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LOS TRES PERIODOS DEL AUGE DE LA GOMA EN LA HISTORIA DE BOLIVIA

Pacaguaras y caucheros

Llamado también ‘el árbol que llora’, ‘el emperador’, ‘el rey máximo’, ‘oro negro’ o lágrimas de la selva’, el árbol de la goma o Heveas brasiliensis, endémico de la Amazonia, ha sido aprovechado incluso desde antes de que llegaran los españoles a América. Se sabe que los indígenas de la región, desde remotos tiempos precolombinos, se alumbraban con teas que preparaban haciendo estopas con fibras vegetales que prendían luego de impregnarlas con el látex o savia de los árboles de caucho. Otros practicaban algunos adminículos utilitarios, como zapatos y vasijas dúctiles e irrompibles, e impermeabilizaban las canoas con las que navegaban por los ríos, así como los cueros, pieles y cortezas de ciertos árboles que usaban para cubrir algunas partes de su humanidad. Se sabe también que muchos amerindios, como es el caso de los de Chiquitos y los de Moxos, elaboraban con el caucho pelotas de goma de gran rebote con los que practicaban juegos peculiares, uno de sus mayores y más gratos pasatiempos.
Al producirse el descubrimiento de América, esos objetos causaron tal impresión en los reinos portugués y español que, en principio, los portugueses pensaron, por ejemplo, que las telas impermeabilizadas que el cronista don Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés les llevó en 1536, eran fruto de hechicerías. Los españoles, en cambio, fueron más prácticos y pronto usaron pedazos de siringa para borrar del papel escritos a lápiz. Los lusitanos no se quedaron atrás en 1776 cuando enviaron a Belén do Pará, desde Lisboa, un importante lote de mochilas con el propósito de que sean impermeabilizadas con la sustancia.

La industrialización del caucho, que había empezado a fines del siglo XVIII, recibió un buen espaldarazo en 1839, cuando Charles Goodyear descubrió por casualidad la vulcanización y, en 1845, cuando Alexander Parque, perfeccionó el proceso practicándolo en frío. Así, los zapatos de goma, las ligas de mujer, los preservativos, los cojines y camas inflables, los toldos, los lápices con borrador, los cables pero, muy especialmente, las llantas neumáticas para bicicletas y automóviles, que patentara Jhon Dunlop, provocaron tal fiebre de oro en el mundo que, dice Horacio de Linden, así como se habla de la Edad de Hierro y del Bronce, también se puede hablar de la Edad del Caucho.

Obviamente, eso generó que la economía en los países de la Hoya Amazónica, entre ellos Bolivia, se revitalizara después del declive de la economía de la quina, que tuvo su auge no más de 30 años y que, desde 1879, perdió importancia porque los ingleses robaron semillas del Perú, plantaron quina al sur de la India y originaron la producción barata de quinina al sudeste de Asia. La quinina era muy cotizada para controlar las fiebres altas que causaba la malaria o paludismo.

Aportes nuevos para la historia
Tradicionalmente, la historia boliviana habla de un único periodo de auge de la goma: entre 1880 y 1920. Oscar Tonelli Justiniano, en su libro El caucho ignorado, aporta interesantes novedades históricas, como que no fue uno solo el boom de la goma en el Oriente Boliviano, sino tres: el primero, en el periodo de transición de siglo ya mencionado; el segundo, durante la Segunda Guerra Mundial; y, el tercero, a partir de 1950 y hasta la década de los 80. Es que el árbol de la goma "fue un irresistible imán, un apetitoso y chorreante panal, que se mostró y cautivó a una ingente cantidad de aventureros, que buscaron saciar su apetito por las riquezas naturales que se ponían a su alcance", dice este investigador que, en 2009, recibió el Premio Nacional Serrano de Investigación en Historia.

