Por: Diego Martínez Estévez // Mas: Historias de Bolivia.
El comandante invasor a tierras bolivianas, tozudo en su propósito de rendir la
plaza fortificada de Villamontes organizada con tres líneas defensivas y un
reducto, infructuosamente y a lo largo un mes lanzó 24 asaltos contra ella.
Como promedio, en cada asalto sufrió alrededor de 300 bajas.
Al constatar que no podría sobrepasar ni la primera línea (la brecha abierta
fue restituida) trasladó su esfuerzo principal al subsector central – región de
Boyuibe.
A partir de los primeros días de marzo, un Cuerpo de Ejército al mando del
coronel Rafael Franco se lanzó al ataque contra aquel subsector central, cuyo
frente defensivo a cargo de la 7ma. División boliviana, abarcada en el norte,
desde las cercanías de la quebrada de Ipitacuapi y en el sur, hasta la quebrada
de Cuevo. (ver croquis).
Las grandes unidades de combate del Cuerpo de Ejército de Franco estaban
conformadas por:
- Esfuerzo secundario o de aferramiento: 6ta. y 9na. Divisiones.
- Esfuerzo Principal o de envolvimiento: 8va. División con un número aproximado
de 4 mil hombres.
El sector defensivo de la 7ma. División boliviana, al mando del coronel
Demetrio Ramos estaba constituida por siete regimientos, más el oportuno
refuerzo del Regimiento Colorados, transportado desde Villamontes.
El 8 de marzo de 1935, a las 4 de la mañana se inicia una violenta apertura de
fuego de artillería con granadas de 105 mm. Es el inicio de la esperada
batalla. Son fuegos que preceden el asalto de la infantería paraguaya que logra
sobrepasar la línea principal de resistencia del Regimiento Jordán donde tenía
desplegados a sus tres batallones. En esta línea y emulando a la Sección de
Hierro de la batalla de Villamontes, rinde su vida toda una sección, incluido
su comandante, el subteniente Luis Céspedes Moreno.
La situación es controlada por el experimentado Comandante del Regimiento
Jordán, el sacabeño teniente José Celestino Pinto López que con oportunas
órdenes, logra contener la brecha abierta formando un bolsón. Aún herido por un
proyectil que de rebote se aloja en su cabeza, el oficial, al despertar de su
desmayo se niega a ser evacuado y tendido entremedio de cajas de munición,
continúa comandando su Regimiento a través del teléfono.
Este ataque (secundario) se llevó a cabo en el terreno semi plano situado entre
dos elevaciones donde se encuentra Laguna Camatindi. Por detrás de esta zona se
encuentra Camiri, considerado como objetivo principal a conquistar por el
Cuerpo de Ejército paraguayo.
Entretanto, el ataque principal - la 8va. División paraguaya - se desplazaba
por más al norte para envolver a toda la 7ma División boliviana. Logró aquella
gran unidad internarse entre los vericuetos formados por la cadena irregular de
elevaciones, pero sus desplazamientos, del mismo modo que en el sector de
laguna Camatindi, venían siendo controlados por los observadores de artillería
y morteros que no tardaron las piezas en sembrar la muerte con sucesivas
ráfagas, a medida que el resto huía abandonando a sus heridos . Con estos
fuegos y la persecución efectuada por la infantería boliviana, la 8va. División
paraguaya sufrió muchísimas bajas. Esta misma gran unidad, dos meses más tarde
sería cercada en Cambeiti, logrando romperla. En todo este período que corre
del 8 de marzo al 8 de mayo, la 8va. División, en principio integrada por unos
4 mil hombres, se redujo a la mínima expresión, posiblemente de unos cien
hombres.
Muchísimos años más tarde, un ex soldado del Regimiento Bullaín, cuyo asiento
es Cuevo, le relató al suscrito, que el año 1972, con un grupo de sus camaradas
se encontraba atravesando el extenso campo de Taquiperenda (ver croquis) y de
pronto comenzaron a hundirse sus botas, constatando que eran fosas donde fueron
enterrados grupos de soldados paraguayos. Eran los restos de aquellos que en
marzo del año 1935 fueron batidos por las intermitentes ráfagas de fuego de la
artillería y morteros bolivianos cuando atacaban a los tres batallones del
Regimiento Jordán; días más tarde, por el contraataque lanzado el 11 de marzo –
35, que arrolló la débil línea defensiva paraguaya instalada en ese
subsector.
