Por: Rafael Archondo / Artículo publicado originalmente en
Página Siete de La Paz, el 30 de septiembre de 2018. Disponible en: https://www.paginasiete.bo/rascacielos/2018/9/30/las-cuatro-estaciones-del-partido-de-carlos-palenque-195144.html // Foto Wiipedia
Caravana
En la madrugada del miércoles 21 de septiembre de 1988,
decenas de personas se aglomeraron en las cercanías de aquella vieja casona
construida sobre la calle Bolívar, a solo dos cuadras por encima de la plaza
Murillo. Ninguna novedad. El lugar solía estar colmado, sobre todo desde junio
de ese año, cuando el gobierno anunció la clausura, por un año, de Radio y
Televisión Popular (RTP), la emisora y el canal, donde Carlos Palenque Avilés
irrumpió en la vida pública de la capital.
El cielo, aún perforado de estrellas, cubría con su frazada
oscura la ciudad adormecida. Los conductores de camionetas y buses,
estacionados en hilera, negociaban con los asistentes un asiento para el viaje
en ciernes. Muchos de ellos, los más fanáticos, habían pernoctado allí para
asegurarse un lugar en el acontecimiento tan perifoneado.
De pronto, desde uno de los motorizados salió el grito
ansiado: “¿Quiénes quieren ir en ésta?...”. Logré subirme sigilosamente en la
parte de atrás, ayudado por mi credencial de periodista. Dio la casualidad de
que en la cabina esperaba ya la Comadre Remedios y su mamá, todo un privilegio
para sus apiñados acompañantes. Una caravana de 13 vehículos partía en dirección
a Tiwanacu, el mítico poblado de tantos rituales andinos.
Al pasar por una suerte de mirador natural a un costado de
la carretera, la travesía hizo un paréntesis religioso. Palenque ya estaba ahí,
participando de una ceremonia alumbrada por los primeros destellos del
amanecer. Me acerqué lo más que pude para verlo. Remedios, nuestra pequeña
copiloto, se abrió espacio a un costado del abrigado caudillo. Los braseros
humeantes circulaban entre los seguidores del nuevo partido político, aymaras
en su inmensa mayoría.
Al llegar a Tiwanacu, el día ya estaba instalado sobre su
brillo inicial. No accedimos al templete de la zona arqueológica. Un grupo
aguerrido de indianistas estaba ahí para impedir el uso del perímetro lleno de
simbolismos. Al grito de “¡Muera Palenque!”, esperaban atrincherados en los
ingresos.
Los nuevos dirigentes de Conciencia de Patria (Condepa)
fueron entrando uno por uno, casi en desfile clandestino, a una casa situada en
la plaza principal, desde cuyo balcón fue leído un documento de 21 puntos. Tres
hombres se encargaron de los discursos, usando un afónico megáfono fijado a la
fachada con un gordo nudo de alambres: Reynaldo Venegas, diputado del MNR por
el departamento de Oruro, Genaro Torres, presidente del Comité de Defensa de
RTP y el propio Palenque, siempre al centro, con una bufanda a cuadros. Una
bandera boliviana cubría como falda el rústico balcón de aquel inmueble
descolorido. Al medio, prendido por tachuelas, el único afiche del movimiento,
la foto en blanco y negro de Carlos y Mónica, la pareja líder, sonrientes.
A las 11 de la mañana, la caravana de buses y camionetas
empezó el lento retorno a La Paz. Un nuevo partido iniciaba su andadura hacia
las elecciones presidenciales de 1989. Le esperaba un sorpresivo cuarto lugar,
con un 12% de los votos y una abultada victoria en el departamento de La Paz.
Estallido
Una orden emanada de la Corte de Distrito había interrumpido
la clausura de los medios palenquistas por casi tres meses. La ratificación del
silenciamiento por parte de la Corte Suprema en Sucre, fue notificada a la
prensa el jueves 3 de noviembre de aquel 1988. Era una agonía judicial en dos
tiempos.
La noticia detonó una explosión popular pocas veces vista.
