Por: Ted Córdova-Claure: Periodista y escritor boliviano.
Comentarista internacional de unas veinte publicaciones de América Latina y
Europa. Autor de varios libros, entre ellos "Chile NO", "Made in
USA", "España: El Destape", "Testigo de la Crisis" y
"Adiós al Sibaritismo". / NUEVA SOCIEDAD NRO. 81 ENERO-FEBRERO 1986.
Cuando la principal riqueza de Bolivia, el estaño, estaba en
su auge, el escritor Augusto Céspedes publicó "Metal del Diablo",
novela sobre Simón Patiño, el rústico minero boliviano que llegó a millonario
de categoría mundial. Para la mayor parte del pueblo boliviano, la explotación
del mineral de estaño, arrancado de las entrañas de la tierra en el fondo de
profundos socavones, ha sido eternamente una historia maldita.
Para los mineros bolivianos, que forman uno de los
proletariados más combativos de todo el movimiento obrero latinoamericano, ha
sido realmente un metal diabólico, que los sometió a una explotación que
acortaba sus vidas. Afectados por la silicosis, los mineros del estaño morían a
los 30 años. Otros caían bajo las balas de los ejércitos represores, en el
curso de las muchas masacres cometidas - la última bajo el régimen de Banzer -
para aplastar las demandas por mejoras en las infrahumanas condiciones de
trabajo. No en vano, los símbolos fetichistas de la dura vida del minero de
Catavi, Siglo XX, Llallagua o Uncía, son los diablos.
En época de carnavales, la leyenda de Lucifer, en
coreografía adaptada por un perspicaz aventurero del "Paraíso
Perdido" de Milton (hasta Oruro llegaron, como a un Klondike aun más
remoto, muchos mineros europeos en busca de una riqueza nada fácil), se
convierte en la gran fiesta de "La Diablada". Por única vez las
fuerzas del bien, los ángeles, derrotan a los luciferes. Esta coreografía
infernal, acentuada por el incendio que produce la brutal ingestión de
alcoholes de alto grado (vana forma de paliar la desesperanza) era la
culminación de una labor muy dura. Para sacar el mineral de estaño, fue necesario
cavar túneles extensos, abrir huecos para ascensores, tender rieles que se
tragaba la montaña (en Siglo XX estaba una de las minas más profundas del
mundo). Y luego, construir soportes, apoyar vigas, instalar sistemas de
ventilación e iluminación, cuadros chimeneas, pasadizos, siempre más profundo
en la roca montañosa.
El trabajo de búsqueda de las vetas estañíferas exige el uso
de equipos pesados de perforación, desde el primitivo barreno aplicado a mano,
hasta las perforadoras neumático-telescópicas que con su vibración descoyuntan
nervios y músculos y hacen extraviar los sentidos. Y finalmente, la dinamita.
La vida del minero boliviano del estaño está tan brutalmente
ligada a la dinamita, que muchas veces termina con un estallido. Dinamita en la
profundidad de los socavones, que algunas veces proyecta su violencia en los
ojos enrojecidos de los mineros.
EL SUPERESTADO MINERO
A pesar de tratarse de la principal fuente de ingresos de
Bolivia, la riqueza que produjo el estaño benefició a muy pocos. Primero fueron
los llamados barones del estaño, los potentados Patiño, Aramayo y Hoschild, que
se convirtieron en una especie de superestado que ponía y sacaba a presidentes
y usaba al ejército como su guardia pretoriana.
En 1952 se inició el proceso de la revolución nacionalista,
encabezada por el mismo hombre que hoy es presidente de Bolivia, Víctor Paz
Estenssoro. El otro líder era Hernán Siles Zuazo, el mandatario que acaba de
dejar el mando después de una decepcionante administración que se acumuló a la
desastrosa gestión de años de dictaduras militares.
