Publicado en La Razón el 9 de abril de 2012 / Por: Iván
Bustillos.
Nunca está demás mirar otra vez. La Revolución de 1952,
entre muchas otras cosas, debería ser tarea cotidiana de los bolivianos. En lo
que sigue, siete autores muestran cómo de diverso hoy, a 60 años de distancia,
es el parecer nacional sobre ese abril.
Ideológicamente, ¿qué siempre trajo consigo la Revolución
del 52? El Nacionalismo Revolucionario, responde Luis H. Antezana, esa
construcción ideológica que sin ningún problema alberga tanto a la derecha (el
nacionalismo) como a la izquierda (lo revolucionario), con múltiples y lógicas
variantes de por medio.
El vicepresidente, Álvaro García Linera, en un texto más
bien antiguo (de cuando era del EGTK), da la pauta de lo que fue el 52, tanto
por lo que se quería conseguir como por lo que verdaderamente se podía lograr.
La socióloga Silvia Rivera, por su parte, muestra la crítica
a la Revolución desde el moderno indigenismo. Un balance crítico para nada
tradicional también ofrece el filósofo Hugo Celso Felipe Mansilla Ferret, para
quien la Revolución acaso ni debió existir.
El sociólogo Salvador Romero Pittari, fallecido hace poco,
nos da pautas de cómo abril del 52 se mueve entre los hechos y el mito.Y, como
no podía ser de otra manera, están dos fuentes obligadas para todo boliviano:
Marcelo Quiroga Santa Cruz, que al reflexionar sobre el 52, apunta directo al
carácter mismo de lo boliviano; y Sergio Almaraz, que muestra cómo la gran
Revolución del 52 se fue achicando de a poco.
El ‘Nacionalismo Revolucionario’
Luís Antezana
Los procesos ideológicos bolivianos (1935-1979) convergen en
torno a un eje dominante: el “Nacionalismo Revolucionario” (NR) que cristalizó
en 1952. (...) Desarrollado en la periferia del discurso liberal, conjugando
ideologuemas socialistas, nacionalistas, indigenistas, antiimperialistas,
fascistoides e izquierdistas, el NR tiende —después de la Guerra del Chaco—
aceleradamente hacia el centro del poder estatal (…) A partir de 1952, el
“Nacionalismo Revolucionario” ocupa el centro del poder estatal boliviano y
deviene una de las condiciones orgánicas del ejercicio del poder.
Si, de manera clásica, imaginamos las posiciones ideológicas
en una representación lineal, este eje “nacionalista revolucionario” es un eje
oscilante, flexible, en la medida que sus extremos (“nacionalismo”, por un lado,
y “revolucionario”, por el otro) tocan y se entremezclan con los ámbitos
ideológicos de la “derecha” y la “izquierda” bolivianas. Sin embargo, el NR no
es una ideología de “centro”. Por su oscilación es una especie de operador
ideológico, un puente tendido entre los extremos del espectro político
boliviano, un arco —si se quiere— que comunica la “extrema izquierda” con la
“extrema derecha”.
Lo que fue la Revolución del 52
Álvaro García L.
Por los objetivos que buscaba y podía cumplir, la Revolución
del 52 tuvo un carácter democrático-burgués. Las consignas fueron:
nacionalización de las minas, tierra a los campesinos y voto popular.
Estos objetivos económicamente reforzaban las tendencias
sociales de un proceso de acumulación de capital a nivel nacional, la
ampliación de la influencia del capital a los centros productivos, en especial
al campo, de generalización del intercambio mercantil ansiosamente buscado,
entre las ciudades y el campo, de concentración de fuerza de trabajo libre
(...)
Políticamente, los objetivos revolucionarios señalaban el
enfrentamiento de las masas al poder estatal de los gobernantes, la voluntad
democrática de las masas y tendencialmente la oposición a todo poder que no sea
el de los productores mismos; pero también, por la fuerza económica naciente y
la fuerza ideológica de una parte de la pequeña burguesía, esos objetivos
reforzaban la posibilidad de instaurar el poder político de la
pequeño-burguesía.
La Revolución y los indígenas
Silvia Rivera C.
Para los movimientistas —parientes pobres de la oligarquía y
ansiosos de ser reconocidos como ‘occidentales’— había pues una tarea
prioritaria: borrar a los indios de la memoria, a la vez que reformarlos hasta
en lo más íntimo de sus conductas domésticas. Esta tarea fue retomada por la nueva
intelligentsia nacionalista, a partir del propio aparato estatal heredado.
Salvo por el tema de la desorganización momentánea del
Ejército, el aparato estatal oligárquico —colonizado interiormente por la
“ayuda americana” en los años 40— se transfirió intacto a la nueva burocracia
del Estado. De hecho, los programas de la embajada americana (infraestructura,
reforma educativa, asistencia técnica) continuaron activos, y compartían el
espíritu “progresista” de que había que transformar a los indios en “mestizos
sin identidad”, en campesinos.
Además, este discurso se potenció inmensamente por el efecto
de la escuela, el servicio militar en el Ejército reorganizado y la ampliación
de la migración y comercialización de la fuerza de trabajo indígena, todo lo cual
muestra los tempranos impactos de la reforma educativa de 1955. Finalmente, el
nuevo Estado se dio a la tarea de “reinventar la historia”, lo que le permitió
plasmar la imagen del nuevo ciudadano valiéndose de poderosos medios de
reproducción, como la imprenta y la fotografía.