Miles de sindicatos de estandarte tricolor e indignadas mujeres de pollera
llenaron con sus gritos y sollozos la plaza San Francisco la tarde del martes 8
de noviembre, día en el que RTP volvía a apagar sus equipos. La plaza hervía de
furia. Un grito incesante se fue expandiendo entre la muchedumbre: “¡Condepa,
Condepa, Condepa al poder!”. De manera instintiva, la gente blandía el puño y
Palenque iniciaba su vida política con una plaza erizada. Ahí y no tanto el 21
de septiembre, se acunaba el huracán que abarcaría una década de cuantiosas
cosechas electorales.
El 4 de mayo del año siguiente, San Francisco volvería a
quedar a tope. Condepa cerraba campaña, Palenque vestía de poncho, el color del
partido era el café de la tierra, la plancha de dirigentes ya estaba llena y la
cantidad de aymaras que secundaban al Compadre aquella madrugada del 21 de
septiembre en Tiwanacu, se había diluido considerablemente. El partido había
sido “capturado” por rostros conocidos, políticos de diverso origen, profesiona
les del quehacer parlamentario. Acá retratamos a cuatro de ellos.
Rivales
La toma de Condepa empezó dos meses antes del Manifiesto de
21 puntos. Producida la clausura de RTP, Reynaldo Venegas, hoy ya fallecido,
fue el único diputado que usó su curul para protestar por la decisión de su
partido de clausurar los dos medios de comunicación. El orureño, ducho en
leyes, logró colocarse estratégicamente al lado del exfolklorista y conductor
de programas a la hora de redactar memoriales y apelaciones. Venegas logró que
la Corte de Distrito de La Paz resolviera la reposición de las emisiones el 8
de agosto.
Convencido de que el movimiento derivaría muy pronto en una
sigla partidaria, Venegas atrajo tras de sí al grupo Bolivia, un cenáculo de
políticos de orientación nacionalista, muchos de ellos con una clara
inclinación conservadora. Ahí figuraba Jorge Escobari Cusicanqui, quien a sus
62 años, se decidía por la vida partidaria tras haber sido canciller del fugaz
gobierno del general David Padilla Arancibia en un año clave para cualquier
diplomático: el primer centenario de la pérdida del Litoral.
El 8 de octubre de ese 1988 fundacional, Venegas declaraba
que el naciente partido no estaba “ni con la izquierda extremista y alienante
ni con la derecha dependiente, sino con el verdadero nacionalismo
revolucionario”. Venegas se había distanciado del MNR que lo llevó a la cámara
baja, porque lo consideraba un partido que, de la mano de Sánchez de Lozada,
había arriado las banderas de abril de 1952. Su obsesión en el Congreso era el
proyecto poli-metalúrgico Bolívar, un ingenio industrial soñado por ingenieros
patriotas.
Aquel fin de año de 1988 fue clave para operar la toma de la
dirección partidaria. Los medios estaban clausurados. Aunque Palenque fue
acogido por radio Méndez primero y por radio Continental más tarde, la
movilización social fue declinando y el asedio del gobierno se hizo cada vez
más severo. Las labores del partido, como recolectar 27 mil firmas para lograr
su personería jurídica, organizar visitas que mantuvieran el nexo con la gente,
buscar alguna llegada a otros departamentos, fueron mejorando las condiciones
para el desembarco de los nuevos dirigentes. Defender RTP requería de
cualidadesdiferentes que las usadas para redactar proclamas o proponer un plan
de gobierno.
Dos fracciones avanzaban en busca del núcleo del movimiento:
el grupo Bolivia y el grupo Octubre. Los primeros, los amigos de Venegas, el
número dos del naciente partido; los segundos, los impulsores de la izquierda
nacional, dirigidos por el periodista y abogado Andrés Soliz Rada, también
fallecido.
