1967: Un tribunal militar condena al argentino Bustos y a
Regis Debray
Revista Siete Días Ilustrados / 19 de enero de 1970.
Aunque su factura respondió con pulcritud al típico
recetario latinoamericano en materia de golpes de estado, la revolución
boliviana fue abordando —ante el asombro de los observadores extranjeros— un
rumbo cada vez más radical. Así, el primer día de 1970 uno de los factótums de
ese movimiento, el general Juan José Torres, comandante en jefe de las Fuerzas
Armadas, definió en un discurso radiofónico que "la constatación diaria
del drama nacional fue la que en primera instancia determinó la forma y contenido
del mandato revolucionario, que vino a ser el resultado de un poderoso
movimiento de opinión que emergió de las filas de la oficialidad, que también
participa hoy de las corrientes renovadoras que mueven a las juventudes del
mundo contemporáneo". Lo insólito es que el detonante de ese movimiento de
opinión fue la derrota infligida a la guerrilla del Che Guevara por las tropas
bolivianas. Exactamente dos años después del combate del Yuro, donde sucumbió
la aventura guerrillera, el mismo ejército que logró esa victoria abrió un
curso revolucionario que ahora atrae el apoyo de los grupos de izquierda,
incluido el comunismo moscovita.
Es que se trata de un fenómeno que parece ir más allá del 'peruanismo,
tendencia político-militar inaugurada por Juan Velasco Alvarado en octubre de
1968 con el derrocamiento del liberal Belaúnde Terry. El antecedente de la
revolución de 1952 pesa históricamente en las características del caso
boliviano. De ahí que a poco de producida la toma del Palacio Quemado por las
huestes de Alfredo Ovando (suceso que transcurrió sin pena ni gloria en la
madrugada del 25 de setiembre último), se comenzara a especular con la
posibilidad de una amnistía para los presos que destiló la guerrilla. Los más
famosos: el intelectual francés Regis Debray y el argentino Ciro Bustos,
condenados a 30 años de prisión. Hace pocos días, Ovando consideró a Debray
como "un joven rebelde e inquieto, cuyas actitudes y modos de pensar
resultan comprensibles". En la jornada siguiente (12 de enero), el ministro
de Información, Alberto Bailey, comparó la campaña de alfabetización que se
apresta a acometer Bolivia con la que consumaron los cubanos en los primeros
años de la revolución castrista: "Aunque Cuba y Bolivia tienen diferencias
fundamentales, como la unidad racial que existe en la isla del Caribe y que mi
país no posee, el haber logrado erradicar el analfabetismo es una gran hazaña
para los cubanos", tremoló Bailey. Todo un idilio con los enemigos de
ayer.
Ovando y su estado mayor
Por eso, si la amnistía aún no se ha producido es porque Ovando teme arriesgar
la estabilidad de su régimen ante la oposición que ello puede suscitar en
algunos sectores de las FF.AA., sobre todo el denominado "grupo
barrientista", que anida en la Aeronáutica; el más opuesto al actual curso
revolucionario.
Descubrir las causas de este proceso, analizar sus componentes ideológicos y
sus connotaciones emocionales, componer el cuadro actual de esta situación
nueva, resulta una tarea tan inquietante como la historia misma. Para ello
SIETE DIAS optó por una vía no menos insólita: durante tres horas, un
corresponsal de la revista dialogó con Debray en la prisión de Camiri y
registró todas sus interpretaciones acerca de lo que está sucediendo en
Bolivia. Sobre esa base se elaboró un interrogatorio para el general Ovando,
para cuya elucidación otro corresponsal, Augusto Montesinos Hurtado, debió
consumir otros doscientos minutos de cinta magnetofónica en el palacio
presidencial de La Paz. Con esta variante: tanto Ovando como Montesinos
ignoraban las formulaciones del castrista francés.
