Autor: Maximiliano Zuccarino (*) / Transcrito por: Juan
Alberto Quiroz M.
VICENTE RIVAROLA Y SUS CONTACTOS EN EL GOBIERNO ARGENTINO.
(José F. Estigarribia al Presidente argentino, 6 de febrero de 1934, le
manifestaba: “El Pueblo y el Ejército de mi patria nunca olvidarán la buena
voluntad, con que siempre contó, del Pueblo Argentino y de su ilustre
Presidente en esta hora difícil de su historia").
Como se desprende de los extractos anteriores, surgidos de la pluma de actores
directa o indirectamente vinculados a la Guerra del Chaco que enfrentó a
bolivianos y paraguayos por la posesión del Chaco Boreal, la posición de
laArgentina -pueblo y gobierno- ante el conflicto se caracterizó por un
apoyo apenas encubierto al Paraguay durante los tres años de acciones bélicas
(1932-1935) y buena parte del tiempo que duraron las negociaciones de paz
(1935-1939), lo cual constituyó una política de Estado tendiente a satisfacer
intereses geoestratégicos, militares y político-económicos, tanto del país,
como de las clases dirigentes y económicamente dominantes. No obstante, no son
objeto central de estudio del presente artículo los intereses en juego ni las
motivaciones que determinaron ese accionar por parte de la sociedad y el
Gobierno argentinos, sino que el mismo, sin dejar de lado las cuestiones
mencionadas, se centra tanto en la constatación de ese apoyo como en las
distintas vías y actores a través de los cuales éste se materializó. En este
sentido, cabe comenzar señalando que, dentro de quienes ejercían el poder
político en la Argentina, era nítida la diferencia de visiones entre los que
provenían del ámbito militar, como el Presidente -General Agustín P. Justo y el
Ministro de Guerra Manuel Rodríguez, y aquellos surgidos de la sociedad civil,
como el Canciller Carlos Saavedra Lamas. Esto no impediría, sin embargo, que
todos ellos coincidieran en la necesidad de evitar una derrota paraguaya brindándole
ayuda; en todo caso, en lo que diferían era en cómo alcanzar ese objetivo y qué
vía era la más apropiada para conseguirlo. Esto se ve refrendado por las
palabras del Teniente General Agustín A. Lanusse, sobrino de Justo y Oficial
subalterno del Ejército durante su gobierno, quien afirma que no recuerda que hubieran disidencias respecto al apoyo al Paraguay
en la Guerra del Chaco entre Justo y Saavedra Lamas, sino a lo sumo
matices (Fraga, 1991).
[Según los relatos del representante paraguayo en Buenos Aires, Vicente
Rivarola, durante los primeros meses de la Guerra del Chaco el Canciller
argentino ignoraba que, a través de los ministerios de Guerra y Marina, se
estaba proveyendo de material bélico a Paraguay, comprometiendo la neutralidad
argentina en el conflicto, la cual era indispensable aparentar para llevar a
buen término las negociaciones pacificadoras que el propio Saavedra Lamas
promovía. Ello motivó enfrentamientos en el seno del gabinete nacional
argentino, como el de marzo de 1934, en el cual Rivarola intervino buscando
indisponer al ministro Rodríguez contra el Canciller, a sabiendas de su
influencia sobre el Presidente, “un poco con la esperanza de provocar el retiro
del gabinete del doctor Saavedra Lamas, que yo conceptúo pueda ser beneficioso
para nuestras gestiones diplomáticas” (Carta de Vicente Rivarola al Presidente
paraguayo Eusebio Ayala, Buenos Aires, 30/03/1934, en Rivarola Coello, 1982,
235-236). Sin embargo, tras la intervención de Justo, el asunto se zanjó sin ulteriores consecuencias].
Una prueba de esta concordancia está en las palabras del ministro paraguayo
acreditado en Buenos Aires, Vicente Rivarola, quien, en carta a su Presidente,
le hacía saber: “La Cancillería argentina es nuestra aliada, la única en
nuestras actividades diplomáticas alrededor de la guerra injusta que nos hace
Bolivia, amén de serlo todo el Gobierno en nuestras otras actividades. Y
llegará el momento en que deba saberlo nuestro país entero y de comprometer por
ello nuestra gratitud para siempre” (Carta de Vicente Rivarola a Eusebio Ayala,
Buenos Aires, 02/12/1933, en Rivarola Coello, 1982).
Ahora bien, existen diversos motivos por los cuales, durante mucho tiempo, se
ocultó esta ayuda proporcionada, entre los cuales cabe destacar el obligado
silencio a que se llamaron, en el momento de los hechos, los principales
actores implicados (Ayala, Rivarola, Justo, Rodríguez, Saavedra Lamas)
para no comprometer la declaración de neutralidad por parte de la Argentina ante la
guerra; y la posterior actitud de los sectores dirigentes paraguayos
probra-sileños que especialmente a partir de la muerte de quien fuera
Comandante en Jefe del Ejército paraguayo y posterior Presidente de la Nación,
Mariscal José F. Estigarribia, y la hegemonía de los gobiernos colorados-,
optaron por silenciar la difusión de las importantes contribuciones argentinas
al esfuerzo bélico paraguayo (Velilla de Arréllaga, 1984).
Entre los actores mencionados, un papel destacado le correspondería al Enviado
Extraordinario y Ministro Plenipotenciario del Paraguay en la Argentina,
Vicente Rivarola, quien jugó un rol trascendental en la consecución y
efectivización de la ayuda durante la guerra. Apenas iniciada su misión en
Buenos Aires, Rivarola se dedicó a cultivar la amistad de los principales
funcionarios del Gobierno argentino, al igual que en las más altas esferas
diplomáticas, militares y sociales. Como profesional, estaba vinculado al
estudio jurídico del Dr. Ricardo Aldao, que en Asunción actuaba por medio de la
firma Aldao, Rivarola y Del Valle; además, era miembro de la Junta Consultiva
de Abogados Ferroviarios de la República Argentina, en su carácter de
representante del Ferrocarril Central del Paraguay; mientras que como
periodista frecuentó a los directores y redactores de los principales
periódicos porteños.
Asimismo, durante la segunda Presidencia de Hipólito Yrigoyen (1928-1930),
había cultivado la amistad del Canciller Horacio Oyhanarte y del Ministro de
Agricultura Juan Fleytas, y tras la llegada del General José F. Uriburu al poder
se relacionaría con su Ministro del Interior, Matías Sánchez Sorondo, a través
de los “almuerzos de los jueves” en el Jockey Club. Finalmente, su situación no
podría ser mejor cuando asumió la Primera Magistratura Agustín P. Justo, al que
ya estaba vinculado por lazos de amistad desde tiempo atrás (Rivarola Coello,
1982).
[Con esa intención, el Presidente paraguayo sostuvo en su mensaje al Congreso
de abril de 1935 que “no poseemos ninguna varita mágica; las ayudas exteriores
que mentan los adversarios no han existido ni existen en forma alguna.
Económica y militarmente, la guerra es sostenida por el brazo paraguayo”
(Velilla de Arréllaga, 1984, 84)].
De esta manera, y pese a los intentos de ocultamiento, Justo y los demás
miembros de su gabinete apoyarían la causa paraguaya. Según palabras dirigidas
por el Ministro de Agricultura Antonio de Tomaso a Rivarola, la opinión unánime
del gobierno era franca y decididamente favorable al Paraguay, sobre
todo la de los ministros militares que eran “más paraguayistas que los mismos
paraguayos” (Carta de Vicente Rivarola a Eusebio Ayala, Buenos Aires,
14/08/1932, en Rivarola Coello, 1982). En cuanto a Justo, al entrevistarse con
Rivarola y manifestarle éste su inquietud por la guerra y las posibilidades de
aprovisionamiento paraguayo, le contestó: “puede estar tranquilo, ministro, su
país no saldrá disminuido de esta lucha.
Ya recibirá mis indicaciones el ministro de Guerra, con quien puede Ud.
conversar”. El cumplimiento de esta promesa y la ayuda efectiva prestada por su
gobierno durante la Guerra del Chaco, llevarían a Rivarola a afirmar que Justo
“es el más grande y noble amigo que el Paraguay ha podido tener y tiene en la
Argentina” (Cartas de Vicente Rivarola a Eusebio Ayala, Buenos Aires,
30/07/1932 y 01/08/1933, en Rivarola Coello, 1982); mientras que en igual
sentido se manifestaba José F. Estigarribia, quien en carta al Presidente
argentino, fechada el 6 de febrero de 1934, le manifestaba: “El Pueblo y el
Ejército de mi patria nunca olvidarán la buena voluntad, con que siempre contó,
del Pueblo Argentino y de su ilustre Presidente en esta hora difícil de su
historia. Las afinidades espirituales de nuestros pueblos tuvieron un digno
intérprete en la persona del gran Presidente Argentino” (Carta de José F.
Estigarribia a Agustín P. Justo, Cuartel General, 06/02/1934, en Mayo y García
Molina, 1987).
