Foto: La licencia otorgada al piloto Anibal Arab por la Dirección
Nacional de Aeronáutica Civil, 1957.
El 31 de octubre del 2007, el presidente Evo Morales, con
todo su gabinete, promulgó la Ley número 3758 que ratifica la denominación de
“Capitán de Aviación Civil Anibal Arab Fadul” al aeropuerto de la ciudad de
Cobija, como reconocimiento y homenaje —señala el respectivo artículo— “al
ilustre pandino, pionero de la aviación civil en nuestro Departamento”.
Aníbal Arab, como Jorge Wilstermann cuyo nombre lleva el
aeropuerto de Cochabamba, o como Juan Mendoza en cuyo homenaje se nominó al
aeropuerto de Oruro, es un precursor de la aviación moderna en la Amazonia
boliviana a donde este piloto de gran porte y cordiales modales llevó la
industria aeronáutica integrando al oriente con el occidente del país.
El aeropuerto de Cobija lleva el nombre de Aníbal Arab Fadul
desde octubre de 1988, año en que este meritorio hijo de la tierra pandina
había dejado de pilotear los aviones del Lloyd Aéreo Boliviano (LAB) después de
42 años al servicio de la aviación nacional como el primer piloto boliviano
nacido en Pando.
Pero esa denominación no tenía el respaldo de una Ley
Nacional, que el presidente Evo Morales finalmente consagró en un gesto de
justicia del Estado Plurinacional. El origen libanés de aquel patricio pandino
que es orgullo de la aviación boliviana, representa otra vena vigorosa de la
interculturalidad de un país donde sus habitantes provienen de todas las
tierras del planeta para coexistir productiva y armoniosamente con nuestras
naciones originarias construyendo una patria para todos.
“Soy orgulloso de mis antepasados que llegaron a Bolivia a
principios del siglo XX para asentarse en la zona más remota y abandonada del
país. Mis padres hicieron de Cobija y de la Amazonia su mundo compartido con
esos pueblos de la selva que aún hoy perviven intactos cuidando esos bosques
tan fantásticos, donde pasé mi infancia jugando con unos avioncitos de madera
que solía fabricar mientras soñaba con volar”, nos dice el pionero aviador
sumiéndose en sus recuerdos.
DESDE EL LIBANO PARA SIEMPRE
En 1908, finalizada la Guerra del Acre, llegaron a la
recién fundada ciudad de Cobija (antes llamada Bahía) el migrante libanés José
Arab y su esposa Rosa Fadul, atraídos por el auge de la goma en esos años. Los
Arab habían salido del Líbano usando pasaportes que solían obtenerse en Turquía
para llegar a Francia y de allí al Brasil. “Mis padres vinieron a Cobija desde
Belem de Pará, atravesando el río Xapurí”, cuenta Aníbal, recordando que su
padre se había encariñado con este pueblo amazónico de Bolivia tanto que en
1925, año del Centenario de la República, donó aquel monumento dedicado al
Libertador Simón Bolívar que hizo traer desde Italia y que aún hoy hace de
centinela en la plaza principal de Cobija.
“Una tía mía radicaba en Génova, Italia, donde eran famosos
los escultores de monumentos. Mi padre tomó contacto con ella y le encomendó la
estatua que donó a la ciudad como Presidente de la Colonia Sirio-Libanesa de
Cobija”, explica.
NIÑEZ VOLADORA EN LAS CALLES DE COBIJA
El hogar de los Arab Fadul tuvo seis hijos: José, Aníbal,
Irán, Regina (recientemente fallecida en Cobija), Zulema y Ricardo.
“Yo nací el 2 de agosto de 1935 en Cobija, cuando los ecos
de la Guerra del Chaco todavía estaban resonando en las familias enlutadas del
país”, relata nuestro entrevistado. Su padre, cuenta, colaboró con la
movilización de las tropas cobijeñas que se concentraron en la plaza de
Porvenir. “Cuando nací no existía Pando como Departamento” —aclara—. “Mi
partida de nacimiento decía que soy nativo de Cobija, en el Territorio Nacional
de Colonias del Noroeste, es decir que soy un cobijeño colono de la etnia
libanesa, y tan boliviano como usted”, asevera esbozando una gentil sonrisa.
En sus años escolares fue uno de los primeros alumnos del
Colegio Antonio Vaca Diez. Recuerda entre sus condiscípulos de escuela y
colegio a los hermanos von Boeck, Azad, a los Faráh, los Maradés, los Díaz, los
Cohelo, los Watanabe, los Susuki... entre varios hijos de migrantes libaneses,
alemanes, italianos, españoles portugueses y japoneses que figuran entre los
primeros habitantes urbanos de Cobija. “Teníamos muy pocos coetáneos de origen
boliviano francamente”, observa.