Tonelli, fallecido hace algunos meses, aclara además que esos periodos de auge se dieron no sólo en los bosques amazónicos del Beni, La Paz y el Territorio Nacional de Colonias (hoy Pando), sino también en los bosques amazónicos de Santa Cruz, con sus provincias Velasco, Ñuflo de Chaves y Guarayos. Si en el Beni el árbol del caucho se descubrió, según otros historiadores, a mediados del siglo XIX, en Santa Cruz, de acuerdo a Tonelli, fue descubierto en 1892. Esta última fecha constituye un aporte más a la historia. La expedición por el Río Verde que hizo posible ese descubrimiento estuvo conformada por Emilio Peña, Wenceslao Áñez y Arístides Romero. Posterior a ellos, otros aventureros recorrieron, igualmente con suerte, las zonas aledañas a los ríos Paraguá, Iténez, Tarvo, San Martín, Uruguaito o Río Negro, San Miguel y demás ríos y afluentes de la zona.

Fueron precisamente esos pioneros, específicamente Peña, Áñez y Romero, quienes pusieron al descubierto el grave error cometido en 1877 por los exploradores de la Comisión Mixta Boliviano-Brasileña Demarcadora de Límites, que colocaron el hito fronterizo en el Río Tarvo en lugar de hacerlo en el río Verde, más cercano al Brasil. Con esta alerta de la expedición de 1892, más dos expediciones posteriores a cargo de extranjeros -J. M. Vaudry, en 1906, y Percy Harrison Fawcett, en 1908-, además de muchos trámites internacionales, Bolivia recuperó el territorio comprendido entre los ríos Tarvo y Verde a través del Tratado de Roboré de 1958. "Este fue todo un proceso cuya historia es poco conocida y, diría, dejada de lado por los historiadores nacionales…", señala Tonelli y dedica al asunto muchas páginas.

El primer auge de la goma
Es el que más se conoce, del que se ha escrito mucho, del que inclusive se ha realizado una titánica teleserie local de 40 capítulos. Comprende el periodo 1880-1920, poco más o menos. Es la época de los pioneros que, como dice Tonelli, debieron de ser “hombres rudos, valientes arrojados y, sobre todo, dispuestos a realizar grandes emprendimientos y afrontar peligros”. Es cuando, de forma aparejada, se practicó el reenganche, el tráfico de carne humana, el sistema de la deuda eterna, el empatronamiento, la ley de la guasca, el chicote y el barrote. Los siringueros, además, debieron enfrentar enfermedades como la malaria o paludismo, la fiebre amarilla, la espundia, la viruela, así como los ataques de fieras predadoras, serpientes, cocodrilos, pirañas, vampiros, arañas y escorpiones.

Santa Cruz de la Sierra y sus pueblos aledaños experimentaron un fuerte despoblamiento en esos años porque soportaron un drenaje migratorio al Beni que, según cálculos, alcanzó a las 80.000 personas, principalmente hombres (por eso, en 1913, en la ciudad había una relación de un hombre por cada siete mujeres). Pero esto no fue en vano. La economía de la goma en el Beni, que permitió la conformación de grandes fortunas en manos de los llamados ‘barones de la goma’ entre los que destacan Nicolás Suárez y Antonio Vaca Díez, aportó grandemente al erario nacional. Tonelli afirma que la historia económica nacional prácticamente ha ignorado que, en el periodo 1895-1914, los ingresos al erario nacional por concepto de la economía del caucho fueron bastante superiores o por lo menos iguales al del estaño y, por varios años, mayores que los generados por la plata y el estaño juntos. Mostrando cuadros estadísticos de las tasas por derecho de arrendamiento de estradas y más números sobre los gravámenes aduaneros de exportación, el investigador indica que tal contribución llegó a significar en algunos momentos más del 20 por ciento del presupuesto anual de Bolivia. 
Las casas comerciales que funcionaban en la región, de capitales ingleses y alemanes, permitieron, a su vez, que se sintiera la bonanza en la cotidianidad de la capital cruceña ya que, al exportar las bolachas de goma, importaban muebles y enseres de lujo que le dieron a la Santa Cruz de la Sierra de la época otro estilo de vida.

Tanta riqueza tenía que traer consigo un conflicto bélico. Fue con el Brasil, la llamada Guerra del Acre, entre 1899 y 1903, por la que Bolivia perdió 191.000 kilómetros cuadrados, que se sumaron a los 164.000 que Bolivia asimismo le había cedido a ese país en 1877 a través de un extraño acuerdo entre presidentes. Al respecto de la Guerra del Acre, Tonelli detalla los graves errores diplomáticos que cometió el gobierno boliviano y destaca la labor que cumplió la Columna Porvenir, financiada por Nicolás Suárez, para evitar que también se perdiera a fines de siglo y a favor de Brasil lo que hoy es el territorio de Pando.

