Foto: Domitila Chungara y el autor (der.), en una marcha de
protesta en Estocolmo, julio de 1980
/ Por: Victor Montoya / Este artículo fue publicado en www.margencero.es
"En 1975, cuando doña Domi [...], una mujer de las
minas de Bolivia [...], viajó invitada a la Tribuna del Año Internacional de la
Mujer, organizada por las Naciones Unidas [...], se supo la noticia de que su
voz y figura destacaron en el magno evento, donde [...] explicó que la lucha de
la mujer no era contra el hombre y que su liberación no sería posible al margen
de la liberación socioeconómica, política y cultural de un pueblo. Doña Domi
estaba convencida de que la lucha por la liberación consistía en cambiar el
sistema capitalista por otro, donde los hombres y las mujeres tengan los mismos
derechos a la vida, la educación y el trabajo. Y, aunque en el pasado fue
perseguida, encarcelada y torturada, doña Domi se negó a callar y volvió a
pedir la palabra para seguir hablando contra las injusticias sociales, con la
misma convicción y el mismo coraje de siempre, ya que su testimonio personal
es, por antonomasia, una gran lección de vida y de lucha."
A doña Domi, como la llamaban cariñosamente los vecinos, la
conocía desde siempre, desde cuando vivía en el distrito minero de Siglo XX y
vendía salteñas en una canasta de mimbre, a poco de elaborarlas con la ayuda de
sus pequeñas hijas, quienes mondaban las papas y arvejas antes de marcharse a
la escuela. Por entonces no era ya palliri*, sino dirigente del Comité de Amas
de Casa.
Corrían los años 70 y el país atravesaba por una de las etapas más
sombrías de su historia.
En algunas ocasiones coincidimos en las manifestaciones de
protesta contra la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez y en las apoteósicas
concentraciones en la Plaza del Minero, donde está el monumento de Federico
Escóbar Zapata, el busto de César Lora y el edificio del Sindicato Mixto de
Trabajadores Mineros de Siglo XX, desde cuyo balcón pronunciábamos discursos
antiimperialistas; ella en representación de las amas de casa y el que firma
esta crónica en representación de los estudiantes de secundaria de la provincia
Bustillos y como presidente del Colegio 1ro. de Mayo.
También recuerdo a su anciano padre, benemérito de la Guerra
del Chaco y progenitor de seis hijas en su primer matrimonio. Don Ezequiel,
jubilado de la empresa minera y preocupado siempre por la manutención del
hogar, se dedicaba a recorrer por las calles de Llallagua, ofreciendo ropas de
casa en casa. Lo interesante del caso es que, además de vender prendas de
vestir, llevaba la palabra evangelizadora de Cristo hasta los hogares más
humildes. Lo conocí un día que vino a ofrecernos pantalones guararapes. Mi
madre lo hizo pasar al living y, luego de probarme algunos, compramos uno al
contado y otro al fiado. Cuando le dije que el botapié de uno de los pantalones
me quedaba demasiado largo, él se brindó a subirlo en un santiamén con sus
divinas manos de sastre. Ese mismo día, ni bien se hubo marchado, con la
amabilidad y el respecto que lo caracterizaban, le comenté a mi madre que don
Ezequiel tenía la misma barbita que el viejo Trotsky. Mi madre esbozó una
sonrisa y asintió con la cabeza.
En 1975, cuando doña Domi viajó invitada a la Tribuna del
Año Internacional de la Mujer, organizada por las Naciones Unidas y realizada
en México, se supo la noticia de que su voz y figura destacaron en el magno
evento, donde, en franca oposición a las reivindicaciones de las lesbianas,
prostitutas y feministas de Occidente, explicó que la lucha de la mujer no era
contra el hombre y que su liberación no sería posible al margen de la
liberación socioeconómica, política y cultural de un pueblo. Doña Domi estaba
convencida de que la lucha por la liberación consistía en cambiar el sistema
capitalista por otro, donde los hombres y las mujeres tengan los mismos
derechos a la vida, la educación y el trabajo. Dejó claro que la lucha por
conquistar la libertad y la justicia social no era una lucha entre sexos, entre
el macho y la hembra, sino una lucha de la pareja contra un sistema
socioeconómico que oprime indistintamente al hombre y a la mujer.
