Antes de que los españoles llegaran al valle de Chuquiago,
lo que es hoy la ciudad de La Paz, los indígenas aymaras y quechuas que lo
habitaban celebraban la Ch’halasita, una festividad que traducida al castellano
significaría "cambiame”. La fiesta estaba marcada para el día en que
iniciaba el solsticio de verano (el 21 de diciembre en el calendario
gregoriano), cuando comenzaba la temporada de lluvia y el crecimiento de los
sembradíos.
En la festividad se tenía la costumbre de intercambiar illas
(piedrecillas) consagradas por el sol, que representaban la fertilidad y
reproducción. Junto a ese intercambio rendían culto al Iqiqo, el dios de la
fertilidad de los habitantes del valle.
Lo representaban con una estatuilla forjada en oro, plata,
estaño, labrada simplemente en piedra o modelada en barro, a la que le ofrecían
frutos de sus cosechas. Los iqiqos más pequeños eran ensartados en collares,
que lucían en los cuellos o en las cabelleras las mujeres jóvenes, con la
creencia de que servirían de amuletos contra las desdichas.
Toda ese ceremonia tenía un espacio: Churubamba, hoy
conocida como la plaza Alonso de Mendoza.
Cuando los españoles llegaron a Chuquiago y fundaron en ella
la ciudad de Nuestra Señora de La Paz (1548), observaron la festividad en la
que los habitantes utilizaban piedrecillas como monedas para adquirir idolillos
y otros objetos en miniatura. Convencidos de la importancia que tenía,
decidieron trasladar la Ch’halasita al 20 de octubre, para conmemorar la fecha
de fundación de la nueva urbe.
La decisión provocó el desagrado en el clero, que
consideraba que la celebración daba lugar a costumbres licenciosas, por los que
los obispos decidieron prohibirla. Pero se dio el cerco indígena de 1781, y fue
Sebastián de Segurola, el gobernador intendente de La Paz, quien había salvado
a la ciudad del acoso indígena, el que decidió restablecer la fiesta. Sin
embargo, ésta cambió de nombre, se denominó Alasita y fue trasladada al 24 de
enero, en honor de la Virgen de Nuestra Señora de La Paz.
El culto al Iqiqo se mantuvo, pero la estatuilla pasó a
denominarse Ekeko y de ser labrada en piedra u otro material pasó a ser
elaborada en yeso. Las piedrecillas para el intercambio fueron sustituida por
botones amarillos resplandecientes, llamados tapa balazo. Con los años esos
botones fueron cambiados por la moneda corriente.
Una feria por la ciudad
La fiesta de la Ch’halasita tenía tanta fuerza que los
primeros años de su implementación en la ciudad de La Paz se desarrolló en el
atrio del templo de San Francisco, el más importantes de la urbe hasta
entonces. Pero no sólo los indígenas llegaban a la celebración, sino gran parte
de la población que entonces habitaba Nuestra Señora de La Paz.
Después de realizarse en el atrio de San Francisco, las
autoridades decidieron llevar la festividad a otro escenario: la plaza Murillo,
el centro de la ciudad, donde cada 24 de enero miles de paceños se congregaban
para comprar los objetos de su deseo en miniaturas, esperando que éstos se
conviertan en realidad.
Después de la plaza de armas de La Paz, la Alasita fue
llevada a la Alameda (hoy conocida como el paseo de El Prado), donde, al borde
de la rúa por donde transitaban las carretas, los artesanos instalaban sus
puestos de venta ofreciendo las miniaturas a los paceños creyentes del Ekeko.
Pero la feria de la miniatura no se detuvo ahí. Luego pasó a
instalarse en la plaza de San Pedro y años después a la avenida Montes, donde
se encontraban las oficinas de la Aduana. Desde ahí fue llevada a la avenida
Tejada Sorzano y luego a la Camacho, una de las troncales más importantes de La
Paz. Finalmente, la exposición fue instalada en el Parque Urbano Central, donde
aún se realiza cada 24 de enero, desde las 12:00, cuando la gente llega cargada
de objetos en miniatura y de fe.
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