(Foto: La Razón Digital)
Fuente: El general y sus presidentes: vida y tiempos de
Hans Kundt, Ernst Röhm y siete presidentes en la historia
de Bolivia, 1911-1939. - Robert Brockmann. Plural editores, 2007.
Sucedió en Fortín Vanguardia, muy en el norte del Chaco
boreal, más cerca de cualquier localidad boliviana que de una paraguaya, pero
igual de lejos de cualquier parte. Entre las cuatro y media y las cinco de la
madrugada, cuando todavía estaba oscuro, el centinela boliviano Asencio Aviyai
presintió que algo andaba mal y hubiera querido perforar la oscuridad con sus
ojos. Con las manos crispadas alrededor de su fusil, despertó a su superior, el
dragoneante José Arrazola. Arrazola también sintió ruidos y creyó ver figuras que
se movían en la penumbra que apenas aclaraba. ¿Animales? Avanzaban en un frente
amplio, al unísono, escondiéndose en matas, arbustos y palmeras. Que animal
hace eso. No. Definitivamente eran soldados. Así que para que arriesgarse. Dejo
al crispado Aviyai y corrió a despertar al oficial al mando del contingente, el
teniente Filiberto Lozada. Lozada despertó de un salto y no tardo en comprender
la situación. Ordeno al teniente Tomas Manchego que apronte a la tropa, según
diferentes versiones entre 43 y 25 soldados (esta última cifra, o una cercana,
la más creíble). Mal despertados, tardaron nada de estar dormidos a apuntar con
sus fusiles a la oscuridad que insinuaba presencias amenazantes, que ojala no
hubieran estado ahí.
Apenas hubo suficiente luz para distinguir el horizonte, se
dispuso la incertidumbre: un parlamentario montado blandiendo una bandera
blanca galopo hacia la precaria empalizada de lo que pretenciosamente se llamaba fortín
Vanguardia. Se detuvo ante los soldados bolivianos que le dieron el alto y le
salieron al paso. Fue cacheado, desarmado, vendado y de esa manera llevado a la
presencia de Lozada. Dentro de Vanguardia, el jinete le entrego al jefe de la
guarnición boliviana un mensaje del comandante del contingente paraguayo, el
también teniente Antonio Ortigoza. El papel decía: “Sabedores los paraguayos de
que Uds. Han ocupado nuestro territorio, damos diez minutos de termino para
esperarnos con los pabellones armados a cien metros al sur del cuartel; caso
contrario, romperemos fuego”.
Trémulo de indignación, Lozada se precipito a su choza para
garrapatear la respuesta más insolente posible. Pero en eso, el supuesto
parlamentario hizo la señal convenida a su tropa: alzo la gorra para confirmar que
la guarnición boliviana era lo suficientemente pequeña. Según diferentes
versiones, entre 200 y 400 paraguayos, muchos de ellos a caballo, cargaron
contra el precario puesto desde tres direcciones diferentes, mientras el
emisario que había sido espía zafaba sin daño hacia sus líneas.
Lozada distribuyo a toda prisa una sola caja de municiones,
lo que significaba entre 15 y 20 tiros por hombre, y consiguió hacer frente a
la arremetida, según diferentes versiones, entre diez minutos y media hora contra un enemigo casi
diez veces superior en número. Cuatro bolivianos cayeron en la refriega antes
de que Lozada decidiera una difícil fuga del cerco en dirección al fortín
Vitrones, situado a 25 kilómetros al norte. Durante el intento por salir, Lozada recibió
un tiro en el brazo y otro soldado más
murió. Al poco tiempo de iniciada la embestida, los paraguayos irrumpieron en
masa en el interior del perímetro. “Mientras unos desarman a los bolivianos y
los hacen prisioneros, otros prenden fuego al cuartel y a sus dependencias.
Todos se empeñan en destrozar cuanto encuentran a su paso. Algunos saquean víveres
y objetos personales. Otros se apoderan de aves y ganado.
