Por: Laura Escobari de Querejazu - MENTALIDAD
SOCIAL Y NIÑEZ ABANDONADA. LA PAZ
(1900-1948)
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TRES
ÉPOCAS DEL CASA DE CARIDAD U HOSPICIO SAN JOSÉ
El mismo día en que llegaron las Hermanas de la Caridad a la
ciudad, a hacerse cargo del Hospicio, la “Casa de la Caridad” así conocida en
esos cinco años (1878-1883), recibió el nombre de “Hospicio de Mendigos y
Huérfanos”, nombre que fue puesto en el frontis de la Casa. Muchos años más
tarde, en 1943, en reunión de Directorio se acordó sustituir la palabra
Hospicio, por la de Hogar, como muestra de una nueva actitud y mentalidad hacia
los huérfanos. Sin embargo, la comunidad paceña siguió llamando Hospicio, a la
antigua Casa de Caridad fundada por la Sociedad Católica de San José.
El funcionamiento al interior del Hospicio, durante los
primeros cuarenta años fue complejo, debido a la heterogeneidad de la población
por lo que hay que analizar varios aspectos. En primer lugar había niños,
ancianos, mendigos y discapacitados a quienes se los llamaba inválidos y
enfermos mentales. De acuerdo a los libros de Ingresos y Salidas, pasaron por
el Hospicio 3.148 personas, de las cuales 1.815 fueron niños, 1.204 niñas y 111
entre ancianos, mendigos e inválidos.
Entre los años 1883 a 1948, que constituyen el primero el
año de fundación de la institución y el segundo el año tope de esta Tesis, se
puede dividir la historia del Hospicio o Casa de Caridad “San José” en cuatro
épocas. La primera, que va desde el año 1883 hasta 1906, que se va a
caracterizar porque todavía no había ancianos y el ingreso de niños huérfanos,
lo hacía uno de los progenitores que habían quedado viudos. La segunda época
desde el año 1907 al año 1916, en que se crearon diferentes secciones en el
Hospicio, ingresando niños de muy corta edad a la sección Cuna y ancianos e
inválidos; la tercera época, desde 1917 hasta 1934, identificada por una relativa
estabilidad en la homogeneidad de la población y la cuarta desde 1935 hasta
1948, que va a mostrar una verdadera eclosión de huérfanos, asilados en los
primeros años hasta los años cuarenta, en que se va perfilando la asistencia
estatal a los huérfanos y la vuelta a la normalidad, en cuanto a volumen de la
población hospiciana. (Libro de Ingresos y Egresos de asilados al Hospicio o
Casa de Caridad San José. ASCSJ. La presente Tesis Doctoral incluye en sus
Anexos una Lista parcial de los asilados entre 1883 y 1948, tal como aparecen
en el libro original.)
En general, lo que más llama la atención de la lista de algo
más de 3.000 internos, en todo el espacio de tiempo entre 1883 y 1948, es la
poca permanencia de los niños en el Hospicio. Existe un promedio de dos años y
medio de estancia, siendo que los años en que menos tiempo permanecieron
internos fueron en 1903, 1915, 1935, pese a que el número de ingresados fue
mayor como en el año 1935, en que concluyó la Guerra del Chaco con el Paraguay,
con el consecuente ingreso de muchos niños huérfanos. Aún en estas situaciones
de avalancha de población al Hospicio, el promedio de estadía no creció, por el
contrario, permanecieron solamente entre tres y seis meses. Era notorio
que se ingresaba a los niños mientras duraba el nuevo acomodamiento de las
viudas a una nueva vida, una vez resuelto esto recogían a sus hijos del
Hospicio. Más adelante cuando analicemos las cuatro etapas de existencia del
Hospicio que estudia esta Tesis, daremos algunas explicaciones posibles de la
situación.
Al iniciarse el Hospicio, los miembros del Directorio
legislaron detalladamente la admisión de los huérfanos. Recibían cartas de
solicitud de ingreso y determinaban su admisión o rechazo. El Directorio asumió
esta función ya que se pensaba que las Hermanas eran mucho más propensas a ser
engañadas admitiendo niños cuyos padres desaparecían cuando les convenía. Sin
embargo, se conoce que la voz de la Priora o Superiora tuvo un peso importante
en las decisiones de admisión.( Como cuando sor Estefanía Boucher en 1894 hizo
que se aclara en el Reglamento del Hospicio el detalle de que cuando los
huérfanos huyeran del Hospicio, éstos debían ser internados en la correccional
de la policía. ASCSJ. Libro de Actas, 1878-1940.) Desde el primer
momento de su creación, a sugerencia del Reverendo Rafael Sanz, se determinó
que serían admitidos en el Hospicio, no sólo huérfanos de ambos padres, sino
también aquellos que habiendo perdido solamente a uno de sus progenitores, se
hallaran en la miseria. Sin embargo, una razón que condicionó fuertemente su
internamiento fue su condición de ilegitimidad, respecto al matrimonio católico
de sus padres. Algo que marginaba duramente a gran parte de la población
indígena y mestiza de la ciudad, quienes practicaban la tradición ancestral
del sirwiñacuy o concubinato.
En otro orden de cosas, se determinó también que la edad de
los niños, no debía ser menos de dos años ni más de diez. El procedimiento de
admisión, consistía en que una vez aceptados los huérfanos por el Directorio,
la madre Superiora, los inscribía en el Libro de Recepciones con fecha de
admisión, el nombre y apellido del niño así como de su padre y madre, si los
tuvo conocidos, la filiación legítima o ilegítima, la edad y el lugar de su
nacimiento. También las prendas que llevaba al momento de ingresar al Hospicio
y si daba alguna limosna, así como otras observaciones importantes. La persona
que solicitaba la admisión debía firmar junto con dos testigos, el compromiso
de abonar los gastos que ocasionare el huérfano, si acaso saliese antes de la
edad de su emancipación, o sea los 18 años.
Las disposiciones arriba señaladas, son las que aparecen en
los Libros de Actas, sin embargo, el libro de Ingresos del Hogar se encuentran
datos escuetos, como el nombre del menor, o del anciano, o del llamado
inválido, la fecha de ingreso, la fecha de salida, el nombre de la persona que
internaba, el lugar de origen: ciudad o pueblo, dirección en la ciudad de La
Paz, y en Observaciones se lee en el caso de los “inválidos” los tipos de
invalidez, tales como sordo, mudo, ciego, idiota. Los nombres de los
“internantes”, o personas que aparecen responsables de la entrega, aparecen
solamente hasta el año 1906. A partir de 1907, se sustituye esta casilla por la
de “sección”, donde se anotaba la unidad a la que se destinaba al ingresado.
