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GUERRA DEL CHACO; EL LLAMAMIENTO A LAS MUJERES A LAS FILAS



El 22 de julio de 1932, la Cruz Roja Boliviana convocó a todas las mujeres bolivianas a enrolarse al Ejército en Campaña. El diario La Razón de esa fecha publicó el siguiente llamamiento:

“Habiéndose comenzado la organización del Cuerpo de Enfermeras destinado a la atención de los heridos en la campaña del Chaco, se hace un llamado a las señoras y señoritas que deseen formar parte de esta institución. Enfermeras y voluntarias que deseen prestar sus servicios en la región del sudeste. Se comenzarán los cursos instruyendo únicamente a aquellas personas que, por sus condiciones de independencia, estén dispuestas a partir a los frentes de batalla en el Chaco a la primera indicación, a cuyo fin deberán firmar un compromiso. Las señoras y señoritas que carezcan de esa independencia, sólo serán admitidas si son autorizadas por la forma marital o paterna. Las inscripciones se reciben todos los días de hrs. 14:00 a 19:00 en la casa de la señora Milner, calle Montevideo. La Paz. Fdo. Bethsabé Montes de Montes, Presidenta de la Cruz Roja Boliviana.
MUJERES EN LAS GUERRAS DEL PACIFICO Y DEL CHACO
Durante las conflagraciones bélicas que confronto Bolivia con Chile y Paraguay las mujeres no estuvieron exentas de su participación, destacando entre estas las Hijas de la comunidad católica de Santa Ana, que llegaron al país a partir del año 1883. A Tarija arribaron el 21 de abril de 1884 y el 23 de mayo del mismo año asumieron la conducción del Hospital San Juan de Dios en su condición de enfermeras.
El Registro Histórico de la Cruz Roja Internacional señala que, estallada la Guerra del Pacifico en el año 1879, nueve religiosas integraron las ambulancias bolivianas ostentando el brazalete de la Cruz Roja Internacional, que recibió su ‘bautizo de fuego’ en la sangrienta Batalla del Campo de la Alianza. Antes de salir al frente, dichas religiosas, sin descuidar la atención de los hospitales de La Paz, confeccionaron junto con sus otras compañeras las hilas, vendas, fajas y otros útiles necesarios para la atención y auxilio de los heridos en los campos de batalla. En la guerra del Chaco las Hermanas de Santa Ana, desde la ciudad de Tarija asumieron una valerosa y heroica actitud partiendo las primeras cinco de ellas al escenario de la guerra y a los campos de batalla del Chaco el 11 de mayo de 1933 para desarrollar labores de apoyo al equipo médico y socorro a los heridos en su condición de enfermeras. Fueron despedidas desde el Hospital San Juan de Dios, por el personal sanitario y organizaciones de mujeres de la ciudad en medio de medio de euforia, congoja y angustia. Este primer grupo de mojas enfermeras estaba conformado por Sor Ana Julio Covalchini, Sor Ana Virginia Arnone, Sor Ana Benjamina Gardelli, Sor Ana Regina Cabrera y Sor Ana Paulina Neri, quienes tomaron a su cargo el Hospital de Sangre en el Fortín Ballivián, principal centro sanitario de la guerra que contaba con ocho establecimientos de atención, donde llegaban cientos de heridos de Campo Jordán, Nanawa, Campo Fernández, Alihuatá, Kilómetro 7, Capirenda, Algodonal, Picuiba, Pozo del Tigre y otros frentes de batalla.. El periódico La Razón de junio de 1933 en las noticias referidas al desarrollo de la contienda bélica señalaba “… han recibido pues las “Hijas de Santa Ana” la orden de movilización y como soldados se hallan listas a partir al teatro de operaciones a la primera indicación”.
PARTE DE GUERRA: LA MUERTE DE ENFERMERAS
