reo; un tablón de seis metros de largo había sido sólidamente enterrado, quedando fuera de la tierra algo más de dos metros cincuenta. Delante de éste un apilamiento de diez y ocho adobes, dos cuerdas de cáñamo, aseguradas a altura del asiento y algo más arriba, completaban el patíbulo. Nuestros redactores, entretanto habían conseguido una posición estratégica: el foso de los apuntadores del polígono. Allí, como en una trinchera quedamos decididos a defender el reducto contra todos, incluso contra el fiscal. Por suerte nos quedamos gracias a la deferente colaboración del jefe de la casa militar. Estoy sumamente afectado por diversas incidencias - nos responde el juez - Se aproxima la hora señalada para la ejecución. Se nota alguna impaciencia, nerviosidad entre el público. En diversos corrillos se habla y comenta diversas incidencias del famoso proceso. Se hace referencias relativas a las declaraciones hechas en los últimos días por el condenado a muerte. Hay expresiones de conmiseración. Faltan pocos minutos para las ocho de la mañana. La entrada del pelotón de soldados encargado de la ejecución de la sentencia, fue sin preparativos ni aparatosidad, cuando los diez hombres con las armas al hombro hicieron su aparición hacia el norte del campo, algo así como un sobrecogimiento de terror circuló por entre la multitud. A ocho metros delante del patíbulo, la escuadra hizo alto y dió frente al banquillo.
Las ocho en punto marcan los relojes. Varias voces de mando y los los soldados arman pabellones. Juan Jáuregui avanza, a poca distancia de su hermano Tiene el ceño fruncido y la mirada dura, los labios contraídos y tan secos que pergaminos. Todo el rostro desencajado. Casi juntos, a continuación, penetran Choque, impasible, sin que se le mueva un solo músculo del rostro Villegas con la vista dirigida a suelo. El indígena Calle, llora inconsolablemente. Y así, el grupo cruza el campo hasta delante del patíbulo, acompañado del canónigo Sáenz, del padre jesuíta Bonadona y de los franciscanos José María Bengoa y fray Antonio Quiroz. Alfredo Jáuregui, viste terno negro, sombrero de igual color, abrigo oscuro con la solapa levantada, un par de polainas (gets), gris claro, cubre el calzado negro. Sostiene en la mano derecha un cigarrillo; la muñeca derecha ceñida con un rosario. No cesa de hablar y ora se dirige al padre Bonadona, ora al canónigo Sáenz. Sostenido de ambos brazos, por ellos, llega junto al banquillo. El fiscal se ha incorporado al grupo instantes antes. Jauregui requiere la presencia de uno de nuestros redactores, dirigiéndose a él, y presentándole al doctor Ayala Gamboa, fiscal 2º de partido, expresa suplicatoriamente: "Deseo que mi palabra de gratitud llegue a la juventud y a ustedes ruego dejar constancia de cuanto hizo por mí, éste probo magistrado y noble amigo, cuya bondad me ha sostenido en todo momento". Después de abrazar a varios periodistas y a algunos amigos suyos, Alfredo Jáuregui se aproxima al patíbulo y solicita el uso de la palabra: Expresa buenos deseos para la patria a la cual dice querría verla engrandecida por el esfuerzo de sus hijos y por la nobleza de sus instituciones. Pronuncia algunas frases de duro reproche para "sus verdugos" y expresa "antes que me fusilen, quiero leer al pueblo aquí congregado un memorial que escribí anoche. Lee a continuación lo siguiente: "Querido pueblo de La Paz, cuna de mi nacimiento. La naturaleza parece estar engalanada de negro crespón y se percibe así como un rumor de queja que en los espacios gimiera. No quiero dejar esta tierra, sin que antes escucharan mis últimas palabras de eterna y cariñosa despedida para unos y para otros, para aquellos que me traen a este sitial donde debo rendir culto con mi vida, el baldón que quedara como estigma en la frente, una y mil veces sea ese baldón que los confunde por la injusticia humana". "Dios mio socorred a los que han invocado tus imploraciones por tu hijo sacrificado cuyo hijo no dudo que sabrán defender con su acostumbrado coraje, la integridad territorial de mi querido pueblo digno de mejor suerte...Adiós adiós... adiós..." Poco después de haber comenzado el reo a dar lectura a su discurso, el fiscal trata de impedir que Jáuregui continúe hablando: Hemos terminado señor sacerdote, exclama. El grupo de periodistas y gran parte del público que se hallaba apostado alrededor del cuadro, hacen escuchar voces de protesta, pidiendo que se deje al reo la libertad de palabra. El doctor Uria permite la continuación del discurso. Todo el concurso está pendiente de las palabras del condenado. Más de una vez los sacerdotes tienen que señalar a Jáuregui las líneas de su discurso para que continúe la lectura. El reo hace esfuerzos notorios para dominarse y pronunciar con claridad sus palabras. Al fin concluye la lectura. Jáuregui dobla el pliego de papel, pretende guardarlo, pero se acuerda que debía entregar al canónigo Sáenz y así lo hace. Después de la lectura del discurso, el reo. rodeado siempre de los sacerdotes, se sienta en el banquillo, dos carabineros se acercan a él y le rodean el pecho con las cuerdas. Antes. Jáuregui se ha despojado del abrigo, prenda que recibe el canónigo Sáenz; se saca las polainas, desabotónase el chaleco, desvía hacia un costado la corbata y muestra la blanca pechera de la camisa. En este momento, álzase la voz aguda. firme, sin temblor del reo Juan Jaureguí. ¿Que es de la solicitud que he presentado señor fiscal? La interrogación queda sin respuesta. Se destaca del grupo el fiscal Uría y dirigiendose al sentenciado en voz alta le pregunta. Alfredo Jauregui, el fiscal de la causa, por última vez le pregunta si tiene que hacer alguna declaración del hecho por el que ha sido sentenciado. "No soy tan infame como el Tamayo ni como el fiscal Uria- contesta Jauregui- No tengo nada que revelar a la humanidad. Soy inocente. Soy martir" (Mariano Baptista Gumucio - La muerte de Pando y el fusilamiento de Jáuregui . Crónicas de un asesinato imaginado y una ejecución inaudita). #cortegosky
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