El resultado es un contrapunto inédito, una polémica donde no sólo ocurre que
se enfrentan dos posturas ideológicas: Ovando emerge con una faceta hasta ahora
desconocida, la del intérprete más lúcido del nacionalismo de izquierda
continental; mientras el marxista Debray explícita una sorprendente actitud
conciliadora respecto al nuevo régimen
EL ENIGMA DE OVANDO Y LA SANGRE DEL CHE
Cuando un soldado con carabina rastrillada condujo al cronista hasta la sala de
la comandancia, Debray —uno de los presos más famosos del mundo— vestía un
gastado pantalón liviano, una camisa verde, desabrochada, y llevaba los pies
casi descalzos, cubiertos por un par de frágiles sandalias de baño. No bien
dejó su celda, se vio que ha vuelto a dejarse la barba, una pelambre espesa y
rojiza que le cae sobre el pecho y hace resaltar aún más su mirada celeste. Es
delgado y pálido, pero exuda un espíritu capaz de ejercer la ironía a costa de
cualquier tema. Después de dos años de encierro en la sofocante prisión de Camiri,
puede enfrascarse en una apasionada discusión política como si estuviera en un
aula, y enarbolar un excelente dominio del castellano, en el que intercala
algunas palabrotas cubanas cuando se entusiasma. Ostentando en la frente una
gruesa cicatriz —secuela, dijo, de los castigos que debió soportar durante los
interrogatorios—, Debray aseguró que no ha menguado su capacidad analítica y
que, desde su particular punto de vista, posee un robusto realismo.
Ovando.
—¿El cambio político ocurrido en Bolivia, se reflejó en su situación dentro de
la cárcel?
—Sí, pero no inmediatamente. Después de un tiempo empecé a recibir libros y
buena comida. Ahora, esto se ha trasformado en una detención normal. Pero
también creo que además del nuevo gobierno influyó en este cambio la solidaridad
internacional.
—Usted tiene más de mil libros apilados en su celda, una máquina de escribir,
fichas y un archivo de recortes. Se dice que trabaja en varios proyectos.
¿Piensa publicarlos?
—Esa posibilidad no me la he planteado aún, porque todavía estoy organizando
algunos puntos de vista, trabajando exclusivamente para mí. Pero en esta nueva
situación, hasta eso se puede concebir; que me dejen publicar afuera.
—¿Por qué restringió su contacto con los demás presos?
—La verdad es que yo, como intelectual, vivo encerrado. No experimento mucho la
necesidad de pasear. Vivo muy aislado y muy solo, sin ninguna relación
personal. Generalmente no hablo, no tengo contacto con los otros detenidos.
Aquí somos cuatro ahora. Tampoco tengo ninguna relación con Bustos. Sólo con
uno de los bolivianos, Paco, a veces converso o juego al ajedrez.
—¿El alejamiento de Bustos es por decisión suya?
—Sí, claro.
Desde 1967 Debray adoptó una línea inflexible: aislarse de quienes consideró
desertores, delatores o débiles en los interrogatorios. No es un secreto que
considera a Bustos como incurso en esa debilidad; a principios de 1968 dejó de
dirigirle la palabra. Curiosamente, sin embargo, frecuenta a Paco (José
Castillo), el boliviano a quien el Che hizo retirar el arma y expulsó de la
guerrilla como "resaca", según anotó en su diario. Después sirvió
como testigo de cargo en el proceso a los guerrilleros, aportando numerosos
informes. Tal vez Debray establezca una diferencia entre el minero "con
escasa conciencia política" y Bustos, el intelectual.
—La enorme cantidad de pedidos internacionales por su libertad es considerada
en algunos círculos de La Paz como una inaceptable presión extranjera.
—No creo que ésa sea una actitud nacionalista, sino chauvinista. La política es
un campo donde se ejercen y combinan fuerzas. Sobre todo en este asunto, en el
que desde hace dos años se evidenciaron presiones de la CIA y del Departamento
de Estado. Resulta hipócrita y farsante decir "no aceptamos
presiones", cuando se sabe muy bien que se las acepta y que en el pasado
se han aceptado muchas presiones, antes y después del proceso. Las peticiones,
además, se han hecho con total respeto por la dignidad del país y por la
consideración que merece después de haber nacionalizado la Gulf. Tales pedidos
no hubieran tenido sentido durante el gobierno de Siles Salinas; entonces las
presiones venían de un solo lado, y las aceptaban encantados.
—El gobierno de Ovando se ha definido como "nacionalista de
izquierda". ¿Cuál es a su juicio la índole del nuevo régimen?
