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EL NEGRITO SALVADOR Y LA FAMILIA DE SIMÓN I. PATIÑO


Por: José Antonio Loayza - abril de 2018 / Artículo publicado en Siglo y Cuarto documentos históricos. / Foto: Simón I. Patiño, el sr. hinke, un par de señoras y en el piso el negrito Salvador. 

Esto no es historia, y no creo que sea un fenómeno suprasensible, pero prefiero decir que es extraño para no desorbitar lo racional, aunque sé y lo sé bien, que la fantasía es lo más próximo a la realidad.

Algunos escritores sostienen que doña Albina, enterada de los apuros de su esposo Simón Patiño, en la difícil administración de la mina La Salvadora, vendió sus joyas, muebles y algunos objetos que poseía en Oruro por $us. 4.000, con el fin de viajar y socorrerlo. Pero la sabiduría vieja sabe y dice que Albina nunca tuvo joyas ni nada de valor para ayudar a cubrir las deudas, sueldos, provisiones, etc. Y aquí viene lo insólito, una tarde cuando salía del templo después de dejar sus oraciones, encontró en las gradas a un niño de piel negra que le causó compasión, él dijo llamarse Salvador, al verlo con la angustia de no haber comido le llevó a su casa, el niño comió ávidamente y luego durmió sobre un jergón muy abrigado que le preparó. Lo cierto es que Albina lo protegió como a un hijo más, y entre gracias y bromas le pidió que le de suerte. Salvador le miró contento por el pan que tenía en la mano, y le dijo: “No sólo les daré suerte, llenaré de millones La Salvadora para que ustedes lo multipliquen por millones de felicidades”, Albina sonrió por su picardía, y en vísperas de viajar, le dijo a Salvador que él iría con ellos.

Días después, el capataz Menéndez, vio que una carreta venía cargada de canastos y cajones.

—¡Patrón, vienen una carreta ¿No serán gitanos?
Simón vio a la lejanía, y después de adivinar quienes eran, miró ceñudo el horizonte...

—¿Alguien llega patrón, no serán los Artigue? —dijo asustada Saturnina Sarco.

—No Saturnina, es mi familia, no dejes que agonice el fuego de la hoguera y coloca en la olla más caldo y más verduras para mejorar el sabor del rancho.

Una hora después llegó Albina, traía en sus brazos a su hijo René, en un aguayo cargaba al niño Antenor; y atrás, cuidando las cosas, venia Salvador.

—¡Albina, por qué viniste! No debiste venir, temo que todo esto no sea de tu agrado. Pasa a la vivienda, mira, yo duermo en este lecho, es blando y hondo como un nido.

—¡Ah, estoy cansada Simón!, Rene te contará del pájaro que vio, dice que era raro porque tenía un pico en la cola y una cola en el pico... ¡Pero si tu lecho es de piedra con maderos y barro!

—Hoy es eso Albina —dijo Simón, abrumado—, pero algún día, por lo que hiciste y haces con todo tu cariño, te juro que te construiré un palacio...

—Aguanta Simón, algún día por lo que hiciste y haces serás un rey. Ahora no mojes con tus lágrimas la alfombra mineral de nuestro reino.

En el tiempo Albina aprendió a congeniar con los obreros, en especial con Saturnina, con quien cernía la tierra extraída del socavón, llevaba en la carretilla lo poco que había para moler en el quimbalete de piedra, y luego cocinaba la merienda en un fogón que en las noches servía para recalentar los ladrillos para el frio de los pies, porque el perro sin pelo había muerto. Un día, mientras Albina golpeaba la olla avisando que ya servía la lagua con tiras de charque… vieron que Menéndez bajó de la mina corriendo y dando gritos. Simón esperó que llegue pronto para decirle tres furibundos desprecios y no olvide que el único mandamás de modales incorregibles, era él...

—¡Patrón, suba de inmediato, llegamos a los 30 metros!

Simón se puso lívido, vio que en los ojos de Menéndez había brillos que no eran sílices. Se levantó, ¡había suficientes indicios! Saltó y subió los 250 m. de cuesta del cerro como si estuviera bajando.

—¿Mírenlo, lo vieron correr así? —Gritó Albina—. ¡Parece que sucedió algo!