El 31 de julio de 1935 el periódico La Razón, publicaba; “…En el fragor de la guerra tan encarnizada en esa inmensa hoguera de odio y confrontación, estas religiosas Hijas de Santa Ana que se diría que están dedicadas solo a llevar cantos, oraciones e incienso al Señor, en una atmosfera de calma y serenidad, han sabido afrontar en los hospitales en el campo de batalla, las fatigas más rudas, las mismas fatigas y angustias de los soldados, allá donde más recio era el combate y donde los elementos naturales eran más mortíferos que la guerra misma.” Un hecho importante para recordar fue el fallecimiento de Sor Ana Graciana Gras, por insolación y debilidad ocurrido el 2 de octubre de 1934 y de Sor Fulgencia Zonto por efecto de una enfermedad contraída en el Chaco. El parte de Guerra decía, “…han muerto dos meritorias Religiosas Enfermeras de Guerra en el cumplimiento de su sagrada y sacrificada labor. El Puesto de Comando, expresa su pesar por la pérdida de dos ángeles puestos en la tierra llenas de bondad.”
En el Hospital Nº 12 de Tarija, también prestaron servicios Sor Ana Bernardetta Soria Galvarro como enfermera, por lo que fue recomendada para su reconocimiento con la Medalla “Florencia Nightingale”, Premio Internacional otorgado a la mejor enfermera de guerra. En el desarrollo de la contienda bélica las misioneras de Santa Ana y voluntarias prestaron servicios en los Hospitales de Ballivian, Cururenda y Macharetí, además de otorgar asistencia a heridos en puestos de socorro instalados en medio de las trincheras y puestos de Comando junto a las denominadas Ambulancias de Guerra, que eran carretas tiradas por mulas que abastecían de vituallas y medicinas a los puestos de socorro en medio del monte.
LA TRISTE MISIÓN DE SALVAR VIDAS DESTROZADAS POR LA METRALLA
El año 1934 en medio del fragor de la Guerra, el Gral. Enrique Peñaranda, Comandante en Jefe del Ejército en Campaña, condecoró con la Medalla de Guerra a cinco religiosas del Instituto de las Hijas de Santa Ana por la esforzada y abnegada labor en la atención, cuidado de los enfermos y heridos y apoyo a los médicos del ejército boliviano. En la línea de fuego, a las enfermeras de Guerra, les tocó vivir los momentos más crueles de este conflicto, tenían la triste misión de salvar vidas destrozadas por la metralla. Los hospitales de campaña eran vetustas instalaciones en las que los cadáveres sumaban con incontrolable rapidez. Las enfermeras tenían el mandato de atender solamente a los heridos sobre los que se tenía la certeza absoluta de su sobrevivencia, no así a los soldados que tenían órganos vitales comprometidos o heridas que por su gravedad ya no auguraban al combatiente más vida que su triste y dolorosa agonía y muerte.
Entre alaridos espantosos, ellas tenían también que proveer un último consuelo a los moribundos. Cuando la muerte se acercaba, el soldado rogaba que se comuniquen con sus familiares para avisar de su muerte como valiente y no como cobarde, “…hermanita dígale a mi mamita que la quiero”, “dígale por favor…”. Al hospital de Villa Montes llegaban los heridos cuya vida ya no estaba comprometida; los médicos y las enfermeras vestían batas blancas impregnadas de sangre y purulencia que caracterizaba al personal sanitario en el campo de batalla. El grueso de la tropa de enfermeras estaba conformada por estas religiosas alistadas en diferentes ciudades de Bolivia, enfermeras de la Cruz Roja Boliviana y jóvenes voluntarias que se enrolaron en la más horrible aventura de sus vidas.
La entrega incondicional, el espíritu de sacrificio, su profesionalidad y la madurez de personalidad de estas mujeres, se engrandeció frente a la realidad que tuvieron que afrontar; temperaturas superiores a los 40 grados centígrados, viajes en camiones en picadas recién abiertas, largas jornadas a pie por matorrales de hojas espinosas, pajonales interminables o desiertos de arena caldeada para otorgar auxilio a los enfermos, atender y transportar heridos, en las retiradas de los batallones ordenadas por los jefes militares, en las emboscadas, bebiendo agua de río y conociendo el hambre y el frío.

Nota publicada en el Periódico el 16 de Octubre de 2016.

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