EL APOYO MORAL DE LA PRENSA Y LA OPINIÓN PÚBLICA ARGENTINAS
Igual posición que la del gobierno era la que predominaba en
la mayor parte de la prensa argentina: La Razón, La Nación, La Prensa, Crítica,
Tribuna Libre y Noticias Gráficas, todos estos periódicos fueron visitados por
Rivarola, quien se aseguró su apoyo a la causa paraguaya y hasta alguno de
ellos, como Crítica, le ofrecieron poner a disposición incondicionalmente sus
columnas para artículos por él escritos (Carta de Vicente Rivarola a Eusebio
Ayala, Buenos Aires, 30/07/1932, en Rivarola Coello, 1982). Tan ostensible fue
esta toma de partido que la Legación de Bolivia en Buenos Aires denunció que,
tras la reacción boliviana de Toledo a Boquerón “la prensa argentina llegó al
paroxismo en nuestra contra. Nuestros esclarecimientos y comunicaciones iban al
canasto. Los comentarios y telegramas de Asunción tenían acogida como en su
casa. Para nosotros estaba cerrada toda defensa” (Ayala Moreira, 1959).
En efecto, fue tal y como lo denunciaban las autoridades bolivianas. En cuanto
a La Razón, uno de sus directores, el Dr. Ángel Sojo, puso a disposición de
Rivarola sus páginas para la defensa del Paraguay (Peña Villamil, 1994).
Mientras tanto, el corresponsal enviado por este periódico a la guerra, Manuel
María Oliver, era presentado y encomendado a Estigarribia por el Presidente
paraguayo, quien lo referenció como amigo personal y “buen amigo del Paraguay”,
que “ha escrito correspondencias que dicen mucho de su gran espíritu de
justicia y de reconocimiento de la causa de nuestro país (…) y se propone
escribir un libro, que será probablemente el primero acerca de la guerra del
Chaco”. En dicho libro, en el cual editó sus crónicas de guerra, Oliver afirma:
“En mi calidad de argentino, acerqué el corazón de mi patria al corazón
paraguayo (…) en una guerra en que le asiste el Derecho y la Justicia (…).
Dedico este libro a los periodistas, políticos, etc., que en Bolivia me han
zaherido y me zahieren con furia desatinada. En mis páginas hallarán un espejo
sincero de su tragedia, que ese país provocó en son de conquista. El espejo no
les dirá otra cosa que su propia culpa al llevar sangre y dolor a una tierra
virgen y desierta” (Oliver, 1935). Evidentemente, las simpatías y el apoyo
moral de La Razón estaban con el Paraguay.
En cuanto a los otros medios de prensa referenciados, del intercambio epistolar
de Rivarola con su Presidente se deduce su apoyo incondicional. En el
caso de La Nación, los artículos sobre la Guerra del Chaco corrían por cuenta de
Luis Podestá Costa, asesor jurídico de la Cancillería argentina que, a
comienzos de 1935, sería enviado en misión confidencial a Asunción para
asesorar al Gobierno paraguayo, lo que lo convertía, en palabras del citado
diplomático, en un hombre “decididamente bien dispuesto a nuestro favor” (Carta de Vicente
Rivarola a Eusebio Ayala, Buenos Aires, 01/09/1932, en Rivarola Coello, 1982).
Asimismo, uno de los miembros de la redacción de ese periódico, el publicista y
periodista Alberto Gerchunoff, le hizo saber a Rivarola que tenía el
convencimiento de que Bolivia había provocado deliberadamente la guerra
mientras Paraguay tendía a una solución jurídica del pleito. “Por esas razones
concluía Gerchunoff-, creo yo debemos dar nuestra simpatía y nuestra
solidaridad moral a los hombres del Paraguay” (Casal de Lizarazu, 2002).
[En efecto, Oliver, vestido de uniforme paraguayo, fue el primer relator in
situ de la historia del conflicto. Por su desempeño, Paraguay le otorgó la Cruz
de Defensor del Chaco, siendo el único civil en ostentar tal condecoración
militar recibida en plena guerra (Casal de Lizarazu, 2002, 77)].
En consecuencia, el 2 de agosto de 1932, el mencionado periódico publicaba un
editorial en el que cuestionaba la conducta boliviana, mientras que, según
Rivarola, “La Prensa lo hará de un momento a otro”. En relación a este medio
afirmaba el ministro paraguayo haber conversado con su director, Alberto Gainza Paz, quien le había referido que rechazó, sin leerlo, un artículo
enviado por el representante boliviano en Buenos Aires, Daniel Sánchez
Bustamante
(Carta de Vicente Rivarola a Eusebio Ayala, Buenos Aires, 02/08/1932, en
Rivarola Coello, 1982). Sin embargo, días después aparecería en las páginas de
ese matutino un editorial en que se criticaba la negativa del Paraguay a
aceptar las condiciones de una tregua ofrecida por la Comisión de Neutrales de
Washington, a la sazón mediadora ocasional en el conflicto boliviano-paraguayo.
En consecuencia, Rivarola se presentó en las instalaciones del periódico y
dialogó con su redactor jefe Luque, quien le explicó que ese artículo había
sido publicado para desvanecer las dudas bolivianas sobre la parcialidad de La
Prensa en favor del Paraguay (Carta de Vicente Rivarola a Eusebio Ayala, Buenos Aires, 03/09/1932, en Rivarola Coello, 1982).
Simultáneamente a esta campaña proparaguaya emprendida por los medios de prensa
nacionales, el fervor popular, seguramente influenciado por aquella, se
manifestaba también en ese sentido. En este contexto es que se enmarca la
constitución, el 30 de julio de 1932, del Comité Paraguayo de Buenos Aires, a
invitación del ministro Rivarola, que significó el punto de partida de una gran
movilización, especialmente en la Capital Federal, a favor de la causa nacional
paraguaya. Prueba de ello fue un concurrido mitin realizado dos días después en
el teatro Marconi, en el cual hablaron los legisladores socialistas Alfredo
Palacios y Enrique Dickmann, quienes condenaron la guerra, incluyendo severos
juicios hacia Bolivia. El público presente los ovacionó, adhiriendo a sus
discursos y vivando al Paraguay (Casal de Lizarazu, 2002). Este tipo de
manifestaciones llevarían a Rivarola a afirmar, en carta a su Presidente, que
“es efectivamente admirable la espontaneidad y entusiasmo con que este pueblo,
al parecer frío e indiferente, se ha solidarizado y se solidariza con la causa
paraguaya. (…) Su sociedad sigue con cariño el desarrollo de los
acontecimientos, gozando con nuestros triunfos, como si fueran propios, y su
clase humilde siente el orgullo del heroísmo de nuestros soldados (…). Jamás
ningún país habráse visto más huérfano de opinión como Bolivia en la actual
contienda (Carta de Vicente Rivarola a Eusebio Ayala, Buenos Aires, 18/11/1931,
en Rivarola Coello, 1982).
[La actividad de propaganda desplegada por el ministro paraguayo en aquellos
días fue febril, abarcando todas las esferas, como lo prueba un episodio
acaecido en el club El Signo, donde el Encargado de Negocios de Bolivia,
Eduardo Anze Matienzo, ofreció una comida a fin de estrechar los vínculos
boliviano-argentinos. Para ese entonces, Rivarola ya había apalabrado a muchos
de los invitados para que firmasen una adhesión a la causa paraguaya, por lo
que “muchos de los firmantes de la adhesión fueron comensales del doctor Anze
Matienzo”. Se establecía así una pugna por ganar la buena voluntad de la
sociedad argentina; para ello eran necesarios fondos, que eran solicitados por
Rivarola a su Presidente: “Necesito que se le asigne a la Legación alguna suma,
por pequeña que sea, para gastos de propaganda (…). Lo menos que podemos hacer,
es tener algunas atenciones con nuestros amigos. (…) La amistad y la simpatía
desinteresadas y todo, hay que cultivarlas” (Carta de Vicente Rivarola a
Eusebio Ayala, Buenos Aires, 16/11/1932, en Rivarola Coello, 1982, 131)].
En cuanto a las tareas del flamante comité, se destacaron el envío de grandes
cantidades de elementos de todo tipo a Asunción, giros de dinero obtenidos
gracias a las donaciones de la banca, el comercio y la sociedad porteñas; y la
realización de reuniones culturales en forma de transmisiones radiales y
conferencias ilustrativas sobre los derechos paraguayos sobre el Chaco; esta
actuación le valió al Comité Paraguayo la obtención de la personería jurídica
otorgada por el Gobierno Nacional argentino. En relación a las donaciones y
envíos por parte de este último, cabe señalar la labor del Departamento
Nacional de Higiene a cargo del Dr. Enrique Sussini, expresidente de la Cámara
de Diputados, quien ante la solicitud del Ministro de Guerra paraguayo,
poco tiempo después del combate de Boquerón, envió 200 ampollas de suero
anti-tetánico y mil de suero antigangrenoso, suministros que continuaron
durante el transcurso de la contienda. Al término de la misma, el mencionado
departamento había provisto al Paraguay por un total de 400 mil pesos, los
cuales fueron aportados por distintos benefactores (Casal de Lizarazu, 2002).
