Por: Roberto Prudencio R. / parte de su ensayo titulado BOLÍVAR
Y LA FUNDACIÓN DE BOLIVIA – 1977. / La Paz, Bolivia 2005.
La Asamblea Deliberante del Alto Perú, según el Decreto de 9
de febrero (31), debía reunirse el 29 de abril en la ciudad de Oruro, pero la
guerra con Olañeta, que ocupaba a la sazón las provincias de Chuquisaca y
Potosí, no hicieron posible la elección de diputados, y cuando Sucre recibió la
carta de Bolívar resolvió dar largas al asunto hasta saber la última decisión
del Libertador. La Carta conmovió el delicado y sensible espíritu de Sucre. Se
vio desautorizado por el hombre a quien más admiraba y a quien más quería.
Sintió haber obrado con precipitación; haber cometido quizá un error. Pero
sabía que en el fondo Bolívar estaría de acuerdo con que la Asamblea se
reuniera, pues había partido de él, del Libertador, la idea de convocarla, como
Sucre le hace recuerdo en su carta de respuesta. En ella le dice que el recibo
de aquella carta le ha causado "un gran disgusto", pero no contra
Bolívar sino contra él mismo, porque veía que "he cometido un error tan
involuntario, que mi solo objeto fue cumplir las intenciones de V. Mil veces he
pedido a V. instrucciones respecto del Alto Perú y se me han negado, dejándome
en abandono; en este estado yo tuve presente que en una conversación en Yacán
(pueblo cerca de Yanahuanca) me dijo V. que su intención para salir de las
dificultades del Alto Perú era convocar una asamblea de estas provincias"
(32).
Posiblemente éste era el pensamiento íntimo de Bolívar, pero
en aquellos momentos se hallaba presionado por mil encontrados intereses, tanto
los del Río de la Plata, que podían reclamar con derecho el territorio de la
Audiencia de Charcas, cuanto las pretensiones del propio Perú, “que lo ha
poseído antes y lo quiere ahora", como le decía en carta a Santander.
No era fácil, sin duda, conocer los secretos designios de
Bolívar, que se mostraba, en veces, bastante sibilino, ya que por encima de la
política ' menuda de los pueblos, él proyectaba una política de más alto vuelo.
Esta era, lo sabemos, la unión de todos los países hispanoamericanos en una
sola gran nación. Bolívar, como todo genio, tenía mucho de soñador y de poeta.
Sucre, en cambio, era menos soñador y, por lo tanto, más realista. Comprendía
que era necesario organizar políticamente el Alto Perú antes de dejar el
ejército y volver a su país, como era su deseo. Estaba empeñado en tal
designio, pero no se atrevía a tomar decisiones sin el consentimiento de
Bolívar. La autorización para que se reuniera la Asamblea, felizmente no tardó
en llegar.
Cuando Bolívar supo el dictamen del Gobierno de Buenos
Aires, de dejar a las provincias altoperuanas "en la más completa libertad
para que acuerden lo que más convenga a sus intereses y gobierno" (33), y
como el Congreso del Perú se había manifestado en acuerdo y conformidad con
esta política, se apresuró a dictar el Decreto de 16 de mayo que, en sus
considerandos, dice "Que el soberano congreso del Perú ha manifestado en
sus sesiones el más grande desprendimiento en todo lo relativo a su propia
política y a la de sus vecinos" y "que su resolución de 23 de febrero
del presente año manifiesta explícitamente el respeto que profesa a los
derechos de la república del Río de la Plata y provincias del Alto Perú",
y en el artículo primero, expresa: "Las provincias del Alto Perú, antes
españolas, se reunirán conforme al decreto del gran mariscal de Ayacucho, en
una asamblea general para expresar libremente en ella su voluntad sobre sus
intereses y gobierno, conforme al deseo del poder ejecutivo de las provincias
unidas del Río de la Plata y de las mismas dichas provincias" (34).
Bolívar como político era en extremo sagaz, como arrebatado
y drástico había sido en la guerra. Viéndose el dirimidor de la política de
casi toda Sur América, no le gustaba que lo mirasen como autoritario e
imperioso; deseaba armonizar la voluntad y aspiraciones de los pueblos,
"conciliar todo lo que era conciliable" y no herir la susceptibilidad
de los gobiernos. El esperaba que, sin violencia, se cumplieran sus altas
finalidades, las que no eran siempre compatibles con los intereses de los
partidos y con las ambiciones de los hombres. En carta a Sucre, enviándole el
Decreto de referencia, le decía: "V. verá por él que concilio todo lo que
es conciliable entre intereses y extremos opuestos. No creo que de ningún modo
me puedan culpar los pretendientes al Alto Perú; porque sostengo, por una
parte, el decreto del congreso peruano, y adhiero, por otra, a la voluntad del
gobierno de Buenos Aires. Por supuesto, dejo en libertad al Alto Perú para que
exprese libremente su voluntad... No debo dejar de declarar a V. francamente,
que yo no me creo autorizado para dar este decreto y que solamente la fuerza de
las circunstancias me lo arrancaran, por no dejar mal puesta la conducta de V.;
por complacer al Alto Perú; Por acceder al Río de la Plata; por mostrar la
liberalidad del congreso del Perú, y por poner a cubierto mi reputación de
amante de la soberanía popular y de las instituciones más libres" (35).
