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IGNACIA ZEBALLOS TABORGA LA VOLUNTAD AL SERVICIO DE LA NACIÓN “MADRE DEL SOLDADO BOLIVIANO”


Por Oscar Córdova Sánchez / Nota tomada de https://curiosidadesdebolivia.blogspot.com/

Pasaron once años desde la fundación de la República, 1836, todavía quedaban muchos problemas por resolver; aún no había la conexión de Oriente y Occidente. Andrés de Santa Cruz empezaba un proyecto que uniría dos naciones, Bolivia con el Perú. Las ambiciones personales se hacían frecuentes y los motines e insurrecciones se paralizaban por la lucha que el Mariscal de Zepita dio tanto dentro del país como fuera. 
En ese año, en el mes de junio, doña Antonia Taborga esperaba una hija de su esposo Pedro Zeballos. Tanto fue la expectativa de Pedro que fuera varón, pues siendo varón tendría más privilegios ciudadanos; pero el destino hizo mejor las cosas para la pareja, naciendo un 27 de junio, una bella niña que dieron el nombre de Ignacia, hermana de Daniel y Matilde. El lugar donde nació era la Enconada, un lugar dedicado al trabajo agrícola. 
Este era un pequeño pueblo en el oriente boliviano, se dice que en realidad se llamaba la Rinconada, pero la pronunciación constante de retirar las dos letras y cambiarlas por la vocal "e", hicieron que tome el nombre de Enconada. En 1919 se cambió el nombre a Warnes, en honor a Ignacio Warnes quien fue gobernador de la Republiqueta de Santa Cruz de la Sierra.

Ignacia Zeballos Taborga en su etapa de niñez fue formando su carácter cada vez más aventurero, apasionado y sagaz. Fue una persona convencida de que su país debía progresar y recibir un apoyo de su gente para su desarrollo. Pero el amor le atrapó con total entrega de sus sentimientos a su futuro esposo. La vida no fue buena con ella, no supo dominar la depresión en la que cayó después de que su amado esposo falleció. Las lágrimas y llantos en nada servían. Nuevamente las amarguras de la vida le acompañaron estando en la ciudad de La Paz, cuando perdió a su segundo esposo: teniente Blanco.
La gran autoestima que generó para salir del abismo en el que estaba sumida y elevar su confianza en sí misma, hizo que emprendiera a nuevos retos, era los años posteriores a Melgarejo y su desastre como gobernante nos dejaba una herencia anárquica; Ignacia sabía de la situación que se vivía en el país, así que fusionó su valor patriótico con su valor civil y viajó a la ciudad de La Paz, dejando a sus padres y hermanos en la pacífica y tranquila comunidad de la Enconada. 
Al llegar al valle de Chuquiago no vio más que una masa de gente anárquica y llena de envidia llena de un cúmulo de ambiciones personales por el poder del país. Ella no tenía parientes en la ciudad, entonces buscó un trabajo urgente para subsistir y encontró el oficio de costurera. Observar constantemente las luchas civiles y motines militares le pareció muy raro, ya que en tierra de dónde venía todo era paz y tranquilidad. A ella se unió una causa patriótica primero y un acto revolucionario después. Fue entonces que se unió a las fuerzas que intentaron derrocar al gobierno de Tomás Frías en marzo de 1875. El objetivo: la quema del Palacio de Gobierno. Dicho y hecho, fue que al mando de Resini atacaron con un grupo de personas lanzando piedras, palos y antorchas hacia el palacio de Gobierno, resguardado sólo por un grupo liderado por Mariano Baptista Caserta. Ignacia fue parte de una primera insurrección popular, esto fue un cambio en su percepción del país, viendo que su sustento económico no era suficiente después de algunos meses regresó a la Enconada.
Pasado algunos años, Ignacia desarrolló una capacidad de independencia soberbia y dinámica. Trasladándose a diferentes lugares para conocer y seguir el cauce del destino de la patria, incluso llegando a tener su propia pulpería en el departamento del Litoral. Estando de vuelta en Santa Cruz, se enteró del conflicto que se hacía inminente con Chile, a partir de un comunicado del Ministerio de Gobierno con fecha del 3 de marzo de 1879. 
Ella se dirigió a las letras mayúsculas que había en dicho comunicado y al leer la palabra "Urgente" sabía que su país estaba en peligro. Habían pasado más de dos semanas desde que tropas chilenas habían invadido el puerto de Antofagasta, llegando en pocos días a los poblados de Mejillones y Caracoles. El departamento del Litoral estaba en peligro de ser anexado a Chile. 
Tardando en llegar 14 días el comunicado al oriente boliviano, el mandado de urgencia incluía y pedía el acopio de armamento y municiones. Ignacia con una lágrima cayendo de su ojo derecho y empuñando su mano derecha prometió ayudar a su país con valentía y voluntad; se despidió de su familia y marchándose a lomo de un caballo se unió a los "Rifleros del Oriente", que se dirigían a la ciudad de La Paz, haciendo caso omiso al llamado que mencionaba que NO participen en el conflicto ciudadanos cruceños y benianos, esto por el transporte hasta las cumbres del sudoeste del país y por el gasto que se realizaría tan largo viaje de miles de kilómetros.
Llegando de vuelta a la ciudad de La Paz, se acordó de su difunto esposo paceño, teniente Blanco, que había conocido y vivido algunos años con él. Le trajo algunas memorias y melancólicos momentos vividos con su esposo. Esto fue muy importante en la decisión de continuar a tierras desconocidas, ya que se enlisto en el Batallón "Colorados", pero llevando el uniforme de su difunto esposo. Con el Batallón partieron rumbo a Tacna. La muchedumbre paceña al despedirlos gritó el nombre de Ignacia y aplaudieron el gesto humanitario de esta mujer valiente unida a la causa patriótica. 
La convicción que le llevó a este viaje fue de incertidumbre por lo que iba a pasar, saliendo el 16 de abril de La Paz y llegando el 30 de abril de 1879. Llegando a tierras peruanas se incorporaba al ejército boliviano, Ignacia fue parte del servicio de enfermería en las "ambulancias" del Ejército Boliviano, que a principios de mayo de ese año el general Hilarión Daza ordenó la creación de "ambulancias" en todo el país. El director de la Ambulancia Boliviana fue el médico Zenón Dalence que prestó sus servicios en la Guerra del Pacífico como Cirujano Mayor del Ejército. Es entonces que Ignacia participa en las excursiones a Ite y Moquegua en el sur de Perú. 
El 26 de mayo de 1880, en la Batalla del Alto de la Alianza fue devastador para Ignacia, viendo muertos y heridos tendidos en el suelo, y recordando esos sucesos mencionaba su experiencia del drama que se vivió aquel momento: "Al día siguiente me dirigí al lugar donde fue la batalla, llevando carne, pan y cuatro cargas de agua, acompañada de dos sanitarios; al pasar por ese lugar y al ver mortandad tan inmensa se partió mi corazón y lloró sangre...". Era una derrota personal, nacional y moral.
Pasada la retirada de Camarones y retrocediendo hasta Arica, se tiene en conocimiento el informe de la enfermera Ignacia Zeballos portando un brazalete de la Cruz Roja, la primera boliviana en portar dicho brazalete, y prestando servicios en las ambulancias del Ejército Boliviano. En relación a quien fue la primera enfermera boliviana en la guerra, es importante señalar que algunos documentos indican que Andrea Bilbao Rioja fue la primera enfermera voluntaria. Esto se debe a que su padre se adhirió al Ejército, tanto fue el amor de la hija al padre, que Andrea marchó con él, a sus 15 años.

"Puesta a órdenes del Gral. Daza me señala todos los cuarteles para que ejerza el papel de enfermera al que voluntariamente me había sometido. El Gral. Pérez (Juan José) me expresa que era necesario llevar la insignia de la Cruz Roja para ser admitida".
Durante algunas batallas siguió socorriendo con valentía y tenacidad a los soldados heridos, junto con las rabonas, madres o esposas de los soldados que acompañaban para darles comida o ropa, y que estas habían sido muy importantes en las batallas de Pisagua, San Francisco, Iquique y Tarapacá donde varios de los heridos fueron atendidos por estas mujeres valientes. 

Ignacia había enfrentado la realidad, aquella que pocos la conocen y que nadie desearía estar allí, su carácter cambió rotundamente y aumentó su simpatía y humanismo por ayudar a los demás.
Posteriormente el Ejército de Bolivia decide retirarse del conflicto y deja al Perú sólo con una guerra que sostuvo hasta 1884. 
En el gobierno al mando del nuevo mandatario el Gral. Narciso Campero reunido en la Convención Nacional de 1880, da a conocer la condecoración a héroes y heroínas que salieron del conflicto. En la Convención Nacional Ignacia recibe la declaratoria de "Heroína Benemérita de la Patria" con el título de "Coronela de Sanidad", por sus labores heroicas al servicio de la patria durante el conflicto bélico con Chile. Ignacia miraba al cielo y agradecía a Dios por haber dado su vida por la patria. Una mujer digna de reconocimiento ganándose no sólo esos honrosos títulos, sino que se ganaba el respeto de todo un país.
Pasada esta situación Ignacia se quedó a vivir en La Paz y apoyó en acciones conjuntas con servicios humanitarios, además que pudo sobrevivir gracias a la pensión vitalicia que recibía por parte del Gobierno. 
En el siglo XX, el cambio político cambió y el liberalismo estaba en el poder como máximo representante tenía al Gral. Ismael Montes siendo presidente de la República. 
Ignacia con una lucidez admirable dice adiós a este mundo a los 73 años. Falleció el 5 de septiembre de 1904, la población no se olvidó de ella y le dio una despedida rindiendo los mejores honores que se merecía esta mujer cruceña. Siendo enterrada la Coronela Zeballos en el Panteón de los Nobles de la ciudad de La Paz. 
Pasados los años, en 1948 el presidente y médico Enrique Hertzog decreta a la Escuela Nacional de Enfermeras con el nombre de Ignacia Zeballos. 
La tierra que le vio nacer esperó hasta 1982 sus restos de la heroína boliviana, siendo trasladados en una urna a la ciudad de Warnes, antes llamada Enconada, donde el Ejército Boliviano la declaró “MADRE DEL SOLDADO BOLIVIANO”. 
Un honor para esta mujer que enfrentó a los invasores con rectitud, firmeza y lealtad. Ella descansa en el panteón de los grandes personajes de nuestra historia. 
Símbolo de inspiración y fórmula para observar que la simpatía y el humanismo priman por sobre toda ideología.

Bibliografía consultada
Estenssoro, R. y Cantuta, A. (2007). Historia de la Cruz Roja Boliviana. La Paz, Bolivia: Editorial Quatro Hnos.
Zubieta, F. (2008). Ignacia Zeballos Taborga: Madre del Soldado Boliviano. https://www.diremar.gob.bo.

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