LA AYUDA ARGENTINA AL PARAGUAY EN EL PLANO MILITAR EN LOS
MESES PREVIOS DE LA GUERRA
Pasando a un análisis de la ayuda de índole militar prestada
por la Argentina al Paraguay, ésta encontró múltiples y muy diversos canales de
efectivización y venía siendo deliberadamente planificada. Ya en marzo de 1931,
el ministro Rivarola se dirigía al Gobierno argentino solicitando se permitiese
el ingreso, vía río de la Plata-Paraná, de los cañoneros Paraguay y Humaitá,
procedentes de Génova con destino Asunción, así como el desembarco en Buenos Aires
de los jefes, oficiales y tripulación a bordo; siendo la autorización
inmediatamente concedida (Carta de Vicente Rivarola al Canciller argentino
Ernesto Bosch, Buenos Aires, 30/03/1931; y Carta del Subsecretario de
Relaciones Exteriores argentino, Adolfo Bioy, a Vicente Rivarola, Buenos Aires,
31/03/1931, en Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la
República Argentina (AMREC), División de política, Paraguay y otros, 1931).
Cabe señalar que la vigilancia e inspección de todas las piezas que constituían
el armamento de los buques mencionados había estado a cargo del Agregado Naval
argentino en Roma.
Otra prueba de la buena predisposición argentina a cooperar en asuntos
militares con Paraguay en la antesala de la Guerra del Chaco fue la visita, en
“carácter completamente privado”, realizada por Rivarola y el Diputado de ese
país Eduardo Peña, en compañía del entonces ministro argentino en Asunción,
Mariano Beascoechea, a la Escuela Naval de Río Santiago, en febrero de 1931,
siendo por entonces Director de la misma el Almirante Pedro S. Casal, futuro
Ministro de Marina argentino durante la Guerra del Chaco (Carta del Director de
la Escuela Naval de Río Santiago, Capitán de Navío Pedro S. Casal, al Ministro
de Marina Abel Renard, Río Santiago, 26/02/1931, en AMREC, División de
política, Paraguay y otros, 1931). A dicho establecimiento concurrían, desde
1924 y becados por el Gobierno argentino, oficiales de la Marina paraguaya para
perfeccionarse, así como también numerosos jóvenes paraguayos que cursaban en
la Escuela de Mecánica -entre ellos el hijo de Peña y en otras instituciones de
enseñanza militar en la Argentina, a las que ingresarían principalmente entre
1931 y 1932, según se desprende de las solicitudes y recomendaciones realizadas
en esos años desde la Legación argentina en Asunción a la Cancillería del Plata
(Cartas y telegramas varios, en AMREC, División de política, Paraguay y otros).
Cabe destacar, sin embargo, que este tipo de becas y facilidades otorgadas a
ciudadanos paraguayos no tenían una acogida unánimemente favorable en la Armada
argentina. Prueba de ello es una nota enviada desde el Ministerio de Marina al
Canciller Bosch, con fecha 27 de enero de 1931, en la que se detallaba que
“tales franquicias no han sido compensadas por ninguna concesión especial o
consideración expontánea (sic) hacia nuestro país, como lo demuestra, por una
parte, el Estado Mayor General al mencionar que se recurre a marinos chilenos
para llenar los puestos directivos navales, y por otra, la decisión con que el
Paraguay trata de aumentar su influencia sobre nuestro territorio
septentrional, especialmente en Formosa. A juicio de este Departamento, talvez
(sic) fueran oportunas las circunstancias actuales, en que la necesidad de
limitar los gastos del Estado son bien conocidas en el exterior, para
rectificar algunos de los errores, a mi juicio muy graves, que se han cometido
al respecto, tales como la concesión permanente de diez becas en nuestra
Escuela de Mecánica para ciudadanos paraguayos (…). Conceptúo igualmente
oportuno (…) dado que en breve se hará cargo de nuestra representación
diplomática en el Paraguay un nuevo Ministro, se trate por su intermedio de
orientar la acción diplomática allí en forma menos perjudicial para nuestros
intereses, pues hasta ahora la República Argentina ha extremado su generosidad
con respecto al Paraguay sin retribución equivalente conocida, por lo menos de
este Ministerio”. La nota continuaba con la sugerencia de instalar un buque de
guerra de estación en Asunción (Carta de Abel Renard a Ernesto Bosch, Buenos
Aires, 27/01/1931, en AMREC, División de política, Paraguay y otros, 1931).
[Meses más tarde, ya ocupando esa cartera, Casal se entrevistaría en reiteradas
ocasiones con Rivarola. En una de ellas, según informaba el diplomático
paraguayo a su Cancillería, aquél le había asegurado que, en caso de producirse
la guerra con Bolivia, el Paraguay contaría con el apoyo decidido del Gobierno
argentino, aunque fuera desde “debajo del poncho” (Carta de Vicente Rivarola a Eusebio
Ayala, Buenos Aires, 18/04/1932, en Rivarola Coello, 1982, 56)].
Si bien el apoyo de la Argentina al Paraguay durante el transcurso de la Guerra
del Chaco sería incondicional, se advierte aquí ya el germen de algunas
disputas que aflorarían durante las negociaciones de paz posteriores y que
incidirían en la posición de la Argentina, como la cuestión referida al avance
paraguayo en la frontera norte. Asimismo, la nota evidencia la competencia
latente entre la Argentina y Chile que, si bien no es objeto prioritario de
estudio en el presente trabajo, era parte de la realidad de las relaciones
internacionales de la época en la región, teniendo, como se ve, al Paraguay
como escenario clave en esa disputa.
Tras haber conferenciado con el Presidente Uriburu, el Canciller Bosch envió
una nota de respuesta en la que desestimaba la posibilidad de estacionar un
buque de guerra en Asunción, al tiempo que ordenaba cautela en relación a la
falta de compensación paraguaya a los gestos amistosos de la Armada argentina;
en este sentido, si bien la cuestión le sería discretamente planteada al
ministro paraguayo, no se autorizaba amenazar con la eliminación abrupta de las
becas otorgadas a ciudadanos de esa nacionalidad sino más bien, a lo sumo,
disminuir el cupo. La razón de este accionar obedecía a consideraciones que
apuntaban en la dirección de otra de las principales ayudas que prestó la
Argentina al Paraguay a fin de que este país pudiese afrontar la guerra en el
Chaco: el envío de una misión militar encargada del asesoramiento de los altos
mandos paraguayos.
[En este sentido, ya en 1928 el Presidente paraguayo Eligio Ayala dejaba
traslucir esta situación al señalar que “todos los países con los cuales
mantenemos relaciones de amistad, en diversas formas y ocasiones han demostrado
una respetuosa deferencia hacia el Paraguay. (…) Pero sobre todos han destacado
excepcionalmente dos países: la Argentina y Chile. Ambos participaron en la
celebración de nuestra independencia nacional, en Mayo, en forma
extraordinariamente simpática para nosotros”, a través del envío de sendas
naves de guerra (Mensaje al Congreso de la Nación por parte del Presidente del
Paraguay, Eligio Ayala, Asunción, 1º de abril de 1928, en Biblioteca y Archivo
Central del Congreso Nacional del Paraguay). Se advierte de esta manera no solo
la voluntad manifiesta de chilenos y argentinos por cimentar los lazos
cordiales y su influencia en el ámbito político y militar del Paraguay, sino
también la intención del Gobierno de este país de agradar y mostrarse complaciente
al extremo con ambos países por igual].
En este sentido, la nota de Bosch decía que “como V.E. no lo ignora la política
de penetración amistosa en la República vecina que desarrolla nuestro Gobierno
ha encontrado siempre en su camino la que en igual sentido desarrollan los
Gobiernos del Brasil y Chile. Persiguiendo estos propósitos, el Gobierno actual
ha obtenido que el del Paraguay solicite el envío de una misión militar
argentina, compuesta de varios Jefes con la misión de tomar a su cargo la
organización de la Escuela Superior de Guerra, del Ejército Paraguayo su
dirección, y varias cátedras. (…) Además irá un oficial de aviación en las
mismas condiciones que los que van a la Escuela Superior de Guerra y una
comisión de enseñanza de nuestro sistema de reclutamiento. La presencia de esta
misión(…) significa el desplazamiento de la influencia militar chilena en cuyo
ejército se han instruido los oficiales paraguayos (…). Es indudable que el
Paraguay, conocedor de esta lucha de influencia, tratará de sacar de ella el
mayor provecho posible, atendiendo exclusivamente a sus intereses, pero también
es fuera de cuestión que el abandono por nuestra parte de las posiciones
adquiridas, traería como consecuencia que el Gobierno entregara la dirección técnica
del ejército a cualquiera de las otras naciones vecinas” (Carta de Ernesto
Bosch a Abel Renard, Buenos Aires, 29/01/1931, en AMREC, División de
política,Paraguay y otros, 1931).