Un tercer hombre importante en esos tiempos revolucionarios
fue Juan Lechín, el mismo líder sindical que hoy crítica las medidas económicas
de Paz Estenssoro como una acción cruel e insensible contra todo el pueblo
boliviano.
En 1952, esos tres hombres encabezaron un profundo movimiento
social que terminó con el dominio de los "barones del estaño" y
nacionalizó las minas. Eso dio lugar a la creación de la empresa estatal
Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL), que se convirtió en un monstruo
tragador de presupuestos y con una estructura pesada por la enorme carga de
supernumerarios.
Desde un punto de vista económico, la nacionalización de la
gran minería boliviana no fue un éxito económico precisamente, pero muy pocos
se atreverían a disputar su enorme importancia como proceso liberador. En
última instancia, era una cuestión de soberanía nacional.
El proceso revolucionario nacionalista fue parcialmente
interrumpido por las dictaduras militares, a partir del gobierno del general
René Barrientos Ortuño a fines de 1964. A pesar de la sucesión de generales,
muchas veces corruptos y sin verdadera vocación de gobierno, no hubo una
abierta desnacionalización. Al contrario, en las breves gestiones de los
generales J.J. Torres y Alfredo Ovando se dieron los principales pasos para las
fundiciones de estaño. Bolivia exportaba, hasta entonces, solamente mineral,
con grandes costos de transporte. En la fundición de Vinto se produjeron
lingotes de estaño, un complemento que permitía vislumbrar un mejor futuro, con
un posible desarrollo de la metalurgia.
El gran problema es que en las gestiones militares no hubo
una visión positiva en ese sentido, ocupados como estaban en llenarse los
bolsillos. Ni aun en la gestión de casi siete años del general Hugo Banzer se
pudo consolidar una política minera que enfrentara las necesidades y fuese
previsora frente a las veleidades de los mercados y la competencia.
Tan solo hubo prosperidad en la minería mediana, de
propiedad privada, especialmente en la explotación de antimonio, plata y otros
minerales que por algunos años se mantuvieron con precios altos. Era el breve
período del auge de las materias primas en la década del 70.
Al retornar a los gobiernos civiles elegidos por el voto,
con Siles Zuazo en 1982, ya se hablaba abiertamente del fin de la era del estaño,
que aunque había bajado en magnitud, seguía representando la mayor fuente de
divisas para el país. Pero con una política pasiva, apoyada en un desgastado
misticismo, Siles Zuazo permitió que se impusiera una actitud anárquica con
negativos resultados para la producción de COMIBOL. Con el prurito de que no
reprimiría al pueblo y un círculo de colaboradores que no supieron aconsejarle
bien, el obcecado Siles Zuazo sucumbió al desorden sindical que él mismo había
denunciado. Quedó con las manos atadas por el sindicalismo de Lechín.
Curiosamente, al finalizar el año 85, a pocos meses de haber asumido el
gobierno, Paz Estenssoro enfrenta el mismo riesgo, pese a que al principio
aplicó la mano dura y decretó estado de sitio.
El balance del sector minero empeoró. Y mientras los
dirigentes políticos bolivianos sucumbían a sus podridas querellas mutuas, en
el mercado internacional del estaño se estaban dando todas las condiciones para
el colapso de esa industria minera que trabajaba con costos altos aumentados por
la irresponsabilidad de los dirigentes sindicales.
AGRESIONES ECONOMICAS
Por la mayor parte de este siglo, Bolivia, tradicional país
minero, ha sobrevivido en una economía monoproductora dependiente del estaño.
El auge de este mineral, producto del desarrollo industrial basado en la
metalurgia y las aleaciones, se mantuvo en forma ascendente, hasta la aparición
de los plásticos y otros sustitutos.
El proceso de la decadencia del estaño, considerado metal
estratégico, fue largo y escalonado. Y en verdad, sigue siendo útil para muchas
funciones, desde las superficies de proyectiles espaciales, que deben ser
resistentes a la fricción, hasta enlatados que contienen tomate. El tomate no
resiste mucho tiempo en un envase que no sea de hojalata sin ponerse rancio.