En la primera época del Hospicio San José, ubicada entre
1883 y 1906, ingresaron niños de corta edad, desde recién nacidos, hasta una
edad promedio de diez años. Los niños lactantes, hasta los dos años, ingresaban
en la sección Nodriza, los de dos años a cinco en la llamada Cuna, los demás en
las secciones Niños o Niñas. Los pequeños de la sección Nodriza, eran
entregados a nodrizas o madres sustitutas, que por un salario mínimo las
llevaban a sus casas para amamantarlos, debiendo presentarlos cada quince días,
para que el Hospicio viera el estado en que se encontraban. La entrega a
nodrizas indias o mestizas, dio lugar a secuestros de niños, dado que las
nodrizas entregaban a su vez la criatura a terceras personas. Era deber de las
nodrizas, devolver a los niños al Hospicio, una vez que pasaba el tiempo de
amamantamiento.
El ingreso y salida de menores, en todas las épocas estuvo
bajo el estricto control del Directorio. En el interior del Hospicio eran las
madres las que ejercían la tutela. De todas maneras, la seguridad de los niños
dentro del Hospicio, no era total. Así lo evidencian algunos apuntes
periodísticos de denuncia, como juicios que se guardan de la Corte Superior de
Justicia en torno a algunas pérdidas o secuestros de niños. Atención especial
merece un juicio que encontré en el Archivo de La Paz. Se trata de un
juicio iniciado en 1913 por Carmen Cornejo contra Asunta Betancur de Mercado
por apropiación indebida de su hijo.
El caso dio lugar a una serie de largas indagaciones sobre
los pasos que se debieron dar para el rapto del menor en el que resultaron
implicadas la persona encargada de la sección Nodriza, la nodriza propiamente
dicha, una intermediaria, la persona que se hizo cargo del menor adoptándolo
ante la policía y finalmente dos señoras pertenecientes a la Sociedad de Damas
Vicentinas, quienes con su palabra certificaron que el menor fue quitado de las
manos de su madre, por encontrarse ésta enajenada mentalmente, hasta llegar a
querer matar a la criatura. Una vez aclaradas las circunstancias, la Corte
Superior de Distrito, decidió dejar al menor en poder de su madre adoptiva
Asunta Betancur de Mercado, al haberse arrogado esta última la criatura previo
consentimiento de la policía de la ciudad. El juicio, pone en evidencia una
serie de actitudes y sentimientos exacerbados en las mujeres involucradas en el
caso, que son ejemplo de la mentalidad de los sectores sociales a los que
pertenecían.
En primer lugar, el sentimiento de la mujer culta, de clase
alta, perteneciente a una se las Sociedades de Beneficencia existentes, San
Vicente de Paul. Dos de ellas Eduviges de Herzog y Zoila Salmón se arrogaron el
derecho que les acudía, de ser “honorables señoras” reconocidas por la
sociedad. Solamente con ese poder, acudieron al Hospital General, donde estaba
internada la madre de un niño y sin intervención de ninguna institución
estatal, deciden tomar a la criatura y entregarla al Hospicio. En realidad,
ellas habían sido llamadas desde Hospital en vista de que la madre había
tratado de dañar a su hijo.
Hay que decir, que Eduviges de Herzog, madre del Presidente
de Bolivia, Enrique Herzog (1947-1949) era una destacada dama de la sociedad
paceña, muy conocida en el medio, por sus trabajos sobre la mujer. Había
asistido a varios congresos internacionales, fue fundadora del Ateneo Femenino
de La Paz en cuya representación viajó a la primera Conferencia Interamericana
de mujeres realizada en Lima en 1924. En una segunda Conferencia celebrada
también en Lima al año siguiente presentó un trabajo sobre “La necesidad de la
Instrucción Secundaria para la mujer”. Seguramente en 1913, cuando Eduviges
Herzog tuvo que actuar como jueza, salvadora e intercesora de menores, ya era
conocida por sus inquietudes sociales y religiosas, pues conocía de memoria los
poemas de Santa Teresa(Alfonso Crespo y Lara Mario, 1977,472.) y tenía
escritos sobre la educación que había que dar a la mujer. Es factible entonces,
que a un requerimiento del hospital, donde se encontraba el menor, objeto del
juicio, ella acudiera acompañada de Zoila Salmón y, con aplomo y decisión,
tomaran la criatura y la entregaran al Hospicio. Cuando en el juicio, se llegó
al punto de solicitarles declaración sobre el niño robado, ellas expusieron
tranquila y con toda seguridad, que habían salvado al niño de su madre. Con esa
declaración, el juicio llegó a su fin, pues eran las palabras de dos señoras de
probada honorabilidad para los jueces.
Por otro lado, cabe preguntarse ¿cómo se podía sacar del
Hospicio con tanta facilidad a un niño asilado, si las religiosas imponían
tanta disciplina? La pregunta nos traslada al sentimiento de frágil moralidad
de la nodriza encargada de amamantar al niño, quien era, –como era usual
habitual– una mujer indígena contratada por el Hospicio. Las nodrizas entraban
y salían de manera tan sencilla como se las conseguía. Como debían presentarse
cada quince días, para mostrar la salud del lactante, no extrañó la salida de
ella y que el menor desapareciese. La encargada de la sección Cuna, seguramente
una religiosa, la que encargó a la portera del Hospicio, quien por medio de
personas conocidas, buscó una nodriza para el niño. Fue cuando la portera y la
nodriza, planearon la desaparición del niño por un monto 15 bolivianos. En las declaraciones
que acompañan el caso, se advierte, que cuando la criatura fue entregada a la
persona que la adoptó, se encontraba desnutrida y enferma.
Volviendo a los ingresos y egresos en general que hubo en el
Hospicio San José, se tiene que entre 1883 y 1906, ingresaron 526 menores
huérfanos. De ellos, 308 o sea el 58.5%, fueron menores internados por uno de
los padres o un familiar cercano. Lamentablemente, las listas no dicen el grado
de parentesco entre los niños internados y la persona que lo deja. Sin embargo,
es muy posible, que fueran parientes en primer o segundo grado, debido a que
figuran con el mismo apellido. Fuera de ello, se advierte que en muchos casos,
una sola persona ingresaba a uno o varios niños. Este hecho, unido al que
establece que la permanencia no duraba más de dos o tres años, en promedio,
demuestra que los niños que se internaban, lo eran solo por el tiempo necesario
para que su propia familia les buscara dónde vivir, mientras se salía del
aprieto temporal, al cual les habría llevado la muerte de uno de sus
progenitores. De los 526 ingresados, 120 niños, o sea el 38% fueron ingresados
por otras personas y solamente 17 niños, fueron abandonados en las puertas del
Hospicio.
