Oropeza Alcocer, héroe de la Defensa de Villamontes y meritorio defensor de los
sectores Cayoja, Caigua y Tarairí. // Este artículo fue escrito por Daniel
Oropeza Alba y publicado en el periódico Correo del Sur el 13 de junio de 2015.
Apenas cumplidos los 15 años de edad, Daniel Oropeza Alcocer trocó su vida de
colegial por las armas de la patria, que exigían a sus denodados hijos el
sacrificio de la vida por salvar la integridad nacional, en una guerra
precipitada y desprovista del conocimiento de la zona de operaciones.
Se presentó de voluntario en su natal Cochabamba y partió en contingente de
tropa como soldado raso al teatro de operaciones, donde sus acciones destacadas
le merecieron ascensos de grado.
MADRINA DE GUERRA, VIRGEN DE LA MERCED
Una inveterada costumbre en los conscriptos consistía en nombrar una madrina de
guerra, que le obsequiaba una pulsera con el nombre del soldado y sus datos,
para que sea identificado.
La mayoría de los jóvenes nombraban por madrinas a sus parientes, enamoradas o
damas distinguidas. Daniel Oropeza escogió a la Virgen de La Merced.
En el transcurso de la contienda bélica, la madre del soldado, María Lourdes
Alcocer, asistía a la Catedral de Cochabamba a escuchar incluso tres misas
seguidas para rogar por la integridad de su hijo, recomendando que su madrina
lo ampare.
En la correspondencia familiar de la época se conserva una emotiva carta de la
madre al hijo en campaña que, entre otras cosas, dice: “Hijo: prefiero saber
que has muerto en defensa de la patria, a saber que estás prisionero del
enemigo, pero tengo fe que tu Madrina (de guerra, la Virgen de La Merced) te
devolverá sano a mi lado”. Palabras de añoranza y aliento que se hicieron
perdurables en la memoria del héroe.
MANIOBRAS DE GUERRA, MORIR O MATAR
El bautizo de fuego, o la primera acción de guerra, donde la vida misma está
sopesada ante el dilema absoluto de morir o matar, suele ser el recuerdo más
trágico que la memoria no alcanza a depurar, y para el soldado Oropeza esta
acción sucedió en el Sector Cayoja, donde a las órdenes de su comandante fue
puesto de centinela y advertido de las silenciosas tácticas de los zapadores
paraguayos, que machete en mano asolaban la vanguardia boliviana.
“El abrazador calor del Chaco imponía el rigor de su castigo y sus rayos
nublaban la vista, en eso, el ruido de hojarascas me advirtió el peligro, logré
divisar a distancia una silueta y, con el mayor sigilo, apunté mi fusil al
rostro del enemigo y descargué el proyectil”, recuerda el mayor Oropeza.
Inmediatamente, el Oficial al mando reconoció el cuerpo del caído, que
resultaba ser N. Gonzales, temerario y valiente zapador paraguayo natural de
Villa Hayes y padre de dos hijos varones.
Semejante acción sumergió al novel conscripto en un estado de estupor por tres
días, no obstante de servirle de ascenso al grado de Cabo, y despertó en él una
valentía que demostraría con creces en la Picada Santa Cruz y la Sección
Tarairí.
LA BALA HUYE DEL QUE LA BUSCA…
Para la organización de la Defensa de Villamontes, sus méritos ya le habían
servido para ganar el grado de Sargento, y fue comisionado como comandante de
un nido de ametralladora. Allí, con su pesada arma “Vickers”, marcada con el
número 333 y al mando de un grupo de cinco hombres alimentadores y aguateros de
la pieza, su función era controlar el campo minado y diezmar al ejército
paraguayo.
“Los paraguayos llegaban embriagados, en constantes oleadas, intentando romper
la primera línea (boliviana), y nuestra misión fue repeler ese ataque desde la
chapapa de la ametralladora, expuestos a que la artillería paraguaya nos reglee
con sus morteros. Aquí el que huye de la bala, muere, y el que la busca, vive”,
agrega el mayor Oropeza.
Este episodio de la Guerra del Chaco ha sido la más contundente victoria del
Ejército boliviano, al mando del general potosino Bernardino Bilbao Rioja,
quien recibió por ella el título póstumo de “Mariscal del Chaco”.
Se constituye también en el mayor repunte de las armas de la patria y de la
moral de tropa, que a partir de este momento quiso avanzar hasta las antiguas
fronteras y solamente fueron detenidos por la artera diplomacia internacional.