Después de tres horas, Simón bajó de la mina arrastrando con sus pasos torpes una avalancha de piedras. Cargaba en sus hombros tres capachos húmedos. Estaba aturdido, tartamudeaba.

—Albina, ¿los corredores por dónde corre la corrida del corredor?... ¡Pienso que es nomás lo que es! Dijimos que diríamos lo que debíamos decir, porque diciendo se habla, y vamos a hablar, ¿Entiendes?... Él dice que es, pero dice y dice, ¿y si no es, y si es? ¡No sé Albina, no sé!...

—¡Traigan un vaso de agua! ¿Qué pasa Simón, hablas sin noción. ¿Te sucede algo?

—¡Yo le explico doña Albina —dijo Menéndez—, creo que encontramos la veta, es una veta ancha.

—¡Menéndez! –Ordenó Simón con un exceso de altivez—. ¡Ensilla mi caballo, y que los perros dejen de lamer mis botas que aún soy un nadie! ¡Dónde están los capachos con las muestras, dónde están!... Ya me robaron, pero puedo olerlos, puedo olerlos… ¡Dónde están, dónde están!...

—Están en sus hombros patrón...

—¡Ajá, ladrones. Ahora que está fresco el mineral volaré sobre las montañas a Huanuni!

—Irás mañana Simón, el mineral no se pudrirá, y mañana estará tan fresco como ahora. Descansa...

Antes que salga el sol, Patiño y su ayudante bajaron la cuesta, subieron por una colina y recorrieron cuestas y cerros. Cuando llegaron a la hondonada para descender por el río de Huanuni, Simón sacó el látigo para apurar el trote, luego empezó a galopar, finalmente comenzó a correr mientras el peón le advertía que no lo hiciera. Corrió sin parar hasta que llegó a la firma británica Penny & Duncan, donde buscó al laboratorista y le dijo que analice las pruebas, ¡Ahora mismo!

—Señor, mañana le daremos el resultado...

—¿Mañana? ¡Y por qué no puede ser hoy!...

—Descansemos patrón —Le rogó el peón que por fin lo alcanzó.

—¡Descansa tú, yo no tengo ganas, mañana es mucho tiempo! ¡Necesito que mañana sea hoy!
Al día siguiente Salió el químico con unos papeles y luego de ordenarlos con dos golpecitos, llamó a los interesados con su voz remilgada, y buscándolos con sus anteojos microscópicos, gritó: ¿Señor Simón Patiño? ¡Lo felicito, el resultado del ensaye indica que una de las muestras tiene 58% de estaño, la otra 56% y la tercera 47%! Es la veta más rica del país y quizás del mundo...

Al poco tiempo, Simón se convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo. En su primera entrega ganó ¡£ 83.000!, cuando la £ valía Bs. 15. El Presidente de la República ganaba 30.000 al año, o sea, £ 2.000 libras, ¡y Simón ganó 500 sueldos más que él! En un año ganó £ 1.000.000, o sea Bs. 15.000.000, dos veces más que el Presupuesto General de la Nación, que en 1900 fue de Bs. 7.331.400. Si antes su producción no pasaba de 39 quintales al mes, o un poco más de un quintal por día, en el futuro produciría más de 20.000 quintales por día!

Pero después de un tiempo el niño al que Albina conoció como Salvador, desapareció… Albina sufrió un tiempo su ausencia, había notado en sus ojillos una extraña mirada de porvenir, y en el profundo de su ser un enjambre de misterios.

Años más tarde en un paseo por Uncía, Albina se enteró que un libanés vendía obras de arte, cuando visitó el almacén, quedó paralizada por la sorpresa al reconocer que una de las obras era el negrito Salvador, con el mismo traje de diario que ella le compró, sentado en la silla enclenque. Hoy esa figura se exhibe en la Casa de Cultura de Oruro, en el palacete de los Patiño, en esa tierra donde el cóndor, las hormigas y sapos, se convirtieron en piedra después que la Virgen morena los castigó.

Yo el negrito, acarreé el estaño donde el sol dora,
y por ser amiga le regalé a Albina “La Salvadora”,
desde entonces me llama Salvador, por servidora.

Soy ajeno a estas creencias, cuando conocí la efigie del negrito no le puse mayor reparo que la curiosidad, pero el día que la familia de Patiño me hizo llegar la fotografía, admito que me asombré por el parecido. Espero que el relato les guste.

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