Queda clara, pues, la importancia de la tarea a cargo de esa misión militar, no
ya solo en vistas de preparar al Paraguay de cara a su conflicto bélico con
Bolivia sino también, y no menos importante, a fin de mantener la influencia
militar argentina en dicho país en detrimento de Chile y Brasil. Hasta tal
punto esto era así, que el propio ministro argentino en Paraguay afirmaba que
“una de las finalidades que se tuvo en vista al enviar la Misión Militar, fue
la de preparar a este ejército dentro de la doctrina militar argentina, a fin
de que con el transcurso del tiempo pueda considerársele como una prolongación
del nuestro”. Para ello, y como mejor medio para completar las enseñanzas que
impartía la misión −finalizaba el ministro−, se ha conseguido que el Ejército
paraguayo adopte el cuerpo de reglamentos argentinos (Carta del Enviado
Extraordinario y Ministro Plenipotenciario argentino en Paraguay, Mariano
Beascoechea, al Canciller Carlos Saavedra Lamas, Asunción, 27/02/1932, en
AMREC, División de política, Paraguay y otros, 1932).
Como consecuencia de lo apuntado, ese mismo año ´31 fueron designados el
Teniente Coronel Facundo Millan Quiroga, Teniente Carlos Badaró y técnico civil
Daniel Grau para la Misión Distrito Militar (la cual debió regresar al poco
tiempo, sin poder llevar a cabo sus propósitos); el Capitán Jorge Souvillépara
la Misión Aviación Militar (a su llegada encontró solamente un avión en
condiciones de volar y todo el material accesorio en mal estado, pero en poco
tiempo logró poner en disponibilidad de ser utilizados un total de once
aviones); y el Teniente Coronel de Estado Mayor Abraham Schweizer, acompañado
de los mayores de Estado Mayor Roque Lanús y Valentín Campero, quienes dictaron
un curso intensivo de instrucción para jefes y oficiales paraguayos. Al
principio, de acuerdo a lo informado por Beascoechea, se tenía en el Paraguay
cierto recelo sobre la misión militar argentina debido a la existencia de una
corriente chilenófila, pero con el correr de los días y la constatación de los
beneficios que su presencia implicaba para el Ejército paraguayo, ésta obtuvo
la consideración unánime del pueblo, gobierno y sectores militares, “pudiendo
asegurarse, sin exageración, que ella constituye uno de los aciertos
diplomáticos de mayor eficacia de la Argentina en Paraguay” (Carta de Mariano
Beascoechea a Carlos Saavedra Lamas, Asunción, 27/02/1932, en AMREC,División de
política, Paraguay y otros, 1932).
LA COLABORACIÓN ESTRATÉGICO-MILITAR ARGENTINA CON EL
ESFUERZO DE GUERRA PARAGUAYO DURANTE EL CONFLICTO
Una vez iniciado el conflicto bélico en el Chaco, el
Gobierno boliviano solicitó el retiro de la misión militar argentina, el cual
fue efectuado, aunque Schweizer permaneció en Asunción como Agregado Militar,
manteniendo permanente relación con los jefes militares paraguayos (Peña
Villamil, 1994).
En este sentido, fuentes bolivianas aseguran que dicha misión cooperó
incluso en la elaboración de los planes para la defensa del Chaco y que era vox populi
por entonces que quien en realidad dirigía las operaciones militares paraguayas
era el mencionado jefe argentino, el cual, después de cada acción favorable, visitaba el frente de batalla con verdadero interés, tal como
sucedió después del combate de Boquerón (Ayala Moreira, 1959).
De hecho, los bolivianos no tenían dudas de que el plan de guerra paraguayo
había sido estudiado y decidido por el Estado Mayor General del Ejército
Argentino. Según decían, el General Ramón Molina, jefe de ese cuerpo y con
siderado uno de los mejores estrategas del continente, dirigía
personalmente las reuniones, cuyas conclusiones y directivas eran presentadas al Ministro de
Guerra Rodríguez para que éste las retransmitiera al Gobierno y comando
paraguayos. En esta línea de acción, el General Vaccarezza, amigo personal del
Presidente Justo, se dedicó a inspeccionar los preparativos en todas las líneas
y Schweizer vigiló la ejecución, mientras cien suboficiales y clases del
Ejército Argentino actuaban en las líneas paraguayas. Asimismo, este último viajaba
frecuentemente de Paraguay a Buenos Aires; el 12 de noviembre de 1932, según
informaba La Prensa, “el coronel Schweizer, después de pasar sus vacaciones,
regresa a Asunción con tres mayores y dos capitanes profesores”, con los cuales
prepararía oficiales que ayudarían a incrementar los cuadros del Ejército
paraguayo, del cual, en reconocimiento a su labor, sería nombrado General
honorario (Querejazu Calvo, 1965; Ayala Moreira, 1959; Pignatelli, 2011).
[Según deja constancia Beascoechea, al partir de regreso a Buenos Aires la
misión el día 14 de agosto el puerto de Asunción se hallaba colmado de
paraguayos que se acercaron para testimoniar a los viajeros “no sólo su
simpatía sino también la pena con que los veía alejarse”. Asimismo, el ministro
daba cuenta de la benevolencia con la que periódicos como El Liberal asumían la
decisión, destacando muy especialmente en qué medida esa actitud demostraba la
neutralidad y equidistancia con la que Argentina se posicionaba ante el
conflicto del Chaco (Carta de Mariano Beascoechea a Carlos Saavedra Lamas,
Asunción, 21/03/1933, en AMREC, División de política, Paraguay y otros, 1933)].
[Con el propósito por él admitido de calmar las inquietudes de Bolivia y
también del Brasil en relación a esto, Mariano Beascoechea sostuvo en un
discurso que fue reproducido en muchos diarios del continente, entre otras cosas,
que “el soldado argentino no propiciará jamás la lucha entre los hijos de
América… va cuando lo llaman sus hermanos, si en la guerra, para cruzar los
Andes, si en la paz, para dictar sus cátedras” (Carta de Mariano Beascoechea a
Carlos Saavedra Lamas, Asunción, 27/02/1932, en AMREC, División de política,
Paraguay y otros, 1932)].
De este modo, con la Guerra del Chaco ya en marcha, la colaboración militar
argentina con el Paraguay no solo no cesó sino que, por el contrario, se
incrementó, siendo el Ministerio de Guerra el canal por excelencia para imple-
mentarla. A mediados de 1932, Rivarola mantuvo una reunión con Rodríguez y
Saavedra Lamas en razón de un encargo del Ministerio de Relaciones Exteriores
de su país (el primero de los múltiples que recibiría durante los tres años que
duró la guerra con Bolivia) de gestionar la adquisición de materiales de
guerra. En la ocasión, el Canciller argentino le contestó que no podía
acceder
al pedido de ayuda para no comprometer la neutralidad argentina. En consecuencia,
Rivarola recurrió al Ministro de Marina, Capitán Casal, quien al enterarse de
lo ocurrido le contestó: “Eso no puede ser. He sido profesor de Táctica
combinada naval y terrestre en la Escuela Superior de Guerra del Ejército
durante dos años (…). Todas mis clases se han desarrollado sobre la base de la
amistad y de la alianza del Paraguay para la Argentina en el caso de un
conflicto para nosotros, y no sería justo, de ninguna manera, que lo que hemos
enseñado en la teoría no se aplique en la práctica cuando, precisamente, el
Paraguay necesita de la amistad y de la alianza nuestra. Yo creo que la
Argentina ni siquiera debe hacer secreto de esa amistad (…). Yo hablaré mañana
con el Presidente y el ministro de Guerra; el de Relaciones no ha podido responderle
de otra forma, y como Ud. ya ha cumplido con él, este asunto debemos tratarlo
ahora fuera de la Cancillería y entre nosotros”. Cumpliendo con su palabra,
Casal dispuso la salida de tres buques de la Armada, con carga completa de materiales y proyectiles, con destino al Paraguay “para ayudar a
nuestros amigos”. Finalmente, el Ministro de Marina le aseguró a Rivarola que no habría
jefe ni oficial de la Armada ni del Ejército que no simpatizase con Paraguay y
que no estuviese dispuesto a ayudarlo en su conflicto con Bolivia, por lo que
la neutralidad argentina sería “más aparente que real” (Carta de Vicente
Rivarola a Eusebio Ayala, Buenos Aires, 22/07/1932, en Rivarola Coello, 1982).