Finalmente, los paraguayos, arrendando a sus prisioneros
bolivianos, entre ellos el teniente Lozada y los sobrevivientes, abandonaron
Vanguardia en llamas y emprendieron la retirada hacia su cede, el fortín Galpón,
donde se había tramado el golpe. Más tarde el oficial boliviano informaría que
“marchábamos a pie custodiados por jinetes paraguayos y, sin haber tomado alimento, estábamos rendidos de
cansancio, sin que ((los paraguayos) escucharan nuestras muchas solicitudes de
hacer alto y que, además, nos condujeran por la fuerza y la amenaza; en esas
circunstancias Pedro Camargo e Ignacio Vargas fueron victimados por los paraguayos”.
A la marcha forzada de 15 kilómetros bajo la inclemente canícula del Chaco, sobrevivirían
21 de los 23 prisioneros.
La noticia tardo 16 horas en saberse en La Paz y de
inmediato causo los estragos que es posible imaginar. La reacción inmediata de
Siles fue enviar circulares a todas las legaciones extranjeras en La Paz
denunciado la agresión paraguaya. El comunicado oficial del gobierno boliviano
decía así: “Fuerzas regulares del Paraguay, en número de 300, atacaron
sorpresivamente el fortín boliviano Vanguardia, compuesto de una guarnición
diminuta de 25 hombres (…) hay numerosas bajas y varios oficiales y soldados prisioneros.
Vanguardia fue incendiado y arrasado por los paraguayos (…) La agresión ha
creado una grave situación de hecho que comprende el honor, la soberanía y la
dignidad de Bolivia (…)”.
Siles ordeno al Estado Mayor General la toma de represalias
inmediatas: la recuperación de Vanguardia y la captura de fortín Galpón. La
orden de a la quinta División, distribuida entre Robore, Puerto Suarez y fortín
Vitrones, fue “Proceda enérgicamente – tome Galpón”. Para entonces toda esa
unidad militar –que de división solo tenía el nombre- no contaba sino con 540
hombres distribuidos en esas muy dispersas localidades. El 8 de diciembre está débil
fuerza llego al fortín Vanguardia, que encontró abandonado, destruido e
incendiado. El oficial al mando de la expedición, coronel José Leonardo Lanza,
destaco un centenar de efectivos para la toma de fortín Galpón, pero esa tropa
tropezó con que las lluvias habían elevado el nivel del agua de los esteros
hasta la cintura, con lo que se hacía imposible cualquier avance. El intento de
ataque fue abortado.
Una vez recuperado el fortín perdido, el gobierno de La Paz emitió
una circular a todas las autoridades, con estas palabras: “Ayer en la madrugada
fuerza paraguaya de más de 200 hombres (sic) ataco de sorpresa el fortín
boliviano Vanguardia al sur de Vitrones. Hemos recuperado Vanguardia. Siles”.
Los tiros de Vanguardia resonaron en los cuatro puntos
cardinales del planeta. Lo que hasta entonces había sido un insignificante y
remoto pleito sudamericano, cuyas causas escapaban a la comprensión del
observador casual, salto a la primera plana de los diarios de todo el mundo. En
Bolivia el incidente tuvo las cualidades de un terremoto. Las multitudes se
congregaron como una ola humana en las plazas de todas las ciudades y villorrios
exigiendo la guerra y una satisfacción necesaria. Porfirio Díaz Machicado
sostiene que “toda actividad de la vida normal quedo supeditada al imperativo primordial de la defensa.
Solamente los pueblos en peligro, heridos en su dignidad, conocen estos sacudimientos que no puede traducir la palabra humana. Son
sensaciones extraordinarias que pueden asemejarse a las tempestades oceánicas o
a los movimientos sísmicos (…) Tal la dimensión colectiva que vivió Bolivia e
esos días de diciembre…”. Mientras en Asunción
reinaba un silencio de pasmo, el La Paz el fervor bélico alcanzo el paroxismo.
