Santa Cruz de la Sierra, Bolivia (Foto: Facebook Guillermo Pizarro) |
En esta oportunidad les traemos la dieciseisava parte.
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Entradas publicadas:
Parte I - PLACIDO
MOLINA REFUTA A ENRIQUE DE GANDÍA (PARTE I)
Parte II - PLÁCIDO MOLINA MOSTAJO REFUTA A ENRIQUE DE GANDÍA Y
SUSTENDENCIOSOS POSTULADOS (Parte II)
Parte III - PLACIDO MOLINA REFUTA A ENRIQUE DE GANDÍA (SOBREMIGRACIONES Y
DISCUSIONES LINGÜÍSTICAS)
Parte VI - PLÁCIDO MOLINA MOSTAJO REFUTA A ENRIQUE DE GANDÍA (Sobre la
fundación de Santa Cruz de la Sierra)
Parte VII - PLÁCIDO MOLINA MOSTAJO REFUTA A ENRIQUE DEGANDÍA (LIMITES DE LA
GOBERNACION DE SANTA CRUZ DE LA SIERRA)
Parte VIII - PLÁCIDO MOLINA MOSTAJO REFUTA A ENRIQUE DEGANDÍA (Sobre el
obispado de Santa Cruz)
Parte IX - PLACIDO MOLINA REFUTA A ENRIQUE DE GANDÍA (SOBRE LA INTENDENCIA
DE SANTA CRUZ DE LA SIERRA)
Parte X - PLACIDO MOLINA REFUTA A ENRIQUE DE GANDÍA (SOBRE LA GUERRA DE
INDEPENDENCIA EN SANTA CRUZ)
Parte XIV - LA RESPUESTA DE PLÁCIDO MOLINA AL ARGENTINO ENRIQUE DE GANDÍA,
SOBRE EL AISLAMIENTO DE SANTA CRUZ
Parte XV - PLÁCIDO MOLINA RESPONDE A ENRIQUE DE GANDÍA SOBRE LAS LUCHAS POLITICAS EN SANTA CRUZ
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LA GUERRA DEL CHACO Y LA INDEPENDENCIA DE SANTA CRUZ
(Al Capitulo VIII)
Las afirmaciones de éste capítulo, son quizá las más graves
del libro y quizá las que más podrían alcanzar el propósito de anarquizar la
opinión; pero al mismo tiempo, como hay en ellas un zurcido de inexactitudes
que no será difícil demostrar, lo demás se vendrá al suelo por su propio peso.
Ya demostramos en el capítulo respectivo, que Santa Cruz no
fué anexada a Bolivia, (jamás fué colonia de ella, ni fue sometida por la
fuerza), y que los Diputados que la representaron en la Asamblea General de
1825, fueron elegidos legal y libremente. hasta con mandato imperativo para
pronunciarse en favor de la independencia del Alto Perú. Fueron de los
Diputados los que mejor representaron a sus electores.
Continuamos: «El Departamento de Santa Cruz intentó por primera
vez lograr la autonomía en 1892, cuando el Dr. Ibáñez promovió la revolución
federalista en contra del gobierno unitario, que fué sofocado por las armas del
presidente Hilarión Daza».
Esta parte demuestra cómo se ha redactado este libro: de
memoria (y no buena), y por informes de personas que no saben historia.
La revolución del Dr. Andrés Ibáñez, jefe de un partido
popular formado por él, llamado «Igualitario», comenzó el 1ro de Octubre de
1876, y creyendo sería secundada por los «federales» del interior, discípulos
del Dr. Lucas Mendoza de la Tapia, y como quo lo fué y se desacreditó la causa
(porque la ciudad fue entregada en mala hora a las exacciones y despotismo del
paraguayo Maní. Ma. Fabio, que de los tiranos de su patria había aprendido a
ser déspota y cruel), el Dr. Ibáñez con sus partidarios decididos, pero pocos
en número, tuvo que abandonar la ciudad a la corta fuerza del gobierno que fué
contra él.
Dirigióse a Chiquitos, y cuando por la consiguiente
desmoralización de los suyos, se proponía escapar al Brasil, fué alcanzado y
fusilado en 1ro. de Mayo de 1877 en la estancia de San Diego.
No podía pues promover en 1892 una revolución contra el
Gobierno de Daza, que había sido depuesto del mando de Bolivia en Tacna en
1880.