En esta carta Bolívar revela su profundo sentido
democrático, y su respeto por la voluntad de los pueblos, ya que era manifiesto
el deseo del Alto Perú de constituirse en nación independiente. No oculta sin
embargo sus escrúpulos de orden legal, pues no se siente con facultades
legislativas como para convocar a una Asamblea y fundar un nuevo Estado. Por
eso deja bien en claro que toma ese camino no por su arbitraria voluntad, sino
por circunstancias que lo obligan, y que no son tanto las que anota, como otras
de mayor peso que ya se manifestaban para él. Estas eran, a no dudarlo, las
fuerzas imperativas de la geografía y de la historia.
Bolívar al acercarse al Alto Perú, iba comprendiendo que esa
tierra milenaria del Kollasuyo, que después fue Audiencia de Charcas,
constituía una unidad geográfica, como lo diremos adelante, y que estaba
llamada a desempeñar una importante función política por su ubicación entre la
Argentina y el Perú. Bolívar sabía también de su pasado, de la cultura que
emanaba de la Universidad de Charcas, de las riquezas argentíferas del cerro de
Potosí, y sobre todo de su larga lucha libertaria que arrancaba de los primeros
gritos de independencia que se habían escuchado en América.
Recordando la gesta heroica de las provincias altoperuanas,
Bolívar quiso terminar en ellas su largo recorrido libertario desde Venezuela,
atravesando Colombia, Ecuador, Perú hasta llegar al territorio que debía
constituir la nueva nación que llevara su nombre. El había jurado en el monte
Sacro de Roma libertar la América del sur, y quizás en lo alto de aquel célebre
cerro pensó en llegar hasta otro cerro célebre, el de Potosí, que había dado
tantas riquezas y con las riquezas tanto poder a España. El debía destruir ese
poder en América, en una lucha larga, encendida, sin desmayos, sufriendo la
amargura de las derrotas, la incomprensión de los hombres y hasta la traición
de muchos de los suyos, pero saboreando también el placer de los triunfos, la
aclamación de los pueblos y la noble fidelidad de hombres de la integridad
moral de un Sucre, a quien había enviado al Alto Perú antes de él, y con cuya
ayuda debía poner las bases de la nueva nación.
Pero con un profundo sentido democrático, él no quería
hacerse presente hasta que los hijos de aquellas tierras regadas por la sangre
de años de lucha, reunidos en Asamblea Deliberante, decidieran por sí mismos de
su suerte y construyeran su destino. Por eso, en la citada carta a Sucre, le
dice también: "Para dejar en plena libertad a esas provincias de obrar sin
coacción, he determinado no ir al Alto Perú sino dentro de dos meses
cumplidos... Así, para cuando yo llegue al Alto Perú, la asamblea habrá
decidido las cuestiones que ella misma se proponga sobre sus INTERESES Y
GOBIERNO, como dice el general Arenales. Esta debe ser la base de sus
deliberaciones para no dejar derecho al Río de la Plata para que nos impute
ninguna usurpación o inmisión en sus negocios nacionales, pues, francamente
hablando, nosotros no tenemos derecho para introducir ninguna cuestión en esa
asamblea que pueda producir un principio fundamental para sus instituciones.
Por lo mismo, V. ponga en ejecución el decreto de hoy, mandando que se reúna
inmediatamente en un lugar dado, que V. señalará, la asamblea general. El lugar
de la asamblea debe estar despejado de tropas del ejército libertador, a veinte
leguas en contorno; ningún militar se encontrará en todo el ámbito señalado; un
juez civil mandará dicho lugar, y, por supuesto, V. estará lo más lejos que
pueda; pero de ningún modo deberá V. abandonar el territorio del Alto Perú,
porque su mando le está enteramente cometido" (36).
La Asamblea General se reunió en Chuquisaca en julio de
1825, como se le comunicó al Libertador en nota firmada por su Presidente José
Mariano Serrano y por sus Secretarios Angel Mariano Moscoso y José Ignacio de
San Ginés. En dicha nota le dicen que la Asamblea “En los transportes de su
gozo, bendijo mil veces el nombre famoso de V. E., por cuyo heroico esfuerzo e
inefables sacrificios el aire que respiramos es ya un elemento de paz, de
libertad, de esperanza y de dicha. Recordó con entusiasmo que la espada de V.
E., exterminando tiranos viles, derroca un edificio construí do sobre
injusticias, para que se levanten otros, cimentados en bases razonables, en que
respire la humanidad hollada y abrumada" (37).
Referencias
32.- La carta de Sucre es de 4 de abril. Ibid. t. 1, pág.
147.
33.- Instrucciones de Juan Gregorio Las Heras a Juan Antonio
de Arenales. Ibid. t. 1, pág. 94.
34.- El Decreto se halla en la pág. 220 del t. 1, de la obra
citada.
35.- La carta es de 15 de mayo, datada en Arequipa. Ibid. t.
1, pág 214.
36.- Ibid., pág. 215.
37.- La nota es de 19 de julio, datada en Chuquisaca. Ibid.
t. 1, pág. 273.
-----------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario