Fuente: EL LIBERTADOR EN BOLIVIA. De: LUCIO DIEZ DE MEDINA / La Paz – Bolivia
1954. // Para más: Historias
de Bolivia.
Seguido de numerosa cabalgata y una gran muchedumbre abandonó la ciudad de
Potosí el 31 de octubre; abstraído iba como en un suelo portentoso, llevando
tantas emociones que apenas cabían en su ardorosa mente. Por momentos cerraba
los ojos y la imagen de un amor apasionado arrebatábale totalmente; cuando
llegó cerca de la frontera de Sucre, desde las alturas de Bartolo divisó el río
Pilcomayo; el ambiente iba tornándose ya plácido y primaveral y las arboledas
que cubrían las márgenes del río ya presagiaban ese vergel que era todo el
trayecto hacia la ciudad de Chuquisaca. Los arroyos transparentes en cuyo fondo
rutilaban las piedras y los helecho, el aire embalsamado, el ambiente límpido,
el azul transparente y la luz que era una caricia en el semblante rígido de los
guerreros, todo auguraba las delicias del clima de la ciudad llamada la Atenas
de América por su célebre Universidad y la cultura y aristocracia únicos de su
hijos; todas las poblaciones pequeñas del trayecto rivalizaban para agasajar a
Bolívar con las atenciones y cariños más sencillos y apasionados. Desde Yotala a
las nueve leguas de la ciudad ya iban agregándose jinetes y grupos de
admiradores que pugnaban por conocerle y estrecharle las manos. Cerca ya de la
ciudad una multitud de jinetes y pueblo rodeó al héroe. Grupos de indígenas
ataviadas con trajes vistosos y al son de sus instrumentos danzaban alegres
poniendo una nota pintoresca. Faltando todavía una legua atravesó la comitiva
entre arcos triunfales, ornados de flores, guirnaldas, banderas, y gallardetes,
entre vivas y aclamaciones delirantes.
Ya cerca de la ciudad se adelantaron las comisiones, corporaciones, colegios y autoridades; el prefecto de la ciudad y amigo de Bolivar, el general Andrés de Santa Cruz le dio la bienvenida en una breve pero expresiva alocución. El ingreso a la ciudad renovó la apoteosis de Lima, Cuzco, La Paz y Potosí: todas las calles estaban profusamente engalanadas de arcos llenos de riquísimas pedrerías, flores, blasones y encajes; el pavimento había desaparecido entre alfombras de flores y mixturas; de todos los balcones y ventanas caía una lluvia de flores, esencias y guirnaldas; se agitaban los pañuelos y las manos más lindas y los ojos más ardientes saludaban al Libertador. Al llegar a la plaza principal (junto al Cabildo se había erigido un templo de madera al estilo griego) la muchedumbre rompió filas y entre el estruendo de aclamaciones, las salvas de artillería y el repique de campanas, hubo un momento que la comitiva quedó paralizada difícilmente se abrió paso hasta el estrado del “emblemático templo”, donde Bolívar echó pie a tierra cuando ascendía los peldaños “improvisadamente se abrieron las puertas y una armoniosa y coreada música hirió sus oídos, mientras sus ojos sentíanse deslumbrados por la presencia de doce hermosas jóvenes, que viéndole entonaron un himno glorioso, saludándole como al dios de la guerra y la paz. No bien había salido del asombro de esta sorpresa, cuando dos de ellas se separaron de las otras y cantando bellísimas estrofas, intentaron ceñir a su cabeza con una guirnalda de oro, desviándola con la más fina galantería, y sobrecogido aún, apocándose agradeció tan sublime oblación, que bastaría, dijo, para divinizar al mortal que la mereciere...
Ya cerca de la ciudad se adelantaron las comisiones, corporaciones, colegios y autoridades; el prefecto de la ciudad y amigo de Bolivar, el general Andrés de Santa Cruz le dio la bienvenida en una breve pero expresiva alocución. El ingreso a la ciudad renovó la apoteosis de Lima, Cuzco, La Paz y Potosí: todas las calles estaban profusamente engalanadas de arcos llenos de riquísimas pedrerías, flores, blasones y encajes; el pavimento había desaparecido entre alfombras de flores y mixturas; de todos los balcones y ventanas caía una lluvia de flores, esencias y guirnaldas; se agitaban los pañuelos y las manos más lindas y los ojos más ardientes saludaban al Libertador. Al llegar a la plaza principal (junto al Cabildo se había erigido un templo de madera al estilo griego) la muchedumbre rompió filas y entre el estruendo de aclamaciones, las salvas de artillería y el repique de campanas, hubo un momento que la comitiva quedó paralizada difícilmente se abrió paso hasta el estrado del “emblemático templo”, donde Bolívar echó pie a tierra cuando ascendía los peldaños “improvisadamente se abrieron las puertas y una armoniosa y coreada música hirió sus oídos, mientras sus ojos sentíanse deslumbrados por la presencia de doce hermosas jóvenes, que viéndole entonaron un himno glorioso, saludándole como al dios de la guerra y la paz. No bien había salido del asombro de esta sorpresa, cuando dos de ellas se separaron de las otras y cantando bellísimas estrofas, intentaron ceñir a su cabeza con una guirnalda de oro, desviándola con la más fina galantería, y sobrecogido aún, apocándose agradeció tan sublime oblación, que bastaría, dijo, para divinizar al mortal que la mereciere...