LA INFILTRACIÓN DE UNA COMPAÑÍA DEL REGIMIENTO LOMAS VALENTINAS, 1ro. DE
INFANTERIA.
Aprovechando la confusión creada por el violento ataque paraguayo a la línea de
resistencia boliviana, 88 soldados al mando de 3 oficiales, logran infiltrarse
por el borde sur de Laguna Camatindi, esto es, por el flanco izquierdo del
Primer Batallón del Regimiento Jordán. Avanzan dos kilómetros hasta tomar
posiciones en una elevación, situada al noroeste de la posición del subsector
defensivo de aquel Primer Batallón.
La infiltración es descubierta a media mañana del mismo 8 de marzo.
Quien recibió la orden de infiltración entre las líneas bolivianas, tenía que
haber sido uno de los más audaces oficiales, porque su misión era determinante:
atacar por la retaguardia para crear confusión entre las unidades bolivianas
que a su vez venían siendo atacadas por su frente. El elegido para tan delicada
misión, fue el capitán Irineo Díaz, considerado como uno de los máximos héroes
del ejército paraguaya.
A continuación, leamos el relato de la actitud demostrada por el héroe
paraguayo cuando su compañía se rindió el 10 de marzo. Este relato forma parte
del libro titulado REPETE, cuyo autor es el que fuera sargento Jesús Lara,
orgánico del Regimiento Colorados y componente de una sección de morteros y
testigo ocular de lo sucedido en el sector de Camatindi, en esos pocos días que
duró esta gran batalla.
Dice:
…”No dejó de sorprenderme ese gesto afectivo del jefe divisionario”· (Se
refiere al coronel Demetrio Ramos, Comandante de la 7ma División, misionada
para defender el sector Central – de Boyuibe al norte – y autora de la olímpica
derrota al Cuerpo de Ejército comandado por el coronel Rafael Franco en la
célebre batalla de Camatindi).
“De súbito los estafetas gritaron alborozados:”.
“-¡Los pilas! ¡Ya se han rendido! ¡Ya están aquí!”.
“Salimos presurosos a la picada. El capitán Tovar (Raúl Tovar Villa, Comandante
de Batallón del Regimiento Colorados) ponía en formación a un grupo de soldados
con uniforme azul”.
“-¡Hay tres oficiales! – borbotó alguien”.
“-¡Han caído sin un tiro! – comentó otro”.
“Caminábamos en dirección del grupo de prisioneros; pero el teniente Pinto
(Celestino Pinto, héroe de esta batalla), me dijo dando media vuelta:”.
“-No. Vamos al puesto. Necesito que usted me ayude. Ha de redactar usted un
acta de rendición”.
“El teniente coronel Ramos se agitaba emocionado”.
“-El poeta que redacte el acta de rendición – me dijo al cabo”.
“-Sí mi coronel, en eso estamos – intervino Pinto”.
“Entretanto, los oficiales paraguayos entraron al puesto. Venían trémulos de
miedo, vencidos de humillación. Se nos dirigieron los tres. Uno de ellos
ofreció un prismático a alguien. Otro alargó una hermosa brújula a un oficial
divisionario que apareció no sé de dónde. El tercero se me aproximó
atropellándome con varias cajetillas de cigarrillos en las manos extendidas.”.
“-Sírvase usted, mi…mi… Sírvase usted… - díjome con medrosa amabilidad. Le
temblaban las manos y en su mirada había una angustiosa imploración”.
“-Gracias – le dije secamente – no fumo”.
“El pobre hombre sintióse perdido y acezante y desesperado, siempre con las
manos extendidas, rogóme:”.
“-Hágame el bien de aceptarme… No me rehace usted… No me desaire.”.
“-No es por desairarle… No tengo costumbre de fumar”.
“Pasó el infeliz a ofrecer sus cigarrillos a Ivanovic. Éste le aceptó”.
“En el mismo estado psíquico sus camaradas seguían cediendo trofeos a otros
oficiales que habían acudido”.
