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LUIS ESPINAL Y SU SEMANARIO AQUÍ


Por: Lupe Cajías Periodista. / Este artículo fue publicado en el matutino paceño Página Siete el 15 de marzo de 2020. Disponible en: https://www.paginasiete.bo/ideas/2020/3/15/la-turbulenta-historia-del-pais-que-conto-el-semanario-aqui-249527.html
Una mañana de septiembre de 1978, frente al café que se conocía como Lechingrado, en el centro histórico paceño, se acercó Edgardo Vázquez, un periodista al que había conocido poco antes y me citó a una reunión para formar parte de un semanario que quería ser alternativo a la prensa tradicional.
La invitación me sorprendió muchísimo porque yo acababa de retornar del exilio en Colombia, donde había estudiado periodismo en la Pontificia Universidad Javeriana y había trabajado en periodismo de investigación con Daniel Samper. En Bogotá fui protegida por Luis Ramiro Beltrán, entonces poco conocido en el país y gracias a su mediación conocí a la mayoría de los pensadores latinoamericanos que buscaban crear un nuevo orden informativo mundial desde la visión del sur del planeta. Escribí mi tesis sobre Beltrán y sobre esa corriente, donde obviamente se destacaba el asunto de la prensa alternativa.
En La Paz me estrené como reportera en el vespertino Última Hora y tuve la dicha de que el director Mariano Baptista me asignase la cobertura de las fuentes sindicales y universitarias en el momento de recuperación de las organizaciones sociales y sindicales. En enero de ese año, Bolivia comenzó la era democrática gracias a la huelga de hambre de mujeres mineras que en 21 días se había hecho masiva hasta lograr la amnistía general e irrestricta. En junio de ese año se dieron las primeras elecciones sin presos políticos ni perseguidos en los 150 años de historia republicana y en los escasos periodos constitucionales que vivió el país desde 1825.
Visitaba a la antigua sede de la Federación de Mineros todos los días, frente a la plaza Venezuela. Abajo atendía el café o confitería que todos llamaban Lechingrado, en recuerdo a la batalla del 9 de abril de 1952, cuando el líder sindical Juan Lechín comandó las milicias que derrotaron al ejército. Atrás funcionaba la Central Obrera Boliviana que no tenía una casa propia. Frente a San Francisco estaba la secretaría de la Federación de Fabriles y tres pisos más arriba la confederación de ese sector que entonces era poderoso. Al sur, seis cuadras más abajo, trabajaba la Universidad Mayor de San Andrés y en su patio funcionaba la Federación Local Universitaria.
Todos los días recorría esa larga avenida que cambia de nombre desde la Arce hasta la Montes, pero en el fondo es la misma arteria histórica del poder político boliviano. Grababa notas para Última Hora que cerraba la edición por la tarde. Entonces, los dirigentes ya sabían mi trabajo, leían mis notas y también los periodistas del área sindical comenzaron a reconocerme; era la menor de todos a mis 22 años.
Por otra parte, en 1974 fui alumna de Luis Espinal en la Universidad Católica y él me ayudó a apurar la materia para no perder una beca que gané a Alemania. Además, en la UCB estaba en la dirección universitaria con el Movimiento Universitario Revolucionario (MUR) y al mismo tiempo apoyaba al padre José Ferrari, párroco de Villa Copacabana y que ayudaba en derechos humanos y a esconder a perseguidos políticos. También yo había estado cercana a las gestiones de Justicia y Paz y de la Iglesia Católica para denunciar los crímenes y excesos de la dictadura de Hugo Banzer. Creo que Espinal me reconoció cuando asistí a la primera audiencia.
A mí me gustó la idea de participar en el proyecto. Fui a la primera reunión en una casa de la Genaro Sanjinés y conocí a Antonio Peredo, que me encandiló con su voz y su discurso. Ahí estaban Eric Waisssage, Amparo Carvajal, Edgardo, Lucho, Gastón Lobatón, Aquiles Echenique, Adrián, el dueño de casa, María Martha González, Manuel Morales Dávila, Francisco Otálora, que era diagramador, y otros pocos más. Al poco se juntaron otros como David Acebey que escribía y tomaba fotos, también llegaron contribuciones para las caricaturas. Ricardo, Iván fue el sello marca de Aquí.