Aquel 8 de noviembre de la segunda clausura de RTP, busqué a
Soliz en las puertas del edificio de la Federación de Fabriles cuando la
multitud ya se dispersaba. Le dije que me interesaba entrevistarlo. Soliz no
quería entrevistas, necesitaba brazos y cerebros que apuntalaran su grupo
interno dentro del naciente partido. Frente a una taza de café, el hombre que
acababa de dejar la dirección informativa de un canal de televisión, y mantenía
cercanía con la agencia France Press, me advirtió sobre el peligro de que la
derecha se apoderara de la mente y el corazón del Compadre. “A nadie le
conviene que este movimiento se transforme en una derivación del fascismo”.
Creo recordar esa frase casi textual. Soliz se percibía a sí mismo como una
puerta de acceso para una izquierda que por entonces no se había podido
recuperar del desplome de la UDP, sucedido hace solo tres años.
Cooperé con él durante dos años, primero a fondo, y luego
con una creciente desconfianza por un proceso que se nublaba cada vez más con
diversas y caóticas incorporaciones. El 12 de febrero de 1989, Venegas
terminaba expulsado del nuevo partido. Menuda sorpresa. La ofensiva de Soliz
cosechaba su primer fruto. El abogado orureño aspiraba a ocupar el primer lugar
en la lista de candidatos al parlamento por el departamento de La Paz. El lugar
iba a corresponder a Remedios Loza, la fiel escudera de Carlos Palenque.
Venegas, un mal calculador, pensó que ir como segundo de la lista era una
apuesta arriesgada. Tanto insistió en tener predominancia, que acabó fuera.
Luego se arrepentiría. Los curules asegurados no fueron ni uno ni dos, sino
nueve.
Ofensiva
Noviembre de 1988. Un grupo de señores se reúnen en una casa
de la zona sur. Son los nuevos condepistas. Ninguno de ellos salió a
manifestarse cuando en junio de ese año, la Dirección General de
Telecomunicaciones (DGT) dispuso la clausura de RTP. Es más, alguno de ellos
incluso firmó un documento aplaudiendo la medida. Con el paso de varios años de
lealtad, aquel error pudo ser olvidado justicieramente.
Ese domingo, los congregados hacen un balance de lo logrado
hasta ese momento. Dibujan un mapa mental en el que se colorean los avances de
los seguidores de Venegas y de los presentes. Está claro que necesitan más
incorporaciones. Dos son los convocados más citados: Ricardo Paz y Julio
Mantilla, dos hombres que se trenzarían pronto en una rivalidad de larga data.
Gonzalo Ruiz Paz, hoy fallecido, quien varios años después
se convertiría en esposo de la periodista Cristina Corrales, sube las escaleras
del monoblock de la UMSA rumbo a la Decanatura de Ciencias Sociales. Allí lo
espera un hombre robusto y emotivo. Su nombre es Julio Mantilla Cuéllar,
también fallecido, y un olvidado de la historia política de Bolivia.
Mantilla comenzó su vida militante en el Partido Comunista
de Bolivia (PCB), fundado en la década del 50, donde se entremezcló con la
membresía campesina, dentro de lo que se consideraba a sí mismo como un partido
obrero.
Esa decisión fue importante para su trayectoria. Mantilla se
vio en la necesidad de explicarle a los campesinos aymaras y quechuas que la
vanguardia de la revolución no eran ellos, sino los asalariados de las
fábricas, las minas y los ferrocarriles. Decirles que eran “furgón de cola” de
la revolución no parecía ni pertinente ni sagaz. En el periódico del PCB,
Unidad, firmaba con un pseudónimo de sazón precolombina: Juanito Lupi Kala.
Ante ese reto, desarrollado en años de dictadura, se fue
dando cuenta de que entre campesinos y obreros había una conexión
indestructible; todos ellos eran indígenas. Entonces fue puliendo el lazo para
hacerlo fecundo.
Escarbó en la Historia del país y se encontró con los pasos
del nacionalismo precursor de la Revolución de 1952. Allí detectó la alianza
ansiada entre sus dos interlocutores y subrayó el nombre del ex presidente
mártir, Gualberto Villarroel. Mantilla estudió el Congreso Indigenal de 1945,
convocado por ese gobierno militar y conoció a Antonio Álvarez Mamani, quien
presidió el cónclave.
