Campesinos armados que se movilizaron
durante las jornadas de la insurrección de abril del 52.
Por: Alberto R Montaño M. / 9 de abril de 2012.
“Había harto muerto, como cerro era en la morgue. Ahí iba a
buscar la gente a sus muertos, era triste nomás también. (...) Una casuchita
nomás era la morgue. (...) Las mujeres, los familiares llorando. Ahí tirados
como basura”, relata el minero Venancio Calderón. ¿Qué sucedió el 9, 10 y 11 de
abril de 1952? La historiografía oficial pasa los hechos por alto y se centra
en qué hizo el gobierno de Víctor Paz Estenssoro, Juan Lechín y Hernán Siles
Zuazo después del levantamiento. El Movimiento Nacionalista Revolucionario
(MNR) solo fue uno de los muchos actores de la revuelta, la historia quiere
hacerlo ver como si hubiese sido el único.
Para saldar este vacío, en reconocimiento a los testigos que
la historia oficial quitó la voz, y como crítica a esa historiografía funcional
al MNR, Mario Murillo realizó una crónica que reconstruye las jornadas de abril
con base en testimonios de distintos actores en su libro La bala no mata sino
el destino (Plural). Con base en esta publicación se hace el relato de la
insurrección que recoge la actuación de personas que participaron
espontáneamente en la revuelta o fueron testigos. “Casi todos los
testimoniantes de esta crónica reflejan su lejanía con el MNR”, escribe
Murillo.
El enfrentamiento comenzó el miércoles 9 de abril, que
coincidía con la Semana Santa. La primera batalla fue en Miraflores y empezó
ese día. Esa mañana, Irma Aliaga, vecina de Miraflores, iría a Achocalla por el
feriado. Cuando su vecino emenerrista le dijo que la Revolución estaba en pie,
ella contestó: “la Revolución en tu calzón”. Cuando llegó a la plaza triangular
el escenario era el de una balacera.
Miraflores. Murillo señala que esos enfrentamientos fueron
entre militantes populares apoyados por los carabineros levantados con Antonio
Seleme contra dos compañías del Regimiento Lanza que tenía por objetivo tomar
el cerro Laikakota y defender al presidente de facto Hugo Ballivián. La batalla
de Miraflores tuvo por centro el cerro del Laikakota. El entonces estudiante
del Instituto Geográfico Militar Gonzalo Murillo testimonia en la crónica que
los pusieron de guardia en las faldas de esa montaña en la noche.
La batalla fue intensa. Los partisanos estaban en la cima
del cerro en trincheras cavadas y los militares los hostigaban desde las
faldas. Cerca de las 05.00, una bomba llenó de tierra el patio de la casa de la
señora Aliaga en el callejón Litoral. Los milicianos veían destellos de una
ametralladora que venía de esa zona. “Comenzaron a venir los de la Revolución a
averiguar. (...) Yo les dije ‘no hay’, pero en el fondo había un coronel (...)
porque en ese momento tú no puedes delatar”.
Laikakota fue el campo de batalla de muchas revoluciones y
golpes de Estado por ser estratégico, de ahí se controla cualquier movimiento
en el Estado Mayor. Este combate duró toda la noche del 9 hasta que el 10 en la
mañana, los milicianos hicieron retroceder a los militares.
El repliegue de los militares fue hacia el Estado Mayor,
pero la retirada convirtió las calles miraflorinas en un campo de batalla. “La
fuerza popular resultaba cada vez más numerosa y los militares sufrían derrotas
en cada esquina”, relata el autor del libro.
El testimonio de la toma del Estado Mayor por parte de
Gonzalo Murillo, uno de los defensores de esa posición, tiene reminiscencias
griegas por su aire de familia con la estrategia de Odiseo del caballo de
Troya: “Mientras tanto seguir combatiendo y estos obreros (...) agarraban y
debajo de los muertos que bajaban en volquetas se habían metido al Hospital
General. Nos atacaban desde la placita que había frente al Estado Mayor, donde
ahora es el Hospital del Niño. (...) Hemos estado combatiendo casi un día y
medio del Hospital del Niño al Estado Mayor”.
Gladys Miranda relata que su esposo Rogelio Miranda, un
oficial del Regimiento Lanza que defendía el Estado Mayor, le contó: “(...)
hasta que ha llegado un momento que nos han agarrado a morterazos (los
milicianos a los militares), yo he visto que venía un morterazo (...), caí y ya
no podía caminar y mis soldados me han recogido y ya se notaba que están
perdidos, dieron la vuelta por abajo del río”. La batalla se inclinaba a favor
de los insurrectos, hasta que los militares decidieron escapar, pero fueron
rodeados por los partisanos que finalmente los rebasaron y tomaron el Estado
Mayor. Miranda cuenta lo que dijera su esposo Rogelio en primera persona: “Al
último se han entrado en gran cantidad y han tomado el Estado Mayor. Han
rodeado, a nosotros nos han hecho formar una fila, a algunos los han matado”.
