Por: Javier Méndez Vedia. / El Deber – Extra, 11 de febrero
de 2018 / http://www.eldeber.com.bo/extra/Camba-todo-cambio-carnaval-20180208-9480.html / Fotos: 1) 1951. La comparsa Cunumis. Están sin casacas y participan
niños. La banda está detrás. / 2) 1908. El botánico alemán Theodore Herzog (1880-1961) tomó
esta foto de una comparsa en las calles cruceñas. / 3) 1924. Comparsa Chutos y Mutos. Los padrinos de la elegante
comparsa posan al centro. / 4) Personajes. Gaby y Arlinda. Los esposos Dabdoub lucían
trajes coloridos y creativos, desde los años 70 hasta entrado el siglo
XXI.
Escena que se fue para siempre: un enmascarado montado en un
matusi, acompañado por un pregonero. La percusión básica de una tamborita
acompaña la lectura del bando carnavalero.
El lugar: la Calle Brava. Hoy la conocemos como la esquina
de las calles Vallegrande y Pari. Alrededor de los enmascarados se arremolina
la gente, escuchando las rimas satíricas que lee uno de los máscaras.
Es el bando de carnaval. La lectura en las esquinas ha desaparecido, pero el
bando resiste aún, y hasta sigue sacando roncha, como en esos tiempos, aunque
hoy se distribuya por los grupos de WhatsApp.
La lectura se hacía un domingo antes de la fiesta, como para
empujar con palabras lo que luego se materializaría en jolgorio. Las víctimas
del bando: vecinos chinchis, viejas aburridas, los malatraza, los carnavaleros
y cuándo no, los políticos.
Esta es una muestra de lo que se escribió hace 18 años. La picardía está
intacta:
La cosa está tan grave
para los señores Artistas
de tanto tomar jarabe
acabarán evangelistas
Los Badulaques, esa
comparsa
que se jactan de ricachones
terminemso con esa farsa
no tienen ni pa calzones.
A mediados del siglo XIX no había comparsas en Santa Cruz.
Se salía en caballo, con los bolsillos llenos de agua, a veces teñida con
resina de jotabió.
El jinete ensayaba su puntería con las mujeres que
encontraba. Hacia 1860, así se divertía la gente, según describe Emilio Finot:
“Más de un bizarro jinete penetraba sorpresivamente al patio o a la sala de una
casa, sin tomarse siquiera la molestia de apearse, y causaba cómico espanto
entre las mujeres, que se defendían del ataque con cuantos elementos de guerra
hallaban a la mano. Numerosas cabalgatas recorrían las calles de la población
con los ímpetus del más ardiente entusiasmo, y a veces, poco se cuidaban de no
atropellar gente o causar cualquier otro desperfecto. Los jueguitos de aquellos
tres amables días no dejaban de producir estropicios más o menos
considerables”. En 1879 ya había una ordenanza que estipulaba cómo deberían
conformarse las comparsas, así que es probable que hubieran empezado a formarse
al menos dos años antes.
Por esa época se registra el nacimiento del carnaval como ritmo. Hernando
Sanabria dice que ese ritmo proviene de la polca o guachambé; Rogers Becerra
afirma que deriva de la zarabanda europea; también se dice que influyó la
llegada de acróbatas uruguayos, liderizados por Gregorio González, que tenían
una banda que interpretaba un ritmo similar al carnaval.
EL PRIMER CORSO
Las escasas comparsas fueron convocadas en la curtiembre San Lorenzo, de José
Lino Torres. Era el año 1892. Todos sabían que estaba en el lugar en el que se
encuentran las actuales calles 6 de Agosto y Avaroa.
Con prosa esforzada, Lorgio Serrate Vaca Díez describe el corso del naciente
siglo XX en su libro Tiempos Viejos: “Es un corso triunfal, digno de Venecia, o
de cualquier otra parte, inclusive Río de Janeiro. Las comparsas presentan
lujosos carros alegóricos, tirados por caballos o por bueyes, o a veces por
ilustres caballeros fantaseados. Vienen adornados maravillosamente con verdes
hojas de motacú, flores naturales y serpentinas, y en el centro, como en un
trono, se destaca la gracia y la belleza de la mujer cruceña poniendo la nota
máxima de elegancia y alegría en esta fiesta de Santa Cruz”.