—Hay muchas formas de contestar a esa pregunta. Una, oportunista y a corto
plazo, sería decir que todo está bien y perfecto. No es mi posición. Pero puedo
dar otras respuestas distintas. La primera, clásicamente marxista; la segunda,
también marxista pero más matizada, porque tendría en cuenta algunos factores
latinoamericanos y bolivianos. Primera respuesta: se trata de un gobierno
pequeño-burgués, sin participación de las masas, que busca el desarrollo de un
poder económico autónomo para la burguesía nacional mediante el capitalismo de
Estado, para hegemonizar a las masas populares y evitar su radicalización. Por
supuesto, se trata de un proceso contradictorio y esa contradicción se refleja
en el gabinete. Creo que en el seno del gobierno hay un ala progresista de
tendencia nacional, que si bien no representa a los trabajadores, se opone a un
ala tradicionalmente dominada por los norteamericanos.
—¿Esa contradicción se refleja también en el Ejército?
—No sólo en el Ejército como institución, sino también en la cabeza de cada
militar. Ellos sufren, como todos, la enorme presión ideológica y
propagandística de los medios de información. En Bolivia, a través de una
prensa vendida o débil, repercute la menor tontería que ocurre en los Estados
Unidos. Europa todavía no ha podido entrar aquí. Todas las líneas históricas,
la supuesta ayuda económica, la presión ideológica, vienen del Norte. Los
militares manejan por un lado el anticomunismo, pero por otro sienten la
necesidad de formar un Estado nacional, de liquidar este subestado yanqui que
fue Bolivia hasta hace poco tiempo.
—¿Seguimos en la definición marxista clásica?
—Bueno, hemos mezclado un poco las cosas.
—De acuerdo a esa definición, ¿se podría deducir que usted supone que las
contradicciones internas del gobierno lo derrumbarían a corto plazo?
—Puede pensarse así, sobre todo porque Ovando se maneja dentro del esquema
bonapartista: combinación y aniquilación recíproca de fuerzas antagónicas.
Ovando está situado al centro del gabinete: si éste se inclina demasiado a la
izquierda, él se va a la derecha y viceversa. Este bonapartismo se puede
explicar teniendo en cuenta que no hay organizaciones populares fuertes; como
en Chile, por ejemplo.
—¿Cuál es la segunda respuesta, o sea la que tendría en cuenta los factores
latinoamericanos y bolivianos?
—Con esa respuesta se podría juzgar al gobierno de un modo más favorable.
Porque hay una cosa cierta: si bien el socialismo no se puede hacer sin la
participación de las masas, tiene que enraizarse también en una tradición y una
conciencia nacionales. Conciencia y bases nacionales son la condición sine qua
non para un desarrollo socialista, y Cuba lo demuestra ampliamente.
"Patria o muerte" es un lema potencialmente socialista. Pero para que
el propio nacionalismo revolucionario logre sus objetivos tiene que superar su
fase inicial. O sea: para realizarse como tal, tiene que traicionarse y pasar a
una etapa ideológica y económica superior, entrando en una forma de socialismo
que no se puede enmarcar en un esquema preestablecido: a una forma socialista
nacional, propia, autónoma.
—Algunos ideólogos de este gobierno sostienen que el planteo nacionalista
boliviano no es exclusivista, sino que abarca a todo el continente. ¿Usted
comparte ese criterio?
—Esa pregunta conduce al examen de la posición trotzkista, como la del
argentino Jorge Abelardo Ramos, quien siempre ha tenido mucha influencia en
Bolivia. Hay una curiosa osmosis con un pensamiento aparentemente más radical,
como el de Ramos, que sostiene un tipo de concepción nacional latinoamericana.
Pero un nacionalismo continental, en el presente estado de una vaguedad tal,
que conceda al imperialismo el beneficio de no poner en juego el régimen
interno de cada país. Porque la revolución debe hacerse en cada país, primero;
después, coordinarse, sintetizarse. Pero esperar que se constituya la nación
latinoamericana para romper con el imperialismo es una farsa. Nacionalismo
continental como perspectiva, sí; como base previa, no.
—¿Cómo cree que evolucionará el actual régimen boliviano?
—En 1952 los bolivianos hicieron la experiencia de una revolución
democrático-burguesa que resultó un fracaso. Como pienso que esa experiencia no
se puede repetir, me parece que el proceso político boliviano tiene que
inscribirse en una continuidad revolucionaria nacional. La historia no se hace
en el vacío, se hace con un trampolín, y ese trampolín es el pasado. No se
puede decretar una ruptura abstracta de la continuidad histórica. De ahí que
creo que no podrán ir para atrás del año 52, tendrán que ir para adelante.
—¿Apoyándose en qué sectores?