Los milicianos, narrado de modo breve, ganaron la batalla de Miraflores.
Villa Victoria. Otra batalla determinante fue la de Villa
Victoria, en las laderas de La Paz cercanas al Cementerio. “Villa Victoria,
Pura Pura y la zona del Cementerio General soportaron el enconado
enfrentamiento entre los combatientes populares y las tropas del Ejército”,
escribe Mario Murillo.
Los actores principales fueron los obreros de las fábricas
Said, Soligno, Forno y otras menores, todos vecinos de esas laderas. Sin
embargo, la batalla por Villa Victoria —que luego sería determinante para que
la insurrección gane el combate de El Alto y tome la Fuerza Aérea— tiene origen
en los enfrentamientos por el Regimiento Calama en plena zona Central, cerca de
la calle Armentia.
Los levantados carabineros de Seleme tenían por cuartel
principal el Regimiento Calama, cercano a la plaza Riosinho. “Nosotros fuimos a
reforzar el Calama (...) porque el Ejército también estaba subiendo a atacar
ahí, a los carabineros. En el Calama nos dimos contra el Ejército y nos ganaron
los soldados del Polvorín de Caicomi (en la punta del cerro en que está el
Regimiento Calama)”, relata Luis Baldivia, ese momento estudiante del colegio
Ayacucho.
Los milicianos fueron rechazados y huyeron haciendo de cebo
para que los militares los persiguieran hasta Villa Victoria, donde los
soldados fueron aplastados por los vecinos: “(...) hemos ido por la Estación,
hemos subido por el antiguo camino a El Alto, para entrar al Cementerio. (...)
Tranquilos hemos entrado al Cementerio, pero ya más tranquilos porque ‘Villa
Balazos’ derrotó al Ejército en Villa Victoria. (...) Si ha sido una
estrategia, ha sido muy buena, hemos servido de cebo para subir al Ejército en
Villa Victoria, y ahí los han hecho bolsa”, cuenta Baldivia.
Los vecinos fabriles de este barrio y sus zonas aledañas
eran muchos excombatientes de la Guerra del Chaco, por lo que estaban
familiarizados con el manejo de armas. Villa Victoria era un paso obligado para
entrar o salir de La Paz hacia El Alto, nota el vecino y testigo directo de esa
batalla Hugo Tapia, quien era niño y fue herido en la pierna.
Los vecinos hicieron parapetos y organizaron la lucha desde
una estrategia defensiva, señala Mario Murillo. “Los combatientes estaban en su
salsa. Como si estuvieran recordando los sucesos del Chaco. (...) La lucha fue
calle por calle. Se paraban en las esquinas, detrás de los postes, en los
umbrales, en las terrazas, ahí con sus fusiles, y disparaban a los policías,
incluso había una ametralladora liviana que los ponía a raya, incluso hubo
combates cuerpo a cuerpo”, relata René Chacón, vecino del barrio que
complementa su narración diciendo que las mujeres daban el apoyo logístico
distribuyendo agua, alimentos, medicamentos y pertrechos.
El vecino y actor de la lucha René Espinoza cuenta que la
mayor concentración de insurrectos fue por el puente de Villa Victoria, cerca
de la calle Murguía. El cronista “tardío” Murillo nota una discrepancia con la
historia oficial de Luis Antezana Ergueta que dice que la aviación no
participó, pues varios de los testimonios que recogió dan cuenta de constantes
y repetidos ataques de la Fuerza Aérea.
Siguiendo el relato, al derrotar a los soldados, éstos
trataron de escapar por el bosquecillo: “(...) Me ha contado (el abuelo del
testimoniante) después cuando han salido victoriosos, los militares han salido
descalzos (...) con las manos en la nuca. (...) Inclusive los vecinos, como
eran excombatientes, se sentían con la potestad sobre los changos; ‘somos
antiguos’, los pateaban a los sarnas”, cuenta Juan Luis Yapura en la crónica.
