Imagen: Reducción de Exaltación de Moxos (Keller 1876)
El naturalista francés Alcide D’Orbigny, el 2 de julio de 1832, junto a un cura
franciscano, el señor Tudela (encargado de recibir instrucciones sobre la
apertura del camino) y un grupo de indios que cargaban el equipaje, partió de
Tres Tetillas, Tiquipaya, en busca de un nuevo camino a Moxos por la Cordillera
Tutulima por donde creía podía viajar en menor tiempo.
El viaje fue acordado a su llegada de Loreto de Moxos, tras un mes de viaje, en
una reunión con el presidente de la República, general Santa Cruz, quien aprobó
la propuesta de D’Orbigny de abrir un nuevo camino de Cochabamba a Moxos. El
Jefe de Estado aprobó de buen agrado el plan, pero le advirtió que tendría que
vencer un sinfín de dificultades así como los peligros de estas regiones
desconocidas, en donde tendría que luchar contra la naturaleza virgen y quizás
contra naciones salvajes.
En aquella época, según señala el naturalista francés, en el Capítulo XXXVI,
del tomo IV de su libro Viaje a la América Meridional, un viaje a Moxos,
pasando por Santa Cruz, era calculado en 300 leguas; es decir un equivalente a
más de 12 y medio días de caminata continua, lo que podría equivaler a 25 días
con descansos de 12 horas al día.
Casimiro Olañeta, del Ministro del Interior, el 25 de junio de 1832, extendió a
D’Orbigny un salvoconducto en el que pedía a todas las autoridades del país que
se lo tratara con la mayor consideración, auxiliándole con cuanto necesite y
pidiera, dejándole transitar libremente y aún mandándole escoltar si pidiera
algunos hombres para la seguridad de su persona.
El 4 de julio, el naturalista comenta el inicio de su travesía y señala:
“Anduve al comienzo por el collado occidental del arroyito de Altamachi. El
valle tornábase más profundo a medida que avanzaba; pasé al collado opuesto y
comencé a treparlo en dirección a las cumbres nevadas que veía; pero el día ya
muy adelantado me obligó a detenerme en un barranco, no lejos de un lago
helado, a unos 5.000 metros de altura. El frío excesivo se hacía sentir allí
con tanto más rigor cuanto que carecíamos de prendas de abrigo, y era tal la
rarefacción del aire que apenas podía respirar. La noche nos pareció muy larga,
pero, como de costumbre, el día, consuelo del viajero, nos hizo olvidar todo.
(…) Comencé a bajar por suaves pendientes cubiertas de césped y dominando diversas
zonas de lagos, primeras fuentes del Río Tutulima. Había pues, cruzado sin
obstáculos la cadena, con lo que había vencido ya una de las dificultades de mi
empresa; ahora sólo me faltaba descender. Comparándolo con el camino de Palta
Cueva y sus sitios tan peligrosos, me pareció que esta nueva ruta, en caso de
que pudiera seguirla hasta Moxos, reemplazaría a la actual con la inmensa
ventaja de no exponer a ninguna clase de riesgos a los hombres ni a las
bestias”.
Alcide D’Orbigny
“Los yuracarés, alrededor de 1.300, están diseminados en el seno de las selvas
más bellas del mundo. Viven al pie de los últimos contrafuertes de la rama
oriental de la cordillera”.
A la selva D’Orbigny
“Con la región de las nubes comenzó la vegetación; hasta entonces había sentido
mi pecho oprimido; por eso, no sabría expresar con qué placer comencé a
respirar más libremente un aire menos enrarecido y ya perfumado por las flores
de las zonas más bajas. Después de atravesar una espesa capa de vapores
blanquecinos, y cada vez que se apartaba de mis ojos el telón móvil de las
nubes (…) y así, en un solo día, había pasado de los hielos del polo a los
límites de las regiones cálidas”.
Llega el naturalista a Moxos y Trinidad
“En la tarde del 9 llegué a la confluencia del Río Sinuta, último tributario
occidental de Securi. Navegué todavía dos jornadas enteras, y ya comenzaba
realmente a alarmarme, cuando al decimotercer día de navegación el Mamoré se
extendió ante mi vista en toda su grandeza. Al instante olvidé mis padecimientos
presentes y pasados. Estaba en Moxos, meta de mi empresa, y al día siguiente,
después de haber remado toda la noche, volví a Trinidad. (…) El mapa de mi
itinerario señalaba menos distancia que por el Chapare. Así, pues, había
hallado una nueva ruta, menos peligrosa que la de Palta Cueva. En este trance
mis súplicas fueron oídas una vez más, y ahora, con el trazado de este camino
abierto a sus transacciones comerciales, podía ofrecer al gobierno boliviano,
en parte al menos, un precio digno de los innumerables beneficios recibidos,
sin que por eso me crea libre respecto a él de la imprescriptible obligación de
una gratitud eterna.
Mi empresa había disgustado mucho a los funcionarios de Moxos, que, siendo de
Santa Cruz de la Sierra, veían con malos ojos el establecimiento de esas
comunicaciones más directas por Cochabamba. Se habían despertado las antiguas
rivalidades y yo me sentía muy incómodo, incluso muy decepcionado.”
11 de agosto de 1832, Aldice D’Orbigny, Viaje a la América Meridional, Tomo IV
Los Tiempos
Fuente: reporteroboliviano.com
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