El tiempo de permanencia promedio en el establecimiento, en
la primera mitad del siglo xx, fue de tres años y cuatro meses. Este hecho
demuestra que, las personas que internaban a los niños, tenían claro que el
Hospicio era un internado de educación primaria o secundaria, antes que un
Hospicio propiamente dicho. En las Actas de reuniones se constata, que muchos
de los ingresos de menores, fueron por hacer un favor a sus padres viudos, a
personas honorables conocidas, o algún miembro respetable del Directorio o por
último a compadres. Muchos niños no eran huérfanos, simplemente ingresaban
porque sus padres rogaban a algún miembro del Directorio, que los recibiera
para su educación con monjas francesas.( ASCSJ. Libro de Ingresos y Egresos de
I Huérfanos y Libros de Actas. El considerar el Hospicio como un centro de educación
correctiva de hijos difíciles me fue comunicado por Josefa Saavedra cuando fui
Presidenta de la SCSJ (1998). Ella formó parte de la Sociedad desde 1925 hasta
el año 2000 en el que falleció, dejando un legado de 40.000 dólares para la
capacitación de jóvenes en oficios técnicos.) Es así, que se nota el mayor
ingreso de niños de entre 10 y 14 años, aunque en las disposiciones se decía
que la admisión era desde los dos hasta los diez. Es decir que en la primera
época del Hospicio, éste tuvo un prestigio muy bueno en educación, y se
aceptaron niños más mayores, que lactantes.
Acerca de la proporción de género, de los 526, 258 eran
niñosy 268 niñas. Sobre el origen o procedencia de los menores, entre 1883 y
1906 el 87% de los internos venía de la propia ciudad de La Paz el 12 % de
otras provincias del Departamento y el 1 % restante de otras ciudades del país.
En el caso de procedencia de la propia ciudad de La Paz, en el libro de
Ingresos y salidas se guarda la dirección de la casa donde vivía el menor antes
de ingresar al Hospicio o de la persona que lo ingresaba.
El Hospicio mantenía a los huérfanos hasta los 18 años. En
el caso de que alguna joven se quería casar antes de los 18 años, se requería
la presencia del pretendiente quien debía presentarse ante el presidente de la
Sociedad o la superiora del Hospicio, quienes debían examinar las cualidades
morales del candidato, que debían ser “aceptables”. No era requisito “dotar” a
la huérfana, lo único que se les pedía era que su matrimonio fuera religioso. Si
el pretendiente era otro huérfano del Hospicio, el establecimiento daba una
“dote” en la cantidad que permitían los recursos. Al llegar a los 18 años los
hombres salían a algún puesto de trabajo, logrado en lo posible gracias a las
influencias sociales de los miembros del Directorio. En el caso de las jóvenes
éstas eran colocadas en casas de familia donde servían, preferentemente en
casas conocidas, para de ese modo hacerles un seguimiento moral. A pesar de la
existencia del Hospicio, la ciudadanía siguió practicando la costumbre de tener
en su casa criados, o niños entregados por sus progenitores, indígenas del
campo, quienes debían trabajar en el servicio doméstico, a cambio solamente de
la alimentación.( Juicio seguido por un par de abuelos indígenas procedentes
del campo que entregaron a sus dos nietos de siete y nueve años a un conocido
de la ciudad para que los tuviera en su casa como sirvientes solamente con el
pago de su alimentación. ALP-P-TD. 1913.)
La segunda época del Hospicio, se caracteriza por la
creación de Secciones. Entre 1906 y 1916, ante las necesidades de la ciudad, el
Hospicio tuvo que ampliar su capacidad de hospedaje a ancianos, inválidos y
niños de cero a ocho años. Se crearon entonces nuevas secciones, Nodriza, Cuna,
Ancianos e Inválidos. Además, los niños entraban desde los 8 años, a diferentes
secciones de trabajo, apareciendo en las listas de Ingreso a la casa, las
secciones de Lavadero y Cocina para niñas de catorce años en adelante; el
Taller de Flores para niñas de 8 a 14 años y los Talleres de carpintería,
imprenta y sastrería para niños.
La población total de 871 asilados, entre los años 1906 y
1916, estuvo dividida en las secciones señaladas anteriormente, repartidas de
la siguiente manera: las de mayor población fueron Cuna y Lavadero, que tenían
145 asilados cada una. En la sección Cuna, se encontraban ciento veinticinco
internos niños pequeños, entre hombres y mujeres de dos a cuatro años. La
sección de Lavadero, recibía niñas de 14 años en adelante. Ellas se dedicaban a
realizar el trabajo de lavar la ropa del propio asilo y también de gente de
fuera.
La sección de Niños, tenía 110 menores de sexo masculino,
ellos estaban divididos en Taller de trabajos manuales para niños de 4 a 8 años
y niños de 8 años en adelante, que trabajaban en imprenta, carpintería y
sastrería. La Sección Nodriza, tenía 52 lactantes, que eran atendidos por amas
de leche indígenas contratadas de afuera.
El Taller de Niñas, tenía con 102 mujercitas de entre 2 y 7
años, estaban destinadas un Taller de trabajos manuales. El Taller de Flores,
con 65 niñas de entre 8 v 14 años se dedicaban a hacer ramos de flores para
vender fuera del Hospicio, así como también a elaborar flores artificiales. En
la sección Cocina se entrenaban tres niñas de más de 14 años, ayudando a las
cocineras contratadas. Las otras secciones de 24 ancianos, 52 ancianas, 15
inválidos varones y 36 inválidas mujeres, constituían una población sin tareas
de responsabilidad, entendiéndose por “inválidos”, los ciegos, mudos, niños o
adultos con retardo y también enfermos mentales.
La convivencia entre tanta variedad de internos, debió traer
infinidad de problemas a las religiosas. Durante algo más de siete años, desde
1909 hasta 1916, se recibieron 91 personas, entre ancianos e inválidos. Por eso,
no es de extrañar, que las hermanas tuvieran que recurrir a encerrar a algunos,
no sólo a los enfermos mentales sino también los mismos ancianos quienes desde
su demencia senil las insultaban y maltrataban.
El año 1905, se fundó el Asilo San Ramón, destinado a
ancianos, pero se creó con tan poca capacidad de infraestructura, que muchas
veces el Hospicio San José tuvo que acceder a recibirlos cuando la Prefectura
se lo pedía. En 1915, la hermana Ramona de los Angeles, Directora del Asilo,
solicitó al Directorio no recibir más ancianos, ya que su número había
sobrepasado al número de camas y muchos tenían que dormir en el suelo teniendo
que reducirse su atención.