Ahí Mantilla se convirtió en un nacionalista de matriz
indígena.
Cuando su partido, el PCB, ascendió al poder en 1982, se
plegó al sector salud, desde donde respaldó los comités populares de salud, que
organizaron farmacias y atención médica para los más pobres.
Tras el fracaso de ese gobierno, Mantilla se replegó a la
Universidad. El puente de ideas con los miembros del grupo Octubre ya estaba
tendido. Gonzalo Ruiz Paz lo convenció de jurar a Condepa. No tardó nada en
transformarse en una figura central. Elegido diputado en 1989, Mantilla fue el
arquitecto de la simbología partidaria. Palenque se revestía de las ocurrencias
mantillistas.
En 1991, Julio fue elegido alcalde de La Paz, meta que
Palenque no consiguió dos años antes. Condepa gobernaba la ciudad más
importante del país. Mantilla fue expulsado del partido y a raíz de ello
compitió por la reelección con una sigla prestada, la del MNR. El periodista
Carlos Soria Galvarro ha publicado una carta que le dirigió Mantilla en su fase
más crítica. En ella, el exalcalde, fallecido en 2012, cuenta que quienes lo
echaron del partido fueron Ricardo Paz Ballivián y Mónica Medina de Palenque.
Esta última lo reemplazó en la silla municipal tras casi empatar con él en las
urnas en 1993. “Intenté una jugada riesgosa, que hoy reconozco como mi primer
error político: la alianza con el MNR”, escribe el exalcalde. “Me equivoqué y
perdí”, señala más adelante.
En la carta, Mantilla confirma que tras su enjuiciamiento
por parte de la nueva directiva municipal, su situacióneconómica se tornó
catastrófica. Seis años después de su muerte en Sipe Sipe, Cochabamba,
corresponde ir recuperando su obra y pensamiento.
Julio Mantilla ingresó a Condepa en diciembre de 1988. Lo
hizo lo suficientemente tarde como para no encontrar espacios vacantes, pero lo
suficientemente temprano como para activar la campaña electoral en puertas. Se
transformó en pieza central de la irradiación discursiva.
Su primer puesto fue el de jefe departamental de La Paz. La
función lo colocaba en directa relación con la gente, pero sobre todo, en
fricción creativa con la mayor parte de la militancia de un partido con fuerte
implantación regional. Cuando se distribuyeron las colocaciones en las listas
de candidatos, Mantilla resultó fuera de la llamada “franja de seguridad”. A
diferencia de Venegas, no hizo ningún reclamo. Para sorpresa de todos, el
partido lograba dos senadores y nueve diputados, Mantilla entre ellos.
Toma y retoma
Para 1989, el grupo Octubre ya había ocupado gran parte del
escenario. Los aymaras que lo fundaron y que organizaron el Comité de Defensa
de RTP no tuvieron más remedio que desalojar los puestos de mando. La mayoría
de ellos se había educado en las filas de ADN, el partido del general Banzer.
Para algunos, como Genaro Torres y Mario Valda, reemplazado sorpresivamente por
el recién llegado Mantilla, el partido se había llenado de “comunistas”. El 22
de abril de ese año, ambos fundaban una nueva entidad de efímera duración:
Condepa nacionalista. El 3 de septiembre de 1992, con Mantilla ya ejerciendo
como exitoso alcalde, el senador condepista José Taboada denunció: “Hay un
entorno comunista y familiar”. El 12 de diciembre, casi confirmando tales
reproches, jura al partido el dirigente fabril Daniel Santalla. Él, junto a
Soliz Rada, serían los dos ex seguidores de Palenque, que casi dos décadas más
adelante, se unirían al gabinete de Evo Morales.