Las reuniones se dieron con bastante frecuencia intercambiando ideas para que el periódico no fuese un vocero partidario, sino realmente “voz de los sin voz”. También repartimos las fuentes y las tareas (yo seguí con el área sindical y universitario).
Entre tanto, las personas de la iniciativa y con más experiencia consiguieron que la redacción funcione en esa casa del centro paceño, una imprenta y la logística. Lázaro Bild, cooperante sueco, consiguió dinero para comprar la famosa Composer, que era una máquina con mucho adelanto, pues permitía cambiar los tipos y por eso se podía “componer” un texto.
Hubo tres reuniones muy decisivas. La primera fue para buscar un nombre. Obviamente llovieron muchas propuestas. Yo relaté la anécdota del caso de Presencia, el matutino católico que dirigía mi padre Huáscar Cajías. Él nos contaba que cuando fundaron el entonces semanario de la curia buscaron muchos nombres intentando que no sean clásicamente católicos. Alguien propuso Presencia con esa idea del estar y del ser. Así el nombre del semanario fue un sinónimo de la misma intención: aquí, presentes, ahora. Aquí  es más que un nombre, es un concepto.
Otra larga discusión fue elegir a los directivos. Parecía adecuado profesionalmente el nombre de Peredo, el periodista más experimentado, pero se lo desechó porque estaba demasiado identificado con una posición política. Él acababa de ser liberado como uno de los últimos presos de la dictadura, pues era alto dirigente del Ejército de Liberación Nacional-Partido Revolucionario de los Trabajadores de Bolivia, ELN-PRTB.
También Edgardo estaba ligado al Partido Revolucionario de la Izquierda Revolucionaria, PRIN, de Lechín, igual que Echenique y Adrián. Alguien sugirió a Espinal y él estaba algo reacio porque obviamente tenía que consultar a la Compañía de Jesús y evaluar sus tiempos. Al final aceptó y quedamos en el equipo Luis, Antonio, Edgardo, Gastón y Lupe. Casi inmediatamente se sumaron otros periodistas para cubrir espacios especiales como cine, caricaturas, la columna humorística, etcétera.
El momento más duro fue cuando semanas antes de la fecha prevista para la salida del semanario, marzo de 1979, uno de los más animados propulsores, el abogado Manuel Morales Dávila, propuso que el impreso apoye la candidatura de Víctor Paz Estenssoro para evitar el retorno de la ultraderecha.
Entre junio de 1978 y noviembre del mismo año se habían sucedido las primeras elecciones sin presos, pero con fraude a favor del candidato oficial Juan Pereda Asbún. El cambio de papeletas fue tan burdo que la propia Corte Electoral anuló esos comicios. Poco después Pereda, el delfín, sacó del gobierno a su padrino Hugo Banzer. Sin embargo, los militares también lo depusieron a él en noviembre y pusieron a David Padilla, quien se comprometió a convocar a nuevas elecciones. Los partidos tradicionales habían organizado frentes, pero ninguno pasaba de un 30%, ni siquiera el más popular el izquierdista Unidad Democrática y Popular.
La idea de Morales Dávila fue rechazada y él reaccionó con una violencia verbal y de amenazas que personalmente yo no conocía por mi inexperiencia.
Gritó que él era el de la idea primera y no aceptó los argumentos de los demás. Se tuvo que ir, pues nadie lo respaldó, menos los más antiguos militantes del PRIN que conocían esas tensiones en las discusiones políticas.
Posteriormente aparecieron otros problemas como la imposibilidad de conseguir una rotativa y eso significaba que el periódico se imprimiría en planchas que había que cortar y luego doblar y preparar ejemplar por ejemplar.
Ese detalle, con el tiempo, se convirtió en un gran espacio de solidaridad y de risas y complicidades. Cada viernes, poco a poco, llegaban los impresos tamaño tabloide y organizábamos equipos para el doblaje y conteo. Cada vez aparecían nuevos y más voluntarios, pues muy pronto el semanario fue exitoso.
Estaban Alfonso Dubois y su compañera Teresa de España, exiliados del Cono Sur, Waldo Albarracín, Amanda Dávila, Freddy Morales y una lista larguísima. Tomábamos café para aguantar hasta la madrugada. 
A veces el impresor Fernando Siñani se retrasaba y entonces jugábamos algo o intentábamos dormir una siesta en una vieja alfombra bajo la mesa; empresa obviamente imposible porque otros contaban chistes o chismes de la situación política.
