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LEVANTAMIENTO DE CHUQUISACA - 1809



Por: Emilio A. Bidondo / Fragmento extraído del libro: LA EXPEDICIÓN DE AUXILIO A LAS PROVINCIAS INTERIORES de  Emilio Bidondo – Círculo Militar – 1987.  Fuente: Historia de Salta 1809.



Ahora sí veamos lo ocurrido en ese año de 1809 en otra de las regiones componentes del virreinato del Río de la Plata.
A comienzos de ese año, el claustro de la Universidad de San Francisco Javier -más conocida como: de "Charcas"- se conmovía por una seria incidencia. Se le había pedido que emitiera juicio sobre las aspiraciones -diríamos mejor planteos- de la Infanta Carlota Joaquina, ahora en la corte portuguesa trasladada al Brasil, que pretendía asumir, como hermana de Fernando VII, los poderes del reino español envuelto en un conflicto con el emperador de los franceses.

La universidad informó que el escrito de la Infanta le parecía subversivo y su dictamen pasó a manos del virrey en Buenos Aires, quien como respuesta ordenó que la corporación destruyera los documentos relacionados con esta consulta, cosa que efectuó el Presidente de la Real Audiencia de Charcas, don Ramón García de León y Pizarro.
El hecho sirvió de detonante, y la reacción contra tal proceder se produjo de inmediato, pues el claustro y e' pueblo de Chuquisaca se pronunciaron por el alzamiento contra la autoridad. En apoyo de tal idea Bernardo Monteagudo hizo circular una sátira contra el régimen español, a la que tituló: "Diálogo de Atahualpa y Fernando VII".
Bueno es advertir que este Monteagudo, quien al decir de Echagüe, "durante sus años de universidad había estudiado mucha teología y mucha escolástica, pero preferentemente mucha filosofía revolucionaria", se convertiría en uno de los líderes del alzamiento contra el presidente Pizarro.
Recordamos que, en Chuquisaca, por esos días, se producían otras disputas: la del nombrado Pizarro y el arzobispo Moxo, quien instigado por el representante de la Junta de Sevilla, brigadier José Manuel de Goyeneche por un lado y por el otro por la misma Audiencia, los Cabildos secular y eclesiástico y el pueblo se enfrentó con Pizarro; tal situación, unida a lo anteriormente relatado proporcionaron el justo pretexto para iniciar el pronunciamiento, bien manejado por los doctores y la juventud estudiosa erigidos en ideólogos del mismo.
Entre los líderes de la asonada, además del mencionado Monteagudo, participaron en ella, Paredes, Lemoine, Fernández, Mercado Alzérraca, Pulido, los hermanos Zudáñez y otros togados y estudiantes.
El 25 de Mayo de 1809, vista la situación imperante, el presidente Pizarro consideró que, con algunas medidas, podría detener el alboroto que se notaba en los claustros, la Audiencia y ya también en las calles de la ciudad; por de pronto dispuso el arresto de todos los miembros de la Audiencia, quienes se ocultaron y la orden de prisión sólo se pudo hacer efectiva en la persona del doctor Jaime Zudáñez.
A todo esto los alzados habían reunido una apreciable cantidad de pobladores que esperaban el resultado de las negociaciones que el arzobispo -a pedido de los oidores Ramírez de Loredo y Vázques de Ballesteros- realizaba ante el presidente Pizarro, para que éste pusiera en libertad al doctor Zudáñez.
Como la gestión demoraba, penetró en el palacio una delegación compuesta por el teniente coronel Juan Antonio Alvarez de Arenales, el alcalde provincial Paredes y el Padre Polanco, quienes manifestaron a Pizarro y al arzobispo que, para mantener el orden ya bastante alterado y darles satisfacciones por las medidas que había tomado el primero de los nombrados, éste debía ordenar que se replegara la artillería mandada a ocupar posición, y que todas las piezas se pusieran a buen recaudo en el edificio del Ayuntamiento.
Pizarro, que en el interín había llamado en su ayuda al Gobernador Intendente de Potosí Francisco de Paula Sanz, consideró que la situación se le iba de las manos al no poder dominar el tumulto y, como no tenía noticias de Sanz, cedió a las exigencias de los complotados; mas al verificarse lo allí pactado, los oficiales leales se negaron a entregar las armas, y la guardia que acompañaba a Pizarro abrió el fuego sobre la multitud.
Este atentado produjo algunas víctimas y el furor popular se hizo inmanejable. En minutos los complotados se apoderaron de las piezas de artillería y las emplazaron en las esquinas aledañas al palacio presidencial, en tanto que otros revoltosos se hicieron con la pólvora y munición guardada por las autoridades. El fuego entablado por ambas partes, sólo cesó al saberse que Pizarro, accediendo a las reiteradas instancias de la Audiencia y el Cabildo secular, consentía en dimitir. La renuncia se hizo efectiva ya entrada la noche, siendo aceptada de inmediato, y la Audiencia asumió el mando político y militar.
Nombró urgentemente comandante general y gobernador de armas de la provincia de Charcas a Alvarez de Arenales, y éste se apresuró a restablecer el orden público muy alterado por los disturbios- y a preparar la defensa de la ciudad, amenazada por la actitud del gobernador de Potosí.
