Foto: La Paz de antaño. / Por: Sergio Antezana / Pagina Siete, 4 de febrero de 2018 / http://www.paginasiete.bo/rascacielos/2018/2/4/memorias-chiquititas-hombrecillo-consentido-168462.html
La familia de mi madre llegó desde Potosí y la de mi padre
desde Oruro, así que no tenían al Ekeko entre sus afectos. Quizá por eso para
mí la Alasita tiene poco que ver con un enano fumador y dador de abundancia y
más con comer churros y jugar futbolines.
Viví mi infancia en Miraflores en la época en que la Alasita
se realizaba en la Tejada Sorzano, así que íbamos varias veces a la semana,
siempre de noche, cuando mi madre y mi tía regresaban de sus trabajos.
Íbamos casi todos: mi hermano, mi hermana, mis primas, mi mamá, mi tía, mi
abuela y yo.
ERA ALGO SUMAMENTE FESTIVO.
Creo que la clase
media de aquella época no podía comprar juguetes importados en cualquier
momento como se hace ahora y tampoco había tanta variedad. Entonces, yo recibía
ese tipo de juguetes en Navidad y para mi cumpleaños, pero en la Alasita había
otro tipo de juguetes, mucho más baratos e ingenuos pero súper divertidos. Nos
compraban trapecistas: unos muñequitos que agarrados de dos barras de madera
giraban cuando las apretabas, además de una tonelada de masitas y churros. Pero
si tenías suerte, era posible que te compraran uno de esos carros de hojalata.
Ése era EL regalo para mí; nunca duraba mucho, se le salían
las ruedas y te cortabas la mano, pero era muy entretenido porque podías usarlo
para todo: mis muñecos Falcon entraban ahí, al igual que las decenas de
soldados verdes que te llegaban en las piñatas de cumpleaños; también servía
para transportar playmóbiles e inventar historias con él.
Nos comprábamos ladrillitos, cementito, picotitas, y todo tipo de herramientas
para llevarlas en el carro de hojalata. Por una feliz casualidad, las
herramientas cabían en las manos de los playmóbiles, así que podías hacerlos
construir y llevar ladrillos. Otra aventura era comprar las “carguitas”, o al
menos así le decíamos en casa a los abarrotes que todavía venden en la
Alasita: harina, cereal, azúcar, etc.
Jugábamos a que el camión de hojalata transportaba los
productos de un lado a otro. Parece tan estúpido, pero era un gran juego.
Mis primas y mi hermana compraban ropa para sus muñecas a las que llamábamos
barbies, aunque averiguadas las cosas, eran una copia hecha en Hong
Kong. Nunca tuvieron una Barbie de verdad.
En esos mismos lugares había ropa para mis muñecos Falcón,
pero no era mi prioridad.
La parte incomprensible de las alasitas de mi época era que los mini billares y
los futbolines se ubicaban en la calle más empinada de todo el recorrido. Los
dueños de los juegos ponían piedras para nivelarlos, aunque nunca lo lograban.
Pero lo más ridículo eran los mini billares, siempre en pendiente y con unos
tacos que parecían de juguete. Para jugar, tenías que pedirle permiso a
todo el mundo y cuando estabas a punto de pegar un tiro, te llegaba un codazo
desde el futbolín de al lado o del billar de atrás. Era un caos sin sentido al
que no faltábamos ningún año, sin importar que lloviera o granizara. Lo más
cómico era cuando una pelota caía al suelo: de repente pasaba alguien picando
calle abajo a buscar la bola. Con algo de suerte, algún alma caritativa
te la frenaba con el pie, pero si no, tenías que ir a buscarla un par de
cuadras más abajo.
Quizá por eso, de viejo perdí interés en la Alasita. Como decía, el Ekeko no es
santo de mi devoción aunque tengo uno. Creo que es el Ekeko más raro de la
historia porque es de paja, o sea que no puede fumar. Se lo compré a una
artesana cochabambina y debe ser el único que hizo porque no he vuelto a ver
ninguno así. Mide como 30 centímetros. Me han dicho que, como no fuma, está
enojado y no me cumple nada, pero nunca he escuchado que se queje. En realidad,
lo tengo como un muñeco, un action figure criollo, digamos. Cada año le renuevo
los víveres, le compro nuevas herramientas y siempre está al día de la moda
alasitera: tiene plata para enterrarse y pasajes de sobra, tiene bolivianos,
dólares y euros, lleva tarjetas de todos los bancos, tarjeta del PumaKatari y
del teleférico, certificados de salud, trabajo, matrimonio y divorcio, caja de
cerveza, alcohol caimán y singani, título de licenciado y de máster,
cédula y brevete, un batán de piedra, un fuslero, virutilla, herramientas
varias, medidor de gas, luz y agua, una laptop de metal que se abre y todo,
tiene CD, DVD, un micrófono, una tv plasma con control remoto, y el año pasado
adquirió un tanque de agua y un whisky etiqueta azul, aunque no se lo dejo
abrir para no atraer a la chusma. Es tal el fetiche que mi Ekeko tiene su
propio ekekito; ése tampoco fuma pero tiene una cara de bandido que yo creo que
cualquier rato abre el etiqueta azul.
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