Un balance crítico de abril del 52
H.C.F. Mansilla
La Revolución Nacional de abril de 1952 en Bolivia fue, en
el fondo, innecesaria y superflua. Los efectos modernizantes generados por este
proceso hubieran tenido lugar, más tarde o más temprano, bajo un régimen
dominado por las élites tradicionales, como ocurrió en la mayoría de los países
latinoamericanos.
En el área rural, la derogación de relaciones personales y
laborales de tipo servil, la apertura de los mercados agrícolas, la
generalización de mecanismos contemporáneos de intercambio (...) se hubieran
hecho realidad en años posteriores sin la violencia y las arbitrariedades que
acompañaron la reforma agraria. El incremento de la movilidad social y la
expansión de oportunidades de educación básica se hubieran dado igualmente bajo
gobiernos de diverso signo. Lo mismo puede aseverarse del desarrollo acelerado
de las regiones orientales.
Bolivia sigue siendo uno de los países más pobres de América
Latina (…) El análisis comparativo de lo alcanzado en naciones de América
Latina y del Tercer Mundo nos muestra la poca originalidad teórica y la
mediocridad fáctica del experimento iniciado en Bolivia en abril de 1952.
El mito y el hecho de la Revolución
Salvador Romero P.
La construcción policlasista del Estado Nacional fue
severamente desafiada por los hechos, aunque continuó desempeñando el papel de
legitimar al gobierno del MNR. Desde los primeros días del régimen, el
conflicto entre la facción derechista del partido y las demás, acusadas de
hacer el juego al marxismo radical, produjo una ruptura y un primer intento de
golpe.
Los sectores medios no constituían un todo homogéneo, ni en
el partido ni fuera de él. Algunos se alinearon con la Revolución, otros se
pusieron del lado de la oposición pero, a pesar de esas diferencias internas,
resultaron mayoritariamente aventajados por las políticas del régimen.
El sindicalismo organizado de la COB se alejó paulatinamente
del gobierno bajo la influencia de posiciones poristas, socialistas y en su
enfrentamiento contribuyó a empantanar las medidas gubernamentales o a
negociarlas hasta modificarlas de manera importante. Así perdieron la
racionalidad de su concepción. (...)
Pasado el momento de la euforia, de las grandes medidas
políticas, económicas y sociales, la Revolución se agotó y el mito prosiguió,
aunque cada vez fue menos capaz de despertar el entusiasmo popular. (...) El
mito de la Revolución del 52 sobrevivió a ésta, pero se fue erosionando a
medida que su función justificadora se anteponía a la movilizadora, el símbolo
al hecho.
El ser ahistórico del boliviano
Marcelo Quiroga S. C.
Así como hay individuos para los que la idea matemática, el
concepto filosófico o la noción estética resultan inaprensibles; hay también
pueblos radicalmente impermeables a la idea de historia. El nuestro es uno de
ellos. (...)
Si de los bolivianos dependiese, fundarían Bolivia todos los
días. El boliviano de todo tiempo no se siente como una vértebra más, engastada
en la columna nacional de que es su más extrema prolongación, por donde crece
históricamente el organismo de que forma parte; no; Bolivia no vive con la
impresión de que vivió antes; de que cada día que transcurre es un día más.
Bolivia se siente nacer todos los días. Para mayor infortunio suyo, a lo que
más se parece este nacimiento de 1952, es al de un miserable expósito
abandonado a la caridad de los extraños. Cada día se yergue Bolivia por la
primera vez. Por eso su marcha tiene la vacilación de un tambaleante ambular
infantil y esta misma razón explica el que sus siempre primeros pasos terminen
en una lamentable caída. (...) El 9 de abril de 1952 es otro de estos tristes
amaneceres que jamás alcanzarán la plenitud de un mediodía.
El tiempo de las cosas pequeñas
Sergio Almaraz
El gobierno del MNR antes de su caída vivía el tiempo de las
cosas pequeñas. Una chatura espiritual lo envolvía todo. (…)El impulso
constructor de la Revolución estaba muerto. La Revolución fue achicándose hasta
encontrar las medidas señaladas por los norteamericanos, cuyas proporciones las
descubrieron a su vez en la propia miseria del país. Se consideraba posible
hacer la Revolución sirviéndose de su dinero. La “Alianza para el Progreso”
armonizando con esta filosofía mostraba sus abalorios: una letrina, una posta
sanitaria o motocicletas para la Policía. Era el tiempo de la menor
resistencia. El tiempo de las cosas chicas, “sensatas y realizables”, como se
repetía a menudo. (…)
La Revolución boliviana se empequeñeció, y con ella sus
hombres, sus proyectos, sus esperanzas. La política se realiza a base de
concesiones, y entre éstas y la derrota no hay más que diferencias sutiles.
¿Cuándo se tomó el desvío que condujo a la capitulación? Previamente debiera
interrogarse: ¿los conductores estaban conscientes de que capitulaban, se
dieron cuenta de que llegaron a aquel punto desde el que no hay retorno
posible?
En 1953 llegaron los primeros alimentos norteamericanos. En
1957 se impuso el plan de estabilización monetaria. Más tarde se reorganizó el
Ejército. Se votó el Código del Petróleo. Una cosa predisponía a la otra.
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