Pero si declinó el primer auge de la goma antes de la Primera Guerra Mundial fue, otra vez, debido al robo de semillas en Brasil por parte de los ingleses y las plantaciones masivas de árboles Heveas brasiliensis en varias regiones asiáticas y africanas, y también porque se empezó a producir caucho sintético en los países del primer mundo. Ambos factores provocaron la drástica caída de los precios que se pagaban en el mercado internacional. Bolivia no se pudo recuperar ni siquiera reemplazando las bolachas de goma por las láminas de goma que permitían reducir costos y mejorar la producción.
Como es de imaginar y como Tonelli lo sistematiza primicialmente en su libro, la crisis fue tan fuerte (si en 1906, el 99 por ciento de la producción mundial de caucho silvestre era amazónico, es decir, proveniente de Bolivia, Brasil y Perú, antes de la Primera Guerra Mundial el porcentaje cae al 3 por ciento; si la libra de goma elástica costaba 3 dólares u 8 chelines en 1910, en 1916 cuesta 55 centavos de dólar o 2 chelines) y rápida que los empresarios bolivianos se rindieron, algunos tomando trágicas decisiones, como don Carlos Romerscheil Amelunge que tenía una casa comercial, bancaria y exportadora. Debido a los trastornos en sus negocios, se sumió en un profundo estado depresivo y se suicidó en 1914. Este hecho trágico no fue el único que relata el libro El caucho ignorado, publicado en 2010 por la Editorial El País. Dos de sus capítulos están dedicados a contar en detalle una serie de altercados, luchas y asesinatos que se dieron entre los pioneros de la goma.

El segundo auge de la goma
Se dio a partir de la Segunda Guerra Mundial, con la gran demanda de caucho que tenían los países aliados desde que Japón, con el ataque a Pearl Harbor en 1941, empezó a dominar los países e islas del Asia Oriental así como las aguas del Océano Pacífico, e impidió el traslado del caucho asiático a Europa y Norteamérica. Estados Unidos creó la empresa transnacional The Rubber Development Corporation que se instaló en la Amazonia (y, por lo tanto, en localidades benianas y cruceñas) para habilitar las viejas estradas y barracas gomeras sudamericanas, y garantizar así la compra de bolachas de caucho, eso sí, a un precio ínfimo y, como antes, haciendo uso del enganche, el empatronamiento y la deuda sin fin de los siringueros. "La actividad siguió siendo un trabajo ímprobo, cuajado de sacrificios, sudor, lágrimas y vidas humanas", dice el libro.

El autor señala que, desde mediados de 1942, cuando las fuerzas aliadas y norteamericanas iban obteniendo el dominio en el Pacífico, los países del Eje -Alemania, Japón e Italia- empezaron a demandar caucho amazónico, pagando por él un 1.000 por ciento más que los estadounidenses. De ahí que se fue formando un mercado ilegal para la goma en la frontera argentina y en la misma Buenos Aires. "Fue un periodo histórico, fascinante, sembrado de aventuras y lances, llenos hasta cierto punto de fantasías y romanticismos", manifiesta Tonelli. Es que los actores del contrabando eran jóvenes cruceños, especialmente de clase media y alta, que, además de riquezas, buscaban prestigio gracias a lo que podían contar después de enfrentar mil y un peligros y de darse la buena vida en los cabarets porteños y en los hoteles de los pueblos intermedios.

De todas formas, en este periodo la producción no fue tan alta como durante el primero, porque la producción de caucho sintético acaparó el 70 por ciento de la demanda mundial.

El tercer periodo de la goma
En los años 50 Brasil apostó por la producción masiva de caucho para su propio consumo, dado que la industria paulista había entrado en un acelerado desarrollo, que se estaba construyendo Brasilia y estaban en ejecución otros megaproyectos. Los benianos y cruceños aprovecharon la oportunidad para explotar y exportar goma al país vecino por aproximadamente tres décadas más, cuando Brasil ya no necesitó más comprarles porque su mercado había sido satisfecho con sus propios árboles.





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