El promedio de permanencia de los internos, calculado en la
primera época, como dijimos, fue de 3 años y cuatro meses. Solamente se ha
podido calcular la estadía de la primera época, puesto que a partir de la
segunda no se guarda registro del año en que fueron sacados del asilo. Sin
embargo, vistos los Libros de Ingreso y Salida de los internos y dado el
carácter de Escuela-Internado, que tuvo la mayor parte del tiempo de su
existencia, por lo menos hasta los años 20 del siglo xx, los internos no
permanecían como promedio general más de dos años y medio en el Hospicio,
siendo retirados en diferentes edades, antes de los 18 años. En general todos
eran emancipados a los 18 años, quedando en el Hospicio en casos excepcionales
algunas mujeres en el Lavadero, Cocina o algún varón por ser inválido.
En el caso de las mujeres que cumplían 18 años e iban a emanciparse,
antes de hacerlo debían declarar a la Superiora, dónde iban a vivir, como
garantía de su moral posterior. Las Hermanas, sin embargo, se quejaban de que
algunas y algunos internos fueron díscolos y se mostraran incorregibles tanto
dentro del internado, como después, una vez emancipados.
Por ejemplo en 1907, a solicitud de la Superiora del
Hospicio, sor Marta, el Directorio de la Sociedad, añadió un artículo al
Reglamento del Hospicio, el cual indicaba que si alguno de los huérfanos se
fugaba, el inspector daría inmediatamente aviso a la policía, para que fuera en
su búsqueda; si el delito se repetía por segunda vez, ya no se le recibiría en
el establecimiento, gestionándose ante las autoridades encargadas del orden
público, su colocación en un establecimiento correccional, para impedir su
vagancia. Si tenía parientes, éstos debían abonar al Hospicio, los gastos
efectuados en el niño.
El ingreso a la Sección Nodriza, desaparece en 1913, año en
que se inicia la “Gota de Leche”, perteneciente al Hogar de Niños Villegas, que
a su vez dependía de la Sociedad Protectora de la Infancia, que estaba
especializada, en lactantes. Los niños que ingresaban a la Sección Nodriza,
eran siempre expósitos, algo que no sucedía con frecuencia, puesto que, –como
se dijo–, la mayor parte de ingresados eran niños cuyos padres recurrían por
presión, a internar a sus hijos pensando que allí recibirían mejor educación
que las que ellos les podían dar. La Sección Cuna recibió niños hasta 1927.
Al llegar a los 17 o 18 años, los huérfanos eran destinados
a otros sitios para adquirir un oficio y poder vivir de ellos. En 1913, dos
huérfanos entraron al servicio militar, otros hicieron estudios de
encuademación, en el Colegio Salesiano. Solamente los huérfanos que optaban por
la carrera religiosa, recibían becas de estudio por parte de la Sociedad, con
el fondo establecido por el legado Méndez. El resto de los huérfanos salía del
Hogar con algún oficio, así por ejemplo en 1919, se tuvo a Víctor Belaúnde como
carpintero; Lucio de la Riva, zapatero; Darío Laviño, sastre; Juan Rojas,
zapatero; Andrés Pacheco, sastre; Abel Mercado, capintero. Según la Madre
Superiora, todos fueron bien colocados. Entre las mujeres, dos entraron a la
vida religiosa, una a la orden del Buen Pastor y otra al Monasterio del Carmen.
Entre 1915 y 1918, aunque no se sabe la fecha exacta, los
ancianos que tenían entre 45 y 90 años de edad, fueron trasladados al Asilo San
Ramón, creado en 1915.( Pese a la determinación de traslado en 1915, hay
noticia de la presencia de ancianos en el Asilo hasta 1928, se trató de un
menor “idiota” que ingresó a los 18 años y estuvo en el Hospicio hasta 1941,
fecha en la que aparece en la sección Ancianos con la observación:“idiota” con
ese año de salida o tal vez defunción a la edad de 45 años. Libro de Ingresos.
ASCSJ.) Para entonces, la directora del Hospicio, sor Ramona de los
Angeles pidió al Concejo Municipal, expresamente que no enviaran más ancianos,
ya que habían sobrepasado su capacidad haciendo que la atención fuera deficiente
al punto que muchos dormían en el suelo.( ASCSJ Libros de Actas
1915-1919.) Los inválidos, por su parte, eran de toda edad, y convivieron
con los ancianos. En 1927, –según datos de las Actas– se encontraban todavía
asilados tres enfermos mentales, pero ese mismo año se los envió a Sucre al
recientemente creado hospital mental Gregorio Pacheco.
En la tercera época del Hospicio, entre 1916 y 1930, hubo
cierta estabilidad en lo que se refiere al ingreso y salida de menores, y en
todo el desarrollo de la vida del Hospicio. Un documento detallado en una de
las páginas de las Actas de la Sociedad San José, refiere que en 1918, había 92
huérfanos varones, 92 huérfanas, 23 niños entre 0 y 2 años, 28 señoritas
lavanderas, 9 señoritas floristas, 18 ancianos, 28 ancianas, 8 religiosas y 5
cocineras. O sea, que en total había 290 personas en el Hospicio.
La importancia de los datos anteriores, radica especialmente
en que es la única noticia que se tiene del total de la población existente en
un momento dado, ya que el Libro de Ingresos proporciona el ingreso, pero no la
población estable, aunque, evidentemente se puede construir la población anual,
sobre la base de cada uno de los más de 3.000 ingresos que da el libro entre
los años estudiados.
En la tercera época, –1916 a 1930–, se advierte cierta
estabilidad en la población hospiciana, con un ingreso promedio de 62 niños y
niñas al año, y una permanencia en el Hospicio de tres años, ocurriendo que en
algunos años los ingresados estuvieron un promedio de cinco años y cinco
meses.( Se trata del año 1916.) Lo que muestra la gran reputación y
eficiencia del Hospicio, y que, la necesidad de albergar más y más niños en el
Hospicio, fue creciendo cada vez más. Hacia la década de los años veinte, las
solicitudes de ingreso superaban las expectativas y no había vacantes. El
problema fundamental, era la carencia de espacio. Para solucionar el problema,
el Directorio de la Sociedad, solicitó al Tesoro Departamental, que asignara
una cantidad mayor o un impuesto especial, a semejanza del que se había
establecido para la construcción de la Catedral, pero no se conoce ninguna
respuesta favorable.
En esta época, a los trabajos ejercidos por los niños de S
años en adelante, se añaden, además de sus tareas de estudio, labores de zapatería,
hojalatería y las niñas de la misma edad seguían con el taller de llores
artificiales y lavandería, trabajos de costura, bordado, e hilado.