Además Arenales procedió a reorganizar las milicias de Chuquisaca y Yamparaez; "formó nueve compañías de infantería denominadas por el oficio que practicaban los individuos que las componían y para cuyo comando eligió sujetos prestigiosos y conocidamente adictos a la causa de la independencia, distribuidos así: la compañía de infantería comandada por D. Joaquín Lemoyne, 2a. de académicos por el Doctor D. Manuel Zudáñez, 3a. de plateros por D. Juan Manuel Lemoyne, 4a. de tejedores por el capitán Pedro Carbajal, 5a. de Sastres por D. Toribio Salinas, 6a. de sombrereros por D. Manuel de Entre ambas aguas, 7a. de zapateros por D. Miguel Monteagudo, 8a. de pintores por D. Diego Ruiz, y 9a. de varios gremios por D. Manuel Corcuera.
"Los contingentes de los Partidos de Cinti, La Laguna y frontera de Tomina, suministraron excelentes soldados para tres partidas de caballería ligera y un cuerpo de artillería; los tres primeros fueron puestos bajo las órdenes de D. Manuel de Sotomayor, de D. Mariano Guzmán y de D. Nicolás de Larrazabal respectivamente, haciéndose cargo del último el doctor D. Jaime Zudáñez; otro batallón de pardos y morenos fue organizado independientemente."
Organizadas las tropas, Arenales procedió a reforzar las defensas de Chuquisaca y a reunir las armas existentes en la ciudad, en Oruro y otras poblaciones vecinas.
Advertimos que éste levantamiento, pese a ser gestado por los hombres de toga y los estudiantes, pronto contó en su ejecución con decidido apoyo popular, lo que está probado por la presencia activa del pueblo obligando a renunciar a Pizarro, su intervención en el nombramiento de Arenales y, en fin, por la prontitud con que acudieron a formar los cuerpos de milicias que, en el término de dos días alcanzaron a sumar casi un millar de hombres.
Es de advertir que, los iniciadores del alzamiento en la "ciudad de los cuatro nombres" como denominara Gabriel René-Moreno a Chuquisaca, no se conformaron con el éxito local obtenido, "alentados por las halagadoras noticias que desde Buenos Aires, La Paz, Cochabamba, Cuzco y otras ciudades importantes les transmiten sus agentes, sobre la marcha del movimiento y de las que tomaban conocimiento en Juntas Secretas, resolvieron enviar emisarios a las Intendencias limítrofes; al Doctor D. Bernardo Monteagudo se le confió la misión de predisponer los ánimos de los habitantes de Potosí, y de propagar la semilla revolucionaria en La Paz se encargó con éxito el doctor Mariano Michel y Mercado. Además Alzérraca y Pulido fueron enviados a Cochabamba y Mariano Moreno viajó con el mismo objeto a Buenos Aires.
Como puede inferirse de los párrafos transcriptos, los sublevados eran conscientes de que, uno de los peligros más grandes que corrían, fincaba en el posible aislamiento a que se veían sometidos en cuanto las autoridades alto peruanas reaccionaran, de ahí su premura por difundir sus ideas y buscar nuevas adhesiones. En este sentido procedían con habilidad.
El alzamiento prosiguió con sus actividades sin encontrar oposición, hasta que el gobernador .de Potosí, Francisco de Paula Sanz, designado por el virrey del Río de la Plata para reponer en su cargo al presidente Pizarro, avanzó con sus tropas al tiempo que ordenaba a los caciques adictos: Martín Herrera y Chairiri que lo auxiliasen con armas, víveres y sobre todo con hombres.
Por su parte Arenales siguió organizando la defensa. En ella colaboró uno de los futuros más notables caudillos altoperuanos, don Manuel Asencio Padilla, alcalde pedáneo de la doctrina de Moromoro, quien con las tropas que pudo reunir en las regiones de Tomina y Chayanta, atacó al cacique Chairiri -destacado por su crueldad y lo tomó prisionero; los indios partidarios de la revolución lo degollaron y clavaron su cabeza en una pica.
A Sanz pronto se le unió el general Vicente Nieto nombrado por el virrey de Buenos Aires para suceder a Pizarro en la Audiencia de Charcas- y ambos avanzaron sobre la sublevada Chuquisaca, donde entraron tardíamente y no sin vencer alguna resistencia, el 24 de diciembre de 1809.
Nieto inició una actuación sumaria contra los perturbadores del orden, y varios de sus cabecillas fueron confinados en distintos lugares del virreinato. Paralelamente, Nieto ordenó la disolución de las nueve compañías de criollos, mestizos e indios que movilizara la Audiencia.
Alvarez de Arenales -a quien hasta ese momento no se había sancionado por su activa participación en la revuelta- contrariado por las disposiciones de Nieto, solicitó licencia por enfermedad para pasar. a Salta, donde residía su mujer e hijos; el pedido le fue concedido, sin embargo, entonces lo detuvieron por su actuación anterior en la revuelta y luego de seis meses de prisión fue el primero de los revolucionarios de entonces que pasó a ser confinado en las Casamatas del Callao.
Luego veremos la diferencia entre la represión de Chuquisaca y la futura inmediata de La Paz. En la primera el levantamiento que fuera acaudillado por universitarios, no fue nada sangrienta, quizás por que la masa de sus dirigentes habían sido letrados y hasta estuvo con ellos algún español -el caso de Alvarez de Arenales- o, tal vez en razón de que el movimiento insurreccional no pretendiera, de entrada, declarar la independencia y, aparentemente, al principio sólo se trató -por lo menos en su etapa conspirativa- de derrocar a las autoridades que según los levantiscos, estaban en convivencia con la Infanta Carlota.

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