“Cada una de las jóvenes, que ninguna llegaba a los diez y siete años, estaba
vestida de blanco y en analogía con el que representan las deidades, y estaban
presididas por un de las señoras más respetables de la ciudad; llevaban todas
canastillas de flores con que regaron el pavimento al penetrar el Libertador.
Ensayadas de antemano en el canto al son de la música habían adquirido toda la
posesión y regularidad suficientes par el fiel resultado de la poética escena,
que fue plenamente aplaudida por la grata impresión de sorpresa causada al
Libertador” tal el relato de esta hermosa escena hecha por el Secretario del Gran
Mariscal. Don José María Rey de Castro.
A continuación se celebró un solemne Te Deum y luego la comida en el Palacio.
Al día siguiente se celebró una majestuosa misa a la que concurrieron el
Libertador, el Gran Mariscal, su séquito autoridades y la más distinguida
sociedad. A continuación se realizó en Palacio una recepción democrática;
deseaba el Libertador abrazar a todos los bolivianos personalmente. Recibió las
arengas y saludos más emocionados y su palabra de respuesta fue un augurio de
felicidad y progreso para la nueva nación. En la noche se realizó un suntuoso
banquete en el que se renovó la gentileza, el señorío y el patriotismo con que
fueron agasajados los ilustres huéspedes. La palabra de Bolívar era la
luminaria que deslumbraba todos los corazones. Fue en tan solemne acto, que el
Gran Mariscal Sucre, rindió justiciero homenaje a la ciudad de La Paz; “propuso
se consagrara un sagrado recuerdo al excelso día en América, en la ciudad de La
Paz, el grito de independencia, grito que repercutiendo en todos los ángulo del
continente, preparaba ya el día glorioso que entonces nos reuniría en torno al
campeón de la libertad, de esa fúlgida estrella que regía nuestros destinos.
Inextinguible era la explosión de aplausos con que fue acogido, sobresaliendo los
bolivianos como que sentían enaltecerse su justo orgullo” (2) A continuación se
desarrolló un magnífico baile que se prologó hasta las primeras horas del días
siguiente; el júbilo, buen humor y entusiasmo rodeaba en aureolas a los
libertadores, en cuyas galantarías rivalizaban las damas, matronas y señoritas
que personificaban la hidalguía, la belleza y todo ese reino espiritual que ha
hecho proverbial la cultura y el don de gentes de la hidalga Chuquisaca.
Impresionados por tantas muestras de afecto y de suprema distinción, escribió
al general Santander: “He llegado aquí hace ocho días y he sido recibido con
una elegancia y una gracia digna de la antigua Grecia. Estos pueblos cada día
muestran más adhesión a sus libertadores; y a la verdad, ellos se han
anticipado a los beneficios: ellos han creído que la sabiduría misma debía
venirles de nuestras manos, así me han pedido leyes fundamentales y antes
habían pedido un magistrado y defensores de su libertad y sus leyes”.
En el poco tiempo que le quedaba libre durante su estadía en Chuquisaca,
después de la portentosa forma en que fue recibido, empezó a dictar las medidas
más necesarias al engrandecimiento de Bolivia y sobre todo, inició su gran
trabajo el proyecto de Constitución que le había pedido el Congreso Boliviano.
Retirado en el jardín del Palacio, había hecho acomodar la hamaca que siempre
llevaba consigo; lejos del bullicio y al amparo del clima ideal de Chuquisaca,
meditaba sus grandes concepciones; debatía con sus amigos y especialmente con
el Mariscal Sucre, las posibilidades, los sistemas y las diversas formas de
gobierno que habían venido sucediéndose al través de la historia y los que
regían a los países más cultos del mundo; aquel retiro del Libertador, como
afirma Rey de Castro, era un patriótico aerópago en el que se buscaba la
prosperidad de la nueva nación. Y así se multiplicaron los estudios, leyes,
decretos y toda suerte de medidas que dictaba el Libertador conjuntamente con
el Gran Mariscal, sobre Hacienda publica, instrucción, ejército, minería,
agricultura, comercio, industria y otros.