El año 1925, muestra una eclosión de ingreso de menores,
pues hubo 103 menores ingresados. La explicación más aceptable, sería que lúe
un año especial de eclosión en todas las instituciones estatales debido a la
conmemoración de los 100 años de Independencia, o nacimiento de la República.
Ese la Sociedad Protectora de la Infancia, organizó un evento de carácter nacional
en torno al niño, al niño huérfano, a la salud del niño, en fin, a todo el
ámbito de la niñez, lo que dio una importancia especial al tema, y sensibilizó,
en cierta forma, de una mejor atención a los niños.
Dentro del lapso de tiempo,que llamamos estable dentro del 1
lospicio, hubo denuncias en semanarios izquierdistas de la ciudad que se
publicaban en revistas como Bandera Roja, y en las que se
consideraba,que el trato que se daba a los niños dentro del Hospicio no era
aceptable. En 1926, se lee una pequeña noticia en la que se da cuenta de la
ausencia de atención hacia un niño de 13 años, quien por una caída por las
escaleras, tuvo una lesión en el pie y que la Superiora, una “monja italiana”,(
Nótese el error.) había hecho caso omiso, y no le prestó atención,
obligándolo por el contrario a seguir trabajando en la sastrería. También
delataba el redactor, que los niños eran castigados con dureza y arbitrariedad,
al sufrir por ejemplo, el castigo de privación de recreo, vacación y recarga de
trabajo, cuando había desaparición de casimires. (Bandera Roja 1926, 12 de
noviembre, 25.)
Otra denuncia de la misma revista, decía que en el Hospicio
se alimentaba a los niños de mala manera, ya que el arroz lo daban crudo y que
olía a gas carbónico. Que habiendo preguntado a la cocinera, por qué se les
daba la comida cruda, ella había respondido que era orden del Presidente de la
Municipalidad, porque aseguraba que así era más alimenticio. Comentaba el
columnista, que sería preciso averiguar si el Presidente de la Comuna, daba
también a sus hijos el arroz crudo. La denuncia también aludía a las religiosas
del Fíospicio, que hacían trabajar a los niños en los talleres para vender los
“artefactos” (sic) en la calle. Era como decir que el Hospicio de San José, que
aparentemente era una casa de caridad, era una empresa industrial como también
lo era el Colegio de los salesianos y que el Departamento Nacional del trabajo
debía tomar cartas en el asunto.( Bandera Roja. 1926, 11 de diciembre,
11.) Cuando les llegaba el tiempo de salir fuera del Hospicio,
excepcionalmente se decidían por la vida religiosa, sin embargo en 1921 hubo
dos huérfanos que ingresaron al Seminario para seguir la carrera del Sacerdocio
y en 1922 otro exalumno del Hospicio se consagró como sacerdote celebrando su
primera misa en el Hospicio. Su padrino fue el Presidente de la República y se
preparó un agasajo para festejarlo.
Además denunciaba que los niños rogaban a sus parientes los
sacaran de allí porque las monjas les imponían trabajos abrumadores, superiores
a sus fuerzas. Aseguraba el autor del artículo, que las monjas del Hospicio
explotaban a los asilados con el único fin de hacerse ricas. Solo así se
explicaba, que hubiera dinero suficiente para llevar a cabo la construcción de
ese local “que no costaba cuatro reales”.
La cuarta etapa de vida que estudiamos del Hospicio se vivió
entre 1930 y 1948 está relacionada con la aparición y primeros años del
Patronato Nacional de Huérfanos de Guerra y el Patronato Nacional del Menor.
Estos años se caracterizaron por el mayor número de ingreso de huérfanos. Sobre
todo en los años 1935, 1936 y 1937 cuando ingresan los huérfanos de los
combatientes caídos en la Guerra del Chaco, librada contra el Paraguay. La
Guerra del Chaco, que tuvo innumerables repercusiones económicas, políticas y
sociales en Bolivia, dejó sentir sus efectos en el tratamiento del menor de una
manera contundente.
A raíz de la gran cantidad de niños que perdieron a sus
padres en el campo de batalla, el Hospicio tuvo que abrir sus puertas ilimitadamente,
con las consecuencias infraestructurales correspondientes. Sin embargo, el
clima de sentimentalismo patriótico creciente en la ciudadanía, hizo que se
desataran las más diversas manifestaciones de solidaridad. Todas las familias
enviaron, ropa, frazadas, camas y alimentos, costumbre que pervivió por muchos
años más.
Entre 1930 y 1937, el promedio de ingresos al Hospicio, fue
de 79 niños anuales, siendo los años de mayor afluencia el año 1935, –primer
año de la Guerra–, en el que ingresaron 164 niños y el año 1936, cuando
ingresaron 155 niños. Cabe mencionar, sin embargo, que los niños ingresados en
esta ocasión, no llegaron a cumplir siquiera un año de permanencia en el
Hospicio, pues al no disponerse de espacio físico suficiente, fueron transferidos
al cabo de pocos meses a otras instituciones. En otro orden de cosas, la
situación vivida en los años de la Guerra, con tanta afluencia de niños
huérfanos, marca un hito importante en la vida del Hospicio, iniciándose una
época en la que la institución se especializa en atención a huérfanos reales, y
no en colegio de instrucción primaria con estudiantes internos.
Por otro lado, la Guerra, también propició la toma de
conciencia del estado, en torno al sostenimiento de los huérfanos, con la
creación en 1938, del Patronato de Huérfanos de Guerra, institución estatal,
dependiente del Ministerio de Defensa, que tenía como fin, velar por el
sostenimiento de los huérfanos de la guerra con una cuota o asistencia
especial, beneficio que indirectamente llegó también a los antiguos asilados.
El patrocinio de la nueva institución, no solamente dio un respiro material a
San José, sino que creó sus propias instituciones, tales como el Hogar Soria,
el Hogar Méndez Arcos y una sección de niños huérfanos indígenas en la Escuela
Indigenal de Huarisata.
Luego de la gran eclosión de niños ingresados al Hogar,
entre los años mencionados viene una paulatina disminución y nueva estabilidad.
Los ingresos de niños huérfanos no cesaron, hasta 1972, –año en que se cerró el
Hospicio por expropiación de su Casa, pero el promedio de ingresos entre 1938 y
1948 se estabilizó en 44 niños al año, con una estadía de menos de un año al
interior del mismo. El Libro de Ingresos y Egresos, no proporciona la razón del
abandono de la institución como tampoco el nombre de la persona que los
recogía. Sin embargo, una carta encontrada en el mismo Libro dice:
“La Paz, (Bolivia) 19 de marzo de 1942
Reverenda Madre Superiora del Hospicio de San José
Presente.
