Al relatar los avances incas hacia las tierras bajas orientales, el mismo
Garcilaso, lejos de hablar de batallas contra «los salvajes», indica que los
incas ganaron «la amistad» de los musus (mojos):
«Dicen los Incas que cuando llegaron allí los suyos, por las muchas guerras que
atrás habían tenido, llegaron ya pocos. Mas con todo eso se atrevieron a
persuadir a los Musus se redujesen al servicio de su Inca, que era hijo del
Sol, al cual había enviado su padre desde el cielo para que enseñase a los
hombres a vivir como hombres y no como bestias […] Viendo que los Musus les
oían de buena gana, les dieron los Incas más larga noticia de sus leyes, fueros
y costumbres […] Con estas cosas se admiraron tanto los Musus, que holgaron de
recibir la amistad de los Incas y de abrazar su idolatría, sus leyes y
costumbres, porque les parecían buenas, y que prometían gobernarse por ellas y
adorar al Sol por su principal Dios […] Debajo de esta amistad dejaron los
Musus a los Incas poblar en la tierra […] y los Musus les dieron sus hijas por
mujeres y holgaron con su parentesco» (Garcilaso de la Vega, 1990 [1609], libro
7, cap. XIV).
La nota de Garcilaso no es aislada. Otro texto de finales del siglo XVI relata
de esta manera las estrategias incas para conquistar a los chunchos y mojos del
este de los Andes:
«Lo que no podía por armas y guerra los traía así con sus mañas y embustes,
dádivas y halagos. Porque pretendiendo conquistar las provincias de los
chunchos y mojos por guerra, hicieron todo cuanto se pudo hacer y siempre
salían perdidosos, porque las tierras de arcabucos y montañas son cálidas y
enfermas para gente serrana y de tierra fría, y los mantenimientos muy
diferentes de los de la serranía […] Visto por los Incas el poco remedio que
tenían para gente de montañas, trabajaron de traerlos a su amistad mañosamente,
como se ha referido atrás, con dádivas y halagos; así conquistaban toda tierra
de montañas y dificultosa. De la suerte que se ha dicho, conquistaron los Incas
y señorearon todas las provincias de los chunchos, mojos y andes» (Discurso…,
1906 [s/f]: 155-156).
De la misma manera, esta vez en la región del río Guapay, la Relación Cierta
del padre Diego Felipe de Alcaya cuenta cómo Guacane, inca de Samaipata, atrajo
al jefe Grigotá a su obediencia:
«Llevó gran suma de preseas de vestidos de cumbi, cocos y medias lunas de
plata, y escoplos y hachuelas de cobre, para presentar al gran cacique Grigota
y a sus vasallos con fin de traerlos a su devoción […] Y luego despachó a un su
[sic] capitán con un presente de muy lúcidos vestidos de cumbi triplicados para
que se mudase y en que hubiese cocos de plata de diferentes hechuras, el cual
fue muy bien recibido de Grigota. Y fue a dar el bien venido al nuevo rey
Guacane con muchos indios desnudos, y él salio con sola una camiseta variada de
colores hecha en su tierra de algodón, y luego que se vieron quedaron
confirmadas las amistades, de manera que se despojó de todo punto de su señorío
y mandó y le dio el reconocimiento de vasallo, él el primero y luego todos sus
pueblos. Allí se juntaron los caciques Goligoli, Tendi, y Vitupue, todos
principales que estaban sujetos al gran Grigota, y con sus parcialidades que
pusieron de 50.000 indios dieron la obediencia al nuevo rey Guacane» (AGI
Charcas 21 r. 1 N. 11, bloque 7 (1636): 1v-2).
Confrontadas con los relatos de las cruentas guerras contra los indígenas de
las tierras bajas, estas notas muestran la existencia de otros medios, más
pacíficos y basados en el trueque o la alianza, para asegurar el avance inca
hacia el este entre chunchos, musus o antis. ¿Habrán sido los fuertes, pucaras
y demás dispositivos bélicos destinados exclusivamente para los «chiriguanaes»?