El problema es que los tradicionales productores de este
mineral, Bolivia, Malasia, Indonesia y otros, agrupados en el Consejo
Internacional del Estaño (CIE), jamás pudieron formar un verdadero cartel,
abrumados por el poder de los consumidores. Cada vez que el precio del estaño
subía, Estados Unidos apelaba a sus reservas (el stock pile) y lanzaba unos
cuantos centenares de toneladas al mercado, frenando cualquier posible opción a
una efímera prosperidad de los productores.
Bolivia jamás obtuvo justa compensación por estas agresiones
económicas, a pesar de que durante la II Guerra Mundial, cuando la mayoría de
las minas de estaño de Asia se encontraban bajo la ocupación japonesa, los
gobiernos bolivianos entregaron su estaño a los aliados a precios bajos. En los
hombros de los mineros bolivianos se puso una pesada carga para mantener la
industria bélica de Estados Unidos y Gran Bretaña.
En los últimos 20 años, surgieron otros productores que
explotaban el estaño a tajo abierto o en los ríos, entre residuos aluvionales.
Es decir, a más bajo costo. Dos de estos competidores importantes son China y
Brasil, que han saturado el mercado con estaño más barato. En octubre, esta
competencia y una baja en la demanda provocó el colapso del mercado.
Con los altos costos de producción, el precio promedio
predominante este fin de año 1985, hace insostenible la industria minera
boliviana. Ese precio ha sido entre 3.50 y 5.50 dólares la libra fina, en tanto
que los costos de producción en las minas bolivianas oscilan entre los 9 y 16
dólares por cada libra de mineral de alta ley. Con las vetas agotadas, el
estaño que se obtiene ahora generalmente es de baja ley. Después del cierre de
las operaciones del CIE, los pronósticos han sido muy sombríos. Un cálculo
atribuido al periódico Financial Times indica que el precio del estaño puede
bajar a poco más de un dólar.
La situación es dramática, pero es importante destacar que
ninguno de los líderes políticos que han disputado el poder en los últimos
años, es decir, el propio Paz Estenssoro, Siles Zuazo o Hugo Banzer, presentó
algo parecido a un plan para enfrentar esta situación que se veía venir desde
hace veinte años por lo menos. Y por supuesto, 18 años de gobiernos militares,
salvo la excepción del gobierno del general Torres, tampoco se molestaron en
enfrentar esta situación, empeñados como estaban en llenar sus bolsillos con
los escasos dólares que producía el estaño, por lo menos hasta que algunos
generales y coroneles descubrieron la veta de la cocaína.
SIN ANESTESIA
Paz Estenssoro asumió la presidencia este 6 de agosto. Su
tradicional rival Siles Zuazo le entregó la banda presidencial en ceremonias
que demostraban una lenta maduración institucional. Se estaba asimilando por
fin el concepto de lo que es una democracia moderna.
Con el nuevo presidente, el país estaba a la espera de
nuevas fórmulas, de la imposición de orden y de una rehabilitación del aparato
productivo del país, paralizado por las huelgas y la falta de autoridad de
Siles. Paz Estenssoro, entretanto, contaba con la confianza de gran parte del
país que iba a aceptar cualquier fórmula que lo sacara del letargo.
Sin mayor imaginación, copiando las tendencias que aplicaron
dictaduras militares del Cono Sur, Paz Estenssoro lanzó un plan económico que
era una mezcla no siempre coherente de paternalismo estatal, ajustes tipo Fondo
Monetario Internacional, y un monetarismo ortodoxo que contribuyó a crear
desocupación.
Cuando los sindicatos protestaron, Paz Estenssoro decretó el
estado de sitio en septiembre y por unas semanas tuvo a docenas de dirigentes
sindicales, Juan Lechin entre ellos, presos o confinados en un lugar remoto del
país.