Reverenda Madre:
De conformidad con el acuerdo verbal que tuve con la Reverenda Madre Elena hoy
ruego a Ud. Tenga a bien concederle la salida a mi hija Moraima, para lo cual
comisiono como acordamos, a mi esposo Francisco Valdivia, quien recogerá a mi
citada hija, por las razones ya expuestas por mí personalmente. Antes de
terminar muy Rvda. Madre quiero dejar constancia de mis agradecimientos, para
Ud. en primer lugar y para la madre Elena y cuerpo de profesoras de esa
institución muy particularmente.
Respetuosamente quedo de Ud. Su atenta y segura servidora Leonor de Valdivia
(Firmado)”
(ASCSJ. Carta suelta encontrada en el Libro de Ingresos y
Egresos del Hogar San José.)
Como se puede observar, la carta no especifica la razón del
abandono del Hospicio, sino la evidencia de que el Hospicio era un buen
internado para niños con los dos padres vivos. Maria Josefa Saavedra, personaje
ilustre de la ciudad por sus múltiples creaciones en torno a la niñez
abandonada, entre los cuales se destaca el primer Código del Menor, fue socia y
primera mujer en el Directorio de la Sociedad San José desde 1925 y
refiriéndose a la situación del Orfanato a principios de los años 40 del
siglo xx, me dijo:
“...no todos los internos eran huérfanos. Mucha gente criaba
sus hijos allá”. “Los comedores tenían unas mesas largas. Se comía en silencio.
Entonces yo modifiqué eso porque era muy triste no poder hablar. Introduje
mesas para cuatro personas, pero eran cambios que las monjas resistían. Me
acuerdo que había cuadros de faisanes, manzanas, cosas que los niños jamás
veían, los sacamos. ... Cuando yo entré al Patronato, [1925] mandamos
ropa de color uniforme para sustimir aquella cuadriculada, para que no fuera
tan típica de un orfanato.
(Comunicación verbal de Maria Josefa Saavedra a la autora de
esta Tesis. MJ. Saavedra talleció en La Paz el 18 de octubre de 2000. Antes de
morir dejó todos los libros de su Presidencia en el Patronato Nacional del
Menor al Archivo de La Paz entre los años 1948-1951.)
Maria Josefa Saavedra, instaló en 1944 una importante
sección para ciegas, bajo el control su primera alumna no vidente, Maria Luisa
Monasterio, quien con apoyo de la Sociedad San José, se preparó en Buenos
Aires. La sección contó con un telar, máquinas de escribir y música clásica.
LAS
RELIGIOSAS DE SAN VICENTE DE PAUL
La Sociedad Católica de San José, estuvo organizada
sólidamente en todos los aspectos. Tratándose de una institución destinada a
los pobres en general, hizo traer de Francia, religiosas de la orden de San
Vicente de Paul, especializadas en la atención a enfermos y ancianos. Las
religiosas, llegaron en marzo de 1883 a La Paz. Su recibimiento fue todo un
acontecimiento para la ciudad, acudieron a la estación para darles la
bienvenida, todas las autoridades municipales y el Ministro de Guerra en
persona, junto con todos los socios, sus esposas y público en general. El
arribo fue solemnizado con la banda de música del Ministerio.
Los gastos de traslado de las religiosas y todo su ajuar
corrieron por parte de la Sociedad, así como su manutención futura, que
consistía en combustible, alumbrado, lavado de ropa de trabajo, como
delantales, servilletas, sábanas, sería por cuenta de la Sociedad así como
también sus gastos de salud y eventuales sepelios. También cubrieron el gasto
de visita de las superioras que llegaron con ellas desde Lima, para dejarlas
instaladas.
Fuera de ello, a cada hermana se le abonaron, en los
primeros años, el equivalente a 600 francos franceses, sin rendición de
cuentas. Estaba concertado, asimismo una asignación mensual extra por cada
hermana, si es que por edad o enfermedad se veían impedidas de trabajar.
También les ofrecieron un cambio de clima a otra población o ciudad, si alguna
necesitaba por algún tiempo. La Sociedad también aceptó la condición de
mantener novicias dentro del Hospicio, para así continuar la labor de nuevas
vocaciones dentro de la institución. Si por alguna razón alguna de las
religiosas quería abandonar el Hospicio, estaban obligadas a hacer conocer al
Directorio de la Sociedad, con ocho meses de anticipación.
Las hermanas de la Caridad, fueron instaladas en un
departamento especialmente preparado para ellas, que tenía dormitorios,
refectorio, sala de comunidad, locutorio, un cuarto con armario, roperos y cocina.
Las religiosas se hicieron cargo de todo lo concerniente a la inspección y
servicio de la Casa, de esa manera, la Superiora podía contratar y despedir
empleados y pagarles los sueldos convenidos. Las demás hermanas, se encargaban
de la despensa. Sobre los gastos propios de la Casa, sí debían llevar un libro,
con el detalle para ser presentado al Directorio de la Sociedad.
La primera Superiora sor Estefanía Boucher, dirigió el
Hospicio hasta 1906, año en que fue reemplazada por sor Maria Luisa Charase, quien
estuvo hasta 1927. La vida que llevaban al interior del Hospicio debió ser
difícil. Mantuvieron celosamente su vida religiosa, así como sus problemas. La
única noticia que tenemos es el trato con el Directorio de la Sociedad, con el
cual hubo algunos malos entendidos. Es de suponer que cualquier incomodidad,
incomprensión o trabajo exagerado, habrá sido superado por su propia vocación
de humildad, generosidad y altruismo cristianos.
Las hermanas organizaron el interior de la Casa, dividiendo
en dos secciones, la sección Hospicio, que estaba a cargo de la Directora y la
de Ancianos y Mendigos a cargo de la Madre Superiora. Solamente esta última,
podía dar órdenes a las hermanas, quienes no tenían relación alguna con el
Directorio de la Sociedad, dejando esa tarea para la Directora, quien se reunía
con ellos cada mes. Otra persona importante dentro del Hospicio era el
capellán, que no tenía ninguna potestad sobre el funcionamiento del Hospicio y
mucho menos en el trato interno de las religiosas. Habitaba una vivienda
independiente, siendo su obligación oficiar misa diariamente a las 5:30 de la
mañana y confesar a los huérfanos y demás internos.
A pesar de que el hermetismo entre las religiosas era
inquebrantable, hubo un hecho en 1928, que muestra la disciplina férrea que las
regía y los móviles internos de las personas relacionadas con la beneficencia.
El caso relatado a continuación, proporciona detalles que traslucen los
sentimientos y actitudes de resentimiento y suspicacia con que actuaron todas las
involucradas.
En mayo de 1928 la hermana Vicenta, a cargo de los niños y
niñas, fue expulsada del Hospicio por una falta de disciplina. El hecho tuvo
repercusión en toda la ciudad. La Superiora sor Juana, tenía recelo de la
hermana Vicenta, quien según la Superiora, se tomaba libertades, en la
distribución de las donaciones a los niños y las quejas por ciertos abusos
cometidos contra ellos. No estando satisfecha con su proceder, la Superiora
decidié) transferir a la hermana Vicenta a Lima. A su despedida, en la estación
de tren, acudieron muchas mujeres del pueblo que lloraban y pedían que no se
fuera, incluso un fiscal de apellido Uría, intervino en representación de la
sociedad paceña, para impedir el viaje, o por lo menos tratar de que se
procediera con más humanidad con la religiosa, pero no hubo nada que hacer.
Para despedirla en la estación estuvo también el Obispo de
la ciudad, quien acompañó a la Superiora, en la tarea de hacer cumplir la
orden. A la pregunta de, por qué se producía el retiro, ella respondió
fríamente que eran órdenes de la institución y reglas inapelables de la
comunidad. En todo el incidente, los reporteros hicieron su agosto, viajando en
el tren y entrevistando a la religiosa que partía. A través de muchas preguntas
los reporteros que se lograron subir al tren, que conducía a la hermana Vicenta
hacia el Perú, contaron que la religiosa entre sollozos contó que la Superiora
la castigó por una indisciplina cometida al repartir una donación de golosinas
a los niños, sin autorización de la Superiora, quien decidió por esa razón
retirarla del Hospicio.
Otros reporteros se habían introducido días antes en el
Hospicio, para oír la versión de los huérfanos, circunstancia por la cual
fueron expulsadas cuatro huérfanas, ”sin ropa, ni cama, hasta que fueron
recogidas por unas señoras por caridad”, decían los periódicos.( La
Razón 1928, 18 de mayo, 4.) Toda la ciudadanía paceña, estuvo
alarmada y curiosa por la expulsión de la monja y de las huérfanas. Cualquier
escándalo relacionado con el funcionamiento interior del Hospicio y de las
religiosas, cuya vida privada era totalmente reservada, fue abierta de un
momento a otro, para la prensa local y la población en general, pasando a ser
la habladuría y comidilla del momento.
El suceso dio pie para que la ciudadanía diera rienda suelta
a la desconfianza que despertaba en muchos, el uso que se daba a los donativos
y dinero que recibía la Sociedad y las monjas. Las denuncias sobre la mala
utilización de las haciendas agrícolas que se donaron por esos años, hacían
crecer aún más, la curiosidad de la población. Dos ciudadanos, Pinilla y
Montes, denunciaron que hacía poco había sido donada al Asilo una rica
propiedad, pero que los productos nunca ingresaron al Asilo, ya que su valor
estaba siendo utilizado para adquirir letras hipotecarias en los bancos.
Incluso se publicaron comentarios, como aquel que cuando se practicaban visitas
de supervisión al Asilo, las monjas ponían sábanas en las camas, vestían a los
niños muy bien y les hacían jugar para que no se quejaran, de manera que
siempre conseguían felicitaciones de las visitas, aún cuando se sabía que la
alimentación de los huérfanos era distinta a la de ellas.
El escándalo llegó incluso a tratarse en el Concejo
Municipal el 18 de mayo de 1928. El munícipe Claudio Pinilla, aludiendo a
denuncias formuladas por la prensa local, especialmente por el periódico La
Razón, condenó los medios violentos empleados por la Superiora del
establecimiento, sor Juana y la necesidad de que el Concejo en ejercicio de sus
atribuciones, interviniese en el esclarecimiento del problema, que tocaba
íntimamente el ámbito reservado de disciplina religiosa y acatamiento a las
disposiciones internas entre ellas. La prensa, se arrogó también el derecho de
llamar la atención del Concejo, pidiendo la organización de un proceso,
buscando la reincorporación de las alumnas expulsadas. Finalmente se acordó
designar a los señores Claudio Pinilla y Hugo Montes para que formasen la
comisión solicitada. Finalmente, el Concejo resolvió, a solicitud del mismo
munícipe, que se hiciera un control del estado económico del asilo.( La Razón,
18 de mayo de 1928, 7.)
Según los datos que se consiguen a través de las Actas del
Directorio, el asunto fue más grave con relación a las cuentas, que se habían
presentado al Directorio, que hizo que se reclamaran algunas cantidades. Ante
este hecho, las religiosas, molestas por la ignominia, decidieron retirarse. El
Directorio tuvo que apelar a través del Nuncio hasta Roma, para pedirles
disculpas y rogarles que se quedaran. Parece ser que las convencieron, pues las
religiosas estuvieron en la dirección del Hospicio hasta fines de los años 40
del siglo xx.
EDUCACIÓN
DE LOS HUÉRFANOS
En los primeros años del Hospicio (A fines del
siglo xix.), a todos los menores se les enseñaba gramática, aritmética,
geografía, religión, historia sagrada y de Bolivia, urbanidad, canto, orden y
economía. A las niñas, además se les enseñaba a coser, bordar, hacer arreglos
de flores, lavar, planchar, cocinar. A los niños, se les daba además clases de
álgebra y dibujo, pero también aprendían a coser y tejer. Ellos mismos cosían
su ropa en el taller de sastrería y tejían sus calcetas. Los muchachos mayores,
aprendían carpintería y zapatería, en sus respectivos talleres. También
trabajaban en la panadería del Hospicio.
Una crónica de 1906, escrita por una visitante inglesa
invitada especialmente por el Presidente Ismael Montes, refería que el Asilo de
Huérfanos de La Paz(Se refería al Hospicio San José.) era ”otra notable
institución benéfica“, que hizo mucho bien, bajo la dirección de las monjas de
San Vicente de Paul. “La vivienda de los muchachos incluye un refectorio,
escuela, taller de sastrería, taller de imprenta y departamentos de zapatería y
carpintería y abarca a planta baja con un espacioso patio de recreo. Las
muchacha tienen cuartos de lavar, coser, bordar, de panadería y de cocina. El
costo anual de este Instituto es de cincuenta mil bolivianos y el número de empleados
está cerca de 300 personas.” (María Robinson White 1906, 129.)
A principios de siglo, se pretendía dar instrucción sólo
hasta cuarto y quinto grado, básicamente para educarlos bien y darles oficio.