En 1993, Ricardo Paz Ballivián, sociólogo con estudios en
México, exsimpatizante del MIR antes del surgimiento de Condepa, ya había
perfilado su ascenso dentro del partido de Carlos Palenque. Junto a Carlos
Cordero, Paz se fue convirtiendo en un asesor cercano de la familia del
caudillo. Así, mientras Mantilla invertía sus desbordantes energías en el
gobierno municipal, Paz tejía influencias desde la secretaría de desarrollo
social de la Corporación de Desarrollo de La Paz (Cordepaz), cuota de poder que
el MIR le entregó a Condepa por haber propiciado la formación del llamado
Acuerdo Patriótico, en alianza con ADN. Poco a poco, Paz fue desplazando al
grupo Octubre de la órbita de las decisiones. Su discurso giraba en torno a la
necesidad de una renovación generacional, de la que Mónica Medina, pero también
Manfred Reyes Villa, alcalde de Cochabamba y Johnny Fernández, alcalde de Santa
Cruz, estaban invitados a participar.
El 29 de agosto de 1993, el alcalde Mantilla anuncia que irá
a la reelección “con Condepa o sin ella”. Ricardo Paz responde el 2 de
septiembre que el edil no es “imprescindible”. Jorge Medina, el también
fallecido padre de Mónica, la esposa de Palenque, ratifica lo dicho por Paz. El
8 de ese mismo mes, Mantilla abandona el partido y el 2 de octubre firma un
acuerdo con el MNR. El impulsor del acercamiento es Guillermo Bedregal,
político ansioso por ganar fuerza frente a la impronta neoliberal del ya
presidente Sánchez de Lozada. La fase de Ricardo Paz en Condepa apenas
comenzaba. El siguiente paso fue su postulación como diputado y la elección de
Mónica como aspirante a gobernar el municipio, hecho que cristalizó el 10 de
diciembre.
El reinado de Paz duró los tres años siguientes. El 10 de
septiembre de 1996 sufriría el mismo trato que su rival: la expulsión. Al saber
la noticia, Mónica le lanzaría a Palenque una frase memorable: “Amor, no te
equivoques”. Corre el mes emblemático, aquel de Tiwanacu, y la pareja símbolo
del partido está fracturada. El día 25, Condepa clausura su primer congreso
nacional en el que se ratifica la vigencia de un Palenque que ya aparece ante
todos como el señor que tramita su divorcio. Éste arranca formalmente el 14 de
noviembre. Tres semanas antes Mónica y Ricardo Paz anuncian la creación de un
nuevo partido: Bolivia Insurgente. El 6 de diciembre, los seguidores de la
exalcaldesa convocan a lo que bautizan como “el Monicazo”. Varios operarios
llegan a San Francisco para montar las tarimas del acto. Minutos más tarde,
puñados de jóvenes comienzan a hostilizarlos. Organizados para “reventar” el
encuentro, los grupos de choque multiplican los pugilatos. En cuestión de media
hora, las llamas devoran los tablones de la plataforma. Bolivia Insurgente arde
con ellos.
El 8 de marzo del año siguiente, un rayo cae macizo sobre la
ya frágil estructura del Condepismo. Un infarto acaba con la vida de Carlos
Palenque. La tragedia coincide con la confrontación entre los esposos y muchos
seguidores le atribuyen el paro cardiaco a las maquinaciones que terminaron por
escindir la cúpula del partido. Llegaba la hora para el retorno final de Soliz
Rada, quien junto a Remedios Loza, terminaría por administrar la agonía final
del partido.
Se ha dicho reiteradamente que Condepa fue el fenómeno
social que precedió y aceleró la llegada del MAS al poder. Dicha afirmación es
altamente convincente. Desde 1988, los paceños y alteños se indispusieron
precozmente con el neoliberalismo. En tal sentido, su mudanza de Palenque a Evo
no resultó descabellada. Si eso es así, de nuestros cuatro personajes
descritos, el que mejor condensa ese tránsito es Andrés Soliz Rada, el hombre
que estableció con su presencia el puente entre aquel inicio en Tiwanacu y la
nacionalización del gas casi dos décadas después.
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