“Nunca he visto un derrumbe de espíritu más doloroso ni una impotencia más
convencida de su desamparo. Unas horas antes, aquellos hombres eran todavía
guerreros íntegros y capaces de muchos triunfos. Unas horas antes constituían
aún una amenaza para nosotros y toda una positividad para los planes de su
comando. Ahora eran tristes guiñapos deshechos y dispuestos a echarse en el
charco de todas las ignominias. Ahora se habían convertido en seres miserables
que en su ansia de seguir viviendo nos demandaban misericordia con toda la
elocuencia de su pavor y con todo el temblor de su cuerpo.
“Uno era capitán y los otros tenientes segundos. El teniente Pinto con perfecta
cortesía les pidió la entrega de todos los papeles que llevaban. Naturalmente
ellos se apresuraron a hacerlo. El capitán le pasó su portacartaparte henchido
de planos y de órdenes. Pinto le requisó además todos los bolsillos y le
encontró una pequeña cartera de cuero, de ella extrajo algunos papeles y un
retrato de mujer. La cartera y el retrato fueron devueltos al oficial. Este
llevaba también un grueso aro de oro en un dedo. No quisimos quitárselo.
“El teniente Ivanovic y yo condujimos a los tres oficiales al comando del
“Jordán” en un camión. Ellos se mostraron un poco más tranquilos y empezaban a
hacer preguntas. Había pasado su crisis de miedo. Ramos y Pinto llegaron
enseguida con los prisioneros de tropa. Redacté el acta de rendición en los
términos que acordaron los jefes. Ramos impuso que comenzara diciendo que los
pilas se habían entregado voluntariamente rendidos en el comando del “Jordán”.
“Por qué? No me detuve a considerar las razones que tendría el jefe. El
conjunto, era un documento que no podía firmar ningún militar de honor, ningún
héroe de verdad. Para hacerlo, era necesario un apego demasiado grande a la
vida”.
“-Que lo copie de su puño y letra el capitán (Irineo Díaz) – ordenó el teniente
coronel Ramos.- Y que sea en dos ejemplares. Y que la firmen los tres
oficiales. Si no quieren firmar, los haremos fusilar. No hay remedio…”.
“Yo estaba seguro de que el capitán se negaría a copiar el acta y me temía una
catástrofe. Ya no se le veía tan miserable ni tan tembloroso como en el comando
Rodríguez. Ya creía yo oírle gritar: “No copio esto ni lo firmo. Prefiero que
me fusilen”. Pero, cuando le pusieron delante el papel y la pluma, empezó a
temblar de nuevo y el terror volvió a reflejarse en su semblante. Hizo las dos
copias y las firmó sin vacilar. Se llamaba Irineo Díaz. Era un hombre joven,
colorado y de ojos claros, como un teutón. Los otros estamparon sus firmas como
quienes saben que en ello está su salvación. Se llamaban Bernabé Ocampo y Novel
Llamosas, dos hombrecitos menudos y morenos.”.
“Con estos soldados caían ochenticinco soldados. El capitán Ireneo Díaz declaró
que él mismo los había escogido del regimiento “Lomas Valentinas”; pero uno de
los primeros había caído herido al rebasar la línea del “Jordán” y cinco
soldados habíanse desprendido de la colina llevando partes. No se sabía si
éstos cumplieron su misión o perecieron en el camino. Díaz tenía la misión de
levantar planos y estudiar la topografía del sector. No debía moverse de la
colina hasta que prosperasen los ataques de los suyos, para luego establecer
contacto con ellos y lanzarse hacia Camiri. Operaban el “San Martín”
(conformado en parte, por mercenarios argentinos), el “Lomas Valentinas” y el
“Zapadores 4” delante de un batallón del “Jordán”. El “Pitiantuta hallábase
como reserva. Estas unidades formaban la División comandada por el coronel
Franco (Rafael Franco).”.
“Todos los prisioneros, menos un soldado que había sido retenido por los
oficiales del 41 (Regimiento Colorados) con ciertos fines, fueron conducidos a
Cuevo”.
…”La colina ocupada (por la compañía paraguaya cercada) medía unos tres
kilómetros de largo. Esta mañana (10 de marzo de 1935), nuestros morteros
(cuatro piezas), fueron emplazados para concentrar su fuego sobre las
posiciones enemigas. No se disparó un tiro. Aparecieron banderas blancas en la
cumbre. El subteniente Adet Zamora subió como parlamentario y regresó seguido
de los prisioneros. El capitán Díaz obsequió su pistola al capitán Rodríguez
(Ricardo Rodríguez)”.
Veíase un montón de fusiles y de automáticas. Algunos soldados revolvían
papeles en dos cajas de munición.”.
“A un lado se alzaba un montículo de mantas y zapatos mezclados con
caramañolas, cinturones y platos. Todo aquello era el botín de la mañana. Me
acerqué a ver las armas. Había once ametralladoras livianas, de las cuales dos
eran bolivianas, cuatro paraguayas y cinco no llevaban escudo”.
“-Estas sin escudo son argentinas – me dijo un cabo veterano que custodiaba el
botín”.
(…)
“El teniente Pinto ha sido ascendido a capitán por su actuación del día 8”.
Más adelante, el sargento Jesús Lara, dice:
…”La conversación giraba alrededor de la caída del capitán Díaz. Pinto había
encontrado en el portacartaparte de aquél oficial un retrato fotografiado cuya
leyenda decía: “Capitán Irineo Díaz, héroe máximo de la guerra del Chaco,
ascendido por méritos de guerra”. El retrato pasó por todas las manos y todos
los ojos leyeron curiosos la inscripción. Contaban algunos que eran conocidas
en nuestro ejército las hazañas del capitán Díaz. Ese se había señalado como un
cuatrereador excepcionalmente hábil. Esas mismas cosas mismas refería el
prisionero que aún permanecía cerca de nosotros, al pie de un pequeño
otero”.
Así terminó la guerra para el capitán paraguayo, a quien en su país lo
consideraban como héroe, sin saber que al momento de demostrar los valores
militares que le atribuían, desplegó una actitud totalmente contraria a tales
antecedentes.
EL TRATO INFRINGIDO A UN PRISIONERO BOLIVIANO.
El mismo autor de este libro REPTE– Jesús Lara – relata sobre un soldado recién
reclutado, capturado por la Compañía del capitán paraguayo:
“Se le ha presentado (al flamante capitán Pinto) un estafeta con un zapador”.
(Los Zapadores generalmente eran considerados como no aptos para el combate y
por tanto, destinados a abrir caminos y apoyar en la apertura de trincheras).
…”Es un indio de Potosí, humilde y sumiso. En un quichua ingenuo y cordial, ha
narrado su cautiverio. Muerto de sed, fue una tarde en busca de agua. Llegó a
un curiche y se tiró de bruces. Bebió harta agua y llenó luego su caramañola.
Cuando se incorporó para regresar a su trabajo, tropezó con un fusil que le
apuntaba. “No chancees che”, dijo al soldado que le molestaba y quiso echar a
un lado el arma. Pero apareció otro soldado apuntándole también y le habló
despacio en castellano. Él, no sabe castellano. “No me demoren; estoy muy
apurado; me ha de castigar mi cabo” le dijo indignado. Siguieron diciéndole
cosas que no entendía. Luego le obligaron a caminar a culatazos y le condujeron
hasta la cumbre de un cerro. Allí había muchos soldados. Le amarraron las manos
y los pies. Unos y otros le golpeaban y le gritaban cosas desconocidas. Le
pateaban. Le abofeteaban sin cesar. Él les rogaba: “Déjenme marcharme; mi cabo
ha de creer que he desertado. ¡Qué quieren hacer ustedes conmigo!”. No le
escucharon. Más bien acudió un oficial con cara de gringo y le puso un puñal a
la garganta. ! Qué malos habían sido esos soldados de uniforme azul! Le han pegado,
casi le han degollado y le han matado de hambre y de sed. Se han tomado hasta
el agua de su caramañola. Él no esperaba encontrar gente tan mala. Su cabo es
un santo al lado de esos bandidos.”.
-¿No te diste cuenta que eran pilas?”.
“-Pilas? – gritó abriendo los ojos en un extraño gesto de estupor – con razón
me torturaron tanto…”.
“Pinto se sonrió”.
“El zapador no quiso volver a su unidad”.
“- Me hacen sufrir mucho – dijo en su quichua sencillo e ingenuo. Denme un
fusil y enséñenme a tirar. Quiero combatir”.
“Y se incorporó a un batallón del “Jordán””.
PARTICULARIDADES DE ESTA BATALLA
- El Regimiento Colorados fue enviado en camiones desde Villamontes al sector
defensivo de la Séptima División, no precisamente para reforzar al regimiento
Jordán, sino, para reforzar el extremo norte de todo el sistema por donde se
esperaba que el esfuerzo principal del Cuerpo de Ejército de Franco trataría de
envolver a aquella División. Un radiograma transmitido por el Comando en Jefe
del Ejército, con gran precisión alertó al Comandante de la Séptima División,
que el esfuerzo principal del enemigo intentaría envolverlo por “Paso del
Tigre”. Esta información llegó desde Buenos Aires, recepcionada por la Legación
Diplomática boliviana, de uno de los dos espías militares argentinos que
prestaban sus servicios en el Estado Mayor del ejército argentino. El Colorados,
ante la emergencia de tener que reforzar el cerco tendido a la compañía del
capitán paraguayo Irineo Pérez, empleó a uno de sus batallones y con el resto,
prosiguió su marcha a la región de “Paso del Tigre”, donde la fuerza envolvente
fue duramente castigada.
- De los Regimiento San Martin conformada en parte por mercenarios argentinos,
Lomas Valentinas, Pitiantuta y Zapadores 4, también estaban integradas por
niños entre 14 y 15 años, reclutados en diciembre de 1934. En total, unos 7 mil
niños fueron empleados, posiblemente en los ataques a Villamontes, Boyuibe y
Charagua. En total, entre 8 mil a 10 paraguayos, dejaron sus huesos delante de
las cordilleras a partir de Buyuibe hacia el norte y en las llanuras del
Parapeti, cuando dos Cuerpos de Ejército bolivianos se lanzaron a la
contraofensiva, el 17 de abril de 1935, culminándose a finales de mayo.
- En el lado boliviano, una parte de los soldados que integraban las filas del
regimiento Jordán, no habían aun disparado sus armas. Precisamente el 8 de
marzo, día en que el enemigo atacó a este regimiento, parte de sus tropas se
alistaban para dar su “revista”, es decir, para rendir su examen y ser
habilitados como soldados. Su primera lección de tiro se inició cuando de
inmediato fueron transportados en camiones para ser empleados en el bolsón
formado y otros sectores.
- La infiltración paraguaya fue descubierta a media mañana del 8 de marzo,
debido a una afortunada casualidad. Un estafeta le solicitó permiso al teniente
Celestino Pinto para dirigirse “al potrero” y poner a salvo el caballo de uno
de los oficiales. Con otros dos, marchó el estafeta y a los pocos minutos
retornaron para dar parte que vieron a una larga columna de paraguayos
dirigirse a la retaguardia del regimiento. Ante tan alarmante información, el
teniente Pinto que comandaba al grueso de sus unidades que combatían en primera
línea, ordenó que una patrulla vigilara a la unidad enemiga infiltrada en su
retaguardia para luego cercarla con un Batallón del Regimiento Colorados recientemente
asignado en refuerzo a su unidad. Dos días después, en la madrugada del 10 de
marzo, en lo alto de una elevación comenzaron a verse flamear banderas en señal
de rendición. La compañía orgánica del “Regimiento Lomas Valentina” se rindió
sin disparar un tiro.
Al respecto, en el libro titulado LA BATALLA DE CAMATINDI, escrito por que
fuera teniente José Celestino Pinto, se lee esto:
“El día 10 el cerco estaba consolidado. En previsión de un ataque que podía
hacer el adversario, como último recursos, se ordenó que la batería de morteros
se trasladara con las 4 piezas para controlar con fuego de destrucción si fuera
necesario. Empero, desde la madrugada pudo notarse que los sitiados ya sufrían
las consecuencias de la sed y falta de recursos”.
“En estas circunstancias se pensó oportuno enviar un parlamentario para
intimarles rendición. Fue así que el capitán Rodríguez redactó una nota para
enviarlo al Cmte. De las fuerzas cercadas concebido en los siguientes
términos:”.
“Cmte. Fracción enemiga: vuestra resistencia sería en absoluto estéril, se
encuentran totalmente rodeados, si tratan de hacer aquello, podremos emplear
armas pesadas que ocasionarían la destrucción de la unidad que tiene a su
mando. Si está de acuerdo con lo anterior, dispondré que se les guarde todas
las garantías correspondientes a prisioneros de guerra. Puede bajar al llano
que queda al E. de su colocación en formación cerrada y dejando todas sus
armas. Fdo. Cap. Rodríguez”.
“Para la entrega de este mensaje se ofreció voluntariamente el Sbtte. Víctor
Aded Zamora”.
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