[Éste admitía haber recibido informes de Guiñazú a través de su suegra, ya
desde comienzos de 1932, en los cuales se le aseguraba que la guerra entre
Bolivia y Paraguay “era un hecho”, impresión que era compartida por el
Presidente electo Agustín P. Justo, según confió a Rivarola en una conversación
mantenida cuatro días antes de asumir la primera magistratura. Además, el ministro paraguayo era constantemente notificado de las actividades y
comunicaciones emprendidas por la Cancillería argentina, la cual -decía- “sigue
actuando como verdadera aliada nuestra (…). Los telegramas que dirije (sic) a sus agentes diplomáticos me son
comunicados previamente, igual que sus contestaciones, entregándoseme copias de
ellos; todos los cuales telegrafío inmediatamente a nuestra Cancillería”
(Cartas de Vicente Rivarola a Eusebio Ayala, Buenos Aires, 19/02/1932 y
07/07/1934, en Rivarola Coello, 1982, 53-54 y 260)].
Además de estos contactos desplegados, Rivarola contaba con otro punto a su
favor: a través de su esposa, nacida en Buenos Aires, estaba emparentado con
altos oficiales argentinos, como el Coronel Asdrúbal Guiñazú, Jefe del Estado
Mayor de la división destacada en Salta. Estos militares manejaban una serie de datos sobre los movimientos de tropas y material en la
retaguardia boliviana, obtenidos de los servicios de informaciones mediante una
potente estación radiotelegráfica militar instalada precisamente en esa provincia del
norte argentino, los cuales le eran facilitados al ministro paraguayo13,
constituyendo un complemento al servicio prestado por parte de la misión militar
enviada a Asunción, primero y por Abraham Schweizer, después. Posteriormente, el Servicio Criptográfico del Estado Mayor Argentino colaboraría en la
organización del Servicio de Informaciones por medios técnicos del Departamento
de Marina paraguaya, que quedó a cargo de la tarea hasta entonces desempeñada
por aquél (Sánchez Bonifato, 1969, 14; Querejazu Calvo, 1965, 169 y Peña Villamil, 1994).
A lo anterior cabe agregar las operaciones de inteligencia realizadas desde la
provincia argentina de Formosa. Primeramente, el General Uriburu, durante su
gobierno, visitó en febrero de 1931 las localidades de Formosa y Las Lomi-tas.
Al poco tiempo envió a esa región una comisión reservada, de la que formó parte el entonces Capitán Juan D. Perón, la cual estudió la zona en detalle
con el objetivo de habilitar allí nuevas fuentes de comunicaciones14, lo cual
se efectivizaría tras el nombramiento del Coronel retirado Félix Toledo, ex
agregado militar argentino en Paraguay, como Gobernador de Formosa, ocurrido días
después de iniciadas las hostilidades en el Chaco. Durante su gobierno se
intensificaron las comunicaciones a través de las radioestaciones de Puerto
Irigoyen, ciudad situada frente al fortín boliviano de Linares; fue habilitada
la del Alto de la Sierra trasladada luego a El Desmontee inaugurada la radio de
Laguna Blanca. Estas estaciones captaban y retransmitían informaciones procedentes del frente boliviano para ser provistas al Estado Mayor
paraguayo, motivo por el cual desde La Paz denunciaban que la designación de Toledo había
sido solicitada por el Gobierno del Paraguay16 (Casal de Lizarazu, 2002).
También como resultado de esa misión se obtuvo detallada información acerca de
las fuerzas militares bolivianas en la zona, sus fortines y comunicaciones, la
cual fue transmitida a Asunción acompañada de las impresiones de los
remitentes, para quienes “del punto de vista de la sana lógica y de la técnica,
sería disparatado para Bolivia hacer la guerra al Paraguay” (Querejazu Calvo,
1965, 169).
El Dr. Daniel Antokoletz, asesor de la Cancillería argentina, le confió en una
ocasión al asesor general de la delegación boliviana en las negociaciones de
paz del Chaco en Buenos Aires, Dr. Mercado Moreira, que “el mayor daño que
ustedes han recibido de la Argentina durante el conflicto del Chaco, está en
que los oficiales argentinos provistos de equipos radiotransmisores y
receptores, estacionados a lo largo de la frontera boliviana, captaron y
descifraron toda la correspondencia secreta de Bolivia, transmitiéndola
directamente al comando paraguayo”.
Se calcula que este país empleaba, en sus comunicaciones secretas, 220 claves,
de las cuales el Ejército argentino había descifrado 189. El temor boliviano
ante la utilización de esa información era manifiesto, no solo por el interés
del Estado Mayor argentino en el desarrollo de la guerra, sino también por el
“singular desafecto que guarda a nuestro país el coronel Udry, jefe del
servicio secreto de dicha repartición”, según los propios bolivianos informaban
en noviembre de 1934 (Ayala Moreira, 1959, 364-365 y Pignatelli, 2011, 111 y
161). Si bien no hay pruebas que corroboren esa afirmación, de la
correspondencia de Rivarola con Ayala, se desprende que ese país cuanto menos
acogió con simpatía la designación de Toledo, hasta el punto que el primero, al
informar de la misma a su Presidente le hacía notar: “Ud. sabe todo lo amigo
nuestro que es, igual que si fuera paraguayo” (Carta de Vicente Rivarola a
Eusebio Ayala, Buenos Aires, 1/10/1932, en Rivarola Coello, 1982, 100). Ayala,
por su parte, afirmaba que durante la gobernación de aquél existía un modus
vivendi que permitía ciertas libertades a una y otra parte, como el permiso
recíproco para el ingreso de policías en territorios del país vecino. “Nosotros
decía hemos recibido un apoyo muy leal y eficaz del gobernador Toledo” (Carta
de Eusebio Ayala a Vicente Rivarola, Asunción, 25/01/1936, en Rivarola Coello,
1982, 348-349).
Detrás de estas operaciones, a modo de coordinador, se hallaba el ya mencionado
y ahora ascendido a Mayor Juan D. Perón. De hecho, éste, a partir de febrero de
1932 y por el lapso de nueve meses se desempeñó como ayudante de campo del
Ministro de Guerra, siendo durante ese periodo, precisamente, en que se anudaron los compromisos más fuertes entre Buenos Aires y Asunción,
incluyendo acciones encubiertas contra el Ejército boliviano (Pignatelli,2011).
En relación a una de ellas, tendiente a impedir que éste se siguiera
aprovisionando desde Formosa, Rivarola afirmaba que al flamante Gobernador de
esa provincia “le parece perfectamente factible la ejecución de la indicaciones
del Mayor Perón, Secretario del ministro de Guerra”. Afirmaba el Ministro paraguayo que “las fuerzas militares (argentinas) que cubren la frontera no
dificultarán la operación ni molestarán sino para cubrir las apariencias, a sus
ejecutores, según me aseguró el mayor Perón. Todo lo que se debe cuidar, y esto
es lo que no entienden muchos compatriotas nuestros, es exhibir la amistad argentina, hasta el extremo de comprometerla” (Carta de Vicente Rivarola a
Eusebio Ayala, Buenos Aires, 1/10/1932, en Rivarola Coello, 1982).
De lo que se trataba era de montar un incidente en la frontera
argentinoboliviana, de tal forma que militares del Paraguay, simulando ser de
Bolivia, atacaran a los argentinos para provocar la entrada de éstos en
combate. De ello parecieran haber estado al tanto el Presidente brasileño y el
boliviano, Daniel Salamanca, quien, en comunicación con un diplomático
extranjero, habría manifestado que “el Gobierno argentino ha concentrado
fuerzas en las fronteras bolivianas a fin de dar la mano al Paraguay en caso
necesario, previo un incidente que se provocaría (…). El espionaje paraguayo en Bolivia agregó es
costeado por la Argentina y ha sido muy eficaz contra nosotros”18 (Pignatelli,
2011).
También el Presidente Ayala pensaba así: “Yo estoy ampliamente satisfecho -decía-
de la conducta del gobierno argentino y del pueblo argentino con nosotros, y
pienso como Ud. que no debemos hacer ostentación de la buena voluntad ni hacer
críticas cuando no obtenemos todo lo que pedimos” (Carta de Eusebio Ayala a
Vicente Rivarola, Asunción, 08/10/1932, en Rivarola Coello, 1982, 104).
También Bolivia realizaba operaciones de espionaje. En una nota de la Marina a
la Cancillería argentinas se informaba de la presencia de un agente boliviano,
llegado de España como presunto corresponsal de guerra, que andaba “recorriendo
la frontera, en misión secreta, sembrando discordia en contra de nuestro país,
para provocar un conflicto con Brasil y enfriar las relaciones con el
Paraguay”. Finalmente, Carlos Angulo y Cavada (el sujeto en cuestión) fue
detenido por la policía salteña el 21 de abril de 1934, secuestrándose toda la
documentación que llevaba en su poder, la cual permitió demostrar que era un
agente a sueldo del Gobierno de Bolivia y que había dictado conferencias y
emitido programas radiales injuriantes hacia la Argentina. En mayo de ese año,
y tras motivar un cierto revuelo en los círculos de gobierno de este país,
Cavada fue deportado a La Habana, bajo la promesa de no regresar hasta que las
autoridades argentinas lo consintieran, pero en noviembre de ese año sería
visto y arrestado nuevamente, en Buenos Aires (Cartas y Telegramas varios, en
AMREC, División de política, Bolivia y otros, 1934).
