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EL PAPEL DE LAS MUJERES EN LA GUERRA DEL CHACO

Foto: Religiosas junto a los soldados (Guerra del Chaco)


El papel de las mujeres en la Guerra del Chaco tiene varios rostros, fueron madres, esposas, hijas, enfermeras, madrinas, espías y hasta prostitutas, su rol fue fundamental para la supervivencia de las tropas, que necesitaban ser alimentadas, vestidas y sanadas.
En esta etapa se recibió un gran apoyo de las mujeres bolivianas, en los primeros días de la guerra, algunas mujeres, viajaron a la zona de conflicto llevando cigarrillos, jabones, chompas, víveres, frazadas, revistas, libros, y se quedaron, durante un tiempo, como enfermeras en los hospitales de sangre. 
Cabe resaltar que además de los soldados que acudieron a esta nefasta guerra, estuvieron también las mujeres que se enrolaron como enfermeras, aun sabiendo que en el campo de batalla podían perder su vida, algunas murieron en el cumplimiento del deber, otras cayeron enfermas, víctimas del ardiente y malsano clima de la región y no faltaron quienes fueron capturadas por las fuerzas paraguayas, pero en toda su labor desplegada estaba presente el amor por la Patria. 
Mujeres destacadas en esta contienda:

Emma Pérez de Carvajal

Esta señora dirigía el Ateneo Femenino, una organización de mujeres, puso a disposición de la Cruz Roja Boliviana “dos legiones organizadas, para el servicio militar en campaña; una de señoritas y otra de la clase popular…”.

Ana Rosa Tornero

En la labor de sensibilización a la población tuvo una importante participación esta periodista y voluntaria de la Cruz Roja Boliviana, quien desde los micrófonos de Radio Illimani, incentivaba la donación de víveres, medicamentos y dinero.

Lola Ramos

Una de las víctimas fue Lola Ramos, quien murió en el hospital de Fortín Muñoz. El 29 de marzo de 1933, La Razón daba cuenta de su fallecimiento:
La señorita Ramos, natural de Oruro, se alistó al poco tiempo de iniciadas las hostilidades en la Sanidad Militar, habiendo desempeñado sus eficientes servicios en los hospitales de Villamontes, Ballivián y últimamente en Muñoz. Mereció ser ascendida al grado de suboficial por sus relevantes méritos en el desempeño de su humanitaria misión.
El Comando del Ejército ha enviado una nota de pésame a la madre de la extinta, señora Rosario Callo de Ramos, manifestándole que su señorita hija ha sido enterrada con los honores que tributan los oficiales y que ella ha muerto en el cumplimiento del deber, quedándole la Patria agradecida”.

María Jesús Bellot

Fue otra de esas valientes enfermeras que cumplió su misión en el hospital de Macharetí, el Diario, en su edición del 10 de enero de 1935, titulaba: “Una digna enfermera” y más adelante señalaba, “se encuentra en el hospital de Miraflores la señorita María Jesús Bellot, que permaneció en el hospital de Macharetí, quien adolece de una enfermedad contraída en servicio, la Cruz Roja la atiende”.
Juana Mendoza Pedraza, una mujer de Roboré (Santa Cruz)

En el 2002, el periodista boliviano Mauricio Carrasco recibió el Premio de Periodismo Humanitario “Henry Dunant”, que otorga el CICR para Latinoamérica, con el reportaje titulado “Héroes olvidados: El recuerdo de una voluntaria de la Cruz Roja en la Guerra del Chaco”. En el mismo, Carrasco relata la historia de esta mujer que se enroló junto a sus amigas Pablita, Estefanía y Margarita como enfermeras en la contienda del Chaco.
Llegamos al Fortín Ravelo, un fortín militar”, relata Juana a tiempo de señalar que a los pocos días comenzaron a llegar los heridos. 
“… Y vimos cabezas, piernas y brazos desprendidos de sus cuerpos, entre hombres que agonizaban y gemían de dolor”. 
A los seis meses, las cuatro enfermeras fueron trasladadas al Fortín Pozo del Tigre y allí realizaron su labor en pleno frente de batalla, recogiendo a los heridos con los camilleros sin “importarles los disparos”.