—En la pequeña burguesía radicalizada, que a veces es una mera frase, pero aquí
quiere decir algo. Como lo prueban los universitarios o las figuras como
Marcelo Quiroga Santa Cruz, el ministro de Minas. Esa gente ha librado una
lucha nacional formidable. Otro sector de apoyo: los trabajadores fabriles y
mineros, aunque aritméticamente son escasos.
—¿Inclusive con los organismos sindicales existentes?
—No, eso no. Están burocratizados. Pero el régimen también tendría que buscar
apoyo en el campesinado, fuera de los esquemas corruptos del grupo de
dirigentes pagados por los ministerios, inventados por el MNR. Reconozco que en
este sector es difícil. El MNR burocratizó a los campesinos, hizo de ellos una
masa de individualistas aburguesados con sus minifundios, y tampoco promovió la
tecnificación agraria. Resumiendo: dado que este gobierno no puede apoyarse en
la burguesía, si quiere desarrollar una verdadera política de independencia
nacional tendrá que respaldarse en los sectores que no perderán nada rompiendo
totalmente con los norteamericanos. Si Ovando practica esa política, creo que
habrá posibilidades para una verdadera dinámica revolucionaría.
—¿Usted cree que el gobierno seguirá ese rumbo?
—Eso depende de la capacidad que tenga de vincularse con las masas. Hubo
indicios de que ese proceso podría iniciarse. Pero todavía la estructura
vertical del gobierno permanece intacta. Las buenas intenciones de los
ministros hacen que desde los balcones de Palacio se dejen caer decretos sobre
la cabeza del pueblo, que espera. Por supuesto, ése no es un método
revolucionario. Todavía no se puede decir si se dará o no la radicalización;
hay un compás de espera, de duda.
—¿El apoyo desde el exterior podría impulsar al régimen a radicalizarse?
—Sobre ese apoyo exterior, el gobierno sabe que hay muchas cosas en su contra.
No se lava la sangre del Che tan fácilmente, les guste o no. La gente no
olvida. No se trata de usar un criterio maniqueísta, diciendo: "Lo que hace
ahora ese señor está mal porque hace tres años hizo esto otro". Eso no. Un
revolucionario tiene que pensar en la realidad, no puede encerrarse en estas
cosas, aunque le duelan. Pero una cosa es enclaustrarse en el pasado, y otra
olvidarlo. Aquí no se debe emplear el blanco y el negro solamente: hay una zona
gris. Está el negro del pasado, y un blanco que se vislumbra, que está
naciendo. Pero lo esencial sigue siendo gris. Y el gobierno actual no puede
quedarse en ese color, porque moriría.
—En la enumeración de los sectores de apoyo, usted parece omitir
deliberadamente a las izquierdas marxistas organizadas; es decir, el Partido
Comunista, el Partido Obrero Trotzkista, etcétera.
—La colaboración de la izquierda con el gobierno no está muy clara, porque la
izquierda tiene razón en mantener su independencia de organización y de
criterio. Precisamente porque aquí hubo un 1952: entonces se comprobó que
cuando un hombre (Lechín) es vicepresidente de la república y líder máximo de
los trabajadores al mismo tiempo, las cosas andan mal.
—¿Para quiénes?
—Para los trabajadores primero, y al final para el gobierno. Es muy normal,
entonces, que la izquierda, con esa experiencia tan costosa, que se pagó con
sangre, sea prudente. Claro que la prudencia es una cosa y la negativa
resentida otra muy distinta. Todavía no hubo ninguna definición clara del
gobierno sobre el papel que adjudica a los trabajadores en su revolución. En
esas condiciones no se puede pedir tampoco una definición clara de la
izquierda.
—Pareciera que usted sigue eludiendo la cuestión.
—No contesto en detalle porque no quiero entrar en polémicas, porque estoy
preso y porque soy francés.