Las autoridades bolivianas en la Argentina se encargaron asimismo de denunciar
el transporte de material de guerra desde ese país hacia Paraguay. Una
comunicación telegráfica del Cónsul boliviano en Formosa denunció, en
septiembre de 1932, que “ayer en vapor ‘Madrid’ pasaron tres aviones para Paraguay. Todos los días se llevan a Asunción tanto de ésta, como de otros
puntos, nuevos contingentes” (Ayala Moreira, 1959). Una prueba de la ejecución
efectiva de maniobras de esta índole la constituye la carta remitida por
Vicente Rivarola a Saavedra Lamas el 26 de enero de 1933, solicitando la libre
introducción de un avión desarmado a bordo del vapor Ciudad de Corrientes, a fin de
ser reparado, a lo cual el Canciller argentino contestó el día siguiente
concediendo el permiso solicitado (Carta de Vicente Rivarola a Carlos Saavedra
Lamas, Buenos Aires, 26/01/1933, en AMREC, División de política, Paraguay y
otros, 1933).
En consecuencia, no debe sorprender que el comando boliviano de Muñoz, en
radiograma del 29 de septiembre de 1932, haya dado cuenta que sus tropas
tomaron en campo de combate escudos y bastes de artillería, equipos completos,
útiles y otros enseres con el escudo argentino grabado. Esto motivó una denuncia formal por parte de las autoridades bolivianas, ante la cual el
Gobierno argentino indicó que esas armas habían sido vendidas al Paraguay antes
del conflicto.
En otra ocasión, al denunciar el ministro boliviano en Buenos Aires los
trabajos del arsenal localizado en esa ciudad en beneficio del Paraguay, así
como el envío de mecánicos, fusiles, municiones, ametralladoras, etc.; el
Presidente Justo le contestó que efectivamente el arsenal había despachado los
elementos de guerra mencionados, pero que ellos estaban destinados al norte del
país, y que si se tomaba la precaución de borrar los escudos argentinos de
algunos de ellos, se debía al deseo de no tener en las policías provinciales
armas pertenecientes al Ejército Nacional (Ayala Moreira, 1959).
Simultáneamente a esta contestación, Saavedra Lamas instruía al ministro
argentino en La Paz, Juan G. Valenzuela, para que expresase al Gobierno
boliviano su desagrado ante las reiteradas denuncias y lo amenazase con que, de
persistir en esa actitud, la Argentina dictaría el decreto de neutralidad, el
cual se venía demorando para que no se dudara de la imparcialidad argentina, ya
que de hacerse efectivo, dificultaría las operaciones del Ejército del
Altiplano.
Asimismo, el Canciller argentino se dirigió al ministro boliviano en Buenos
Aires, Sánchez Bustamante, recordándole la tradición diplomática poco amistosa
de Bolivia hacia la Argentina (en referencia al laudo de Figueroa Alcorta de
1909) y llamó su atención sobre la campaña de hostilidad que venía
desarrollando la prensa boliviana contra este país y contra su persona (Carta
de Vicente Rivarola a Eusebio Ayala, Buenos Aires, 29/10/1932, en Rivarola
Coello, 1982).
Corroborando esta afirmación, un mayor del Ejército argentino aseveró: “yo era
en aquél tiempo, oficial del Arsenal encargado de la Sección Artillería, en tal
carácter me tocó despachar grandes partidas de armamento, municiones y equipo,
con destino al Paraguay. Ante la frecuencia y magnitud de estos despachos, un
día traté de garantizarme con una orden escrita de mi jefe, quien me replicó en
forma cortante, que cumpliera con las órdenes verbales, que no cabía hacer
observación alguna, porque era orden del Presidente Justo. Así fue, se
siguió despachando el material” (Ayala Moreira, 1959, 357).
Claramente esta era una excusa interpuesta por el Presidente argentino. En
comunicación al Poder Ejecutivo de su país, el ministro paraguayo hacía saber
que podría conseguir baterías de cañones Krupp en Buenos Aires “a condición de
que se les borre el escudo argentino en nuestros arsenales y no salgan para el
frente sin la conformidad previa del Coronel Schweizer” (Carta de Vicente
Rivarola a Eusebio Ayala, Buenos Aires, 12/01/1933, en Rivarola Coello, 1982,
146).
persistir en esa actitud, la Argentina dictaría el decreto de neutralidad, el
cual se venía demorando para que no se dudara de la imparcialidad argentina, ya
que de hacerse efectivo, dificultaría las operaciones del Ejército del
Altiplano. Asimismo, el Canciller argentino se dirigió al ministro boliviano en
Buenos Aires, Sánchez Bustamante, recordándole la tradición diplomática poco
amistosa de Bolivia hacia la Argentina (en referencia al laudo de Figueroa
Alcorta de 1909)21 y llamó su atención sobre la campaña de hostilidad que venía desarrollando la prensa boliviana contra este país y contra su persona (Carta de
Vicente Rivarola a Eusebio Ayala, Buenos Aires, 29/10/1932, en Rivarola Coello,
1982).
Ahora bien, mientras los aprovisionamientos anteriormente denunciados se
realizaban por ferrocarril, el Cónsul boliviano en Corumbá (Brasil) informaba
que, por vía fluvial, la Argentina estaba enviando 50 mil fusiles con destino
Asunción (Ayala Moreira, 1959). Esto era implícitamente reconocido por el
Presidente paraguayo Ayala en su mensaje al Congreso de abril de 1933, al
afirmar que “los transportes desempeñan un papel principal en la defensa. Los
ferrocarriles prestan un servicio eficiente (…). Las empresas de transportes
fluviales cooperan activamente” (Telegrama de Mariano Beascoechea a Carlos
Saavedra Lamas, Asunción, 12/04/1933, en AMREC, División de política, Paraguay
y otros, 1933).
En lo que respecta a la importancia del ferrocarril, éste no solamente
fue utilizado, como se ha visto, para el traslado de algunas partidas de material
de guerra por territorio argentino hacia el Paraguay, sino que también las
líneas férreas pertenecientes a la empresa taninera con sede en Argentina,
Carlos Casado Ltda., sirvieron a los fines del transporte, tanto de armamentos
y víveres como de soldados, hacia el interior del Chaco Boreal. Asimismo, uno de los
herederos a cargo del manejo de la mencionada firma, José Casado Sastre, a
pedido del Gobierno del Paraguay y bajo garantía de éste, se mostró dispuesto a
adquirir rieles de los Ferrocarriles del Estado argentino a fin de facilitar la
penetración ferroviaria paraguaya en el Chaco con fines militares, pero la
negociación no pudo prosperar. En consecuencia, no es de extrañar que, hacia
finales de 1932, los abogados de los ferrocarriles argentinos hayan ofrecido
una comida de simpatía y adhesión a la causa paraguaya al ministro Rivarola, en
el Alvear Hotel (Cartas de Vicente Rivarola a Eusebio Ayala, 18/11/1932 y
20/12/1932, en Rivarola Coello, 1982).
Por medio del acuerdo “Villazón de Osma” del 30 de diciembre de 1902 se había
designado al Presidente argentino como mediador en la cuestión de límites
peruano-boliviana en torno al territorio de Apolobamba. Tras emitir su laudo el
9 de julio de 1909 el entonces Primer Mandatario argentino José Figueroa Alcorta, Bolivia lo rechazó, desembocando en
la ruptura de las relaciones diplomáticas entre ese país y la Argentina desde
el 20 de julio de 1909 al 9 de enero de 1911 (Porcelli, 1991, 26). Esto, a su
vez, tuvo repercusiones directas en lo que hace al diferendo limítrofe entre
Paraguay y Bolivia en el Chaco Boreal, ya que debido a este incidente Figueroa
Alcorta renunció a actuar como árbitro en la cuestión, tal como estaba
estipulado por el protocolo Soler-Pinilla de 1907, el cual, firmado bajo los
auspicios del entonces Canciller argentino Estanislao Zeballos, reflejaba no
solo el papel protagónico que el país del Plata comenzaba a desempeñar en la
resolución de la cuestión chaqueña, sino también los intereses del mismo en
favor de la causa paraguaya, ya que dicho protocolo era más favorable al
Paraguay que cualquiera de los tres tratados negociados previamente en forma
directa con Bolivia.
Durante la guerra, la mencionada firma hizo llegar a Puerto Casado una nueva
locomotora para facilitar estas operaciones. Desde agosto de 1932 hasta diciembre de 1934
se recorrieron 226.031 km; se transportaron 85.668 toneladas de carga general; se
trasladaron 57.994 animales en pie y circularon hacia el frente unos 5.667
oficiales y 105.134 soldados. Los fletes incluyendo los pasajes, obligaron al
Estado paraguayo a desembolsar a los Casado un total de 31.571.290 pesos
paraguayos, constituyendo posiblemente un caso único en la historia militar de
movilización contratada. Tan importante fue la utilización de esos
ferrocarriles para sostener el esfuerzo bélico paraguayo que en 1961 el
Ministerio de Defensa Nacional confirió lla medalla del mérito a la empresa por
la ayuda prestada para nacionalizar definitivamente el territorio chaqueño
(Dalla Corte, 2009, 445 y 456 y Casal de Lizarazu, 2002, 41).
