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DANIEL SALAMANCA, Y LA GUERRA DEL CHACO


 Por: José Antonio Loayza // 14 de junio de 2019. 

En memoria a los valientes guerreros del Chaco.

Ahí está el Chaco, siempre estuvo ahí, en ese triángulo ardiente y jadeante, en ese sexo ondulante con olor a animal de monte, en ese vientre de pajonal que todos querían llevársela en brazos. ¡En él se cosieron las mortajas y se armaron los ataúdes por millares desde el 15 de junio de 1932! La Standard Oíl deseaba ese ardor lubricante, la familia Casado también, los argentinos y chilenos tenían hasta los ojos torcidos de lujuria por esa piel que se humedecía al tacto. Y cómo no, si por arriba de su espesa selva surca el río Parapetí, y por el divino muslo izquierdo junto al pubis plateado fluye el río Paraguay, y por el derecho junto al pubis mercurial lamiendo las orillas sin sombras corre el río Pilcomayo... Ese es el cuerpo con tajo de laguna doncella que intrigó e inspiró el crimen donde se dieron con todo los ejércitos que nunca se odiaron y más bien terminaron tres años después bailando polcas y cuecas. 

Pero no fue la guerra asesina la mayor adversidad. El rescoldo de los soles fue el conflicto en sí. El tormento de la sed, la ausencia de agua en esa tierra deseca, donde las risas locas de los guerreros sedientos bebían con repugnancia sus orines, o humedecían sus labios en la sangre que manaba de las heridas soñando con caramañolas de fantasía...
¿Verdad? El Presidente boliviano Daniel Salamanca Urey, buscó odio, buscó sangre y buscó agua. Acarició el pubis bajo el rubor de la sábana topográfica sorteando sereno su excitación. Notó que la mata no era hirsuta, sintió que olía a líquido, confirmó que esa concavidad llorosa que encontraron era un oasis de agua milagrosa, la misma que encontró un año antes el general ruso Balaieff, oficial de la Guardia Imperial del Zar Nicolás II, y más tarde la vio el piloto boliviano Jorge Jordán, cuando la ocupaba un fortín paraguayo y la cuidaba su cabo Talavera, a quien después lo desalojó el mayor Oscar Moscoso. Los "bolis" la llamaban laguna Chuquisaca, y los "pilas" la llamaban Pitiantuta ¡Y en esa puta laguna Salamanca decidió hundir sus dedos y hurgándola originó el celo guerrero! El ejército boliviano decidió avanzar y conquistar otros fortines para abrirse paso entre ese boscaje libidinal e impúdico como Corrales, Toledo y Boquerón... 

El general boliviano Filiberto Osorio no quiso acudir al convite, se negó levantando sus hombros de niño antes de cumplir la orden de Salamanca: "Prefiero dejar mí puesto a obedecer esa orden" —dijo Osorio con la ceja alzada−. "¿Qué hará mi general dejando ese puesto?" —preguntó Salamanca, queriendo hacer una carambola con los corazones de los generales−. "¡Me iré a la línea de fuego!", dijo Osorio con aire de macho. "¡Su renuncia queda aceptada!" —respondió Salamanca−, mientras Osorio levantaba sus cejas aterradas poniendo los corazones de sus colegas en las troneras de la guerra. 

Más consentido que nunca, Salamanca, que no podía tomarse por si el gusto de fornicar por su climaterio varonil, le dio una chupada a su cigarro y le dijo al general Carlos Quintanilla que la posea a nombre de él: "¡Ejecute la orden, si hay en ello algún mérito será suyo, si surgen responsabilidades serán mías!" 

El 15 de julio de 1932 se inició el zafarrancho. Los estrategas con el estrago de sus corpulencias y tan sesudos como los mostrencos recién reclutados, atacaron los objetivos pero no llegaron a la Isla Poi, que era el centro vital de los dispositivos enemigos. Los soldados morían por las balas que les devolvían, morían por la prosperidad del sol, morían en los epílogos de cada batalla, a veces devorados por los mosquitos, o por la abrasión de la sed, y las más de las veces por el bonapartismo militar que fue el malapartismo de la guerra. 
Dos meses después llegó el frío del alma antes de la primavera: El 9 de septiembre la contraofensiva paraguaya tomó el fortín Boquerón después de 23 días de combate, ¡11.500 paraguayos contra 443 bolivianos! Un mes después cayó el fortín Arce, y unos días más tarde Alihuatá; y se produjo la retirada hasta el fortín Saavedra. La defensa de Kilómetro 7 fue la primera gloria y la retoma de los fortines platanillos, Bolívar, Loa y Corrales; pero el primer ejército boliviano ya estaba destruido. 

La llegada del general teutón Hans Kundt, fue recibida con un gozo de mil albricias, y todos dijeron con la servilleta en el cuello, con que salsa nos engullimos a los pilas, y al poco tiempo fueron ellos los comensales. En 1933, principió la ofensiva a Nanawa; el ejército logró ocupar Alihuatá, pero no destruyó al enemigo que se parapetó en Gondra. La segunda incursión a Nanawa fue la más cruel y sangrienta de todas, en 9 horas de batalla murieron 2.000 bolivianos; el triángulo menstruó. 

La distancia de La Paz a ese fortín era de 2.500 kilómetros, y de Asunción solo 350 kilómetros. La gente decía: "Los pilas llegan al Chaco en ocho días, ¿qué hacemos si nosotros llegamos en tres meses?", la impertinencia de Salamanca, respondió: "Muy sencillo, salgamos tres meses antes" ¡Qué guerra más vaciada de entrañas y majadera! 26.700 paraguayos rodearon Alihuatá y Campo Vía, y tomaron prisioneros a 8.000 bolivianos con todo su armamento; hasta sus lágrimas entraron a las cárceles. Kundt, el superhombre, se quedó con los pelos tremolando al viento cuando lo relevaron del comando y nombraron en su lugar al superniño Peñaranda. 

Era así, mientras Paraguay tuvo en la guerra a un sólo comandante en jefe del ejército paraguayo, al general José Félix Estigarribia, ¡Bolivia se dio el lujo de cambiar a cuatro jefes: Filiberto Osorio, José L. Lanza, Hans Kundt y Enrique Peñaranda! Para la locura, Salamanca y el Comando se pusieron a jugar como dos mozalbetes intercambiando telegramas: “General Peñaranda, hago saber a Uds. que el pueblo ya no tiene confianza en la pericia del Comando"; y el Comando devolvía el cuchicheo: "Respecto a la opinión del pueblo no debe Ud. preocuparse, porque aquí en la línea también se piensa lo mismo de su gobierno y no por ello nos alarmamos". 

Era diciembre de 1934, el pubis deseado ya era paraguayo, y de los 70.000 hombres movilizados, 10.000 cayeron prisioneros, 14.000 perecieron, 32.000 fueron evacuados a la retaguardia, 8.000 servían en la zona de etapas y 6.000 habían desertado a la Argentina. La línea de defensa se parapetó en el fortín Ballivián como en un retiro de seminaristas; mientras Paraguay tomaba el fortín Tarija, El Condado, Isopoirenda, el Algodonal, Picuiba, Irindague, Carandaiti y El Carmen, donde fueron tomados presos 4.000 y 2.000 murieron La contra-ofensiva boliviana reconquistó Charagua, muy cerca de Camiri, que días antes ocupó Paraguay. 

Llegó junio, la guerra de trincheras continuó al frente. Salamanca viajó al sitio de la guerra con la cara de un legislador draconiano, miró de arriba abajo, buscando a Peñaranda para decirle con un bastonazo que se vaya, entretanto los generales hicieron un cerco con una estacada de fusiles en Villamontes, y con una estocada de viles derrocaron al débil Salamanca, cuyo acto hizo gritar al más ejemplar: "¡Me da vergüenza ser general boliviano!". 

Al año siguiente los paraguayos rompieron la línea de defensa, pero fueron rechazados en Villamontes. Finalmente el 14 de junio de 1935, se declaró el armisticio. El saldo humano: Bolivia con 200.000 hombres movilizados, 50.000 más que el Paraguay; 25.000 prisioneros, 10 veces más que el Paraguay; 50.000 muertos, 10.000 más que el Paraguay. Y económicamente destruidos con una deuda de 228 millones de dólares, 100 millones más que el Paraguay, siempre más que el Paraguay, y así sucedió una guerra "sin vencedores ni vencidos...". El pubis fresco y virgen lo aprovechó Paraguay, aunque ambos países dejaron sobre la sábana ardiente, la sangrienta muestra de su honor.

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