De todos modos, la mayoría de los sectores urbanos aprobó
las medidas. Aunque el modelo económico adoptado fue calificado de
"cirugía sin anestesia" por la brutalidad económica aplicada a la
clase trabajadora, la opinión pública aceptó resignadamente las primeras
medidas. El gobierno de Paz Estenssoro estaba en los umbrales del clima de
confianza.
Para completar el esquema, se necesitaban créditos. Una
iniciativa internacional a partir del secretariado general de Naciones Unidas y
con el respaldo de personalidades como el presidente Jaime Lusinchi de
Venezuela o el presidente Felipe González de España, comenzó a moverse en el
camino, siempre cuesta arriba, de la búsqueda de créditos.
Para reiniciar las gestiones de pago de la deuda externa y
gestionar la captación de créditos, se dijo que Bolivia necesitaba un fondo de
150 millones de dólares. ¡Apenas 150 millones en un panorama de déficit y
deudas vencidas por miles de millones de dólares! Sin embargo hasta conseguir
esa suma se hizo difícil. Y cuando ya se acumulaba algo en la gestión de estos
créditos rápidos (swap), a pesar de la poca eficacia de los gestores del
gobierno de Paz Estenssoro, se produjo la gran puñalada por la espalda. El 24
de octubre, faltando apenas días para otro aniversario de la firma de la
nacionalización de las minas (31 de octubre de 1952), el mercado del estaño se
paró, y el Consejo Internacional del Estaño sencillamente dejó de funcionar. La
era del estaño había terminado para Bolivia. Los gobernantes, una vez más,
fueron sorprendidos por algo que resultaba previsible.
El plan de recuperación económica, que ya contemplaba un
aumento de la desocupación con la reducción de la frondosa burocracia estatal
(como en otros países latinoamericanos, el Estado es el principal empleador),
se encontró frente a otros problemas más urgentes: ¿Qué hacer con las minas?
Resulta menos costoso cerrarlas. Pero, ¿y los mineros? Habrá que buscarles otra
ocupación. Por ejemplo enviarlos a las tierras cálidas, para que se conviertan
en agricultores. Pero el propio ministro de Minería, Sinforoso Cabrera, dijo
que ese trasplante es casi imposible. Originaria serios trastornos sociales.
Además, otra cosa dramáticamente cierta. Todos estos
proyectos, para desplazar miles de personas de una actividad tan tradicional
como es la minería en el clima frío de la región altiplánica a los cálidos
valles subtropicales, requiere de enormes presupuestos, de una asistencia
básica para fomentar este traslado.
En el panorama casi apocalíptico que vive Bolivia por la
situación del estaño y por esa "cirugía sin anestesia" que aplicó Paz
Estenssoro, hay algunas voces pragmáticas que vislumbran un futuro mejor
liberándose de la minería del estaño. Uno de ellos es Carlos Serrate Reich,
director del diario Hoy y excandidato presidencial (esto último puede ser
secundario, en la política boliviana). Escribió Serrate en uno de sus
editoriales de noviembre: "Esto es, para decirlo clara y abiertamente, la
bancarrota total y definitiva de la minería de estaño en Bolivia, de COMIBOL,
de la minería privada y cooperativa. Este hecho significa que los bolivianos,
todos los bolivianos, es decir gobierno y oposición, empresa pública y privada
en general, clases medias, obreros y campesinos, debemos estudiar una
verdaderamente Nueva Política Económica para llevar adelante y crear un nuevo
país. Deberemos pasar a crear una nueva estructura productiva mayormente
agrícola y pecuaria, de alimentos y desarrollar la agroindustria. Mejorar la
producción de varios otros minerales tradicionales y empezar con los no
metálicos. Comenzó una era de cambio en el país y creemos sinceramente que será
para mejor. Debemos ponernos a tono con ella".
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