Verdad que el 2 de Enero de 1892 surgió una otra revolución
de aventura contra el gobierno del Dr. Aniceto Arce, encabezada por dos
coroneles retirados (uno de ellos no cruceño); pero fué deshecha sin más
combate que el que sostuvieron cuatro valientes pero ilusos colegiales en «La
Angostura» y terminó con un resultado semejante a la revolución del 8 de
Septiembre. Cuatro de los principales cabecillas se refugiaron en el Brasil y
la amnistía vino a echar el manto del olvido sobre la aventura, sin más
resultado para la historia, que el desacreditar más la idea federal, que en
doctrina ha sido acariciada en Santa Cruz por muchos que han creído siempre que
sería una solución contra el centralismo exagerado, que con los cambios de personas
o de causas en el gobierno, lleva de una a otra parte el papel de succionadores
de los recursos de la nación.
No fué, en todo caso, esta, como no lo fue la anterior
tentativa federal, un brote separatista. En la primera fué proclamado Jefe del
«Gobierno Central» el mismo General Daza, Presidente de Bolivia, del que había
sido partidario ferviente el Dr. Ibáñez, y en esta el «Estado Federal del Oriente»,
como llamaron al Departamento en sus actos oficiales y en los billetes de curso
forzoso que emitieron para hacerse de dineros, debía ser uno de los que compusiesen
la «República Federal de Bolivia».
Esta revuelta díjose haber sido una simulación del coronel
tarijeño Avila, que descontento de su padrino el Dr. Arce, porque le escaseaba
sus favores, la sugirió. Ya se publicarán los comprobantes; pero mientras tanto
quede constancia de que fué un movimiento desprovisto de secundación por el
pueblo cruceño y que no tuvo dejo alguno de separatismo, puesto que el promotor
fué un «militar intrigante, tarijeño, ahijado del Presidente de la República».
Ya es tiempo de poner las cosas en claro.
Ya hemos visto lo que fué la «revolucioncita» de 1924.
Creyeron «los que la hicieron» que toda la República se alzaba contra el
Gobierno del Dr. Saavedra, y no hubo tal: fué «el sueño del Califa que
improvisó un día Harúm al Rascliid, en Bagdad»; pero vaya una anécdota
auténtica para completar la demostración:
Un joven «liberal» saliendo de casa a la noticia de que al
Prefecto Cnel. Angel Rodríguez lo habían apresado en un baile y que había un
gobierno improvisado do gente amiga suya, dijo: «nos compusimos», y se fué a la
plaza a informarse de detalles; pero horas después regresó a su casa cabizbajo,
y a uno que ávido le preguntó por el estado de las cosas, le contestó: «se
arruinaron», aludiendo a los comprometidos.
El Gobierno ya lo sabía y amenazaba telegráficamente, porque
la revuelta no la secundaba nadie. No faltó, dice que, alguna vociferación, y
hasta se dijo que un juez subalterno anunció que los revolucionarios harían
tabla rasa de la Corte y a él lo ha[1]rían vocal de ella;
pero, verdad o mentira esto o lo otro, la cosa no pasó de una triste aventura,
cuyos resultados fueron desastrosos para los recursos del F. C.
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Y el que quiera sostener lo contrario, que lo pruebe.
Querer encontrar en la circular del Presidente del Honorable
Concejo Municipal de Santa Cruz, del 6 de Marzo de 1934, otra cosa que lo que
dice su texto: «Protestar enérgicamente por las manifestaciones hostiles que se
han producido en Cochabamba contra Santa Cruz por supuestos movimientos (es
decir falsos) antipatrióticos (es decir antibolivianos) realizados en esta
ciudad (Santa Cruz)», es pretender interpretar lo que no es interpretable, porque
es claro y está francamente expresado. Esa circular que es un brote de
«bolivianismo», que justamente hizo acallar muchas incomprensiones sobre la
actitud del pueblo cruceño en esta guerra del petróleo
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Las actitudes que se dicen «izquierdistas» (página 243) que
dieron mérito al juzgamiento de Jofré Salinas, profesor normalista, Dr. Renato
Riverin («Ex-Rector de la Universidad de Chuquisaca») y tres jóvenes más,
tendrían poco de «separatismo cruceño» que es lo que se pretende probar; puesto
que los dos nombrados son «chuquisaqueños» y por lo tanto insospechables en ese
aspecto.
Lo que sin duda es cierto, el espionaje y aun hostilidades
que jefes «collas» incomprensivos han hecho sufrir a crúcenos y benianos en la
campaña, demuestra más bien que no obstante eso, los orientales no sólo han
permanecido fieles a la defensa nacional, sino que después de ser el nervio de
la resistencia y de muchos de los éxitos de la campaña, han sido los que
impidieron el avance paraguayo a Santa Cruz y lo hicieron retroceder de Charagua
y de ambas márgenes del Parapetí. Estas son notas de una adhesión no sólo
heroica, sino sublime— dados los antecedente anotados— de los crúcenos a la
causa de Bolivia unida, que los más obsecados tendrán que reconocer en todo su
valor, a menos de que se nieguen a demostraciones hechas con el sacrificio
máximo de la vida misma.