Por otro lado, disputándose los micrófonos con sus
adversarias, dijo que en una sociedad dividida en clases no sólo había una
diferencia entre la burguesía y el proletariado, sino también una diferencia
entre las mismas mujeres; entre una académica y una empleada doméstica, entre
la mujer de un magnate y la mujer de un minero, entre una que tiene todo y otra
que no tiene nada. Así fue como las sonadas intervenciones de doña Domi, en su
condición de esposa de trabajador minero, madre de siete hijos y dirigente del
Comité de Amas de Casa, produjeron un fuerte impacto entre las feministas más
recalcitrantes, debido a que sus palabras transmitían la sabiduría popular y
todo lo que aprendió tanto en los sindicatos mineros como en las escuelas de la
vida. No en vano la educadora y periodista brasileña Moema Viezzer, deslumbrada
por el poder de la palabra oral de una mujer simple, que sabía simplificar las
teorías más complejas en torno a la lucha de clases y la emancipación femenina,
decidió seguirla hasta el campamento minero de Siglo XX, con el firme propósito
de continuar escribiendo el libro “Si me permiten hablar... Testimonio de
Domitila, una mujer de las minas de Bolivia”, que, a poco de ser publicado en
México y traducido a varios idiomas, se convirtió en la obra más leída entre
las feministas del más diverso pelaje.
Los trabajadores mineros, en sus triunfos y en sus derrotas,
contaban siempre con el apoyo incondicional de sus mujeres e hijos, quienes
actuaron como sus aliados naturales de clase desde los albores del sindicalismo
boliviano. Por eso mismo, volví a coincidir con doña Domi en el Congreso
Nacional Minero de Corocoro, inaugurado el 1 de mayo de 1976; ocasión en la que
planteó la necesidad de organizar una Federación Nacional de Amas de Casa,
afiliada a la Central Obrera Boliviana (COB), mientras los trabajadores
clamaban por sus justas demandas, exigiendo al gobierno el respeto del fuero
sindical y la amnistía general.
Semanas más tarde, derrotada la huelga minera en junio de
1976, y ocupada militarmente la población de Llallagua y Siglo XX, la encontré
en el interior de la mina, donde los dirigentes nos refugiamos de la sañuda
persecución que desató el gobierno. Doña Domi estaba en el último mes de
embarazo y su vientre parecía un enorme puño de coraje. Sin embargo, por
razones de salud, se decidió sacarla a un lugar seguro para que diera a luz en
mejores condiciones. Después se supo que tuvo dos mellizos; una nació viva y el
otro nació muerto, probablemente, afectado por los gases malignos de la mina,
pues cuando lo sacaron de su vientre, el niño estaba casi en estado de
descomposición.
A principios de enero de 1978, cuando ya me encontraba
exiliado en Suecia, su nombre volvió a saltar a prensa una vez que se incorporó
a la huelga de hambre iniciada por cuatro mujeres mineras y sus catorce hijos
en el Arzobispado de la ciudad de La Paz. La huelga, que estalló el 28 de
diciembre de 1977, tenía el objetivo de exigir al gobierno la democratización
del país, la reposición en sus trabajos de los obreros despedidos, el retiro de
las tropas del ejército de los centros mineros y la amnistía irrestricta para
los dirigentes políticos y sindicales. Se trataba de una lucha heroica y sin
precedentes, ya que nadie se imaginaba que una huelga emprendida por Aurora de
Lora, Nelly de Paniagua, Angélica de Flores y Luzmila de Pimentel pudiese
tumbar a una dictadura militar, que estaba decidida a mantenerse en el poder
por mucho tiempo. Pasaron los días y los acontecimientos históricos cambiaron
de rumbo: las cuatro mujeres -respaldadas por los curas, obreros, estudiantes y
campesinos que fueron sumándose a la huelga de hambre en diferentes puntos de
la sede de gobierno, más las olas de protesta que crecieron como la espuma en
el territorio nacional- doblaron la mano dura del general Hugo Banzer Suárez,
quien cedió en sus posiciones y decidió convocar a elecciones generales para el
9 de julio de 1978. De este modo, una vez más, doña Domi y las valerosas
mujeres mineras demostraron al mundo que una chispa en el polvorín puede
provocar una enorme explosión social y que no existen dictaduras que puedan
contra la voluntad popular.