Aquino Ibáñez describe el carnaval de 1912: “El primer día
de Carnaval era consagrado al lujo esplendoroso, al fausto ceremonioso y al
derroche de exquisita cortesía. Se permitía rociar a las bailadoras con finas
lociones y pomos cargados con aguas perfumadas, envolverlas con serpentinas
multicolores y mixturas a montones. Tanto mujeres como hombres se mantenían
limpios (…) Durante el segundo día continuaba el uso de loción, pomos,
serpentinas, mixturas, a lo que solamente se agregaba polvo de arroz. El tercer
día se jugaba con polvo de almidón teñido en distintos colores, igualmente con
cascarones con tinta, y agua regada con toda clase de vasijas, especialmente
con tutuma; pero con agua limpia”.
Salen comparsas como Los Chivos y Los Emponchados, al son de un taquirari
compuesto por Filadelfo Sanabria o una pieza de Mateo Flores. Nombres de
comparsas como los Plus Ultra y Ku Kux Klan suenan por esos años. Se puede
identificar algunos animadores de la fiesta en diferentes décadas.
Gil Antonio Peña, en los años 30, elaboraba alegorías
mecánicas; en décadas posteriores era frecuente ver los creativos y satíricos disfraces
de Piyo Landívar. Los esposos Arlinda y Gaby Dabdoub lucieron, desde mediados
de los 70 y hasta entrados los años 2.000, trajes vistosos que siempre eran
mostrados en detalle por los medios de comunicación.
Pero luego vino un cambio de aguas. Aceite sucio, barro y hasta materia
orgánica comenzaron a usarse en la década de los 40. Eso marcó el fin de las
llamadas casas de recepción, que corrían por cuenta de las familias más
adineradas. No querían que este juego sucio invada sus salones.
Así aparecieron las casas de espera, en zonas más populares de la ciudad. A
medida que la población crecía, estas casas de espera también fueron
desapareciendo para dar lugar a las calles de espera.
Durante los años 60 y 70 las once noches de mascaritas
cambiaron. De la fiesta elegante a la que solía asistir toda la familia, y que
solía realizarse en el Palace Theatre, se pasó a ese rito de enmascarado
coqueteo femenino que encendía la imaginación de los varones, que asistían a la
fiesta sin máscaras. Misterio, propuestas eróticas lanzadas con voz atiplada,
aventura o quizá solo promesas era lo que ocurría en El Caballito. “Las
mascaritas tenían que pagar una patente en el municipio”, recuerda uno de los
asiduos a este local, donde se prometía una ‘fina expansión’ al ritmo de “la
gran orquesta internacional Delfín y su Combo, los ‘nueva oleros’ Los
Daltons, las bandas de Zoilo Saavedra y Melchor Alvarado, además de la reina
del folclore, Zulma Yugar”.
La invitación prometía cuatro escenarios y pistas de baile,
además de ambientes ‘hawaiano, sicodélico y tradicional’. La figura principal
era una mascarita de curvas exuberantes y ajustada calza que llegaba casi hasta
el tobillo. “Estábamos ahí apeñuscados pero felices. Después nos íbamos a
rematar al Mau Mau, donde había mascaritas pero no había el mismo ambiente. Las
mascaritas eran otra cosa”, recuerda el carnavalero.
A finales de los ochenta, con el narcotráfico en apogeo, esos bailes corrían el
riesgo de ser escenario de vendettas y ajustes de cuenta, según Carlos Cirbián.
Desaparecieron. Por la zona del canal Isuto, a mediados de los 90, hubo algunos
intentos –ya inútiles- por revivir la fiesta, que hoy está ya
desaparecida.
LA TRIFULCA Y EL TIROTEO ANTES DEL CORSO DEL 2002
La relativa paz de estas calles de espera (Plazuela
Callejas, calle Ballivián) se acabó en 2002. La rivalidad entre el grupo T-la
Clavo y los Cambas Patrones se manifestó en una pelea campal en el Parque
Urbano, pocas semanas antes de Carnaval. Cuando ambos grupos se encontraron en
la calle Ballivián, el último día de la fiesta, empezaron los disparos. Hubo 15
heridos y murió la enfermera Zulma Cavero. En 2005, el mismo carnavalero
involucrado en el tiroteo fue baleado en la calle Ballivián, cerca de donde
cayó la enfermera.
Con este hecho las comparsas se atrincheraron en garajes para garantizar su
seguridad. Desde entonces, los intentos por hacer un carnaval más seguro han
rendido algunos frutos.
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