Las manifestaciones se sucedieron en las calles por días. Hasta los Boy Scouts
pidieron ser movilizados; la muchedumbre vociferaba “¡queremos guerra!”. Los
jóvenes se agolpaban frente a las oficinas del Estado Mayor, gritando vivas y
mueras, mientras algunos periódicos azuzaban la beligerancia.
“Una viva efervescencia –decían los cables de los periódicos
al finalizar ese año de 1928- reina en Bolivia. Millares de personas recorren
las calles… 6.000 jóvenes han pedido enrolarse en el ejército y 5.000 mujeres
encabezadas por la señora Siles, esposa del Presidente de la República, han
desfilado por las calles. En la Cámara de Diputados Javier Paz Campero ha declarado
que Bolivia emprendía una cruzada para ´civilizar las hordas salvajes del Paraguay´”.
Pero el Paraguay estaba tan mal preparado como Bolivia para
enfrentar la contingencia. El coronel José Feliz Estigarribia, nombrando Jefe
del Estado Mayor general del Ejército paraguayo a fines de 1927, estaba
realizando uno de sus cuatro viajes de reconocimiento a través del Chaco cuando
se produjo el asalto al fortín boliviano. El Comandante en Jefe del Ejército
del Paraguay, general Patricio A. Escobar, desconfiando de la presunta falta de
experiencia de Estigarribia para una contingencia como esta, lo destituyo sin
mayores ceremonias, lo nombro comandante en un sector del Chaco, y como Jefe de
Estado Mayor al teniente coronel francés Joseph Coulet, jefe de la misión militar
francés que dirigía por entonces la Escuela Superior de Guerra en Asunción.
Coulet, que solo llevaba unos meses en Paraguay e ignoraba casi todo acerca del
país y todo sobre el Chaco, acepto el cargo. Al parecer, los jefes militares y líderes
políticos paraguayos tenían tanta fe en su oficialidad nativa como los
bolivianos.
Por afortunada coincidencia, en esos días se reunían en Washington
los delegados de 19 países de América Latina y Estados Unidos en una sesión preparatoria
de la programada Conferencia Panamericana de Conciliación y Arbitraje con el
fin de asegurar la paz permanente en el continente. Las delegaciones ofrecieron
de inmediato la formación de una comisión para intentar llegar a un acuerdo
amigable –“una acción conciliadora”- entre Bolivia y Paraguay.
La reacción de Bolivia fue inesperada. Siles ordeno a su
embajador en Washington, Eduardo Diez de Medina, abstenerse de concurrir a cualquier
reunión al respecto mientras no hubiera alguna clase de reparación paraguaya. También
por coincidencia, correspondía en esos días llamar a la conscripción del
servicio militar obligatorio para el año siguiente, hecho que fue percibido por
el Paraguay como una amenaza. Como no se podía esperar que Paraguay simplemente
diera las satisfacciones exigidas, El gobierno boliviano no se había puesto a
llorar sobre la leche derramada. Presionando por la euforia y la indignación nacionalista
de las multitudes, y tras evaluar las verdaderas u escasas posibilidades de
represalia –no se había podido capturar Galpón en el norte del Chaco-. Siles
ordeno la toma de los lejanos fortines paraguayos Boquerón y Mariscal López, en
el centro-sur de la enorme región disputada.
El 14 de diciembre de 1928, con las muy escasas tropas
disponibles de la cuarta división del Regimiento Campos 6º de Infantería
atacaron el fortín paraguayo Boquerón –lejísimos , al sur de Vanguardia, y por
ende insospechable de ser atacado- y lo tomaron con algún esfuerzo. En esos
mismos momentos, el Regimiento Ayacucho 8º de Infantería, estacionado en Cuatro
Vientos, arremetió contra el fortín Mariscal López, de lo que resultaron 18
paraguayos muertos, incluido el teniente al mando de la guarnición enemiga.