Venezolana Elizabeth Burgos: cómo ser esposa de Regis Debray
RESPUESTAS A REGIS DEBRAY
Mide un metro y 65, es delgado y nunca para de mover sus ojos pequeños y
socarrones, como si estuviera al acecho de alguna turbulencia. A veces, para
oírlo bien, hay que hacer un esfuerzo porque pronuncia las palabras
rápidamente, hablando para adentro, Sin embargo, sus últimas apariciones en los
actos públicos lo muestran como un orador avezado, capaz de mantener en vilo al
auditorio. A solas, en cambio, conserva la vieja costumbre. Cuando el 4 de
noviembre de 1964 el extinto René Barrientos y el ahora presidente Ovando
expulsaron del poder al Movimiento Nacionalista Revolucionario, una de las primeras
medidas que pusieron en vigencia fue rebajar los salarios a los trabajadores de
las minas nacionalizadas. Poco después, las cuevas de estaño de Oruro y Catavi
se trasformaron en algo parecido a campos de concentración. En mayo de 1965 el
Ejército ocupó las minas dejando un tendal de muertos y heridos; episodio que
se reiteró con más violencia aún la noche del 23 de junio de 1968. Ese
genocidio fue bautizado por muchos de los actuales ministros —que entonces eran
diputados que militaban en la oposición— como la "masacre de San
Juan". Cambio de los tiempos: ahora, el gobierno revolucionario del
general Alfredo Ovando Candia se apresta a restituir los salarios mineros a su
antiguo nivel, y hasta es posible que se resuelva aumentarlos. En la mañana del
miércoles pasado, cuando SIETE DIAS abandonaba el despacho presidencial,
aguardaba en antesalas el embajador norteamericano en La Paz, Víctor Ernesto
Siracusa. Ovando produjo entonces uno de sus gestos más espectaculares: mandó
decir por un ayudante que "el presidente de la república no lo recibiría
por hallarse ocupado en una reunión ministerial". El estupor de Siracusa
fue explicable: hasta hace poco los diplomáticos norteamericanos penetraban en
el Palacio Quemado con más confianza que en la Casa Blanca.
—¿Hacia qué tipo de régimen se orienta la revolución boliviana?
—Los procesos de liberación en América latina se orientan de acuerdo a una
serie de factores. Entre otros, la ideología de sus líderes, la relación de
fuerzas políticas y económicas del esquema hemisférico, A mi modo de ver, el
problema básico es definir el destino nacional frente a la enajenación de todo
tipo que representa el imperialismo en nuestros países. Por eso no es posible
hablar de desarrollo, de liberación, ni de ningún nuevo tipo de sociedad, sin
romper previamente el esquema de oprobio que mantiene nuestras estructuras en
estado de dependencia colonial. El nacionalismo revolucionario es la
realización de esa gran tarea. Y nuestra revolución está encuadrada en esa
línea. Ni socialismo excluyente (abolición de toda propiedad privada), ni
capitalismo explotador. Buscamos una coexistencia de propiedad privada de los
medios de producción en limitados y definidos campos, con un sistema de
propiedad colectiva de esos medios junto con una prevalente y definitoria acción del Estado. Si es
verdad que nuestros países van a evolucionar hacia una sociedad socializada, no
hay que imaginarse el futuro como una ineludible réplica del modelo socialista
de los países de Europa oriental. En ese sentido, nosotros nos orientamos hacía
un capitalismo de Estado cada vez más socializado.
Ovando.
—¿Cuáles son las fuerzas políticas que busca aglutinar en torno suyo el régimen
revolucionario?
—Las auténticas fuerzas nacionalistas y revolucionarías que se están definiendo
y alineando a raíz, precisamente, de nuestra revolución. Será un proceso de
clarificación política, generacional e ideológica.
Como es obvio, la respuesta de Ovando omite los detalles: el proceso de
desintegración del antiguo mapa político. Con exclusión del Partido Social
Demócrata, núcleo que lideraba el derrocado Siles Salinas, y otros grupos
pequeños de franca ubicación opositora, en los demás partidos políticos se
registran desprendimientos y reubicaciones que apuntan a la constitución de una
sola fuerza de apoyo a la revolución: el Partido de la Izquierda Nacional. Las
vertientes que permanezcan fuera se enfrentarán con la desaparición total o
irán a emblocar el frente opositor.
—La inexistencia o debilidad del capital nacional en su país, ¿lo obligaría a
usted a buscar el apoyo de otros sectores, tales como la pequeña burguesía, los
trabajadores, los campesinos y los estudiantes?
—No es que todas esas fuerzas vayan a ser buscadas simplemente porque el
capital nacional es débil. Para que se dé un verdadero proceso revolucionario
es necesario la participación de esos sectores económicos.
—Ello conformaría un frente. ¿Estará dirigido por las Fuerzas Armadas?