Al principio el semanario tenía un tiraje de 500 a 1.000 ejemplares y con 12 o 18 páginas, pero pronto aumentó el tiraje y al finalizar ese primer periodo democrático, en julio de 1980, el tiraje era de 18.000, el mayor después de Presencia. Entonces contar, doblar y formar los paquetes era agotador.
Todos participábamos menos Luis Espinal, porque le dábamos ese tiempo libre para que asista al cine y haga su crítica semanal en Radio Fides y en Presencia (donde poco después tuvo que renunciar a su famosa página de crítica cinematográfica que había guiado a los espectadores paceños por más de una década).
Terminábamos a las cuatro, cinco de la mañana. Ahora veo con asombro cómo era La Paz de entonces. A veces salíamos en grupo y tomábamos un api en el mercado Lanza, a pocas cuadras del local del semanario. Había borrachitos, lumpen y prostitutas, pero todos con buena onda. Casi siempre después de ese desayuno antes de la salida del sol yo retornaba sola a mi casa, que era en Obrajes; me gustaba caminar esa media hora o algo más, mientras amanecía. Nunca me ocurrió nada desagradable, ni siquiera sentí peligro.
Ninguno de los periodistas cobraba por trabajar en el semanario, pero decidimos pagar algo simbólico a Luis porque él daba todo su tiempo. Lastimosamente, Coco Manto, un humorista, dijo que él tenía familia y Lucho le cedía su pequeña paga. Alguna vez aparecían personas que traían notas, muchas veces llenas de adjetivos, y firmaban con seudónimo “por su seguridad”. Nunca estuve de acuerdo con ello en las reuniones de prensa, pero Lucho era más flexible y las aceptaba.
En el fondo, dábamos aportes porque cada uno pagaba su transporte, las pilas de su grabadora, su tiempo que a la vez impedía conseguir algo remunerado. Casi todos nos contentábamos con estar a medio tiempo en otro lugar. Seguía en Última Hora y además tenía un programa en Radio Fides: Vanguardia Cultural. Por esa época también comencé a escribir reportajes para agencias o periódicos internacionales.
Como dije en otras ocasiones, la libertad de conciencia que gozábamos y ejercíamos nos permitía redactar para la prensa tradicional y para Aquí sin entrar en contradicciones ni amenazas. Es algo que siempre agradezco a la vida porque me marcó para siempre esa oportunidad de ser libre de pensamiento, palabra y escritura.
Cubría con más profundidad mis fuentes sindicales y estudiantiles. Como tenía la práctica del periodismo de investigación decidimos que haga cobertura de otros casos más complejos. La serie de notas sobre el rol del Instituto Lingüístico de Verano en América Latina fue de gran impacto y fue el primer caso donde conocí los intentos del poder para presionar a la prensa. Obviamente Samper nos enseñó a trabajar con múltiples fuentes, consultado la normativa adecuada al asunto y poner a prueba los datos. Espinal me respaldó y seguí con la serie.
Ser parte del semanario Aquí, además como fundadora, la única mujer redactora, la más joven, me llenaba de orgullo. Cada vez el semanario crecía más, teníamos corresponsales en las principales ciudades y en las minas y en lugares claves de las luchas sociales. Cada sábado, los canillitas se peleaban por recibir más ejemplares y casi no teníamos devolución.
En febrero de 1980 nos dimos cuenta de que para otros el éxito de las noticias difundidas por Aquí era una molestia. El estallido de una bomba en la redacción causó grandes daños materiales a la casa donde nos reuníamos y fue el anuncio de lo que sucedería un mes después.
Entonces fuimos conscientes del peligro y de las amenazas ciertas de grupos de neonazis y de neofascistas que llegaron desde Italia, Alemania y Argentina para organizar el terrorismo contra la izquierda y el ejemplo que daba Bolivia democrática al resto de los países del Cono Sur bajo dictaduras militares.
El semanario, junto a la generalidad de la prensa, sobre todo de las cadenas de radios mineras, había ayudado a la resistencia y posterior victoria popular contra otro golpe de Estado el 1 de noviembre de 1979 que apenas duró 16 días.