El Alto. Ganada esa batalla, los milicianos decidieron tomar
la Fuerza Aérea en El Alto; sin embargo, antes tomarían el Polvorín (Terminal)
que guardaba un arsenal de armas y municiones. Al enterarse de la revuelta, el
9 de abril —narra el autor del libro— los mineros de Milluni (a pies del Huayna
Potosí) decidieron sumarse a la batalla: 250 se dirigieron a pie hacia la
Fuerza Aérea y 250 buscaron contactarse con los combatientes de Villa Victoria.
El grupo que fue hacia La Paz llegó a la madrugada del 10 y junto a los
fabriles tomaron el arsenal a dinamitazos y se armaron para hacer combate al
Regimiento Bolívar y Pérez en las laderas que conducen a El Alto.
La batalla comenzó desde posiciones fijas de los milicianos
por el Cementerio que respondían al fuego militar de los soldados apostados por
la Ceja. “Nosotros fuimos al Cementerio porque teníamos informaciones de que
los del (regimiento) Bolívar querían descolgarse (...). Ellos disparaban contra
el Cementerio y nosotros contestábamos. No veíamos bien, disparábamos a la
Ceja, medio a la suerte, a la ciega”, cuenta el minero de Milluni Venancio Calderón.
Esto se dio la noche del 10 y madrugada del 11. La consigna
se volvió a tomar la Base Aérea de El Alto: “Había la carretera antigua a El
Alto pero no hemos subido por ahí, había que parapetarse para subir. Era de
noche. Nos reuníamos en el puente y en la Said y de ahí subíamos”, cuenta
Baldivia.
Tras el fracaso de un primer intento, se formó dos grupos,
según el relato de Murillo, uno por el bosquecillo y otro por caminos de
herradura arriba del Cementerio. “Hemos salido a Achachicala. Acá arriba, donde
está la represa (...)- Yo disparaba sin motivo, por fregar nomás”, dice el
insurrecto Gilberto Espinoza. La escalada por dos flancos hizo ceder a los
regimientos Bolivar y Pérez, el que subió por la ladera del Cementerio atacó
por el lado del Faro Murillo y el que ascendió por Pura Pura los hostigó desde
Munaypata.
Los militares estaban cercados y la victoria se acercaba. El
primer regimiento en caer fue el Pérez que se retiraba en desbandada.“(...)
Estaban enjaulados en tres frentes, eso fue ahora donde está la Alcaldía
Quemada (...), muchos corrían hacia Viacha y otros se rindieron y entregaron
sus armas, pero les hemos tenido que devolver porque se dieron la vuelta la
chaqueta y combatieron con nosotros”, narra Baldivia. Los partisanos, engrosados
por los soldados del Pérez, aniquilaron a los del Bolívar, regimiento del que
también algunos soldados se pusieron la gorra al revés y se unieron a la
revuelta, mientras que los oficiales lograron escapar. La insurrección había
triunfado.
Por: Ricardo Aguilar / La Razón, 9 de abril de 2015.
El 9 de abril de 1952, el MNR se levanta en armas junto a un
sector de las FFAA y la Policía, como respuesta el ejército bombardea los
barrios obreros de La Paz, los militares, luego de un día de combate, tenían
suficientes fuerzas para reducir la insurrección de La Paz, pero su posición se
hizo insostenible cuando su línea de retirada es cortada por destacamentos
armados de obreros de Milluni que habían capturado un tren de municiones y
desencadenado un ataque sobre la base militar de El Alto. El ímpetu obrero
aumenta cuando la ciudad de Oruro cae en manos de los insurgentes, pero el
general al mando que apoyaba al MNR tomando nota del verdadero “carácter” del movimiento
retrocede y dispara sobre las masas concentradas en la plaza, las que responden
tomando las comisarías, los cuarteles y apoderándose de la ciudad en otros
casos carabineros simpatizantes del MNR toman pacíficamente las ciudades y
poblados, las tropas huyen en desbandada dejando sus uniformes y armas
esparcidas por toda La Paz por temor a la venganza popular:
“Miles de mineros bajaban a las ciudades portando
amenazadoramente cartuchos de dinamita, como resultado de la insurrección
triunfante, las Fuerzas Armadas y la Policía del estado burgués fueron
completamente destruidos y su lugar lo ocuparon las milicias obreras y
campesinas, con más de 40 mil hombres, organizadas en la Central Obrera
Boliviana (COB). Como dice una crónica de un diario paceño el 1 de mayo de
1952: “las fuerzas rendidas del ejército desfilaron por la ciudad custodiadas
por milicias revolucionarias que encabezaba el Comando Obrero”. No obstante, el
aparato del estado burgués en su conjunto no fue destruido y las masas armadas terminaron
depositando el poder en manos del MNR.
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