En cuanto al transporte fluvial de los materiales procedentes de los arsenales
de guerra argentinos, un mes antes de las denuncias bolivianas, en agosto de
1932, se habían ultimado los detalles. Tal como informaba Rivarola a Ayala,
“todo marcha bien en lo que respecta a la adquisición de materiales
bélicos.
Estoy en comunicación constante con el señor ministro de Guerra, quien encargó
ayer al Coronel Jones, Jefe del Arsenal de Guerra, se pusiera de acuerdo
conmigo sobre la forma de embarque de los mismos. Hemos encontrado con el
Coronel Jones más seguro y práctico el envío por agua. Hoy arreglé con el señor Dodero (de la empresa Mihanovich) que él tomara a su cargo personal y
directo dicho envío (…) empleando los medios más discretos posibles” (Carta de
Vicente Rivarola a Eusebio Ayala, Buenos Aires, 14/08/1932, en Rivarola Coello, 1982).
El testimonio brindado por el entonces Oficial subalterno de la Armada
Argentina, Isaac Rojas, es ilustrativo en este sentido: “Había estallado la
guerra del Paraguay y Bolivia −rememora el marino−, y yo prestaba servicios en
un buque de río. Un día, nos ordenaron cargar dos millones de balas de fusil
máuser y 60.000 tiros de pistola para trasladarlos por el Río Paraná al Norte.
Cumplimos la orden. Yo era alférez, trabajábamos a destajo para cargar. Había
cajones de munición hasta en los camarotes. En todas partes. Y zarpamos. La munición
se la entregamos a los paraguayos, y eso fue por orden del Presidente Justo y
por el asesoramiento de Saavedra Lamas” (Fraga, 1991).
Otro caso paradigmático de las operaciones realizadas por esta vía lo
constituyó el del vapor Lalande. El 21 de junio de 1933 el ministro boliviano
en Argentina, Julio A. Gutiérrez, se dirigió a Saavedra Lamas, haciéndole
constar que el día anterior había llegado al puerto de Buenos Aires, procedente
de Liverpool, el mencionado buque transportando 250 cajones de cartuchos para
fusil para el Gobierno del Paraguay, los cuales esperaba no fuesen reembarcados
a Asunción; a lo cual el Canciller respondió afirmativamente. Sin embargo, en
nota posterior, Gutiérrez afirmó: “El mismo día me constituí en el dique (…) y
constaté que se transbordaba apresuradamente todo ese material a la lancha
Marabú de la Compañía Mihanovich (…) la que durante el tiempo que va de conflicto guerrero en el Chaco, ha llevado todos los elementos bélicos
adquiridos por el Paraguay a Asunción (…) (y) se ha prestado a violar la
neutralidad y a incurrir en contrabando de guerra” (Ayala Moreira, 1959).
Días antes del affaire Lalande, a fines de mayo de 1933, Gutiérrez hacía
referencia a nuevos vuelos y adquisiciones de aviones argentinos por el
Paraguay, denunciando asimismo que “el día 2 de los corrientes, estuvieron en
el Aeródromo de Morón un oficial paraguayo, de uniforme y varios civiles de la
misma nacionalidad (…) (quienes) ensayaron cuatro aviones con propósito de
adquirirlos” (Ayala Moreira, 1959). Este tipo de operaciones continuarían: en
octubre de 1934 Rivarola informaba a su gobierno que el Ministro de Guerra
argentino autorizaba la venta de aviones de fabricación nacional a particulares
por él indicados, con destino al Paraguay; y, a pedido de éste, telegrafió al
General Basilio Pertiné, en París, expresándole su interés personal y urgente
para la adquisición en esa plaza, por terceros y también destinados a Asunción,
de cinco Potez tipo 50 (Carta de Vicente Rivarola a Eusebio Ayala, Buenos
Aires, 27/10/1934, en Rivarola Coello, 1982).
Por otra parte, la ayuda argentina en el plano militar también se verificó a
partir de la participación de ciudadanos argentinos a modo de apoyo a las
fuerzas regulares paraguayas. En Asunción funcionaba la Casa Argentina, lugar
en que se reunían tanto argentinos residentes 23 como paraguayos que apreciaban
al país, los cuales, a poco de estallar la guerra con Bolivia, se movilizaron
para recaudar fondos y acabaron conformando, con "voluntarios"
argentinos −principalmente correntinos y formoseños− el Regimiento de
Caballería Nº 7 General San Martín. Ello se deduce de una nota del 18 de
octubre de 1932 enviada por el ministro boliviano en Buenos Aires, en la cual afirmaba:
“acabo de recibir carta de N.N. radicado en Goya (Corrientes), que de esa
ciudad han partido 30 ciudadanos argentinos como voluntarios a enrolarse en las filas
paraguayas, habiendo recibido cada uno una suma de dinero antes de partir”. Si
bien al ser efectuada la reclamación correspondiente, Saavedra Lamas aseveró
que el Gobierno argentino había prohibido y evitado esa organización, el
regimiento San Martín participaría más adelante del combate de Corrales.
Mientras tanto, el diario El Orden de Asunción del 9 de noviembre de 1932
informaba que una comisión de damas argentinas había llegado a bordo del barco
Ciudad de Corrientes llevando una bandera de guerra para el regimiento en
formación, al que entregaron también material sanitario y vestuario donado por las
instituciones benéficas argentinas que apoyaban a Paraguay24 (Ayala Moreira,
1959; Casal de Lizarazu, 2002).
La labor de este grupo fue ciertamente preponderante, también en otros ámbitos.
El 11 de mayo de 1933 se fundó en Asunción la denominada Legión Extranjera, a
modo de entidad cooperadora con las autoridades civiles y sanitarias
paraguayas, a la cual se afiliaron 2.379 inmigrantes, siendo la colectividad
más numerosa la argentina con 448, incluido el Presidente de la nueva
organización (Casal de Lizarazu, 2002, 81).
Asimismo, otros argentinos prestaron distintas funciones como voluntarios
durante el transcurso de la contienda en favor del Paraguay. A este tipo de
ayuda habría que sumar otra, como la brindada por Nicolás Mihanovich quien, a
través de su Compañía Argentina de Navegación, cedió a la Junta Nacional de
Auxilios el hospital flotante Cuyabá, inaugurado el 28 de octubre de 1932 (Casal de Lizarazu, 2002).
Pero la colaboración argentina con Paraguay no terminaba allí: también se
consintió el paso de tropas de ese país por territorio argentino sin oponer
resistencia alguna. De esta situación daba cuenta un parte del Cónsul boliviano
en Corumbá, emitido en septiembre de 1932, en el cual se afirmaba que
“macheteros Paraguay comandados por Jara salieron de Villa Hayes y
pasando Pilcomayo van por territorio argentino para atacarnos por retaguardia”.
Estas facilidades se complementaban con la atención, por parte de oficiales
argentinos y en suelo nacional, de heridos paraguayos, como fue el caso de los
sobrevivientes del combate de Tinfunqué (Ayala Moreira, 1959).
Consciente de estas actitudes, el periódico orureño La Patria publicó, en marzo
de 1934, un artículo en que se vertían comentarios injuriosos hacia el gobierno
del General Justo, lo cual no pasó desapercibido ni para los militares, ni para
la Cancillería argentinos. En el recorte periodístico se afirmaba, entre otras cosas, que el cinismo del país del Plata constituía un factor de riesgo
para la estabilidad sudamericana, al cual países como Brasil y Bolivia debían
poner freno. Y finalizaba: “Precaviendo los acontecimientos futuros, rompamos
con la Argentina. Y rompamos con ella todos los pueblos americanos. Rompamos
porque su imperialismo constituye una epidemia bélica que urge atacarla, hasta
reducirla a la impotencia” (Carta del Enviado Extraordinario y Ministro
Plenipotenciario argentino en Bolivia, Juan G. Valenzuela, a Carlos Saavedra
Lamas, La Paz, marzo-abril de 1934, en AMREC, División de política, Bolivia y
otros, 1934).
Entre ellas cabe destacarse la Asociación Fraternal Pro Cruz Roja Paraguaya; la
Unión de Damas Argentino-Paraguayas, que recaudaba fondos para la Cruz Roja
Paraguaya, así como la Asociación de Damas Pro Cruz Roja Paraguaya de Buenos
Aires, institución que envió ingentes cantidades de mercaderías para su
distribución entre la Sanidad Militar y la Cruz Roja Paraguaya (Casal de
Lizarazu, 2002, 82-83).