—Las Fuerzas Armadas sustentan y liderizan la revolución. En el futuro, sin
sentido de casta, porque las diferencias entre hombres uniformados y hombres
sin uniforme tienen que desaparecer junto con las demás fuerzas en el esquema
nacional revolucionario, jugando un importante papel.
—¿Cómo considera la experiencia boliviana de la revolución del 52?
—La revolución nacional constituye un largo proceso en el que el pueblo,
buscando su liberación, avanza y retrocede. En 1952 se produjo un importante
avance. Con la nacionalización de las minas se terminó el gran poder de tres
compañías que sacaban del país grandes utilidades y dominaban la vida nacional.
La reforma agraria fue (o más significativo de esa revolución, puesto que si
bien en lo técnico-administrativo adoleció de muchos errores, otorgó al
indígena sus derechos ciudadanos. Pero fue una revolución que se estancó a poco
de empezar, y retrocedió finalmente hasta terminar en el entreguismo más
pavoroso de los últimos decenios.
—¿A qué se debe esa frustración?
—A la confusión ideológica de sus conductores, a complejos problemas económicos
emergentes del subdesarrollo, a personalismos y otros factores que sería largo
enumerar.
—¿Esta revolución es diferente?
—La que se inició el 26 de septiembre es una revolución íntegra.
—¿Por qué?
—Porque elimina el poder extraordinario del imperialismo petrolero, porque
busca un profundo cambio de todas las estructuras nacionales y porque procede
dentro del marco de una ideología y de una planificación definida.
—Sin embargo, hay quienes consideran que el actual proceso no se diferencia
claramente del que se dio en el 52. Y, como parten de la premisa de que aquella
experiencia es irrepetible, suponen que su gobierno se verá ante la opción de
radicalizarse o desaparecer.
—No se trata de repetir lo del 52. Se trata de hacer esta revolución anhelada
por el pueblo e indispensable para el país. Si los hombres de gobierno nos
mantenemos decididos a hacerlo, y si ha de ser el pueblo el protagonista, el
conductor y el vigía de la revolución, este proceso no va a desaparecer.
—Usted habla de la participación popular, pero la revolución sigue conservando
la estructura vertical de sus orígenes. ¿Piensa que ello debe cambiar o
mantenerse?
—Yo digo que no hay revolución posible sin auténtica participación popular. Por
eso la estructura vertical de este proceso deberá ir desapareciendo cada vez
más.
—¿De qué manera?
—A través de una institucionalización política que será encarada en base a lo
que vengo diciendo.
—Usted definió a la revolución como nacionalista de izquierda. ¿Cuáles son las
diferencias con el nacionalismo de derecha?
—Son dos cosas totalmente distintas. El nacionalismo de derecha no ataca la
raíz misma del subdesarrollo: dependencia del país respecto de los grupos de
privilegio y sumisión a dictados del exterior que succionan las riquezas y
dejan intactas las estructuras coloniales. Se trata de una posición de aparente
afirmación nacional que es estéril e improductiva aunque opuesta, desde luego,
a la mezquina actitud extranjerizante y antinacional de los grupos calificados
como cipayos. Un nacionalismo de derecha, así entendido, probablemente no sería
capaz de abrirse al proceso integracionista que a mi modo de ver sólo puede ser
positivo una vez consolidada la etapa liberadora.
—En relación a eso, ¿usted cree que los objetivos de la revolución boliviana
pueden realizarse aisladamente o es necesario un proceso similar en los
principales países de América latina; es decir, una revolución continental?
—Los objetivos de nuestra revolución son practicables aun aisladamente. En cien
días de gobierno hemos demostrado cuánto se puede avanzar en ese camino pese a
obstáculos y presiones. En términos generales, se puede afirmar que todos
nuestros países necesitan abrir un proceso revolucionario. Pero al mismo tiempo
es preciso dejar bien claro que a cada nación corresponde definir su destino.
Por lo tanto, no hay un camino único para alcanzar la liberación, de modo que
resultaría inadecuado pretender señalar rumbos a los demás.
—A usted se lo considera la expresión centrista del actual gabinete. ¿No cree
que a corto plazo será inevitable una definición suya hacia la izquierda o la
derecha?