UN JOVEN PILOTO EN LA REVOLUCIÓN DEL 52
A fines de los años 30 existía una pista aérea en el mismo
lugar donde hoy se halla el aeropuerto que lleva su nombre (durante un tiempo
la terminal aérea funcionó provisionalmente en la zona hoy ocupada por el
Parque Piñata). Algunas naves bolivianas solían aterrizar aquí junto con los
primeros cuatrimotores alemanes “Junker” del LAB, pero mayormente los aviones
que llegaban con más frecuencia a Cobija provenían del Brasil.
Y aflora la memoria: “Cuando llegaba un avión corríamos con
mi amigo Domingo Cohelo haciendo una travesía desde nuestra casa en la Plaza
Potosí hasta la pista aérea para contemplar esos motores que para mí tenían una
magia irresistible. Entonces tenia siete años”. Hasta que finalmente, ya
adolescente, decidió ser piloto.
A inicios de los años 50 logró matricularse en la escuela de
pilotos de la compañía brasileña Amapa, en Belem de Pará, donde tuvo la fortuna
de tener como instructor al aviador beniano Belarmino Bravo Rodríguez. Recuerda
que el primer avión que piloteó fue un P-19. Obtuvo su brevet con altas
calificaciones y una tentadora oferta laboral en el Brasil. “preferí volver a
Bolivia” —explica— “porque me había capacitado para servir a mi país”.
Bolivia se hallaba atravesando el esplendor de la flamante
Revolución Nacional de 1952. Ejercía el cargo de Director Nacional de
Aeronáutica el general Edmundo Vaca Medrano, un cruceño revolucionario, a quien
el joven Arab había conocido en Belem de Pará cuando aquel ejercía un cargo
diplomático en el vecino país.
“El general Vaca me puso en contacto con el Gerente General
del Lloyd Aéreo Boliviano en La Paz, Rodolfo Galindo Quiroga, quien una vez que
se homologó mi brevet brasileño de piloto y vencí todas las pruebas de
admisión, me contrató en el acto y desde entonces hice mi vida como piloto del
LAB”, rememora.
Como quiera que el LAB tenia su sede operativa en
Cochabamba, el aviador cobijeño cambió de residencia otra vez. “Me tuve que
volver cochabambino por la fuerza de las circunstancias, y aquí conocí a mi
esposa, Beatriz Blacutt Miranda, una dama orureña que es la madre de mis cinco
hijas cochabambinas”, afirma.
EL MAESTRO DE LOS MEJORES PILOTOS
Su trayectoria en el LAB es digna de un libro. Nos cuenta:
“Comencé como co-piloto de aviones cargueros y las primeras naves del LAB que
comandé fueron los Boeing B-17, que eran unos bombarderos usados por los
norteamericanos para bombardear Berlín durante la Segunda Guerra Mundial y que
en Bolivia los utilizamos como aviones de carga”.
Aníbal Arab no perdía oportunidad para traer toda nave del
LAB a Cobija y a toda la región amazónica. Junto con Luís Uriona realizó el
primer vuelo del LAB en la ruta Cochabamba-Guayaramerín-Cochabamba.
“Mi preocupación permanente fue incluir a Pando y a todas
las poblaciones de la Amazonia en los itinerarios del LAB, nunca me olvidé de
mi gente”, afirma con emoción en su voz. Abundan testimonios acerca de cómo el
capitán Arab, como piloto de base, como gerente operativo del LAB o como
empresario aeronático realizaba incluso viajes gratuitos en favor de sus
coterráneos amazónicos, atendiendo emergencias y resolviendo insolvencias.
Como piloto profesional comandó todas las naves del LAB en
todas sus rutas nacionales e internacionales. Se especializó como instructor de
vuelos siendo experto en el manejo de simuladores del Boeing 727 y como
encargado de pruebas de funcionamiento o lo que en la jerga aeronáutica se
conoce como “chequeador”. Posee títulos y diplomas que le fueron conferidos en
tales especialidades por las compañías Pan American, Braniff, Eastern,
etcétera. Fueron sus alumnos todos los pilotos que tuvo el LAB en los últimos
40 años antes de la desaparición de aquella empresa. “Es lamentable cómo los
políticos destruyen el patrimonio de los bolivianos de modo tan irracional”,
opina a propósito. Huyendo la de la crisis del LAB, persistió en su profesión a
fines de los ochenta y comienzos de los 90, formando la Compañía Boliviana de
Aviación con un DC6 “que estuvo tirado en Guayaramerin y por el cual pagué
13.000 dólares, lo hice reparar para trabajar en el transporte de carga”. Luego
formó la empresa Aerobol, con la que además de brindar servicio de carga aérea
impartía cursos de pilotaje civil.
Hoy sus mejores discípulos trabajan en empresas como
Aerosur, Aerocon y BOA; y algunos de ellos son comandantes en compañías
internacionales. Su cuarta hija, Elizabeth Arab Blacutt, es piloto en la
Continental Airlines de Estados Unidos. “Resultó ser mi mejor alumna”, afirma.
No es por nada que el aeropuerto de Cobija lleva su nombre y sus apellidos.
Publicado en elsoldepando.blogspot.com el
18 de mayo de 2011.
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