La inestabilidad política, la poca gobernabilidad, la debilidad de los sucesivos gobiernos de Padilla, Walter Guevara y Lidia Gueiler creaban el ambiente propicio para el surgimiento de esos grupos terroristas.
El 21 de marzo de 1980, Lucho fue secuestrado, torturado y asesinado y su muerte se convirtió en el inicio de una etapa sangrienta en Bolivia.
Para la redacción del semanario se abrió una etapa muy dura. El mismo día de la muerte de Luis, sábado 22 de marzo, por la tarde, en medio del gran gentío que desfilaba por su cadáver, decidimos sacar un número extra y comprometernos a continuar con su obra. Salió un ejemplar de pocas páginas que se agotó inmediatamente porque ahí denunciábamos que era una acción de militares y paramilitares, restos de la dictadura de los años setenta.
En la reunión de emergencia se volvió a plantear el problema de la dirección y las razones fueron las mismas. Se optó por una tercera persona, el escritor René Bascopé, que había mostrado mucho compromiso por el semanario y yo ascendí a una jefatura.


Fue importante que el equipo mantuvo el ambiente cordial, de debate sano, con ideas, de propuestas discutidas paso a paso, con firmeza, sin autocensura, pero ya conscientes de que nos venía un periodo más grave.
Los fabriles nos cedieron un local frente a la estación central, en la zona norte de La Paz para estar más protegidos que en la casa particular. Era difícil llegar hasta ahí y renuncié a mis otros trabajos porque ya no alcanzaba el tiempo, con el respaldo moral y material de mi esposo. No era posible retornar sola a casa, comenzamos a tomar previsiones.
También llegó la etapa de sospechas porque nos dimos cuenta de que un visitante frecuente era un “buzo”, un agente encubierto. También sabíamos de listas negras donde estaban nuestros nombres.
El compromiso era grande y ninguna persona se escurrió. Más bien, cada semana había más voluntarios para repartir el semanario que se agotaba rápidamente. Siempre cuidamos publicar notas responsables, de denuncia de asuntos no contra personas y sin causar daño a nadie en forma particular. Éramos muy duros para decir con nombre y apellido si era necesario, para develar casos de corrupción, trampas, negociados, con el objetivo del bien común.
Todo ello ayudó a hacer grande al semanario y a tener la confianza pública que es la mejor paga de un periodista.
El día del golpe de Estado de 1980, Antonio Peredo me envió a cubrir primero Palacio de Gobierno y luego la COB para saber las novedades. Fui una de las nueve personas que nos salvamos escondidas en un baño durante el asalto al edificio de los mineros ese 17 de julio al mediodía.
Después de dos días de resistencia me asilé en la Embajada de Panamá y desde ahí saqué varios números del semanario en máquina de escribir coordinando con algunos compañeros de las minas. Una colega repartía las copias. Tengo esos ejemplares archivados porque su mayor valor es que tienen nombres de los cómplices de la dictadura que luego aparecieron como demócratas.
Más tarde, el nombre de Aquí fue usado por varios miembros del semanario exiliados en otros lugares, como México. También fue usado por miembros de la resistencia clandestina como sello de identidad. Así como sirvió a oportunistas y agentes para imprimir números supuestamente del semanario.
En mayo de 1982, con la amnistía política, volvimos todos y formamos nuevamente el semanario que pasó por varios locales. Por una parte, había más ayuda material, pero también comenzaron las tensiones políticas entre posiciones de apoyo a la UDP, a los comunistas o al PRIN y a la COB. Personalmente mantuve mi respaldo a las expresiones del sindicalismo anarquista guiado por Líber Forti.
Poco a poco, la publicación dejó de tener el impacto del inicio y al final perdió toda identidad con sus motivaciones primarias, tanto que ninguno de los fundadores permaneció más de tres años o cuatro años.
Mientras decaían los sindicatos por la etapa neoliberal inaugurada con el DS 21060 y la última gran marcha minera en agosto de 1986, el mismo semanario dejó su vigor y sobrevivió en un pequeño círculo sin mayor impacto.
Siempre pensábamos qué diría Espinal de los nuevos tiempos, más aún en la etapa del Movimiento Al Socialismo.
Sobrevivimos Edgardo, Gastón y yo del primer directorio y a veces nos reunimos, o a veces son amigos de las radios mineras los que nos convocan. Nostalgias y más nostalgias de una gran etapa de utopías que no volverán.

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