Numerosos médicos sirvieron en el frente de combate, entre ellos los doctores
Carlos de Sanctis y Esteban Maradona y los cirujanos Raúl Nicolini y José Arce,
quien posteriormente declararía: “fui invitado por el gobierno de Asunción a
reorganizar los servicios sanitarios del Ejército. Con conocimiento del
gobierno argentino acepté la misión”. A la lista de voluntarios pueden sumarse
el mecánico Camaño; Gregorio Maciel, conductor de una ambulancia militar; el
Capitán Francisco Rodríguez Serpa Veyga, quien sirvió como personal técnico
especializado en comunicaciones para el Ejército paraguayo; las hermanas
Rosendi, hijas del gerente del banco “El Hogar Argentino”, que prestaron
servicios como enfermeras; y el aviador Vicente Almandos Almonacid, entre otros (Casal de Lizarazu, 2002, 68-76 y Rivarola Coello, 1982,
43).
Sin embargo, estos cuestionamientos no hacían mella en el Gobierno argentino.
Hacia marzo de 1935, es decir, a escasos tres meses de la finalización del
conflicto, la ayuda militar argentina continuaba llegando como al principio. En
carta del 16 de ese mes, el ministro Rivarola anunciaba a su gobierno que estaban
listas para embarcarse las municiones Schneider solicitadas y que Yacimientos
Petrolíferos Fiscales (YPF), la empresa petrolera estatal argentina, no
encontraba inconveniente en entregar mensualmente los 1.500.000 litros de nafta
requeridos y el aceite que fuese necesario (Carta de Vicente Rivarola a Eusebio
Ayala, Buenos Aires, 16/03/1935, en Rivarola Coello, 1982). En una de esas
partidas de material venidas de Europa se registró uno de los casos más
curiosos y que pusieron a prueba la voluntad de la Argentina de colaborar con
el Paraguay. Con motivo de un embargo de armas impuesto por la Liga de las
Naciones a ese país, fueron detenidos el 15 de marzo de 1935 en Buenos Aires
320 cajones con 24 granadas cada uno, procedentes de Francia. Ante esta traba
que impedía su reembarco al Paraguay se decidió, contando con la buena disposición de Luis Dodero, su trasbordo a lanchas de la empresa
Mihanovich que los llevarían a Asunción, siempre que se obtuviese la
cooperación de las autoridades aduaneras argentinas. Obtenida la misma, fueron
llenados los cajones con piedras y arena y devueltos al país de origen,
pudiéndose así remitirse las granadas al Paraguay (Rivarola Coello, 1982).
EL APOYO ECONÓMICO - FINANCIERO DEL GOBIERNO ARGENTINO
Además de denunciar este tipo de ayuda a nivel militar, la
Legación boliviana en Buenos Aires transcribió a La Paz la carta de un
connacional radicado en la ciudad de Goya, Corrientes, el cual informaba que
“está plenamente comprobado que esta provincia presta ostensiblemente su ayuda
al Paraguay. Se remite ganado caballar y vacuno en grandes cantidades, maíz,
harina, azúcar…” (Ayala Moreira, 1959).
En realidad, esta denuncia emitida por la Legación boliviana, involucraba a tan
solo un mínimo porcentaje del aprovisionamiento que la Argentina facilitaría a Paraguay durante la guerra. Según testimonia el
ministro paraguayo en Buenos Aires, al mantener una entrevista con Agustín P.
Justo, le enumeró las dificultades económicas y financieras por las que atravesaba
su país de cara a la guerra con Bolivia.
En respuesta, el Presidente argentino lo autorizó a visitarlo en su casa
particular las veces que fuese necesario y le prometió “su interés y su ayuda
en todo lo que de él dependa”, asegurándole en el acto un aprovisionamiento de
nafta y fuel oil para todas las necesidades del Ejército paraguayo, sin tener
que preocuparse de su abono inmediato, los cuales serían facilitados por YPF al Ministerio de Marina y éste
lo entregaría a Mihanovich para su transporte a Asunción. Asimismo, tras la
mencionada entrevista, Rivarola aseguraba poder conseguir, en similares
condiciones, todo el trigo que se pudiera consumir en Paraguay durante la
campaña (Carta de Vicente Rivarola a Eusebio Ayala, Buenos Aires, 23/03/1933, en Rivarola Coello, 1982).
En abril de 1934 Luis Dodero realizó una reclamación ante el Gobierno argentino
por la falta de pago del Paraguay por sus servicios, y amenazó con cobrarse
mediante el dinero correspondiente a una operación en ciernes a cargo del Banco
Nación. Tal actitud causó gran revuelo:
Saavedra Lamas cuestionó el modo en que se ponía en riesgo la neutralidad del
país e indicó que desconocía en absoluto que el gobierno facilitaba material
bélico a Paraguay, mientras que Justo, por su parte, se mostró molesto con la
compañía y sugirió a Rivarola estudiase la posibilidad de realizar el
transporte por otra vía, a lo que el Presidente Ayala respondió: “Es muy
difícil que nos podamos emancipar de Mihanovich, pero si pudiera lo haría”
(Carta de Vicente Rivarola a Eusebio Ayala, Buenos Aires, 12/04/1934 y Carta de
Eusebio Ayala a Vicente Rivarola, Asunción, 18/04/1934; en Rivarola Coello,
1982, 239-241). Este episodio revela hasta qué punto la Compañía Argentina de
Navegación Mihanovich tenía en sus manos al Gobierno paraguayo, poseyendo gran
capacidad de presión e influencia sobre el mismo, e incluso también sobre el
propio Gobierno argentino.
Finalmente, la cooperación argentina en el plano financiero fue otro factor
preponderante en favor del Paraguay durante la contienda. Los primeros
contactos en este sentido los desplegó Rivarola hacia mediados del año ’33 a
través del propio Presidente Justo, quien lo derivó, a fin de poder avanzar en
las gestiones, con el Director del Banco Nación, Carlos Acevedo, al cual
previamente se había dirigido el Primer Mandatario habiéndole recomendado el
asunto, diciéndole que tenía “interés político y personal” en que se le
prestara al Paraguay toda la ayuda posible. En consecuencia, ante las
restricciones que imponía el estatuto del banco y máxime en la situación de
guerra en que se encontraba Paraguay, pudiendo cualquier operación del ente
estatal comprometer la neutralidad argentina, se decidió que apareciesen como beneficiarios
el Banco Hogar Argentino, la Compañía Mihanovich y un molino harinero. En
cuanto al primero de los tres, la operación por un millón de pesos argentinos
se realizó a nombre, como titular del préstamo, del paraguayo residente
en Argentina Juan B. Gaona; mientras que en el caso de Mihanovich se le otorgó un
crédito de 500 mil pesos argentinos para aplicar exclusivamente al cobro de los
fletes que en lo sucesivo le debiese el Gobierno paraguayo. También se
gestionaron créditos por intermedio de la Compañía Americana de Luz y de la
firma Bunge & Born, pero éste último no pudo prosperar (Cartas de Vicente
Rivarola a Eusebio Ayala, Buenos Aires, 01/08/1933, 19/08/1933, 30/09/1933 y
09/03/1934, en Rivarola Coello, 1982).
No conforme con esto, ya promediando el año 1934, Rivarola inició gestiones directas
con el Ministro de Hacienda argentino, Federico Pinedo, quien le manifestó:
“nosotros necesitamos y debemos ayudar al Paraguay en la presente emergencia; a
la Argentina le conviene, y necesita que así sea, un Paraguay vencedor y fuerte en su restauración, a la que también debemos de ayudar;
debemos de proporcionarle armas y municiones y facilidades de dinero, y para
esto no debemos pedirle intermediarios, ni aceptarle garantías, dándole
directamente el dinero que necesita”. Acto seguido, el ministro se comprometió a depositar, directamente en Asunción o en Europa y a la orden que le
indicaran, cuatro millones de pesos argentinos. Meses más tarde, otros dos
millones de pesos eran entregados en cien mil libras esterlinas al Paraguay, en
París27 (Cartas de Vicente Rivarola a Eusebio Ayala, Buenos Aires, 11/08/1934 y
15/12/1934, en Rivarola Coello, 1982).
(*)Licenciado en Relaciones Internacionales y Doctor en
Historia egresado de la Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional del
Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNCPBA), Argentina. Miembro de la
Planta Estable del Centro de Estudios Interdisciplinarios en Problemáticas
Internacionales y Locales (CEIPIL), UNCPBA-Comisión de Investigaciones
Científicas
de la Provincia de Buenos Aires (CICPBA). Becario posdoctoral del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). El presente
artículo es producto de la investigación resultante del trabajo de Tesis
Doctoral “La posición de la Argentina ante la Guerra del Chaco (1932-1935).
Variables internas y externas como condicionantes de la política exterior”.
Referencias Bibliográficas
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Fuentes Editadas
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(1924-1935). Un desafío al liberalismo económico. Asunción: Arte Nuevo.
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