El Jefe del Estado Mayor, general Quiroz, dio la
inexplicable orden de retirarse de ambos fortines conquistados la misma tarde
de la toma. Los oficiales al mando del Regimiento Ayacucho cumplieron la orden,
pero los del Campos, que obedecieron en un primer momento, prefirieron luego desacatarla y regresaron a Boquerón, que
mantuvieron ocupado. Un día después un avión boliviano lanzo sobre Bahía Negra cuatro
bombas que no explotaron.
En La Paz, al día siguiente, 15 de diciembre a las cuatro de
la tarde, en medio de enorme expectativa, Siles se hizo presente en el Congreso
acompañado de su Ministro de Guerra. Como tomando impulso desde el fondo del
silencio expectante, el Presidente dijo: “Hemos tomado el fortín paraguayo Boquerón
en sangriento combate y seguramente han
debido caer ya los fortines paraguayos Rojas Silva y Mariscal López”. Recién en
esta resonante victoria, esta vez en igualdad de condiciones, Siles accedió a que
Bolivia participara en los esfuerzos conciliatorios de Washington. Las ciudades
bolivianas se vieron inundadas de gente que lanzaba vítores. Solo en La Paz
entre 40.000 y 50.000 manifestaciones desfilaban aclamando la toma de Boquerón.
Las bandas tocaban en las plazas.
Tan lamentable como fue, el incidente le dio al gobierno de Siles una vital bocanada de aire y una
oportunidad que supo aprovechar. Primero, convoco para su gabinete y a su
servicio diplomático a valiosos hombres de la oposición que de otra manera no
hubiera llamado, ni ellos acudido. Segundo, le dio la excusa perfecta para
invocar el regreso de Kundt. A partir del incidente, al general alemán le tomo
25 días poner en orden sus asuntos más urgentes y tomar el primer transatlántico
a Sudamérica. Kundt relataría más tarde que había zarpado de Hamburgo solo 48
horas después de haber recibido el telegrama de Siles.
Mientras que Kundt y un grupo de oficiales alemanes, entre
ellos el capitán Ernst Röhm, estaban en camino desde Europa, Siles dispuso
retirar a Quirós como jefe del Estado Mayor, en castigo por el desatino de
haber mandado desocupar los fortines paraguayos tan arduamente conquistados. En
medio de la euforia que siguió a la victoria militar, el desacierto de Quirós pasó
más o menos inadvertido y fue minimizado. A Siles le cayó como anillo al dedo
el que Quirós hubiera llegado a la edad de jubilación, de modo que no hubo necesidad
de un escarmiento que creara nuevas incomodidades ni resistencias en el Ejército.
Hans Kundt firmó un nuevo contrato en febrero de 1929.
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- EN 1982 LOS MILITARES AÚN NO PENSABAN DEJAR EL PODER; LA CRISIS LOS OBLIGÓ
- 1891. LA “REVOLUCIÓN” DE LOS DOMINGOS EN SANTA CRUZ
- LA INVASIÓN BRASILEÑA A CHIQUITOS Y LA RESPUESTA DEL MARISCAL SUCRE
- DICIEMBRE DE 1932; APOTEÓSICA BIENVENIDA DE LA POBLACIÓN BOLIVIANA AL GENERAL HANS KUNDT
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- EN 1982 LOS MILITARES AÚN NO PENSABAN DEJAR EL PODER; LA CRISIS LOS OBLIGÓ
- 1891. LA “REVOLUCIÓN” DE LOS DOMINGOS EN SANTA CRUZ
- LA INVASIÓN BRASILEÑA A CHIQUITOS Y LA RESPUESTA DEL MARISCAL SUCRE
- DICIEMBRE DE 1932; APOTEÓSICA BIENVENIDA DE LA POBLACIÓN BOLIVIANA AL GENERAL HANS KUNDT
- EN
REALIDAD, ¿CUÁNTOS MILES DE CIUDADANOS ARGENTINOS FUERON RECLUTADOS PARA EL
EJÉRCITO PARAGUAYO?
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