María Josefa Saavedra 

Ingresó como enfermera voluntaria de la Cruz Roja Boliviana en el Hospital Militar No.1, “colaborando en la curación de heridos y enfermos; en la provisión de vituallas y ropa; en la atención de la sección cartas de los familiares a los soldados y en la instrucción a las enfermeras. Con el grado simbólico de Brigadier Mayor, prestó atención a los heridos que llegaban al Hospital Orihuela, situado en la ciudad de La Paz. Esta inquietud fue compartida con la señora Elena Zavala de Milner, con quien formó el equipo de enfermeras.

Francisca Nieto Pando

Nació en Oruro el 2 de septiembre de 1904 y murió en La Paz, a los 97 años, el 5 de abril de 2001. Realizó sus estudios en el colegio El Carmen de Oruro y en el Liceo de Señoritas de La Paz, más tarde, en 1949, recibió el título de enfermera profesional, labor que desempeñó durante toda su vida con entrega y sacrificio.
Durante la Guerra del Chaco, sirvió en el Hospital Militar de Sangre Nº 1 y en el Hospital del Banco Central, los soldados heridos, a quienes cuidaba y atendía, la llamaban “Mamita Panchita“. 
De 1938 a 1940 fue enfermera jefe de la sala de operaciones del Hospital Antituberculoso de La Paz.
Más tarde, en 1944, cumplió esas mismas funciones en el Centro de Higiene Materno Infantil de la Cruz Roja Boliviana, visitó y atendió, como representante de la Cruz Roja Boliviana, a los presos políticos de varios gobiernos, entre ellos a los confinados en la Isla de Coati del Lago Titicaca en 1942, y a los de Corocoro durante el gobierno del MNR. 
En esta misma etapa, atendió a los heridos de la revolución del 52. 
En 1947, en varias ciudades del país, impulsó e inauguró el Desayuno Escolar, organizado por el Ministerio de Trabajo y Previsión Social. 
En 1948, fue designada presidenta del Cuerpo de Enfermeras de la Cruz Roja Boliviana.
Estuvo en todos los desastres naturales y tragedias que se registraron en el país llevando vituallas, medicamentos y alivio a los damnificados. 
De 1957 a 1962, fue la administradora del Restaurante del Niño de la Cruz Roja Boliviana y, de 1962 a 1968, fue Directora del Instituto de Rehabilitación para Jóvenes Carmen de Ernst, de la misma institución. 
Durante el golpe de agosto de 1971, atendió a los heridos del Ejército y, a los pocos días, a los presos políticos del nuevo régimen que guardaban detención en distintos lugares.
Por sus méritos, recibió la condecoración Antonia Zalles de Cariaga, de la Cruz Roja Boliviana y Florence Nightingale, del CICR. En 1985, la Cruz Roja Boliviana instituyó la medalla a la constancia con su nombre. Francisca Nieto Pando, “Panchita”, nunca se separó de la Cruz Roja Boliviana. Murió prácticamente sirviendo a quienes necesitaban de ayuda. “Aquí en nuestra patria Bolivia, la mujer no se quedó indiferente, concurrió voluntariamente a los campos de batalla en el Alto de la Alianza y posteriormente en la Guerra del Chaco, mujeres de gran corazón y verdaderas patriotas, restañando heridas y curando a los enfermos, quienes recibieron de esas manos divinas el bálsamo de bondad”.

Antonia Zalles de Cariaga

Filántropa, presidenta de la Sociedad Protectora de la Infancia (1927), entidad que prestó apoyo a la niñez abandonada. 
Durante la Guerra del Chaco, actuó como enfermera en el frente y más tarde como activista de instituciones femeninas que colaboraban en esa conflagración. 
En 1933, participó en la fundación de la Asociación Femenina por Defensores de la Patria (ASFEDEPA), principal brazo de la Cruz Roja Boliviana de la que fue su primera Presidenta paceña, cargo que ejerció de 1937 a 1952. Fue este año -1952- en que el gobierno del MNR intervino la institución. Esta última circunstancia hizo que no pudiera ver reconocidos sus méritos y servicios prestados durante cuatro décadas. 

