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ATAQUE A LA COLUMNA GUERRILLERA "GEVARISTA" DE JUAQUIN


Por: Tomas Molina Cespedes / Septiembre de 2019.

SANGRE EN EL MASICURÍ

El 31 de agosto de 1967, la columna guerrillera de Joaquín, de la que era parte Tania, cayó en una emboscada tendida por el ejército en el Río Masicurí, afluyente del Río Grande, con la colaboración del campesino Honorato Rojas, siendo totalmente aniquilada. El oficial boliviano que condujo aquella operación, Mario Vargas Salinas, por entonces con el grado de Capitán, años después escribió el libro “EL CHE, MITO Y REALIDAD”, del que transcribimos a continuación parte de su relato sobre la emboscada, cuando los soldados ya estaban posicionados en ambas orillas del río: “La orden era perentoria. Aguardar mi señal para hacer fuego. Nadie debe disparar antes de la orden. ¡Sí mi capitán!, respondieron todos los soldados… Serían las ocho de la mañana, lucía el sol hermoso pero débil. Empezó el compás de espera… Un mundo de ideas daban vueltas por mi cabeza. Pero al final tenía confianza en lo que iba a ocurrir. Con los ojos recorrí el monte que teníamos alrededor. Gris por completo. Ni un ave cantando en sus ramas, ni una mariposa volando y matizando el color gris con la policromía de sus alas. Nada, sólo silencio apenas quebrado por algunas voces de los soldados que apenas hablaban quedamente… Hice otra recorrida completa. Traté de ubicar al sargento Barba que se encontraba al otro lado del rio Grande. Nada vi de sospechoso y pensé que nada verían los guerrilleros si llegaban…Pasaban las horas y la sed nos consumía…Me alcé un poco para mirar una vez más al rio. De nuevo el silencio era total. Seguí el vuelo de un ave que fue a posarse en la orilla, vi bajar su cabeza, beber agua dulce del rio y luego alzarse al cielo en raudo vuelo…Transcurrió un momento…fue entonces cuando escuché la voz nerviosa y tensa de un soldado que dijo: “Allí están los guerrilleros mi Capitán”…Me adelanté un poco hacia el talud para mirar a simple vista. A unos 500 metros de nosotros vi a un grupo de hombres, confuso por la distancia, imposible para establecer su número, pero al fin venían acercándose al vado. Volví a mi puesto y me tendí junto a un soldado, sentí algo extraño, algo así como debe ser el miedo, pero por fortuna esa sensación duró duró muy poco, se fue disipando a medida que el grupo avanzaba hacia nosotros. El subteniente Barbery me dijo: “Honorato viene a la cabeza”. Alcé la vista y efectivamente distinguí la silueta de Honorato en medio de la mancha borrosa. A trecientos metros observé que el grupo se detenía y que uno de ellos venía rezagado. Después me enteraría que habían hecho alto para aguardar a Tania, la única mujer guerrillera que cerraba el grupo…En ese momento fue que distinguimos a Tania, la guerrillera argetiona-alemana Tamara Bunker. Se destacaba nítidamente en el grupo de guerrilleros, todos éstos con el rostro oscuro con barba. Ella era blanca, de pequeña estatura y fina de silueta, ¿cuántos soldados se habrían hecho el propósito de no disparar sobre esa mujer? Continuó la marcha. El grupo de guerrilleros se aproximaba al vado hasta que se detuvo por tercera vez y Honorato se desprendió del grupo, retrocedió lentamente y luego se perdió en la espesura del monte…El que caminaba adelante era un hombre alto, fornido, moreno, cargaba una mochila como todos y un arma que no se podía distinguir. Llegaron al vado inclusive Tania. Fue en ese instante que el primero entró en el agua. Era el hombre alto, moreno, un tipo que expandía vitalidad y seguridad en sí mismo.
-¿Qué espera mi capitán?, me dijo el subteniente Barbery.
Pensaba en la acción sin quitar los ojos del primer guerrillero que llegó al centro del río, mientras que el resto tomó posición detrás de unas piedras para proteger su paso. Se detuvo mirando siempre a nuestra orilla, bebió un sorbo de agua con la mano y continuó adelante. Ahora se lo veía bien, llevaba una ametralladora “Browning” en la mano izquierda y un machete en la mano derecha. Salió a la orilla y sacudió sus piernas para quitar el agua y la arena de sus botas. Miró la espesura del monte e instintivamente bajé la cabeza. Estaba a unos ocho o diez metros de mi posición. Cuando lo miré de nuevo caminaba hacia el talud, unos pasos más y tendría que disparar sobre él. Pero, desvió su rumbo y se fue hacia mi derecha. El subteniente Barbery volvió a pedirme que hiciera fuego. Moví la cabeza negativamente y vigilé a los demás guerrilleros. Entraban al agua uno a uno, en fila india, calculé el tiempo, apunté al primero y dejé que se aproximara más, cuando tres de ellos iban a llegar a la orilla y los demás entraban al agua, apreté el disparador y luego oí los disparos de mi gente instantáneamente. Me incorporé para poder ver lo que iba ocurriendo en el río. Ya el agua se llevaba algunos cuerpos, los demás disparaban sobre nosotros, hasta que finalmente se zambulleron y se dejaron arrastrar por la corriente. Viendo que el rio se llevaba a los guerrilleros, ordene abandonar las posiciones y correr tras ellos. Corrimos disparando sin cesar y entramos al rio para recoger cadáveres o heridos. Esta carrera y lucha se produjo a lo largo de 600 metros… Entonces di orden de volver a las posiciones cargando a los guerrilleros muertos… Salí de esa posición y vi que detrás de una piedra grande una mano agitaba algo parecido a una gorra pidiendo rendición…Llegó el sargento Barba con un cautivo, un guerrillero de estatura mediana. Me adelanté hacia él y le pregunté su nombre y su rango. Soy José Carrillo, minero boliviano. ¿De cuántos guerrilleros se componía tu grupo? Diez, me respondió. Yo sabía que eran 25, le inquirí. ¿Dónde están los demás? –Este no es el grupo del Che, sino el que comandaba Joaquín, contestó. -¿Quién?, le pregunté un tanto sorprendido y le pedí que identificara a los muertos. Les fue nombrando y señalando. –Este es Joaquín el jefe, cubano; Braulio, el sub jefe, cubano; Alejandro jefe de operaciones, cubano; Moisés Guevara, minero boliviano; Polo,minero boliviano; Maimura, médico boliviano y este es Walter, boliviano. Acá faltan el Negro que era médico y la mujer Tania. En ese momento llegaron varios soldados trayendo mochilas rescatadas del río. Uno de mis hombres me entregó un libro, era el diario de campaña que pertenecía a Joaquín. Allí pude establecer que de verdad el grupo se componía de diez hombres. Se presentó una oportunidad y la aprovechamos. Pensaba en Tania y el médico peruano que faltaban. Si habían logrado escapar no irían muy lejos en aquel escenario hosco, así que decidí salir en su búsqueda en la mañana siguiente…”

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