Foto: Soldados en el Regimiento Camacho antes de partir al
"infierno verde" / La Patria. //
Por: Joaquín Loayza Valda.
Por vez primera después de la Guerra de la Independencia, entre julio de 1932 y
junio de 1935, durante la realización de las acciones de la Guerra del Chaco,
la nación boliviana concurrió a una conflagración internacional integrada por
todas sus clases sociales y procedencias regionales. Aunque muchos de los
combatientes no estaban de acuerdo con las causas que propiciaron el
conflicto internacional y el modo de resolverlo, prevaleció en todos la
convicción de defender la integridad territorial de Bolivia, consolidar el
acceso de nuestro país al océano Atlántico a través de un puerto sobre el río
Paraguay y garantizar la soberanía nacional de los yacimientos petroleros del
chaco.
Como la guerra es la continuación de la política a través de medios violentos,
es lógico inferir que el desarrollo y desenlace de la Guerra del Chaco estuvo
condicionado a la capacidad y potencialidad económica, política, orgánica e
ideológica que las diferentes clases sociales poseían en las relaciones
sociales de producción antes y durante el conflicto. Como se conoce, si bien la
burguesía liberal aún se sostenía sobre un innegable poder económico que se
prolongaría durante diecisiete años después de la finalización de la contienda,
su capacidad de liderazgo social y político estaba seriamente afectado por el
fraccionalismo político y la crisis económica mundial, de suyo, la
responsabilidad de la conducción política, internacional y militar de la conflagración
recayó inexorablemente sobre ella. El proletariado, exiguo en un país apenas
vinculado a la producción social capitalista, no poseía aún el poder político y
económico que habría de adquirir años después con la fundación de la Federación
Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), la Federación de
Trabajadores Fabriles de Bolivia (FTFB) y la Central Obrera Boliviana (COB). El
campesinado, miserable, sobreexplotado dentro de unas relaciones sociales de
producción pre capitalistas, carente de relación con el conocimiento, aunque se
había sublevado reiteradamente en las décadas precedentes, no poseía la
capacidad política ni económica para constituirse en un referente histórico que
propiciara cambios trascendentales. Correspondió a la clase media erigirse en
el punto de gravitación política y social que definiría el curso de la guerra y
de los acontecimientos que se suscitaron en la economía, la política y en la
sociedad en los años posteriores hasta la finalización del siglo XX.
Las razones de este protagonismo pueden encontrarse en tres causas que
deductivamente son: Primera, el ascenso mundial de la clase media expresada en
su lucha contra los monopolios en Estados Unidos de Norteamérica; la fundación
del Partido Laborista en el Reino Unido y su llegada al poder; el desarrollo de
los conceptos y principios del capitalismo de Estado para, entre otros
aspectos, fortalecer a la clase media e incorporar grandes segmentos del
proletariado y, aún, del lumpen a ella; el surgimiento de los movimientos nacionalistas
en Europa, cuya máxima expresión fueron el Partido Nacionalsocialista Obrero
Alemán (NAZI) y el Partido Nacional Fascista en Italia; y en América la
revolución mexicana, el Estado Novo en el Brasil, entre otros. Segunda, la
insurgencia de un movimiento de clase media en Bolivia, constituido por
diferentes corrientes ideológicas y orgánicas, que confluyeron en una propuesta
política cuyo mayor referente fue el programa de la Federación Universitaria de
Bolivia (FUB) que incorporó las reivindicaciones sustanciales de la lucha
política del siglo XX, como la nacionalización de las minas, la reforma
agraria, la nacionalización del petróleo, el voto universal, la igualdad de
derechos para la mujer, etcétera, sobre la base de una articulación ideológica
disímil que incluía axiomas del marxismo, del capitalismo de Estado, del
anarquismo, del nacionalsocialismo y de la doctrina social de la iglesia.
Tercera, la naturaleza individual que, en general, poseían los jóvenes de la
clase media, quienes, además de la conciencia que tenían acerca de su
insurgencia universal y nacional en el quehacer político, económico, ideológico
y cultural de la sociedad, poseían determinadas condiciones humanas que los
definieron como los protagonistas fundamentales de la guerra y de los
acontecimientos que se producirían como consecuencia de aquella: estaban
vinculados, desde las capitales departamentales o provinciales, a la economía y
la cultura rural, conocían la conciencia campesina, se comunicaban, además del
español, en la lengua madre de las comunidades campesinas, eran capaces de
desplazarse largas distancias en cabalgadura o a pie, vadeaban ríos o los
atravesaban al nado, conocían las destrezas de la cacería y del manejo de las
herramientas de labranza, no remilgaban ante ningún alimento, etcétera,
etcétera.
Todas estas condiciones explican las razones del comportamiento hegemónico de
la clase media en la conducción en la Guerra del Chaco y de la actuación
destacada de determinadas personalidades que, procedentes de ésta, perduran en
la memoria histórica de nuestro pueblo, como Manuel Marzana, Víctor Uztáres,
Edmundo Andrade, Tomás Manchego, entre otros, y de quienes después de la guerra
y como consecuencia de ella, alcanzaron un protagonismos histórico que se
extendió por todo el siglo XX, como Víctor Paz Estenssoro, Hernán Siles Suazo,
Juan Lechín Oquendo, Walter Guevara Arze, para señalar sólo algunos nombres.
La evidencia documental también permite destacar la experiencia dominante de la
participación de la clase media en la Guerra del Chaco, como el libro
Masamaclay, de Roberto Querejazu Calvo; las fotografías de Luis Bazoberry
García, los dibujos de Gil Coimbra Ojopi, los relatos de Augusto Céspedes, la
novela Repete de Jesús Lara y la música que, durante y después de la campaña,
fue compuesta por los maestros que vivieron directa o indirectamente el fragor
de los combates, como Miguel Ángel Valda, José Lavadenz Inchauste, Humberto
Iporre Salinas, Antonio Auza Paravicini o Teófilo Vargas.
De este conjunto de evidencias documentales pervive un repertorio de textos
inéditos o editados que, en estructura de relato, diario, memoria, novela o
cuento describen, con mayor o menor calidad literaria, la vivencia del hombre
boliviano, con sus certezas y sus derrotas, en la Guerra del Chaco. El coronel
Julio Loayza Sanz, quien ingresó al teatro de operaciones a los veinte años de
edad con el grado de cabo y salió de ella a los veintitrés como subteniente de
reserva comandando uno de los batallones del Regimiento Santa Cruz de la Sierra
9 de Infantería, ha dejado escrito un libro que, bajo el epígrafe de: Chaco
bravo ¿Ahora qué?, relata su participación en la contienda con el Paraguay
desde la toma de Boquerón, en julio de 1932, hasta la defensa de Villa Montes y
el acuerdo de alto al fuego, en junio de 1935. De este libro, inédito aún, he
tomado al azar un capítulo: La primera batalla por el fortín Nanawa, con el
deliberado propósito de explicar, a través de un solo intento sistemático, la
experiencia de la clase media boliviana en la Guerra del Chaco.
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