No se pretendía sacar bachilleres, aunque posteriormente a los alumnos varones
aventajados se los inscribió en el Colegio de los Salesianos, San Calixto o en
el Seminario. Las calificaciones que obtenían los alumnos becados en otras
instituciones, debían ser revisadas por el Directorio para ver si convenía
seguir manteniéndolos. Un legado especial, el “legado Méndez”, estuvo destinado
a la educación secundaria de alumnos aventajados. Tres alumnos se destacaron, y
se los envié) al Seminario de La Serena en Chile. Un cuarto alumno, estudió en
Roma y regresó a La Paz, para celebrar su primera misa en el Hospicio.
Hacia 1928, la instrucción de los varones, estaba bien
atendida, sobre todo en lo concerniente lo que se enseñaba en primaria. Para
las niñas, se contrataron dos profesoras más, de manera que tenían cuatro
preceptoras, fuera de la profesora de educación física. Se aumentaron aulas,
para las secciones de taller de flores, taller de bordado, taller de lavado y
planchado, que eran conocidos por la ciudadanía ya que su trabajo salía al
exterior del Hospicio.
La creación y desarrollo de los Talleres, se encontraban
entre los estatutos de creación del Hospicio, donde se establecía que
anualmente, los alumnos debían exponer sus trabajos y venderlos. La mitad del
producto de sus obras, se les entregaba el día de su emancipación. En el año
1912, se empezó también con el taller de dactilografía, y más adelante entre
1925 y 1930, se crearon talleres de corte y confección para niñas y
encuademación para varones. El régimen educativo, impartido por las hermanas de
la Caridad, fue severo, en los años en los que actuaron. En el taller de
Lavandería, utilizaban agua fría y cuando alguna vez se les propuso a las
religiosas que proporcionaran agua templada a las huérfanas y que les
repartieran un porcentaje de las ganancias, aquellas se negaron, aduciendo que
esas actitudes eran “comunistas” (Comunicación verbal de Alaría Josefa
Saavedra.)
Los huérfanos suscitaban todo tipo de acción social, de
parte de la ciudadanía paceña. En primer lugar recibían visitas de sus padres,
de quienes los tenían. A todas las visitas se les decomisaba la comida y
golosinas que llevaban debiendo entregarlas a las Hermanas. Se decía que era
para prever accidentes con los niños que comían en exceso. Para las fiestas de
Navidad y Carnaval, la Sociedad recolectaba donaciones de las principales casas
bancarias, instituciones fabriles y casas comerciales. Los niños recibían
regalos adquiridos por la Sociedad que consistían muchas veces en juguetes
traídos de Paris, algo extraordinario en la época. En Carnaval, la Sociedad los
llenaba de confites, fruta y mixtura. A partir de la década de 1930, una
distracción muy apreciada por los huérfanos, era ir al “cine parlante”. Una
vez, la legación norteamericana les regaló entradas de cine para todos los sábados
por la tarde.
Los niños, tenían también días de fiesta campestre,
auspiciados por la prefectura e instituciones estatales. Otras veces algunas
personas los invitaban a pasar vacaciones a otros sitios, como el caso de
Mauricio Hochschild que envió a algunos niños a Cochabamba de vacaciones. La
propia Sociedad, poseía una hacienda productora de papas, habas, quinua y
productos de tierra fría, era la hacienda Chiviraya, ubicada cerca del Lago
Titicaca, donde los huérfanos pasaban vacaciones. En 1940, una firma conocida
de la ciudad, regaló tres receptores de radio al Hospicio, uno destinado a los
niños, otro a las niñas y el tercero a las religiosas. Se trataba de llevar
“instrucción y alegría a los niños”.( Se trataba de la Compañía Estañífera
Aramayo. Laura Escobari 1990, 58.) De hecho, seguía vigente una Resolución
Suprema que dictaminaba que todas las donaciones que recibía la Sociedad, así
como todas las instituciones benéficas, que recibían legados y donaciones o
cualquier transmisión eran totalmente gratuitas. (Resolución Suprema de 20 de
agosto de 1881. ALP/P-E. C. 191, 150.)
Hay que recordar que todas las acciones educativas fueron
tomadas para formar a los niños de manera conservadora, pues sus directores
luchaban “el liberalismo impío”, fruto de la masonería. Sus primeras acciones
fueron fundar escuelas gratuitas para gente necesitada. La inscripción de los
primeros alumnos se realizó en el “Seminario Católico”, cuyo requerimiento
básico era que los niños debían tener “padres con vida morar. La
educación férrea que recibían, era bien vista por el colectivo social. A
principios de los años 1950 las Hermanas francesas de la Caridad fueron
llamadas por su Orden en Lima y abandonaron el Hospicio. Fueron reemplazadas
por religiosas canadienses de Fe y Alegría. El Hospicio funcionó hasta 1972 en
que fue expropiado para construir el Palacio de Comunicaciones. La Sociedad
Católica de San José sigue existiendo con Proyectos de prevención al abandono
de menores en barrios marginales de la ciudad.
La ciudad recuerda a las Hermanas de la Caridad, con las
enormes tocas blancas de gran ala. Sin embargo, más allá de su aspecto externo,
se las entendió poco o nada. Ellas actuaron de acuerdo a sus preceptos muy bien
vistos en los primeros años del siglo, pero hacia los años 40 empezaron a ser
duramente criticadas.
“Lo que no se dice aquí es que el tipo de política de las
monjas era muy cerrado. En vacaciones llevábamos a las ciegas por ejemplo al I
logar Soria y ahí gozaban de libertad, andaban sin zapatos, comían doble,
pisaban barro, se caían, se bañaban, hacían siesta.
Las monjas consideraban la siesta de la tarde como un pecado...” (Comunicación
verbal de María Josefa Saavedra)
En resumen el análisis de la Sociedad Católica, como ejemplo
de asociación masculina, representante del poder local, católico, de clase
alta, portadora de una mentalidad determinada en un lugar y tiempo también
definidos, nos muestra lo que habíamos entendido por “mentalidad social”, que
es el sistema de ideas, valores, acciones, ritos, el sistema de ideas de un
determinado grupo social respecto a su propia comunidad, en el entendido de que
ésta última está constituida por diferentes clases sociales, que tienen a su
vez valores y concepciones de vida diferentes. Es preciso por el momento tener en
cuenta, que esta era la mentalidad de un sector masculino de la sociedad
paceña, en el siguiente capítulo veremos la mentalidad de las mujeres, todos
ellos socapando con la beneficencia católica un mal disimulado interés personal
de figuración y conservación del poder político y económico.
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Para leer la primera parte: SOBRE CASA DE BENEFICENCIA EN LA PAZ Y LA SOCIEDAD BENÉFICA CATÓLICA DE SAN JOSÉ (PARTE I)
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