Años más tarde, ya en Estocolmo, nos reencontramos y
abrazamos. Todo sucedió tras el sangriento golpe de Estado protagonizado por
Luis García Meza y Luis Arce Gómez en julio de 1980, justo cuando ella
participaba en una Conferencia de Mujeres en Copenhague. Sabíamos que el
sangriento golpe, que dejó un reguero de muertos y heridos, estaba financiado
por los narco-dólares y que en los operativos actuaron los paramilitares
reclutados por el nazi y “Carnicero de Lyón” Klaus Barbie. Se organizó un mitin
en Kungsträdgården (El Jardín del Rey), desde donde partimos juntos, entre
banderas y pancartas, en una marcha de protesta que ganó las principales calles
de Estocolmo.
En Suecia, al margen del derecho a la reunificación familiar
que le permitió reunirse con sus hijos, constató que las mujeres
latinoamericanas se rebelaron contra su pasado de servidumbre y sumisión,
amparadas por las leyes que defendían sus derechos más elementales, en igualdad
de condiciones con el hombre. Estaba, acaso sin saberlo, en una nación que había
superado las desigualdades de género y derribado los pilares de la sociedad
patriarcal. La emancipación de la mujer pasó del sueño a la realidad y el
decantado feminismo de los años 60, a diferencia del chauvinismo machista, se
transformó en una de las fuerzas decisivas en el seno de izquierda sueca, que
combinaba la lectura de los clásicos del marxismo con las obras de Alexandra
Kollontai, Simone de Beauvoir, Alva Myrdal y otras luchadoras que poseían una
inteligencia capaz de desarmar a cualquiera.
Doña Domi comprendió rápidamente que las suecas, a pesar del
consumismo y la falta de calor humano, habían conquistado ya varios de sus
derechos desde principios del siglo XX. En 1919 se les concedió el derecho a
voto y años después el derecho al divorcio, en 1938 se legalizó el uso de los
anticonceptivos, en 1939 se promulgó una ley que prescribía que las mujeres no
podían perder su trabajo debido al embarazo, parto o matrimonio. En 1947 se
tuvo a la primera mujer en el gobierno y en 1974 se estableció la normativa de
que ambos padres tenían derecho a un total de 390 días para cuidar a sus hijos,
recibiendo el 80 % del salario. Más todavía, en 1975 se legalizó el derecho al
aborto sin costo para todas las mujeres y en los años 80 entró en vigor la
primera ley contra la discriminación por razones de género en el sistema
educativo y en el ámbito laboral, además de que la mujer ya no tenía la
necesidad de elegir entre su familia y la carrera profesional, gracias a un
amplio sistema de seguro social y asistencia infantil.
Así fue como doña Domi, sin perder las perspectivas de que
otro mundo era posible, aprendió la lección de que si en este país pudieron
conquistase las reivindicaciones femeninas pasito a paso, ¿por qué no iba a ser
posible lograr lo mismo en otros países, donde las mujeres desean convertir sus
pesadillas en sueños y sus sueños en realidad?
Con esta pregunta y su nueva experiencia de vida, que le
permitió vislumbrar que tanto las mujeres como los hombres pueden gozan de los
mismos los derechos y las mismas responsabilidades, empezó a planificar su
retorno a Bolivia tras la recuperación de la democracia. Dejó a sus hijos en
Suecia y acudió al llamado de la Pachamama, para seguir luchando por un futuro
más digno que el presente. Eso sí, esta vez más convencida de que para lograr
la liberación de la mujer no sólo hacía falta cambiar las infraestructuras
socioeconómicas de un país, sino también las normativas de la convivencia
ciudadana y la mentalidad de la gente. Y, aunque en el pasado fue perseguida, encarcelada
y torturada, doña Domi se negó a callar y volvió a pedir la palabra para seguir
hablando contra las injusticias sociales, con la misma convicción y el mismo
coraje de siempre, ya que su testimonio personal es, por antonomasia, una gran
lección de vida y de lucha. Si no me lo creen, los invito a leer: “Si me
permiten hablar…”, de Moema Viezzer; y “¡Aquí también, Domitila”, de David
Acebey; dos libros que sintetizan lo mejor de doña Domi, una indomable mujer de
las minas.
Domitila...
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