Pues nada parece menos seguro, y el mismo Garcilaso, de nuevo, aporta una nota
discordante. Si bien, según él, el Inca se desinteresó de su conquista y se
retiró, algunos contactos sí habrían tenido lugar; lo importante es que no
fueron del todo hostiles:
«De la poca conversación y doctrina que de la jornada pasada de los Incas
pudieron haber los Chirihuanas, perdieron parte de su inhumanidad, porque se
sabe que desde entonces no comen a sus difuntos como solían […] También
aprendieron los Chirihuanas de los Incas a hacer casas para su morada»
(Garcilaso de la Vega, 1990 [1609], libro 7, cap. XVII).
Más aún, Rui Díaz de Guzmán relata que, cuando llegaron los guaraníes desde el
Paraguay «a esta frontera donde el señor Inca del Perú tenía más de 50
fuertes»:
«… llegados los dichos guaranís a esta provincia muy destrozados y perdidos del
trabajo del camino y de los encuentros y peleas que con diversas naciones
tuvieron, se mostraron humildes, sometiéndose a la servidumbre de dicho inca»
(Díaz de Guzmán, 1979 [1617-1618]: 72; el subrayado es mío).
Y si bien los chiriguanaes luego «tomaron fuerzas y ánimo» para atacar a los
incas, ambas observaciones de Garcilaso y de Díaz de Guzmán muestran que las
relaciones no se redujeron a enfrentamientos armados y que tuvieron otros
matices. En palabras de Saignes, el relato de Díaz de Guzmán muestra «que las
incursiones paraguayas no cobraron tantos triunfos como reporta la crónica»
(Saignes, 2007: 50).
Lo mismo puede decirse de los contactos entre los guaraníes establecidos en el
piedemonte con los españoles. Pues no siempre los chiriguanaes fueron tan
«abominables» como los pintó Díaz de Guzmán. A la llegada de los primeros
conquistadores a la zona (Andrés Manso en 1559, desde Charcas, y Ñuflo de
Chávez en las mismas fechas, desde Asunción), los chiriguanaes actúan, si no
como reales «amigos», al menos como aliados e «indios de paz». Es solo pocos
años después, en 1564, cuando los asaltos chiriguanaes a las nuevas fundaciones
de la Nueva Rioja y La Barranca abren las hostilidades que desembocarán sobre
la guerra declarada por Felipe II y no cesarán durante toda la Colonia.
La confrontación de diversos testimonios y de estas fechas plantea, por decirlo
así, el problema del «origen» del poder chiriguana. Lo hace también otra
«contradicción» poco o nada estudiada hasta ahora, que es la que motivó este
artículo: pues en los años 1580, varios testimonios muestran a los indígenas
tamacoci del río Guapay como tributarios, o incluso esclavos, de los
chiriguanaes de «la provincia de Vitupue», que era el nombre del máximo jefe
chiriguana de la región. En 1584, el gobernador de Santa Cruz, Lorenzo Suárez
de Figueroa, alcanza en camino a:
«… diez indios tomacozies, con guacamayas y sus arcos y flechas, algunas de
yerbas [ponzoñosas], que iban a los chiriguanaes a darles su tributo y a
servirles» (AGI Pat. 235 r. 8: 23r; Mujía, 1914, t. 2: 410).
Un año después, otro testimonio describe los tributos entregados por los
tamacoci: «indios e indias, arcos y flechas y pescado y caza y guacamayas»5.
Los tamacoci no son los únicos tributarios de los chiriguanaes (sus vecinos
jores y yuracares entregan a su vez flechas y otros objetos) y, de hecho, estos
testimonios corresponden con todos los de esta época, que muestran a los
chiriguanaes esclavizando o al menos dominando fuertemente a los «naturales de
los llanos». Y sin embargo, para la época inmediatamente prehispánica, la
Relación Cierta de Alcaya, ya citada, muestra a Grigotá, jefe tamacoci, rodeado
de vasallos; uno de ellos se llama Vitupue.
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