Se anota en la pág. 244 y 245 que «más de cuatro mil
campesinos del Izózog al acercarse el ejército paraguayo al río Parapetí, se
presentaron en masa a ofrecer sus servicios al Coronel Rafael Franco, comandante
del ala derecha paraguaya». Bien, pues, aunque el hecho no sea exacto al pie de
la letra, demuestra algo perfectamente explicable: los indígenas de la
provincia cruceña de Cordillera, de la que hoce parte el cantón Izózog, son
racialmente hermanos de los paraguayos, y como hablan el chiriguano dialecto
del guaraní de los paraguayos, y el indígena «se apega al que habla su lengua»,
muchos de ellos se dejaron atraer por los invasores; pero de que esos
«indígenas» hayan hecho tal cosa muy explicable por lo visto, no se sigue que
los «cruceños» se unirían de inmediato a las fuerzas paraguayas. No sólo no se
unieron; sino que los rechazaron a la luz del sol.
Algunos indígenas atraídos en aquella forma, dieron lugar a
que periódicos paraguayos, y argentinos que les hacían coro, dijesen
credulidades de que el Sr. Gandía se hace eco, cuando dice: «Delegaciones de
campesinos crúcenos, se presentaron también a las autoridades de Asunción a
ofrecer su adhesión al Gobierno paraguayo». Esos indígenas son «crúcenos» en cuanto
han nacido en el cantón de una provincia cruceña, y en ese sentido son también
«bolivianos»; pero no son «crúcenos» en el sentido que entre nosotros tiene la
palabra: «naturales de Santa Cruz y su Cercado, descendientes de los españoles
de la conquista» y por lo mismo racialmente distintos y superiores a los
descendientes de los autóctonos de la región.
Los paraguayos, juzgando falsamente «chiriguanos» a los
«crúcenos», y como tales racialmente hermanos suyos, han fracasado en el
propósito de que los cruceños se les unan como sus hermanos de tribu los de
Izózog. Esto es todo, y cuando reconozcan que por esta razón única, no sólo no
llegaron basta Santa Cruz, sino que fueron sangrientamente rechazados allende
el Parapetí, comprenderán la verdad de nuestras afirmaciones y los falsos
conceptos en que, entre los crédulos, medran las contrarias ideas.
Conviene a nuestra causa que se le conozca que la zona
comprendida entre el Izozog y Villamontes, «en un espacio de sesenta leguas»,
sea cruceña por influencia de los cruceños en ella»— como que antaño fueron sus
conquistadores— puesto que siendo cruceña «la zona hoy ocupada por el Paraguay»
es «boliviana» y ello envuelve la confesión de estar invadida, es decir ocupada
mediante «la fuerza bruta que impera donde calla el derecho».
El Sr. Gandía reconoce esa distinción del «cruceño» por ser
natural del Departamento de Santa Cruz— indígenas chiriguanos «puestos al
servicio de la causa paraguaya»— de los crúceños blancos de habla española»,
(pág. 24-6), con tanta más claridad, cuanto que ahí mismo habla de «la
fraternización do los pueblos indígenas con los soldados del General Estigarribia».
¡Pues no habían de fraternizar!
Debe anotarse que esos pobres indígenas no fueron por su
voluntad— abandonando sus tierras a las que son muy apegados— a presentarse a
las autoridades de Asunción. Esas son de las simulaciones de la guerra, que los
«historiadores» no creen sino con pruebas al canto. Se llevó hasta a las
mujeres.
Eso de que 150 jefes y oficiales y 6.000 cruceños pidieron en
Asunción jurar a la nueva bandera cruceña y la presidencia de la nueva República
del Dr. Cástulo Chaves, es una especie que pasará a la posteridad como una de
tantas farsas de esta guerra.
En todo eso hay tanta inexactitud, como la de que el 21 de
Mayo sea «el aniversario de la fundación de Santa Cruz por Ñuflo de Chaves»,
fecha que corresponde a la «traslación de San Lorenzo el Real del Guapay al
Piral, en 1595» y que poco tenía que ver con Santa Cruz de la Sierra, ciudad
entonces distinta, ni con Chaves muerto 27 años antes.
De la Bandera y demás símbolos de la nueva República ideada
en Asunción, nos ocuparemos en otra parte. Mientras tanto quede constancia de
la falsedad o inexactitud de todas esas tendenciosas afirmaciones, traídas sólo
a favor de la distancia y del apasionamiento.
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