EN LA GUERRA NO HAY ATEOS
Sentencia el mayor Oropeza: “Hasta los más ateos en la guerra se encomiendan a
Dios”. Muchos soldados de instrucción universitaria, en los escasos segundos de
seguridad con que contaban, debatían sobre la política interna y sobre la
incapacidad del mando militar, y renegaban de su suerte “deseando algunos no
haber nacido”
En esto, los ateos se burlaban de los soldados devotos llamándolos cobardes,
curas o “adiosados”. Pero cuando el clamor del combate los llamaba, “eran los
primeros en persignarse y empezar a rezarse para no ser destinados a primera
línea”, agrega el benemérito de la Patria, y si resultaban vivos se volvían los
más creyentes.
“Había misas de campaña. Una de esas fue el 13 de junio, día de San Antonio de
Padua, donde nos dieron orden de disparar la mitad de nuestro parque de
municiones, y al día siguiente, entre llanto de emoción y alegría, fue la paz”.
LA PAZ DEL CHACO Y LA CARRERA MILITAR
Terminada la contienda por la paz del Chaco, las tropas no retornaron
inmediatamente a sus regiones de origen; al contrario, siguieron movilizadas
durante todo el año 1935. En este periodo, muchos ciudadanos escogieron
continuar en la carrera de las armas y permanecer en el ejército en tiempo de
paz.
El sargento Oropeza fue licenciado el 6 de marzo de 1936, cuando había cumplido
17 años, y, luego de la guerra abrazó la carrera militar, que lo mantuvo activo
por más de 50 años, siendo destinado a diferentes unidades militares en La Paz,
Potosí, Chuquisaca, Santa Cruz, Cochabamba y Oruro.
DESTINO A PANAMÁ
Destinado a la Escuela de las Américas en Panamá, en 1966, conoció en aquella
unidad de instrucción militar a diferentes oficiales representantes de todos
los países del continente americano. Uno de ellos fue el capitán Gonzales,
oriundo del Paraguay, quien al saber que el capitán Oropeza había luchado por
su país en la Guerra del Chaco, con mucha expectativa se propuso conversar
acerca de esos sucesos.
“El capitán Gonzales se presentó como oficial paraguayo, entusiasmado de
conversar de la guerra; me preguntó en qué lugares yo había combatido y, luego,
me comentó que su padre también fue un destacado soldado paraguayo en la
guerra, y que cayó muerto en el Sector Cayoja. Le pregunté el nombre de su
padre y el capitán Gonzales me respondió: ‘Néstor Gonzales’. Mi sorpresa fue
enorme al conocer este dato. Entonces le pregunté, casi absorto, de qué lugar
era su difunto padre, y él me respondió: ‘De Villa Hayes’. Entonces supe con
precisión de quién se trataba, y ante la majestad de la muerte me percaté que
yo había matado a su padre”.
“Le pregunté el nombre de su padre y el capitán Gonzales me respondió: ‘Néstor
Gonzales’. Mi sorpresa fue enorme al conocer este dato. Entonces le pregunté,
casi absorto, de qué lugar era su difunto padre, y él me respondió: ‘De Villa
Hayes’. Entonces supe con precisión de quién se trataba, y ante la majestad de
la muerte me percaté que yo había matado a su padre” (mayor Daniel Oropeza
Alcocer que, a los 97 años de edad, es uno de los últimos oficiales beneméritos
de la Patria)
EL SINGANI, UN ELIXIR PARA LA LONGEVIDAD
A sus 97 años de vida, el mayor Daniel Oropeza mantiene lúcida la mente y
activo el cuerpo, no obstante los avatares de su vida. Según su parecer, esta
prodigiosa conservación se debe a su pasión por el singani, noble bebida
destilada de la vid, denominación de origen boliviana, de tradicional
elaboración en los departamentos de Chuquisaca, Potosí y Tarija.
“Desde mi juventud yo degustaba del buen singani que producía mi mamita de las
vides de su huerta, y siempre he disfrutado de un sabroso cóctel de fruta
cítrica con singani, incluso cuando me destinaron en Carandaiti no me ha
faltado singani. Ese es mi secreto para vivir bien y conservar la salud”.
Es parte de su dieta de mediodía un cóctel de toronja como aperitivo. Lo
degusta mientras departe con familiares y amigos, alternándolo con lecturas o
con la revisión de sus “Memorias en Campaña”, documento de los acontecimientos
que le tocó vivir y con el que espera homenajear a los valerosos soldados y
oficiales caídos en campaña, a los que él ha visto morir en acción heroica y
también a aquellos que lograron sobrevivir.
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