En un pueblo recién salido de la esclavitud y en que todo se hallaba en
desorden, conociendo a los americanos como a sus propios hijos, con realista
sabiduría, buscó el mejor camino para llevarlos a la realización de sus
ideales; evitó las innovaciones que, entonces, ahora y siempre constituyen el
paso muerto, de cuanto funcionario o administrador tiene la manía de alterarlo
todo, por eso prefirió las antiguas leyes españolas y las costumbres de los pueblos,
sin embargo derogó unas y reformó otras para adaptarlas a las realidades nuevas
que trajo la revolución; señaló el Código de Indias para que rigiera el
desenvolvimiento de la sociedad, mientras se dicten nuevas leyes; en esto como
en mil aspectos de la vida americana mostró su clarovidencia genial.
Estableció Tribunales y Cortes de Justicia en los principales departamentos;
impuso la más severa economía; creó nuevas fuentes de riquezas; abolió los
tributos que pesaba sobre la desvalida raza indígena, y las contribuciones
extraordinarias.
Pero donde puso el máximum de su esfuerzo fué en la educación pública, base
fundamental para el desarrollo y progreso de una colectividad, como veremos en
el capítulo pertinente.
Adelantándose al porvenir pensó que Bolivia debía desarrollar la agricultura,
ya que sus rentas provenían en su totalidad de la minería. Dispuso que
comisiones competentes explorasen los mejores territorios; pidió informes sobre
el número de fincas rurales en estado de cultivo, naturaleza del terreno,
número de trabajadores y las mejoras que se podían implantar para el
mejoramiento de las faenas agrícolas.
Mandó realizar una distribución de tierras en el departamento de Santa Cruz,
entre los solicitantes que se comprometieran a cultivarlas. En otras regiones
donde faltase agua y bosques, dio privilegios y estímulos a quienes quisieran
trabajar en ellos; procedió a la apertura de nuevos caminos y al mejoramiento
de los existentes; ayudó al comercio, redujo los derechos sobre importaciones,
destruyendo el contrabando y los fraudes; declaró libre de derechos la
importación de máquinas de explotación de minas; repartió tierras a los
indígenas; redujo al 8% las importaciones sobre avaluós; declaró libre la
internación de mulas de Tucumán; aplicó o mandó aplicar el noveno y medio sobre
la masa decimal para los hospitales; fundó en Chuquisaca una “Sociedad
Económica” destinada a promover el adelanto de las industrias y estudiar las
demandas del comercio y de las colectividades; dio mayor eficacia a la “ Comisión
Permanente” formada en la Asamblea Nacional por su iniciativa; fundó el puerto
de La Mar, previo estudio y mejoras en Cobija de la provincia de Atacama; sin
que posteriormente las autoridades hubiesen seguido esta línea de conducta; de
ahí que abandonadas nuestras costas, fuesen fácil botín de la codicia creciente
de los vecinos cuando se descubrieron grandes riquezas de salitre y huano en
esos territorios alejados de los centros vitales del país.
Cerró su admirable administración, expidiendo el Reglamento de elecciones y
delegando el mando al Gran Mariscal de Ayacucho. Cinco meses de arduas labores
abarcó su estadía en Chuquisaca, proficuas, felices, llenas de iniciativas y
coronadas también por halagüeñas realidades con que se coronaban sus obras; instruyendo
a todos, ayudándolos, aconsejándolos, sin dejar por ello de sostener una
profusa y continuada correspondencia no solo con los gobiernos del Perú y
Colombia, con los miembros de la Asamblea del Istmo de Panamá, con los altos
jefes de los ejércitos libertadores, con sus amigos y personajes eminentes de
América y de Europa. No escapaba a su atención el cuidado y organización de las
milicias por más alejadas que se hallasen, sin perder detalle sobre sus
acantonamientos, distribución y traslado a distintos puntos del extenso campo
en que actuaban; instruía a los jefes sobre diversa materias técnicas, daba
lecciones a los diplomáticos, como en la carta al general Heres; fue en
Chuquisaca que las águilas de su pensamiento político volaban a Buenos Aires y
Río de Janeiro, a Cuba y Puerto Rico, con las concepciones más audaces y
generosas, y aún quedábase tiempo para el florecimiento de sus afectos íntimos
y entonces su inspiración florecía en las hermosas cartas de amor que salió
jamás de la pluma de un hombre.
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