Emiliana Cortez Villanueva

Emiliana Cortez Villanueva nació en Peñas (Bolivia), el 6 de agosto de 1902 y murió en La Paz el 13 de mayo de 1984. Estudió la primaria en el colegio Santa Ana y la secundaria en el Liceo de Señoritas de La Paz. Posteriormente, estudió contaduría en la Universidad Mayor de San Andrés.
Consagró su vida a ayudar al necesitado y especialmente al niño abandonado. En este ámbito, emprendió iniciativas como el primer Restaurante del Niño, el Ropero Escolar y el Desayuno Escolar. Años antes había fundado el primer grupo de Girls Scouts de Bolivia. También se ocupó de defender los derechos de la mujer y de conquistar espacios para que ésta desarrolle sus capacidades. De ahí que formó parte de la Comisión Interamericana de Mujeres, el Comité Femenino Pro Cultura, Kantuta de la Amistad y de la Promotora de la Mujer Obrera y Campesina.
En 1942 creó, junto a su hermana, Fily Cortez Villanueva, el servicio premilitar femenino y, a partir de entonces, se dedicó a fomentar el voluntariado y la beneficencia. Fue presidenta de la Cruz Roja Boliviana durante gran parte de la década de los 50. Sirvió a esta organización con sacrificio y entrega, devolviéndole su institucionalidad. Trabajó en el Ministerio de Educación, Bellas Artes y Asuntos Indígenas así como en el Comité de Asistencia Social Escolar.

Alicia Cosío 

Fue de las primeras en ir al frente de batalla, Alicia Cosío, mujer fuerte heroica y noble que trae en sus pupilas la impresión de todos los caminos y de todas las angustias. Guarda en su corazón como reliquia el último encargo de los valientes y el postrer suspiro de los que se fueron para no volver más. Alicia Cosío, durante ochos meses ha visto desfilar por sus ojos centenares de heridos, acallando con maternal solicitud las inquietudes y los dolores físicos, ha mitigado con igual cariño la agonía del mocetón de ojos azules, como el quejido del obrero y los estertores del indio.
Desde muy pequeña, le gustaba cuidar a los enfermos, bajo la dirección del doctor Ibáñez Benavente, trabajó algunos años en el Hospital de Miraflores, una vez que se produjo el conflicto con el Paraguay ofreció sus servicios a la Cruz Roja, como contaba con varios años de práctica la aceptaron destinándole inmediatamente a Fortín Muñoz. Fue una de las primeras en partir al Chaco, dejaba su hogar y a sus ancianos padres, animada de una emoción profunda viajó en compañía de Angélica Merino, llevando la esperanza de ser útil a la Patria.
Ella relata en una entrevista: “El camino fue largo y penoso, antes de llegar a Muñoz tuve que intervenir en un accidente que tuvo lamentables consecuencias; mis recuerdos se confunden, he visto tanto, me hallo aún bajo la impresión del estampido de los cañones que rasgan el espacio con ligeras intermitencias, ruidos furiosos y ensordecedores, me parece que he soñado, aquí un herido que con voz dolorida me pedía que le ayudara a rezar, allá un soldado que me confiaba sus últimos encargos, otros que pedían al médico que los diera de alta para ir nuevamente a la línea de fuego, otros que averiguaban el curso de los combates, otros que en su delirio llamaban a sus madres, pero los más querían abandonar el lecho para continuar en su puesto, combatiendo. Es admirable el valor de nuestros soldados”.
Su conducta ejemplar, su abnegación y su competencia la colocan como a una digna enfermera, la nobleza de esta enfermera que bajo el sol calcinante del Chaco y en medio de los sacrificios que ofrece la vida de campaña ha sabido conquistar la gratitud de los heridos, merece también la recompensa de la Patria. Alicia Cosío por sus innumerables servicios ha sido ascendida a Subteniente. 

Vicenta Paredes Mier

El siguiente es un reporte oficial del Ejército boliviano que destaca su labor humanitaria:
Del Informe Histórico del servicio prestado por el Cuerpo de Ambulancias del Ejército boliviano, desde su creación hasta la repatriación de su última sección de heridos, presentado al Comité de la Asociación Internacional de la Cruz Roja de Ginebra. (Antofagasta (Bolivia) 23 de marzo de 1972)”.
La inspección de la lencería, de la cocina y la del aseo general fue encomendada a la espontánea colaboración de algunas señoras que compartieron, hasta el fin, la ardua tarea de asistir a los heridos después de la derrota. Adjunta a esta sección, sirvió, desde la organización de las ambulancias, una señora modesta, sagaz y comedida llamada Vicenta Paredes Mier, natural de Tocopilla, de cuarenta y cinco a cincuenta años de edad. Cuando se nos presentó, solicitando un puesto en el servicio de nuestros enfermos, en el hospital de la Legión, nos manifestó que no tenía pariente alguno; y que no pudiendo vivir en nuestro Litoral, en medio de los enemigos de su patria, había preferido abandonar el hogar e ir al lado del Ejército, para seguirlo en la campaña y tener siquiera el placer de alcanzar un vaso de agua a sus compatriotas en el campo de batalla. 
Aceptamos su oficiosidad encargándole una sección del servicio manual. Más tarde, cuando salimos al campo, antes del combate del 26, reiteró su ofrecimiento de seguir al Ejército, del que la disuadimos, haciéndole ver lo embarazoso que sería para ella la movilidad frecuente en que podía estar aquel, y la idéntica significación que tenía, moralmente, el servicio que quería prestar en el campo de batalla con el que podía continuar prestando a nuestros enfermos y nuestros heridos. No accedió a nuestras observaciones y desempeñó su rol con abnegación en el campo de batalla.
Un rasgo de conducta que la recomienda de una manera sobresaliente, aparte de la asiduidad, cariño y prodigiosidad con que ha cuidado a nuestros heridos, hasta el día de partida de la última sección de nuestra ambulancia general, es haberse desprendido de su cama en los primeros días después del combate, para repartirla entre los heridos que se hallaban faltos de ella y pasar las noches, silenciosas, por más de un mes, sobre una ligera estera. La recomienda el desinterés con que ha prestado sus servicios, resignándose al pequeño pre de tropa que se le había asignado en nuestro presupuesto, a pesar de carecer de un vestuario medianamente decente. La recomienda, en fin, el último rasgo de su desprendimiento; haberse marchado nuevamente a su pobre casita de Tocopilla, después de haber cumplido concienzudamente, el deber que se había propuesto llevar para con sus compatriotas y cuando creía que sus servicios no eran ya necesarios, sin esperar la gratitud de una sola familia, de los heridos y enfermos, que había cuidado con tanta abnegación y esmero”. 
Fue declarada Benemérita de la Patria por la Convención Nacional de 1880. Murió en La Paz en 1904.

RELIGIOSAS PONTIFICIAS FUERON UN APOYO IMPORTANTE EN LA GUERRA DEL CHACO

Las religiosas de la Congregación de las Hermanas Pontificias, ahora conocidas como las Misioneras Cruzadas de la Iglesia, realizaron un trabajo importante en la contienda de la Guerra del Chaco, atendiendo a los heridos que llegaban con vida a territorio boliviano y preparándoles de forma espiritual eucarística en las parroquias del campo, la fundadora de la congregación, madre Nazaria Ignacia, dispuso que las religiosas fundadoras de la congregación realicen funciones de enfermería, habiendo perdido la vida una de ellas, por contagio de una enfermedad que causó estragos en el Chaco. Las religiosas, participaron como enfermeras en los centros donde atendían a los heridos y enfermos, muchos de ellos con padecimientos contraidos por las epidemias que surgían en el lugar de combate, motivo por el que la Madre Nazaria Ignacia, abrió un primer banco de sangre en el hospital de Potosí. Ante el conflicto bélico y la muerte de muchos combatientes, la Madre Nazaria Ignacia, determinó abrir el Asilo de los Huérfanos de Guerra, como una iniciativa de las religiosas, además de atender los requerimientos de las víctimas como eran las familias que en muchos casos se quedaron desprotegidas y que fueron acogidas en lugares donde se encontraban las religiosas.

Publicado en el periódico Opinión el 06 de agosto de 2012.
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