—Los términos de izquierda y derecha son tan elásticos y relativos que no
expresan ya conceptos unívocos. El gobierno que yo presido está integrado por
hombres que se aglutinan alrededor de un programa: el Mandato de las Fuerzas
Armadas. Y ello constituye un documento claro y fecundo tanto en sus
antecedentes e interpretaciones del país como en sus 18 puntos de objetivos
generales. La declaración de política internacional, la declaración de política
educativa, el mensaje al país del 31 de diciembre pasado, y sobre todo las
medidas y las actitudes del gobierno, son resultado de decisiones conjuntas
asumidas en el marco del nacionalismo revolucionario, que es una ideología
común al Alto Mando de las Fuerzas Armadas, a los civiles del gabinete y a
todos los grupos que apoyan la revolución. En lo que se coincide es en destruir
intereses y dominios para instaurar valores y principios en una dirección
revolucionaria. Si convenimos en llamar izquierda a esta orientación de cambio
profundo, de afirmación de la cultura y de los valores nacionales, hay que
decir que todo el gobierno que yo dirijo es de izquierda nacional.
Regis Debray
—¿Usted coincide con los que afirman que los objetivos que perseguía el Che en
Bolivia, al desatar la guerrilla, son los mismos que sustenta ahora su
revolución?
—Efectivamente, muchos de los objetivos de los guerrilleros coinciden con
nuestra revolución. Pero quiero señalar algunas diferencias importantes. La
revolución tiene que ser nacional. Desde el punto de vista de los principios,
somos los bolivianos los que tenemos que determinar los caminos de la
liberación boliviana y el modelo de sociedad que necesitamos. Y también desde
el punto de vista de la práctica, porque los propios autores del sistema
foquista, ante la impracticabilidad evidenciada en la realidad, están revisando
sus teorías. Además, hay algo muy importante: no se puede prescindir del pueblo
en su expresión más concientizada que es la clase obrera, ni se puede exportar
métodos de lucha e ideologías para aplicarlas por igual en todas partes.
Desconocer las realidades y circunstancias políticas, históricas, culturales y
económicas de cada pueblo y proceder de espaldas a ellas puede resultar muy
romántico y espectacular, pero no contribuye a la revolución misma y a su
implantación en los hechos.
—¿Cómo explica los recientes brotes de violencia y el anuncio de Chato Peredo
de ponerse al frente del denominado Ejército de Liberación Nacional?
—La actividad de unos cuantos miembros de las guerrillas obedece a un impulso
de inercia del pasado que se manifestó en dos actos de bandidaje, sin contenido
ideológico o interpretativo de la realidad actual. Por otra parte, no son
capaces de mover a nadie. La revolución es una realidad con soluciones
bolivianas para los problemas bolivianos, y esos brotes carecen de sentido.
—¿Cómo definiría la etapa actual de la revolución?
—Como la del inicio de un largo camino que debemos recorrer para consolidar la
liberación nacional y cambiar profundamente nuestras estructuras. Se trata de
impulsar un desarrollo en justicia y en función del pueblo. La acción rectora
del Estado irá definiendo la participación popular por medio de una
planificación científica que es la que estamos elaborando ahora a corto, mediano
y largo plazo.
—Seguimos en la estructura vertical.
—Ya he dicho que por ahora sí. Eso se irá trasformando en el futuro con la
propia consolidación del proceso.
—Algunos teóricos de la izquierda sostienen que en la cabeza de cada militar
latinoamericano se da un conflicto entre la necesidad de cambios históricos que
trasformen radicalmente las estructuras sociales, y el peso de la tradición, la
disciplina y la carencia de formación política. ¿Cuál es su opinión al
respecto?
—En la lucha latinoamericana los militares participan de los procesos
históricos, de sus contradicciones y sus retrocesos. Muchas veces, en Bolivia,
las Fuerzas Armadas han luchado del lado del pueblo. Los mismos hechos y el
contacto con ellos las han llevado ahora a liderizar la revolución, ubicándose
en su justo papel. La disciplina y la formación militares constituyen valores
que pueden orientarse hacia el cambio o la defensa del statu quo, Y si hablamos
de tradición, ella nos demuestra al Ejército boliviano, en el curso de la
historia reciente, encabezando intentos de liberación, como los de Busch y
Villarroel. Y si se da ese conflicto como ocurre en otras instituciones o
clases sociales, hay que felicitarse porque finalmente haya triunfado la
corriente revolucionaria.
—¿Usted se considera un dictador o un caudillo revolucionario?
—Ni lo uno ni lo otro. Soy por vocación y por convicción un nacionalista
revolucionario. Y por mandato de las Fuerzas Armadas, el conductor de este
proceso.
Regis Debray
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